DEL MALESTAR EN LA CULTURA... Alicia Le Fur

"Del malestar en la cultura al malestar en el mercado"

Alicia Le Fur

A modo de introducción

Este ciclo de conferencias invita a debatir sobre los problemas que plantea hoy la clínica. Parece productivo empezar por elucidar cuales son esos problemas para después buscar las herramientas de pensamiento más aptas para tomarlos simbólicamente. La convocatoria postula algunos como la caída del Estado, el dominio del mercado y la crisis que atravesamos. Podrían incluirse otros como la devaluación de la función paterna y la consecuente caída del estatuto simbólico de la Ley; las ‘nuevas patologías’ que la Cultura arroja (o, sustrae) 1 a la clínica y la violencia que estraga la vida cotidiana de todos 2, en cualquier caso es posible afirmar que la época en que nos toca vivir y ejercer el oficio que se ocupa del sufrimiento psíquico impone una suerte de exceso respecto del Malestar por la represión pulsional exigida por la Cultura. El agravamiento de la crisis y el default de diciembre, sin duda aumentó este plus de modo cuantitativo, dejemos anotada la posibilidad de que se haya producido un cambio cualitativo. Esta es la tesis que les propongo recorrer.

Para hacerlo parece productivo recortar un síntoma social que permite pensar los demás: la transformación del trabajo en un "bien" escaso y precario. Recordemos que Freud postula al trabajo cotidiano como el recurso más eficaz para enfrentar el malestar en la cultura, justamente (y, de ahí la elección del título) cuando el mercado hace del trabajo algo no cotidiano, el abandono de esa función no puede dejar de tener efectos psíquicos y sociales.

Sin embargo, la singularidad del sujeto impide establecer cuales son esas consecuencias, lo que lleva a preguntarnos: ¿Esas consecuencias atraviesan nuestra práctica? O, lo que es lo mismo ¿Cuál es la pertinencia –y la eficacia– del psicoanálisis para pensar los síntomas sociales que sufre el sujeto de su práctica?

Me atrevo a conjeturar una respuesta espontánea a la primera pregunta en términos: la práctica se resiente porque gente no tiene plata ni siquiera para viajar al hospital, etc.; lo cual es cierto, pero, lejos de responder la pregunta abre paso a otra ¿Alcanza la falta de plata para explicar el reinado de la ideología de la autoestima, los manuales de autoayuda (contradicción lógica ¡Sí las hay!) y otras yerbas y "flores"?

Parece productivo suspender las respuestas para atravesar esos interrogantes por los conceptos sujeto y subjetividad. Con este objetivo apelo a una cita para abrir paso a un desarrollo donde, siguiendo la consigna (lugar del psicoanálisis hoy y su relación con otros discursos) me propongo interlocutar con otras disciplinas.

Desarrollo
(
Sobre la dimensión imaginaria del trabajo)

"... Que renuncie quién no pueda unir su horizonte a la subjetividad de su época..." 3

La expresión puede entenderse como una invitación a acoplarse a la subjetividad de una época o como una convocatoria a pensarla. El historiador José Luis Romero (padre) alertaba sobre la imposibilidad de sustraerse a la subjetividad epocal: quien quisiera hacerlo, decía, debería contar con la formidable capacidad de transformarse en testigo de lo que se es actor y, agregaba: en los momentos de cambio se redobla la dificultad porque se produce un desacople entre los pensamientos, que cambian por influjo de los nuevas situaciones y los métodos para pensar esos pensamientos. Llamaba a ese problema ‘mentalidad de época’ 4 y, este breve recorrido, se propone poner a trabajar algunas herramientas conceptuales la disciplina psicoanalítica (en adelante, teoría) para pensar los problemas sociales que atañen al sujeto de su práctica y a su práctica misma (en adelante, práctica, oficio o saber hacer con el sufrimiento psíquico 5).

