ADOLESCENCIA Y FUNCION PATERNA. Liliana Cohen.

Tiempo de Lectura: 8 min.



La función del Edipo es la virilidad y la feminización. La anatomía es el destino: se llega a hombre, se llega a mujer.

El Edipo normaliza en tanto la norma es la castración.

Castración concierne al rechazo de goce para alcanzarlo en una posición invertida de la ley del deseo.

Lo que se realiza por el Edipo es la asunción por el sujeto de su propio sexo.

Se trata de un proceso de simbolización para subjetivar una falta que está desde el inicio, pero de la cual el sujeto nada sabría sin el tramado edípico.

El complejo es un nudo, anuda la estructura del sujeto.

Tal como dijera Freud pene es igual a niño, ecuación simbólica primera que llega desde el discurso materno.

Por efecto de la función paterna con la doble prohibición, el niño cae como objeto–pene de la madre y deviene sujeto en el acto de inscripción con un significante de la caída como objeto y a la vez de la falta que deja en la madre.

El niño y la niña entran indistintamente en el Edipo por la operación que hace equivaler todo su cuerpo a lo que falta en la madre. Todo sin partes, el yo es el falo de la madre.

El cuerpo del niño es entonces un órgano de goce materno. Goce totalizado, ilocalizable, arrasador, ilimitado.

Para la madre que se supone ya haber pasado por un Edipo al cabo del cual llegó a desear un niño, ese órgano de su goce se puede denominar falo. Del lado del niño es narcisismo.

Por la operación de la metáfora paterna se eleva el órgano pene a la dignidad del significante fálico.

La metáfora paterna consiste en metaforizar una imposibilidad por una prohibición. La función del padre prohíbe lo que de todas maneras es imposible: ser el objeto del goce del Otro, ser el objeto que completa al Otro.

El tiempo inaugural de preponderancia del goce materno debe padecer la disrupción de lo que se llama pere-versión, versión hacia el padre.

Este se arroga la prerrogativa exclusiva del goce de la madre. La goza activamente a través de un órgano que es instrumento de goce. El pene da así zona localizada a un goce prohibido.

El "prestigio" del padre que porta ese órgano instrumento del goce pacificará las relaciones del infans con la madre, asegurando la castración en el orden del ser.

Ahora bien, ¿qué quiere decir que el deseo y la ley son la misma cosa?

Del seminario de "La Angustia" extraemos éste recorte: En el origen del deseo, el deseo del padre y la ley no son más que una y misma cosa, y la relación de la ley con el deseo es tan estrecha que sólo la función de la ley traza el camino del deseo. El deseo en tanto que deseo de la madre, deseo para la madre, es idéntico a la función de la ley.

En la medida en que la prohíbe, la ley impone desearla. La madre no es en sí el objeto más deseable. Si todo se organiza alrededor del deseo de la madre, si a partir de allí se plantea que la mujer a la que ha de preferirse, pues de eso se trata, debe ser otra que la madre.

¿Qué quiere decir esto sino que en la propia estructura del deseo se impone, se introduce una orden, y que se desea porque está ordenado? ¿Qué quiere decir el mito de Edipo sino que el deseo del padre hizo la ley?

La pubertad concierne al segundo tiempo del hallazgo del objeto. En relación al primer tiempo, el objeto parental aparece definitivamente condenado como objeto sexual. La división de aguas entre los objetos sexuales y los padres se hace nítida. La pulsión sexual que era hasta entonces predominante autoerótica, ahora halla al objeto sexual posible.

En el varón, en lo real de su cuerpo, un órgano se hace utilizable para reunirlo en el coito a una mujer. Es decir, para separarlo definitivamente de la madre. Los cambios que se producen son enumerados por Freud en "Tres ensayos".

En sus términos dirá que el crecimiento del pene obliga a:

1. Encontrar un nuevo fin sexual; el coito, abandonando total o parcialmente la masturbación infantil, lo que obliga a:

2. Encontrar un nuevo objeto. Una mujer diferente de la madre, lo que trae aparejado como consecuencia la exogamia y

3. Tratar de unir las corrientes tiernas que quedaron adheridas a la madre y las corrientes sensuales que se dirigen a una mujer, para no caer en la degradación general de la vida erótica.

Ahora bien en la pubertad, tiempo de las transiciones, la asunción imaginaria de los cambios corporalesdependerá de la respuesta que llegue desde el orden simbólico. En las sociedades llamadas primitivas son los ritos de iniciación los que se encargan de sancionarlo.

Este cambio en lo real, con el reacomodamiento de registros que implica, prepara una verdadera reformulación edípica, es por eso que Freud dirá que es la represión del incesto lo que se renueva. Se trata de un tiempo donde la estructura espera una ratificación.

En el varón el pene se hará índice de un reclamo de renovación de la prohibición del incesto con la doble interdicción que implica.

Es por esto que el órgano se eleva al significante.

Hay dos tiempos de elevación del órgano al significante: el primero de la conclusión infantil del complejo de Edipo; el segundo el de la crisis puberal.

Entre ambos momentos el significante fálico espera "en souffrance" para asegurar su papel ordenador en el Nachtráglich de la pubertad.

El falo entra como ordenador y también como carencia en relación a lo absoluto del goce.

La adolescencia se trata de un momento lógico donde la irrupción somática consolida el sexo como singular abarcando nada más que un pene o su equivalente. Determina así un corte a la ilusión de la "plenitud".

La sexualidad no cabe más que un poco en nuestra existencia determinando así un corte a la ilusión de la potencia plena. De lo insoportable a lo soportable. La metáfora paterna tempera así el goce.

Freud va a decir que el complicado proceso adolescente tiene una recompensa: la independencia de los padres, que surge entonces como producto de la transición de la endogamia a la exogamia.

La pubertad, segundo despertar sexual implica la posibilidad de jugar el goce en el acto sexual. Se trata del encuentro con el Otro sexo (La mujer), esto es lo real de la falta. Pone en juego el hallazgo del objeto en el cuerpo del otro por la vía fantasmática.

Frente a la avalancha pulsional, el complejo de Edipo y su consecuencia, la castración, se reedita. El sujeto tendrá que elegir, podemos decir, entre el incesto y su sexo: ¿Lo que despierta es lo que saca del incesto?

Podríamos decir que: niño se trata de aquel que todavía necesita del Otro real para la suspensión del goce. Está sujeto, sujetado al goce del Otro. La pregunta es por el deseo de la madre. Y ésta es deseada y no deseante.

Latencia, es el intervalo que lleva de un goce incestuoso a otro goce. Se trata del intervalo a–sexuado de pase al goce sexual en tanto fálico. También tiempo de comprender que la madre está castrada.

En la Adolescencia: la pregunta es por el goce y el deseo de la mujer.

Ahora bien. ¿Cómo pensar que un sujeto pueda liberarse de la autoridad de sus padres, sino por la pérdida de la consistencia del sentido que el Otro le otorga a su ser?

Esta pérdida posibilita que un sujeto tome la palabra y se haga responsable de su decir, posibilitando que "se cree la contradicción de la nueva generación en relación a la antigua".

La diferencia entre lo infantil y lo puberal podemos decir, es aquello que puede subjetivarse respecto de la diferencia de sexos y de la satisfacción pulsional. Y se refiere a cómo se posicionará el sujeto respecto de estas dos preguntas, movimiento que va de las teorías sexuales infantiles y la satisfacción para el Otro, en tanto responsabilidad parental, a la imposibilidad de la relación sexual y el responsabilizarse por el propio goce.

Liliana Paula Cohen.

Presentación en el Servicio de Adolescencia del Hospital Juan Fernández. 2002.