LA DIRECCION DE LA CURA Y LOS PRINCIPIOS DE SU PODER. J. Lacan (PARTE 2/3)

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III. ¿Cuál es la situación actual de la transferencia?

1. Es al trabajo de nuestro colega Daniel lagache al que hay que recurrir para tener una historia exacta de los trabajos que, alrededor de Freud prosiguiendo su obra y desde que nos la legó, han sido consagrados a la transferencia, descubierta por él. El objeto de este trabajo va mucho más allá, aportando en la función del fenómeno las distinciones de estructura, esenciales para su crítica. Baste recordar aquí la alternativa tan pertinente que plantea, en cuanto a su naturaleza última, entre necesidad de repetición y repetición de la necesidad. Semejante trabajo, si creemos haber sabido sacar en nuestra enseñanza las consecuencias que implica, pone bien en evidencia, por el ordenamiento que introduce, hasta qué punto a menudo son parciales los aspectos en que se concentran los debates, y sobre todo hasta qué punto el empleo ordinario del término, en el análisis mismo, sigue siendo adherente a la manera más discutible, aunque la más vulgar, de abordarlo: hacer de él la sucesión o la suma de los sentimientos positivos o negativos que el paciente abriga con respecto a su analista.

Para medir la situación en que nos encontramos en nuestra comunidad científica, puede decirse que no se han hecho ni la luz ni el consenso sobre los puntos siguientes donde sin embargo parecerían exigibles: ¿es el mismo efecto de la relación con el analista el que se manifiesta en el enamoramiento primario observado al principio del tratamiento y en la trama de satisfacciones que hace difícil de romper esa relación, cuando la neurosis de transferencia parece rebasar los medios propiamente analíticos? ¿Sigue siendo con seguridad la relación con el analista y su frustración fundamental la que, en el período segundo del análisis, sostiene la escansión: frustración, agresión, regresión, en la que se inscribirían los efectos más fecundos del análisis? ¿Cómo debe concebirse la subordinación de los fenómenos, cuando su movilidad es atravesada por las fantasías que implican abiertamente la figura del analista?

La razón de estas oscuridades persistentes fué formulada en un estudio excepcional par su perspicacia: en cada una de las etapas en que se intentó revisar los problemas de la transferencia, las divergencias técnicas que motivaban su urgencia no dejaron lugar a una crítica verdadera de su noción [20].

2. Es una noción tan central para la acción analítica que queremos alcanzar aquí, que puede servir de medida para la parcialidad de las teorías que consagran algún tiempo a pensarla. Es decir que no se engañará quien juzgue según el manejo de la transferencia que éstas acarrean. Este pragmatismo está justificado. Pues este manejo de la transferencia es inseparable de su noción, y por poco elaborada que sea ésta en la práctica, no puede dejar de acomodarse a las parcialidades de la teoría. Por otra parte, la existencia simultánea de estas parcialidades no por elIo las hace completarse. En lo cual se confirma que sufren de un defecto central.

Para traer ya un poco de orden aquí, reduciremos a tres esas particularidades de la teoría, aunque debiésemos así sacrificarnos nosotros mismos a alguna idea preconcebida, menos grave por ser solamente de exposición.

3. Conectaremos el genetismo, en la medida en que tiende a fundar los fenómenos analíticos en los momentos del desarrollo interesados en ellos y a alimentarse de la observación llamada directa del niño, con una técnica particular: la que dirige lo esencial de ese procedimiento hacia el análisis de las defensas. Esta conexión es históricamente manifiesta. Puede incluso decirse que no está fundada de ninguna otra manera, puesto que esta conexión no está constituida sino por el fracaso de la solidaridad que supone.