Ahora bien, la sociedad no es tal sin sus elementos, pero éstos no son objetos inertes (víctimas de lo social) sino sujetos activos, cuyos actos hacen lo social. La teoría y la práctica psicoanalítica se basan en este concepto de sujeto: no libre, sino condicionado por un cuerpo mortal, por la rivalidad y el amor con el semejante (por la Cultura) pero, en tanto parlante, con posicionamientos y deseos que lo responsabilizan de modo ético, por lo que hace con los condicionamientos sociales que lo emplazan. Otras disciplinas no comparten esta noción de sujeto. La economía y la sociología, por ejemplo, definen su mínima unidad de análisis según el modelo del consumidor "individuo racional que somete sus decisiones a la lógica costo-beneficio". Esta idea de un actor social cuyas elecciones se reducen a buscar en los escaparates del mercado la mercancía que más beneficios le brinde al precio más bajo posible pasa a explicar todas las decisiones desde trabajar o estudiar, hasta tener un hijo o delinquir 6 y, dada la potencia performativa del lenguaje 7, labra una subjetividad consumidora que genera el consumo mismo.

Entonces, las decisiones del sujeto hacen lo social al tiempo que dispositivos8 legitiman prácticas que se interiorizan en el sujeto hasta conseguir labrar su subjetividad, o sea la instancia imaginaria del psiquismo.

Para que el cuadro permita pensar la situación actual es preciso señalar que se suele ubicar el comienzo de la modernidad tardía (sustitución del ciudadano por el consumidor9 y de los estados keynesianos por organismos técnico administrativos al servicio del mercado) en la primera crisis petrolera. En nuestros pagos ese cambio opera tres años más tarde con el advenimiento del terrorismo de estado.

Malestar en la cultura ------------------------- Malestar en el mercado

Ahora bien, los discursos que legitiman el lugar no se correspond en exhaustivamente con los que tallan la subjetividad del ocupante. Por ende se produce una distancia entre el lugar y el ocupante10.

O sea, el sujeto es singular, pero una instancia de su psiquismo que se puede llamar subjetividad, narcisismo, yo u orden imaginario sede de las identificaciones especulares y los fenómenos de sentido (ocupante) es labrada por prácticas discursivamente legitimadas (lugar). En la brecha entre lugar y ocupante (de carácter ineliminable: es imposible la adaptación plena de un cuerpo a la estructura que lo emplaza) se ubican los síntomas que estragan a ambos (plus Malestar en la Cultura) y también el acto creativo (arte, ciencia, acontecimiento, etc.) Por ende no se trata de achicar o agrandar esa brecha, sino de impedir que trabaje a favor del síntoma para ponerla al servicio del acto creativo.

Este cuadro permite pensar distintos síntomas sociales que sufren los sujetos de nuestra práctica y afectan la práctica misma, no tanto porque los potenciales analizantes no tengan plata para costear un tratamiento o para llegar al hospital 11, sino porque la subjetividad consumidora ávida de soluciones rápidas opta por los manuales de autoayuda, las ideologías de la autoestima y otras yerbas o flores.

Anticipamos que en la distancia entre lugar y ocupante no se ubican sólo los síntomas, sino también los actos creativos y entre ellos ubicamos el acontecimiento12 que rompe una realidad social (y una subjetividad) para instaurar otra que recién podrá ser leída a posteriori.

Parece apresurado (e innecesario) definir aún sí el 19 de diciembre se produjo un acontecimiento. Alcanza, por ahora, con recordar que esa noche cada cual tomó la calle por sus razones, pero el significante que disparó el cacerolazo fue "estado de sitio". Vimos que en el Estado de Sitio desaparecedor se ubica el nacimiento de la subjetividad consumidora y el nuevo Estado de Sitio declamaba protegerla de los "vandálicos" saqueos que atentaban contra sus preciados bienes. Después vinieron las Asambleas y estas abrazan al piquetero (a quien la subjetividad consumidora había repudiado) y adoptan prácticas que no aspiran a la representación como los escraches. Vamos a una breve viñeta clínica:

En el mes de noviembre del año pasado recibí la consulta de una señora derivada por su hija psicóloga a punto, ésta última, de radicarse en la Italia de sus abuelos. Esa partida reavivaba el duelo no superado por la muerte de su marido ocurrida un año antes y durante varias entrevistas despliega el dolor que le ocasionan ambas pérdidas sin que aparezca un síntoma o una pregunta que amerite un tratamiento. El dilema ético fue fuerte porque en medio de una crisis económica que no perdona los divanes es difícil rechazar un "caso", pero el duelo no es un síntoma sino un trabajo para no caer en él. Por lo tanto, después de verificar que contaba con familiares y amigos, hacía cursos y otras actividades, decidí recomendarle que apele a esas instancias para elaborar sus duelos.

