¿PUEDES PERDERME?. Haydée Heinrich.

Tiempo de Lectura: 14 min.

Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis: Buenos Aires; 1995.

Un niñito que se ha perdido va caminando por la calle. "Señor, señor", dice, "¿no vió a una señora a la que le falta un nenito como yo?"

Entre alienación y separación, el Sujeto formula su pregunta al Otro: "¿puedes perderme?". Pregunta clave, ¿de dónde surge? ¿Cuál es su lógica, cuál su necesariedad? ¿Qué caminos abre su formulación? ¿Cuáles cierra su fracaso? ¿Cómo incide que se la responda afirmativa o negativamente?

Tal vez podríamos comenzar nuestro recorrido reconociendo que esta pregunta en realidad intenta dar respuesta a otra, más inquietante, con la que el sujeto se encuentra en la intimidación misma que le hace el Otro con su discurso, al entrever que el Otro, lejos de saber lo que desea, apenas si sabe lo que demanda.

Como sabemos, es propio a la estructura del significante, a la cadena significante que vehiculiza la demanda del Otro- el intervalo que se encuentra entre los significantes. Y es en ese intervalo en el que se insinúa el deseo del Otro. Deseo que intriga al sujeto: las infatigables preguntas de los niños no apuntan a otra cosa que a hallar un punto de falta en el discurso, que confirme la existencia de un deseo en el adulto.

Es aquí que se le plantea al Sujeto la primer pregunta que dirigirá al Otro: "¿qué es lo que quieres?" "Me dices que coma, ¿pero qué quieres en realidad?" La demanda del Otro ha dejado de ser unívoca, sabe ya que "comé" no significa solamente eso, pero ¿qué otra cosa significa? "Comiendo satisfago tu demanda, pero ¿cómo satisfacer tu deseo?"

Obviamente, el sujeto no sabe qué ofrecer. Recurrirá entonces a lo único que tiene a mano. Hará como Gribouille, dice Lacán, responderá con lo aprendido en el tiempo precedente.

Gribouille es el tonto del pueblo, quien una bella mañana se encuentra con un cortejo fúnebre. "Un muy lindo día tengan ustedes", saluda alegremente; inmediatamente se lo reprende: "no se dice así, sino "mi más sentido pésame". Continúa caminando, y se cruza con un cortejo nupcial. Educadamente saluda: "mi más sentido pésame".

El Sujeto, por su parte, lo que ha recogido del tiempo precedente, el de su alienación significante, es su afanisis, su desaparición bajo los significantes que lo representan. Es así que, al encontrarse con el enigma del deseo del Otro, ensaya esa misma respuesta. "¿Qué quieres? ¿acaso quieres mi desaparición? ¿quieres perderme?"

Podríamos plantear entonces, que la afanisis, que hasta ese momento simplemente era "efecto" de la alienación significante, deberá pasar a ser función, "función afanisis" y operará mediante la pregunta "¿puedes perderme?"; su puesta en juego será necesaria para sostener la interrogación de los significantes de la demanda del Otro.

Si mediante el ofrecimiento de su carencia, el sujeto logra alcanzar la carencia del Otro, estarán dadas las condiciones para que se opere la torsión del segundo tiempo, la separación, por la cual el sujeto se liberará del peso afanísico del S2; si se efectúa el recubrimiento de ambas carencias, -indicado en la intersección de los círculos de Euler-, se recorta el objeto, produciéndose la juntura del deseo del Sujeto y del deseo del Otro, quedando abiertas las vías para la instauración de una neurosis de transferencia.

Pero no alcanza con que el sujeto se ofrezca a colmar la carencia del Otro con su afanisis, también es necesario que el Otro la acepte. Es decir, que éste debe dar muestras de que la desaparición del sujeto representaría una pérdida para él. Es el caso del niñito de nuestro epígrafe; él sabe que su falta no pasaría desapercibida para su madre, hasta supone que cualquier extraño la notaría.

Sin embargo, sabemos que el Otro no siempre arriesga la mostración de su falta. No me refiero a la posibilidad de que el Otro no aloje convenientemente al sujeto por preferir algún otro objeto de deseo, sino al caso particular en que el Otro efectúe un rechazo de su falta, obturando el intervalo que se encuentra entre los significantes de su demanda.

Efectivamente, esta función del "¿puedes perderme?", secundaria a la instauración del Significante del Nombre del Padre, inherente a la operatoria del Significante de la Falta en el Otro y lógicamente necesaria para la constitución del sujeto deseante, por distintos motivos, puede fracasar.

En los capítulos del Seminario 11 en que desarrolla estos conceptos, Lacán hace referencia a dos problemáticas en las que podemos suponer una falla en esta función: el fenómeno psicosomático y la anorexia.