Puede mostrarse su punto de partida en el crédito legítimo dado a la noción de un Yo inconsciente en el que Freud reorientó su doctrina. Pasar de ahí a la hipótesis de que los mecanismos de defensa que se agrupaban bajo su función debían poder delatar ellos mismos una ley de aparición comparable, o incluso correspondiente, a la sucesión de las fases por la cual Freud había intentado unir la emergencia pulsional a la fisiología, es el paso que Anna Freud, en su libro sobre los mecanismos de defensa, propone dar para someterlo a la prueba de la experiencia.

Podría haber sido ésta la ocasión de una crítica fecunda de las relaciones del desarrollo con las estructuras, manifiestamente más complejas, que Freud introduce en la psicología. Pero la operación se deslizó hacia abajo, hasta tal punto era tentador tratar de insertar en las etapas observables del desarrollo sensorio-motor y de las capacidades progresivas de un comportamiento inteligente esos mecanismos que se suponía se desprendían de su progreso.

Puede decirse que las esperanzas que Anna Freud colocaba en semejante exploración fueron frustradas: nada se reveló en esa vía que fuese esclarecedor para la técnica, si bien los detalles que una observación del niño iluminada por el análisis permitió, son a veces muy sugestivos.

La noción de pattern, que viene a funcionar aquí como coartada de la tipología puesta en jaque, patrocina una técnica que, persiguiendo la localización de un pattern inactual, se inclina facilmente a juzgar sobre su apartamiento de un pattern que encuentra en su conformismo las garantías de su conformidad. No se evocarán sin vergüenza los criterios de éxito en los que desemboca ese trabajo postizo: el paso al escalón superior de salario, la salida de emergencia de la aventura con la secretaria, regulando el escape de fuerzas estrictamente sometidas en el conjungo, la profesión y la comunidad política, no nos parecen de una dignidad tal como para requerir la apelación, articulada en el planning del analista, o incluso en su interpretación, a la Discordia de los instintos de vida y de muerte, aunque decorase sus expresiones con el calificativo pretensioso de "económico", para proseguirlo, en contradicción completa con el pensamiento de Freud, como el juego de un par de fuerzas homólogas en su oposición.

4. Menos degradada por su relieve analítico nos parece la segunda faceta en que aparece lo que se hurta de la transferencia: a saber, el eje tomado de la relación de objeto. Esta teoría, por muy bajo que haya caído últimamente en Francia, tiene como el genetismo su origen noble. Fue Abraham quien abrió su registro, y la noción de objeto parcial es su contribución original. No es éste el lugar de demostrar su valor.

Estamos más interesados en indicar su nexo con la parcialidad del aspecto que Abraham desprende de la transferencia para promoverlo en su opacidad como la capacidad de amar: o sea como si fuese éste un dato constitucional en el enfermo donde puede leerse el grado de su curabilidad, y especialmente el único donde fracasaría el tratamiento de la psicosis.

Tenemos aquí en efecto dos ecuaciones. La transferencia calificada de sexual (Sexualübertragung) está en el principio del amor que ha sido llamado objetal (en alemán: Objektliebe). la capacidad de transferencia mide el acceso a lo real. No se podría subrayar demasiado lo que hay aquí de petición de principio.

A la inversa de los presupuestos del genetismo, que pretende fundarse sobre un orden de las emergencias formales en el sujeto, la perspectiva abrahamiana se explica en una finalidad que se autoriza, por ser instintual, en que toma sus imágenes de la maduración de un objeto inefable, el Objeto con una O mayúscula que gobierna la fase de la objetalidad (significativamente distinguida de la objetividad por su sustancia de afecto).

Esta concepción ectoplásmica del objeto muestra pronto sus peligros degradándose en la dicotomía grosera que se formula oponiendo el carácter pregenital al carácter genital.