En esas circunstancias le acorralan los ahorros, que incluían lo cobrado por el seguro de vida del marido y el producto de la venta de una quinta y un coche. Con temor se suma al cacerolazo del 19 de diciembre junto con su hija. Le siguen las Asambleas y hoy la hija somete su decisión de ausentarse al desenlace de estas prácticas y la madre sostiene: hice el trayecto de todas las semanas para tomar el colectivo que me lleva al cementerio y me di cuenta que algo había cambiado, hablo con mis vecinos, me saludan por el nombre. Paradójicamente, ahora sí, se formula preguntas que abren paso a las condiciones de posibilidad de un análisis...

Para concluir, desde el punto de vista objetivo de las condiciones económicas, la crisis que sufre el sujeto de nuestra práctica amenaza a esa práctica. Sin embargo -y admitiendo que no es serio hacer pronósticos en cualquier situación en que intervengan sujetos- desde el punto de vista subjetivo, el sujeto que se presenta en la escena política no parece asimilable a la subjetividad consumidora que buscaba soluciones rápidas. Si este sujeto renuncia a opinar para pensar, se abren nuevos espacios para el psicoanálisis hoy.

Una vez establecido que el trabajo como otras prácticas sociales (consumo, adhesión a un cuadro de fútbol: soy de Boca, etc.) otorga identidad (soy carpintero o maestra) pero el primero excede este orden imaginario que sirve a los dispositivos de poder, cabe abrir paso a las funciones simbólica y real que la retirada del trabajo deja vacantes en el aparato anímico.

Sobre la dimensión simbólica y real del trabajo

Había una vez un pájaro que en medio de una tormenta trasladaba a sus hijos (impedidos aún de hacerlo por sus medios) a través de los mares para brindarles seguro refugio. Exhausto por la travesía y ya concluyendo el viaje pregunta a cada uno: -¿Cuándo esté viejo, enfermo y cansado de volar harás por mí lo que estoy haciendo por vos?- Ante cada respuesta afirmativa el pájaro padre abre el pico y abandona al pichón en la tormenta. Por fin uno se pronuncia: no sé si lo haré por vos, pero estoy seguro de hacerlo por mis hijos. Este último llega a tierra firme. Recomienza, entonces, el ciclo...

Hasta acá la leyenda. Son los seres parlantes quienes, a diferencia de sus antecesores animales, no pueden recorrer por sus medios los primeros pasos en la vida 13, por lo cual contraen una deuda, no tanto con los amorosos brazos que los trasladan, sino con la palabra que los arranca de ellos para que vuelen. Esa deuda es simbólica porque incluye el mandato de pagarla a la próxima generación junto con la Ley que ésta la pague a la siguiente.

La metáfora de los pájaros que hablan revela que la palabra permite algún saber sobre la condición mortal impuesta por la reproducción sexuada que debe ser transmitido por la función paterna porque el recorrido inicial en los acogedores brazos maternos 14 deja la impronta imaginaria de una omnipotencia que niega el carácter finito de la existencia.

Dicho de otro modo, el lenguaje y el trabajo15 no vienen de entrada, pero ambos preceden y suceden al sujeto. Dada su inmadurez inicial el infans es hablado y, aunque el momento de ingreso a la producción varíe históricamente, tiene que ser sostenido hasta su edad productiva, pero no es ese sostén sino su interrupción lo que genera una deuda que se paga a los hijos. Se genera así una cadena donde cada generación se apropia de lo que deja la que le precede para entregarlo cuanti y cualitativamente enriquecido a la que le sucede.