Respecto del primero me interesa subrayar la siguiente afirmación: "En el fenómeno psicosomático la inducción significante a nivel del sujeto ha transcurrido de un modo que no pone en juego la afánisis del sujeto". Y un poco más adelante reitera que allí "...ya no podemos más tener en cuenta la función afánisis del sujeto."

Por otro lado, respecto de la anorexia leemos: "El fantasma de su muerte, de su desaparición es el primer objeto que el sujeto tiene que poner en juego en esta dialéctica, y en efecto lo pone -por mil razones lo sabemos aunque sólo sea por la anorexia mental."

Proponemos pensar que fenómeno psicosomático y anorexia se deben a distintas fallas en la función del ¿puedes perderme?: mientras el enfermo psicosomático no puede poner en juego la función afanisis para interrogar los significantes provenientes del Otro, la anoréxica, por el contrario, no puede dejar de ponerla en juego, a la espera de una respuesta afirmativa que no llega.

No es mi intención analizar aquí estos dos fenómenos. Los he introducido como apoyatura en relación a la pregunta que centra este trabajo, y que reformularía ahora de la siguiente manera: ¿Cómo precisar la función del "¿puedes perderme?", en su estatuto fundacional del sujeto deseante?

Retomemos la cuestión. Decíamos que para que la separación se produzca es necesario el recubrimiento de dos carencias, la del Sujeto y la del Otro. Esta concepción de Lacan se vería privada de su verdadera dimensión, si olvidáramos que la primera carencia, -la del Sujeto como efecto de la alienación significante-, en realidad no es primera, sino que encubre una carencia previa que es real.

Se trata, como sabemos, de la pérdida constituyente del Sujeto, la pérdida de su vida inmortal, puro instinto de vida irreprimible, ya que, en función de su reproducción sexuada, estará afectado por la muerte biológica.

El ser hablante no es el único afectado por la muerte, pero sí el único, nos dice Lacán, que tiene el privilegio de captar el sentido mortífero de ese órgano incorporal que él llama laminilla, libido, hommelette, en su relación con la sexualidad. "Esto porque el significante como tal, al tachar al sujeto, de buenas a primeras ha hecho entrar en él el sentido de la muerte," nos dice.

La afánisis del sujeto introducida por el significante, sólo adquiere dimensión real en la medida en que redobla la muerte introducida por la reproducción sexuada. A su vez, la muerte biológica a la que está sometido el viviente, sólo se le revela simbólicamente al ser hablante por intermedio del factor letal que introduce el significante. Es esta conjunción la que le permite intentar hacer de su muerte el objeto del deseo del Otro.

Nos hallamos pues ante un sujeto herido de muerte, simbólicamente mortificado por el significante afanísico, y realmente sometido al peso de la muerte biológica.

Lacan recurre al mito de la laminilla, esa especie de ameba pegajosa y escurridiza, que por su reproducción escisípara resulta inmortal y también mortífera; puede colarse bajo las puertas y pasar a través de cualquier hendija, y el hecho de ser irreal, no le impide encarnarse en el cuerpo. ¿Cómo acotarla? ¿Cómo detenerla sin que se nos cuele entre los dedos?

La laminilla, puro instinto de vida inmortal, aún siendo imposible, deberá, además, volver a ser perdida. Hará falta para ello una operación, que intentaremos situar, gracias a la cual, la laminilla sólo mantendrá un resto de su vigencia a través de sus representantes. El sujeto los encontrará - se trata de las distintas especies del objeto a - en el campo del Otro; la pulsión se dedicará a dar vueltas alrededor de estos objetos con la intención de restañar la pérdida original, perdiéndolos una y otra vez.

La clínica nos da muestras de lo mortífero de la laminilla, cuando no ha sido dada por perdida. Recordaba un paciente diagnosticado con lo que se conoce como "Síndrome de Cotard", quien cotidianamente me hacía muda partícipe de su drama: aún sabiéndose muerto, nunca podría morir: su certeza radicaba en que, si se tiraba bajo un tren, sus pedacitos seguirían viviendo.

El goce no acotado de la laminilla puede adoptar también otra modalidad, que consiste en su encarnación en el cuerpo. Así, en el fenómeno psicosomático, la pulsión, al no poder dar vueltas alrededor de un objeto perdido, lo hará alrededor de un órgano, que resultará lesionado.

En ninguno de los dos casos, han venido al lugar de la laminilla, como sus sustitutos, los objetos que el sujeto naturalmente pierde - en primer lugar las heces -, y luego la mirada y la voz.