Esta temática primaria se desarrolla sumariamente atribuyendo al carácter pregenital los rasgos acumulados del irrealismo proyectivo, del autismo más o menos dosificado, de la restricción de las satisfacciones por la derensa, del condicionamiento del objeto por un aislamiento doblemente protector en cuanto a los efectos de destrucción que lo connotan, o sea una amalgama de todos los defectos de la relación de objeto para mostrar los motivos de la dependencia extrema que resulta de ello para el sujeto. Cuadro que sería útil a pesar de su voluntaria actitud de confusión, si no pareciese hecho para servir de negativo a la novela rosa del "paso de la forma pregenital a la forma genital", donde las pulsiones "no toman ya ese carácter de necesidad de posesión incoercible, ilimitada, incondicional, que supone un aspecto destructivo. Son verdaderamente tiernas, amantes, y si el sujeto no por ello se muestra oblativo, es decir desinteresado, y si esos objetos" (aquí el autor se acuerda de mis observaciones) "son tan radicalmente objetos narcisistas como en eI caso precedente, es aquí capaz de comprensión, de adaptación al otro. Por lo demás, la estructura íntima de esas relaciones objetales muestra que la participación del objeto en su propio placer para sí es indispensable para la felicidad del sujeto. Las conveniencias, los deseos, las necesidades del objeto (¡qué ensalada!)(11) son tomados en cuenta hasta el más alto grado".

Esto sin embargo no impide que "el Yo tiene aquí una estabilidad que no corre el riesgo de quedar comprometida. por la pérdida de un Objeto significativo. Permanece independiente de sus objetos".

"Su organización es tal, que el modo de pensamiento que utiliza es esencialmente lógico. No presenta espontáneamente regresión a un modo de aprehensión de la realidad que sea arcaico, el pensamiento afectivo, la creencia mágica no desempeñan en él sino un papel absolutamente secundario, la simbolización no va en extensión y en importancia más allá de lo que es en la vida habitual (!!). El estilo de las relaciones entre el sujeto y el objeto es de los más evolucionados (sic) ."

Esto es lo que les está prometido a aquellos que "al final de un análisis logrado... se percatan de la enorme diferencia de lo que creían antaño ser la alegría sexual, y de lo que experimentan ahora".

Se comprende que para aquellos que tienen de buenas a primeras esta alegría, "la relación genital sea, para decirlo todo, sin historia" [21].

Sin más historia que la de conjugarse irresistiblemente en el verbo: golpearse el trasero contra las lámparas(12), cuyo lugar nos parece aquí marcado para el escoliasta futuro que hallará en él su ocasión eterna.

5. Si hay que seguir en efecto a Abraham cuando nos presenta la relación de objeto como típicamente demostrada en la actividad del coleccionista, acaso la regla no esté dada en esa antinomia edificante, sino más bien buscando en algún callejón sin salida constitutivo del deseo como tal. Lo que hace que el objeto se presente como quebrado y descompuesto, es tal vez otra cosa que un factor patológico. ¿Y qué tiene que ver con lo real ese himno absurdo a la armonía de lo genital?
¿Habrá que tachar de nuestra experiencia el drama del edipismo, cuando debió ser forjado por Freud justamente para explicar las barreras y los rebajamientos (Erniedrigungen), que son los más banales en la vida amorosa, aunque fuese la más plena?

¿Nos tocará a nosotros camuflar de cordero rizado del Buen Pastor a Eros el Dios negro?

La sublimación sin duda opera en esa oblación que irradia del amor, pero empeñémonos en ir un poco más lejos en la estructura de lo sublime y no lo confundamos, cosa contra la cual en todo caso Freud se inscribe, con el orgasmo perfecto.

Lo peor es que las almas que desbordan en la ternura más natural llegan a preguntarse si satisfacen el normalismo delirante de la relación genital, fardo inédito que a la manera de aquellos que maldice el Evangelista, hemos atado para las espaldas de los inocentes.

Mientras que leyéndonos, si algo llega de ello a una época en que ya no se sepa a qué respondían en la práctica esas efervescentes expresiones, podrá imaginarse que nuestro arte se consagraba a reanimar el hambre sexual de ciertos retardados de la glándula, a la fisiología de la cual sin embargo no hemos contribuido en nada, y esto por tener de hecho muy poco que conocer de ella.