En todos los mitos inaugurales de la humanidad, desde el paraíso perdido hasta la edad de oro del mito prometeico; como en la ilusión de completud del pichón prematuro y en la novela familiar del neurótico; los hijos y los frutos brotan de la tierra sin requerir de los hombres más esfuerzo que el que les demanda tomarlos. Ahora bien, esa edad de oro o paraíso sólo se constituyen en tales una vez perdidos porque esa etapa del camino, si bien se recorre en los acogedores brazos de los dioses-padres el bebé no obtiene lo que quiera o necesita sino lo que el Otro materno considera que es lo mejor para él.

En efecto al infans le basta llorar para obtener un don que sólo puede aceptar o rechazar según la lógica del modelo oral: lo trago-lo escupo . Por ende, ser ese niño maravilloso resulta terrorífico porque, si bien exime de recorrer por los propios medios el primer tramo de la vida, deja a merced del deseo materno en cuyos brazos se atraviesa.

Ciertas marcas causadas por esa contradicción (articuladas con la interdicción paterna de ser el falo materno) llevan a que el infantil sujeto abandone la pretensión de ser criatura de los dioses-padres de quienes se separa, para hacer (devenir sujeto responsable de su deseo).

Esta renuncia al ser abre una herida que se sutura con los sentidos que el hombre encuentra para lo que hace. Una vez instaurados esos sentidos (orden imaginario del psiquismo) el sujeto pretende ser reconocido por el otro de la Cultura como el niño maravilloso que cree haber sido para el deseo materno, cuando es imposible obtener este tipo de reconocimiento del alter ego porque éste pretende lo propio.

El trabajo otorga ese reconocimiento pero, no lo brinda al ser como pretende el narcisismo, sino a un producto que el productor debe perder para que circule en la Cultura como valor. El consumo también brinda reconocimiento, pero no lo proporciona sobre un producto, sino sobre una imagen efímera que debe ser renovada constantemente.

Ahora se entiende la razón por la cual Freud entiende que el trabajo cotidiano es el recurso más eficaz para enfrentar el Malestar en la Cultura. Recordemos que lo hace después de descartar las intoxicaciones 16, el amor, la ciencia y el arte. Las primeras, dice, son tan peligrosas como cualquier intento de restauración narcisista, mientras el amor constituye la estrategia más "boba" porque expone a la pérdida del "objeto" amado. Por su parte, agrega, la creación científica o artística no resultan accesibles para todos.

Ahora bien, ese enunciado se puede entender en clave cuantitativa (criterio elitista que distingue más o menos dotados) o cualitativa: diferencia entre trabajo (cotidiano) y acto creativo (acontecimiento esporádico). Es decir los productos del trabajo cotidiano del artista y el científico obtienen reconocimiento social, el acto creativo en un sentido fuerte, en cambio, si bien se apoya sobre un piso simbólico de trabajo cotidiano 17, no obtiene ese reconocimiento en la medida en que presenta algo nuevo que rompe con lo pensable en una situación social 18. La pluma de Althusser 19 lo dice así:

"... La historia de la Razón Occidental envuelve a los recién nacidos con los mayores cuidados. Durante el siglo XIX nacieron tres niños a los que no se esperaba: Marx, Nietzsche, Freud [...] Hablo sólo de ellos, podría nombrar a otros malditos que vivieron su condena a muerte en el color, el sonido o el poema porque dieron origen a ciencia o a crítica [...] Consideremos simplemente la soledad teórica de Freud. Cuando quiso pensar, es decir, expresar bajo forma de conceptos abstractos los descubrimientos que encontraba en su práctica, quiso buscar precedentes -padres en la teoría- y tuvo que someterse a ser su propio padre. Construir con manos de artesano el espacio teórico donde situar su descubrimiento, tejer la red para pescar el redundante pez del inconsciente que los hombres creen mudo porque habla incluso cuando duermen..."

El trabajo brinda un suelo simbólico (descubrimientos que encontraba en su práctica) para el real del acto creativo (conceptos abstractos). El primero recibe el reconocimiento que la cultura otorga al producto de esa práctica (el producto del trabajo de Freud: sus intervenciones fueron reconocidas por Isabel, Ana, etc.) el segundo (tesis nietzscheana de la muerte de dios, marxiana del plusvalor y freudiana del inconsciente y las de otros malditos que vivieron su condena a muerte en el color, el sonido o el poema porque dieron origen a ciencia o a crítica) no obtiene ese reconocimiento porque resultan subversivos al lazo.