Si bien con efectos y por motivos diferentes, psicosis y fenómeno psicosomático comparten la particularidad, de que la laminilla sigue vigente como tal, y no en tanto resto en el objeto pulsional. Como es sabido, también comparten, en términos de Lacan, la holofrase, que es otro modo de decir que ha fracasado el intervalo en el que se hubiera recortado dicho objeto.

Pero volvamos a nuestra pregunta, que guarda íntima relación con la posibilidad de transformar una laminilla mortífera en un resto pulsional. Decíamos que ante el encuentro con la carencia del Otro, el sujeto ofrece su pérdida; podemos decir ahora, ante la ambigüedad de esta formulación ("su pérdida"), que no sólo le ofrece su pérdida subjetiva (¿puedes perderme?), que le retorna de su alienación significante; también le ofrece, como retorno de su carencia real, su pérdida objetiva, es decir, lo que perdió por su reproducción sexuada, a saber, su vida inmortal representada en la laminilla.

"Este órgano de lo incorporal en el ser sexuado", nos dice Lacán, "es esto lo que del organismo el sujeto viene a colocar en el tiempo en que se opera la separación".

Por ello, al proponerse recubrir la carencia del Otro con su propia carencia, lo que nos interesa en realidad, no es tanto que el sujeto colme la falla que encuentra en el Otro, sino, "en primer lugar, la de la pérdida constituyente, de lo que pierde por su reproducción sexuada".

Es decir que si el Otro no positiviza la pérdida del sujeto, o si éste, por su parte, no puede ponerla en juego, el sujeto permanecerá descarnadamente enfrentado a la Muerte, esa que, igual que al Sol, no se puede mirar de frente.

Adquiere pues toda su dramaticidad que este tiempo sea logrado: para protegerse del significante binario que lo hace desaparecer simbólicamente y que, como veíamos, no es más que un recubrimiento de su pérdida real constituyente, que es primera, el sujeto deberá atacar la cadena significante del Otro en su punto más débil, el del intervalo, operando para ello con su propia pérdida.

"Nada en la vida de ninguno desencadena más encarnizamiento para lograrlo", nos dice Lacán. "Es por vía de la separación, que el sujeto podrá procurarse lo que le incumbe: un estado civil."

La carencia real del sujeto, -es decir su sometimiento a lo real del sexo y de la muerte -, por la intermediación de su carencia simbólica, -la que se produce al ser afanizado por los significantes que lo representan-, podrá ser positivizada en términos de carencia imaginaria para el Otro, siempre que el Otro acepte concederle ese estatuto fálico. Sólo si la carencia imaginaria anuda la carencia real y la carencia simbólica, el ser hablante, aún herido de muerte, podrá convertirse en un sujeto deseante.

Me atrevería a decir que, haber alojado la pérdida del sujeto en el campo del Otro, produciendo la juntura del deseo del sujeto con el deseo del Otro, no sólo abre la vía a la transferencia, como dice Lacan, sino también, en tiempos instituyentes, a la neurosis de transferencia en sí misma.

Conocemos el desarraigo, el desasosiego, la agonía de aquél que no ha encontrado una articulación significante y un recubrimiento imaginario para su falta real, de quien no ha podido hacer de su falta la causa del deseo del Otro, de algún Otro...

Encontramos, en ocasiones, este desasosiego adormilado, como decía Freud, por sustancias embriagadoras; otras veces, presenciamos actuaciones e impulsiones con las que el sujeto aún intenta desesperadamente mostrarle al Otro que no le está haciendo un lugar; hay también quienes pretenden producir esta falta con su propia pérdida en lo real, dejándose morir de inanición.

Son algunos de los distintos modos -descarnados, por cierto- de atacar la cadena significante en busca de un intervalo, cuando la pregunta "¿puedes perderme?" ha fracasado. Sabemos que no es fácil disuadir a un sujeto del encarnizamiento con que procura lograrlo. No debería sorprendernos: se trata efectivamente, para él, de procurarse un estado civil.

Tampoco debería sorprendernos que la mayoría de las veces no le resulte sencillo entrar en el dispositivo analítico y desplegar su neurosis en transferencia. Lacán nos enseña que sólo se puede confiar en el Otro en la medida en que se le supone un deseo. El sujeto es supuesto saber solamente en tanto es supuesto desear. Tal vez podríamos pensar que, cuando falla esta suposición de un deseo en el Otro, -si bien estaríamos en presencia de una neurosis-, ésta, sin embargo, no sería "de transferencia".

Por último, con respecto a la cura de estos sujetos, creo que el analista, lejos de perfeccionar su saber para la eficiente erradicación de anorexias, bulimias, impulsiones, adicciones o psicosomáticas, por el contrario, debería arriesgarse a poner en juego su falta de saber, apostando a que, en ese intervalo el sujeto encuentre su lugar.

Haydée Heinrich. Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis: Buenos Aires; 1995.