6. Se necesitan por lo menos tres lados para una pirámide, aunque fuese de herejía. El que cierra el diedro aquí descrito en la hiancia de la concepción de la transferencia, se esfuerza, si así puede decirse, en alcanzar sus bordes. Si la transferencia recibe su virtud del hecho de ser devuelta a la realidad de la que el analista es el representante, y si se trata de hacer madurar el Objeto en el invernadero de una situación confinada, no le queda ya al analizado sino un objeto, si se nos permite la exposición, que llevarse a la boca, y es el analista.

De donde la noción de introyección intersubjetiva que es nuestro tercer error, por instalarse desgraciadamente en una relación dual.
Porque se trata ciertamente de una vía unitiva de la cual las salsas teóricas diversas que la sazonan según la tópica a la que se hace referencia, sólo pueden conservar la metáfora, variándola según el nivel de la operación que se considere como serio: introyección en Ferenczi, identificacion con el Superyó del analista en Strachey, trance narcisista terminal en Balint.

Pretendemos llamar la atención sobre la sustancia de esta consumación mística, y si una vez más tenemos que habérnoslas con lo que sucede en nuestra puerta, es porque es sabido que la experiencia analítica toma su fuerza de lo particular.

Así es como la importancia concedida en la cura a la fantasía de la devoración fálica a expensas de la imagen del analista, nos parece digna de ser señalada, en su coherencia con una dirección de la cura que la hace caber entera en la disposición de la distancia entre el paciente y el analista como objeto de la relación dual.

Pues a pesar de la debilidad de la teoría con la que un autor sistematiza su técnica, no deja de ser cierto que analiza verdaderamente, y que la coherencia revelada en el error es aquí el aval del camino errado efectivamente practicado.

Es la función privilegiada del significante falo en el modo de presencia del sujeto en el deseo la que es ilustrada aquí, pero en una experiencia que puede llamarse ciega: esto a falta de toda orientación sobre las relaciones verdaderas de la situación analítica, la cual, del mismo modo que cualquier otra situación en la que se habla, no puede, si se la quiere inscribir en una relación dual, sino quedar aplastada.

Siendo desconocida, y por buenos motivos, la naturaleza de la incorporación simbólica, y estando excluido que se consume cualquier cosa real en el análisis, aparecerá, en los puntos de referencia elementales de mi enseñanza, que no podrá reconocerse ya nada que no sea imaginario en lo que se produce. Pues no es necesario conocer los planos de una casa para golpearse la cabeza contra sus paredes: para hacerlo, es incluso bastante fácil prescindir de ellos.

Nosotros mismos hemos indicado a ese autor, en un tiempo en que discutíamos entre nosotros, que de atenerse a una relación imaginaria entre los objetos, no quedaba sino la dimensión de la distancia para poder ordenarla, cosa que no estaba en el punto de mira en el que él abundaba.

Hacer de la distancia la dimensión única donde tienen lugar las relaciones del neurótico con el objeto engendra contradicciones insuperables, que se leen suficientemente tanto en el interior del sistema como en la dirección opuesta que diferentes autores sacarán de la misma metáfora para organizar sus impresiones. Demasiada o demasiado poca distancia al objeto parecerán a veces confundirse hasta el punto de embrollarse. Y no es la distancia del objeto, sino más bien su intimidad demasiado grande para el sujeto la que parecería a los oíos de Ferenczi caracterizar al neurótico.

Lo que decide sobre lo que cada uno quiere decir, es su uso técnico, y la técnica del acercamiento (rapprocher), por muy impagable que sea el efecto del término no traducido en una exposición en inglés, revela en la práctica una tendencia que bordea la obsesión.