El trabajo suministra entonces, un criterio que divide aguas generacionales, un ordenador de la vida cotidiana y una herramienta para enfrentar el malestar en la cultura porque brinda el reconocimiento que pretende el narcisismo, pero el mismo no se expide sobre el ser del productor sino sobre el producto de su trabajo. Este último punto aparece de modo taxativo en la obra sobre el trabajo del chiste. Tanto el chiste como lo cómico facilitan la descarga (mediante la hilaridad de la risa) de tendencias libidinales u hostiles. La risa indica en ambos casos un reconocimiento del otro de la Cultura (Otro) pero en el primero el reconocimiento opera sobre un producto (familliönar, por ejemplo) y en el segundo sobre el ser del gracioso 20.

Insistimos, el trabajo otorga un piso al acto creativo que constituye un real que escapa al universo simbólico de una época y éste se corresponde con los dispositivos discursivos que legitiman las prácticas productoras de realidad social y subjetividad. La subjetividad producida por el malestar en la cultura se estructura en función de una ley que, sin ser necesariamente justa, rige para todos y dicta de antemano las reglas de juego. Por su parte, el malestar en el mercado no responde a otras reglas que la oferta y la demanda: premia o castiga un emprendimiento con posterioridad a su ejecución.

Lejos de probar la tesis planteada al principio sobre el cambio subjetivo anunciado al principio, dejamos abiertas las condiciones para que cada quien lo siga pensando...

A modo de conclusión provisoria

En el momento de concluir se impone resaltar la productividad de la teoría del nudo sin adentro afuera para pensar la complicada relación donde los actos del sujeto se exteriorizan en lo social y lo social se interioriza en el sujeto con potencia para forjar la instancia imaginaria de su psiquismo. Sin embargo, el sujeto, éticamente responsable de lo que hace con el lugar que le otorga la sociedad, no se confunde con la subjetividad labrada por los discursos que legitiman ese lugar. En la brecha entre ese lugar discursivamente constituido y su ocupante, también discursivamente constituido, se ubican síntomas sociales como la caída del Estado, el dominio del mercado y la crisis que atravesamos a que convocan pensar este ciclo de conferencias.

Vimos que la constitución del trabajo en un bien escaso y precario 21 articula esos síntomas con la devaluación de la función paterna y la pérdida consecuente del estatuto simbólico de la Ley. Esos síntomas dan cuenta de un plus respecto del Malestar 22 que impone la represión pulsional exigida por la Cultura y el imaginario los perpetúa al imponerlos como naturales para los mismos sujetos que los producen y padecen.

Ahora bien, la práctica globalizadora legitimada por el discurso economicista de la eficacia técnica labra una subjetividad consumidora muy diferente a la descripta por la obra freudiana lo que lleva a concluir este breve recorrido con otra pregunta ¿Se trata de descartar la teoría? Una respuesta afirmativa tiraría al niño con el agua de la tina al renunciar a pensar los síntomas sociales que generan sufrimiento en el sujeto de su práctica y complicarían la práctica. La alternativa que propone este trabajo es poner a trabajar los conceptos del oficio al servicio de esos problemas, para desnaturalizarlos y para que no se impongan como determinaciones al sujeto y al analista.

Este camino no es fácil e implica un fuerte trabajo de pensamiento respecto de los condicionamientos que impone la época en que nos es dado transitar y ejercer el oficio, pero, los condicionamientos no son determinaciones. Decía Jean-Paul Sartre, llamaré cobarde a quien haga de los condicionamientos de su época, determinaciones.

Queda elucidada, ahora, la apuesta ética del párrafo que inaugura este breve recorrido: que renuncie quién no pueda unir su horizonte a la subjetividad de su época.

Alicia Le Fur

Notas

1 En efecto, la tríada ‘bulimia, anorexia y adicción’ parece no cernible desde las estructuras freudianas pero, importa ahora verificar que son más son "patologías" del consumo que del sujeto (aunque las sufra un sujeto, simplemente porque sufrimiento y bienestar son categorías que sólo un sujeto puede experimentar).