Cuesta trabajo creer que el ideal prescrito en la reducción de esa distancia a cero (nil en inglés), no deje ver al autor que allí se concentra su paradoja teórica.
Sea como sea, no cabe duda de que esta distancia es tomada como parámetro universal, regulando las variaciones de la técnica (por muy chino que parezca el debate sobre su amplitud) para el desmantelamiento de la neurosis.

Lo que semejante concepción debe a las condiciones especiales de la neurosis obsesiva no debe ponerse en bloque del lado del objeto.

Ni siquiera parece deber ponerse en su activo el hecho de que haya un privilegio en señalar los resultados que obtendría en la neurosis obsesiva. Porque, si se nos permite como a Kris dar cuenta de un análisis, reanudado en segundo lugar, podemos testimoniar que semejante técnica, donde el talento es innegable, resultó provocar en un caso clínico de pura obsesión en un hombre la irrupción de un enamoramiento no menos desenfrenado por ser platónico, y que no se mostró menos irreductible por haberse realizado sobre el primer objeto del mismo sexo que quedaba a mano.

Hablar de perversión transitoria puede satisfacer aquí a un optimista activo, pero a costa de reconocer, en esa restauración atípica del tercero de la relación demasiado descuidado, que no conviene tirar con demasiada fuerza del resorte de la proximidad en la relación con el objeto.

7. No hay límite para los desgastes de la técnica por su desconceptualización. Hemos hecho ya referencia a los hallazgos de tal análisis salvaje ante el cual para nuestro doloroso asombro ningún control se alarmó. Poder oler a su analista apareció en un trabajo como una realización que habla de tomarse al pie de la letra, para señalar en ella el feliz éxito de la transferencia. Puede percibirse aquí una especie de humor involuntario que es el que da precio a este ejemplo. Hubiese colmado a Jarry. No es en suma sino la consecuencia que puede esperarse de tomar de lo real eI desarrollo de la situación analítica: y es cierto que aparte de la gustación, lo olfativo es la única dimensión que permite reducir a cero (nil) la distancia, esta vez en lo real. El índice que debe encontrarse allí para la dirección de la cura y los principios de su poder es más dudoso.

Pero que un olor de jaula vagabundee en una técnica que se dirige por el olfato, como suele decirse, no es sólo un rasgo de ridiculez. Los alumnos de mi seminario recuerdan el olor de orina que dio su giro a un caso de perversión transitoria, en el que nos detuvimos para la crítica de esta técnica. No puede decirse que careciese de nexos con el accidente que motiva la observación, puesto que fue espiando a una orinadora a través de una rendija de una pared de water como el paciente traspuso súbitamente su libido, sin que nada, al parecer, lo predestinase a ello: pues las emociones infantiles ligadas a la fantasía de la madre fálica habían tomado hasta entonces el giro de la fobia [23]

No es sin embargo un nexo directo, como tampoco sería correcto ver en este voyeurismo una inversión de la exhibición implicada en la atipia de la fobia de diagnóstico planteado con justeza: bajo la angustia para el paciente de ser escarnecido por su excesiva talla.

Ya hemos dicho que la analista a quien debemos esta notable publicación da prueba en ella de una rara perspicacia regresando, hasta el tormento, a la interpretación que dio de cierta armadura aparecida en un sueño, en posición de perseguidor y por añadidura armada de un inyector de Fly-tox, como de un símbolo de la madre fálica.
¿No habría debido hablar más bien del padre?, se pregunta. Y se apresura a justificarse por no haberlo hecho alegando la carencia del padre real en la historia del paciente.

Mis alumnos sabrán, deplorar aquí que Ia enseñanza de mi seminario no haya podido ayudarla entonces, puesto que saben sobre qué principios les he enseñado a distinguir el objeto fóbico en cuanto significante para todo uso para suplir la falta del Otro, y el fetiche fundamental de toda perversión en cuanto objeto percibido en el recorte del significante.