2 Trabajaron con Delgado la violencia del mercado, agreguemos que algunas formas de violencia se imponen como ‘naturales’ para las mismas personas que las generan y padecen. Por ejemplo, la violencia que atenta contra la propiedad es percibida por todos y consigue que se construyan "cárceles de incluidos": countries, rejas y llaves que anulan aquella vieja ‘conquista de la humanidad que fuera el portero eléctrico’ y, lejos de evitar robos, exponen al "apriete" y obligan a un enfermo a bajar a abrir la puerta al médico (y a un analista a sus pacientes) mientras; la violencia del tránsito (que mutila más vidas) no se registra como tal y, a diferencia de la delincuencial, nadie se beneficia de ella y todos la sufren y generan. Insistimos, se trata de síntomas sociales imaginariamente naturalizados de los que no nos eximimos los analistas, pero contamos con herramientas conceptuales para leerlos.

3 LACÁN, Jaques; "Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis" en Escritos 1, México, Siglo XXI, 1980.

4 ROMERO, José Luis; (padre) Estudio de la mentalidad burguesa, Buenos Aires, Alianza, 1987.

5 Las expresiones ‘sufrimiento psíquico’, ‘imaginario humano’ y ‘vida cotidiana’ son tautológicas porque, así como no hay otra vida que la cotidiana, un dolor puede ser originado por "causas" físicas, pero el sufrimiento siempre es psíquico, simplemente, porque los cuerpos pueden degradarse, no sufrir.

6 Así, la teoría utilitarista del castigo propone una pena lo suficientemente severa como para que cumpla efectos disuasivos y lo bastante indulgente como para no caer en la retaliación de la que acusa a la teoría retribucionista.

7 La lingüística distingue enunciados descriptivos (por ej.: el papel es blanco) y enunciaciones performativas (Vb.: prohibido fumar). Los primeros describen una realidad previa e independiente al acto de habla; las segundas -a condición de resultar socialmente legitimadas- producen una realidad social (lugar sin humo) y una subjetividad (no fumador). Entre nosotros sabemos que el enunciado descriptivo ‘bobo’ dicho por un padre hace del hijo un bobo -o un genio- pero, no siempre registramos la potencia performativa de instituciones no familiares.

8 FOUCAULT, Michel; El discurso del poder, Bs. As., Folio, 1983. La ilustración de los dispositivos en forma de red intenta dar cuenta de que tienen agujeros y nudos (brechas y concentraciones de poder).

Vale dejar anotado que no son estrategias pergeñadas por los poderosos (es cuyo caso serían farsas) sino ficciones que encuentran su eficacia en no ser percibidas como tales. Por ej., durante la modernidad el discurso hegemónico fue el del progreso hoy desplazado por el económico. Después de dos guerras llevadas a cabo en nombre del progreso se percibe un carácter ficcional que pasaba inadvertido mientras tenía vigencia y, por eso, lograba labrar el progreso que declamaba en la medida en que los actores sociales tomados por ese discurso, trabajaban e investigaban; es decir, producían el progreso mismo. Además de tallar una subjetividad "oficial" los dispositivos producen su contracara: el niño fue el excluido temporal y el loco el excluido radical de la subjetividad del ciudadano racional labrada por el discurso racionalista del progreso, el excluido (adulto o infantil) es la contracara de la subjetividad consumidora tallada por el discurso economicista de la eficacia técnica. Importa aclarar que no formulamos una condena moral al consumismo, por el cual todos –hasta los radicalmente excluidos de él– estamos tomados.

9 En términos de Delgado: El consumo es un significante amo de la época. Un significante amo ordena y regula el goce, las formas de significación y reconocimiento de las personas, además de la circulación de bienes. Respecto al consumo tenemos una relación de inclusión o exclusión. De inclusión, en tanto forma de consumir y de acceder a bienes y servicios. De exclusión por la pérdida de capacidad de consumir y el exilio de la marginalidad.

10 El filósofo francés Alain Badiou (Le théorie du sujet, París, Seuil, 1992) nombra esta distancia de la siguiente manera: todo lo que es del todo le hace obstáculo en tanto ahí se incluye.

11 Tampoco porque se resistan a hablar de lo que les pasa para hablar del corralito. El corralito les pasa y un análisis no lo puede resolver. Sí puede un análisis destrabar inhibiciones, hacerlas síntoma para que el sujeto encuentre una estrategia creativa para desacorralarse ¿Acaso suponemos que el único acorralamiento es el familiar? Dicho de otro modo, la familia no es la única institución productora de subjetividad.

12 Badiou (L’être et l ’événement, París, Seuil, 1988) define el acontecimiento como el acto del sujeto que se presenta en el escenario político (no se deja representar) y no aspira a tomar el poder, sino restar poder a los dispositivos que lo detentan.

13 Una ley biológica sostiene que la madurez al nacer es inversamente proporcional a la evolución de la especie: mientras un virus nace prácticamente maduro, el ser parlante –grado mayor de esa evolución– requiere de una suerte de embarazo extra-uterino de -por lo menos- cinco años.

14 En la leyenda, como en la vida; los lugares paterno, materno y filial no siempre coinciden con quienes lo ocupan. En efecto, el personaje del pájaro se desdobla en la protección materna (cuya carencia resulta incompatible con la vida) y en la palabra paterna que la arranca de esa protección (cuya carencia es incompatible con la constitución de un sujeto parlante capaz de amar y trabajar). Se ven acá los tiempos del Edipo. El primero deja la impronta imaginaria del yo ideal que no goza del valor de uso de un bien, sino de privar al otro de él; el segundo del padre terrible capaz de abandonar al hijo en la tormenta, deja la marca del Ideal del Yo que convoca un Amo que dispense el bien. El tercero del padre simbólico que inscribe al infantil sujeto en un orden de postas generacionales (abre el pico a punto de concluir el viaje, es decir, cuando el pichón aún no vuela, pero lo hace para que vuele por sus medios).

15 El trabajo es lenguaje ya en el viejo Marx cuando sostiene: las delicadas operaciones de una araña pueden ser envidiadas por un maestro tejedor pero el más chambón de los tejedores aventaja a la más hábil de las arañas porque antes de hacer la tela, la tiene en la cabeza. El enunciado ‘tela en la cabeza’ (así expresado antes de los desarrollos de la lingüística contemporánea) da cuenta de un orden simbólico ya que sólo la palabra da cuenta de la anticipación de lo creado al acto mismo de creación.

16 Vieron con Delgado que las adicciones constituyen el costado de sombras de la subjetividad consumidora y verificamos ahora que hace apenas 70 años Freud no contaba con la palabra ‘adicción’.

17 De otra manera estaríamos tomados por la hipótesis trascendente de la inspiración y decía Picasso: por si alguna vez me invade la inspiración mejor que me encuentre pintando.

18 Recordemos que la máquina de volar inventada por Leonardo Da Vinci fue considerada en su época el capricho de un genio extravagante. Recién cuando el helicóptero pasa a formar parte de un tejido simbólico, se instaura como trabajo y, pasa a haber sido trabajo de modo retroactivo.

19 Freud y Lacán. Jacques Lacán. El objeto del psicoanálisis, Barcelona, Cuadernos Anagrama, 1970

20 Desde la teoría del nudo lo cómico y el consumo responden al orden imaginario (el primero se ríe de la caída del otro para suponer que el yo se encuentra de pié, el segundo goza -no de el valor de uso de un bien- sino de privar a otros de él) el chiste y el trabajo al simbólico y el acto creativo a un real que rompe el cierre imaginario de una situación.

21 Precario deriva de imprecar: dícese de lo que sólo se consigue con súplicas y a voluntad de su dueño. Vimos que no es ésta la subjetividad que describe –y a que apuesta– el psicoanálisis.

22 Nuevas máscaras del malestar en términos de Osvaldo Delgado.

Bibliografía

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Buenos Aires, 16 de abril de 2002

HOSPITAL DE EMERGENCIAS PSIQUIÁTRICAS DR. TORCUATO DE ALVEAR