A falta de él, ¿cómo no se acordó esa novicia dotada del diálogo de las armaduras en el Discurs sur le peau de réalité de André Breton? Eso la hubiera puesto en la pista.

¿Pero cómo esperarlo cuando ese análisis recibía como control una dirección que lo inclinaba a un acoso constante para volver a Ilevar al paciente a la situación real? ¿Cómo asombrarse de que al revés que la reina de España, la analista tenga piernas, cuando ella misma lo subraya en la rudeza de sus llamados al orden del presente?

Por supuesto, este procedimiento no deja de influir en el desenlace benigno del acting out aquí examinado: puesto que igualmente la analista, que por lo demás es consciente de ello, se encontró en una permanencia de intervención castradora.

Pero entonces, ¿por qué atribuir ese papel a la madre, de la cual todo indica en la anamnesia de esa observación que operó siempre más bien como celestina?

El Edipo desfalleciente fue compensado, pero siempre bajo la forma, en este caso desarmante de ingenuidad, de una invocación completamente forzada si es que no arbitraría de la persona del marido de la analista, favorecida aquí por el hecho de que, psiquiatra él mismo, sucedía que había sido él quien le había proporcionado ese paciente.

No es ésta una circunstancia común. En todo caso, debe recusársela como exterior a la situación analítica.

Las desviaciones sin gracia de la cura no son en sí mismas las que nos hacen reservados sobre su desenlace, y el humor, probablemente no sin malicia, de los honorarios de la última sesión desviados como precio del estupro, nos hace augurar bastante sobre el porvenir.

La cuestión que puede plantearse es la del límite entre el análisis y la reeducación, cuando su proceso mismo se guía por una solicitación prevalente de sus incidencias reales. lo cual se ve comparando en esa observación los datos de la biografía con las formaciones transferenciales: el aporte del desciframiento del inconsciente es verdaderamente mínimo. Hasta el punto de que uno se pregunta si la mayor parte de él no permanece intacta en el enquistamiento del enigma que, bajo la etiqueta de perversión transitoria, es el objeto de esta instructiva comunicación.

8. No se engañe el lector no analista: nada hay aquí para desvalorar un trabajo que el epíteto virgiliano de improbus califica con justeza. No tenemos otro designio que el de advertir a los analistas sobre el deslizamiento que sufre su técnica, si se desconoce el verdadero lugar donde se producen sus efectos.

Infatigables en la tentativa de definirla, no puede decirse que replegándose sobre posiciones de modestia, incluso guiándose por ficciones, la experiencia que desarrollan sea siempre infecunda.

Las investigaciones genéticas y la observación directa están lejos de haberse desligado de una animación propiamente analítica. Y, par haber tomado nosotros mismos en un año de nuestro seminario los temas de la relación de objeto, hemos mostrado el precio de una concepción donde la observación del niño se alimenta con la más justa puntualización de la función de la maternalidad en la génesis del objeto: queremos decir la noción del objeto transicional, introducida par D. W. Winnicott, punto clave para la explicación de la génesis del fetichismo [27].

Queda eI hecho de que las incertidumbres flagrantes de la lectura de los grandes conceptos freudianos son relativas a las debilidades que gravan el trabajo práctico.
Queremos dar a entender que es en la medida de los callejones sin salida encontrados al captar su acción en su autenticidad, como los investigadores, tanto como los grupos, llegan a forzarla en el sentido del ejercicio de un poder.

Este poder, lo sustituyen a la relación con el ser donde esa acción tiene lugar, haciendo decaer sus medios, a saber los de la palabra, de su eminencia verídica. Por eso es ciertamente una especie de retorno de lo reprimido, por extraña que sea, la que, desde las pretensiones menos dispuestas a embarazarse con la dignidad de estos medios, hace elevarse ese galimatías de un recurso al ser como a un dato de lo real, cuando el discurso que allí reina rechaza toda interrogación que no hubiese sido ya reconocida por una soberbia llaneza.