LA INHIBICION. Cristina Marrone

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1 -Del concepto

Al reabrir el clásico historial del "Hombre de las ratas", se tiene la impresión de que, en esa cura, como diría Paul Auster, no se pulsaron los botones adecuados. Pero esta afirmación no queda circunscripta a Freud y su paciente ya que su alcance reabre la interrogación sobre nuestra práctica, la de los analistas de hoy, en cuanto a lo que en principio llamaría la paradoja de la neurosis obsesiva, la profunda indefensión magníficamente escondida, o, más bien elidida junto a la conocida y férrea adherencia a la imagen.

El nudo clínico de esta paradoja conlleva en mi hipótesis el nombre del concepto de inhibición, y por lo tanto conduce a una zona de la estructura que no se corresponde con el síntoma entendido como retorno de lo reprimido. La inhibición parece hacerse responsable de lo que no dudaría en llamar la cronicidad en la que se prolonga frecuentemente el análisis de estos neuróticos, pero en particular es este concepto el que toma valor de hilo conductor en el caso del Hombre de las Ratas.

Contemporáneamente al desarrollo de la cura de este paciente, Freud manifestó que "la represión en la neurosis obsesiva es imperfecta". El alcance de esta afirmación, irresuelta para Freud mismo en ese momento, conduce sin embargo a reconsiderar que no todo a lo que habitualmente se llama síntoma merece en esta estructura conservar tal nominación. Por ello el acento en el concepto de inhibición permite despejar y retomar la diferencia radical que se establece en la clínica entre un síntoma y un "síntoma puesto en el museo", inhibición a la que enlazamos la contrapartida de la indefensión, labilidad del ser frente a los vaivenes de un goce sin medida que se infinitiza como cronicidad.

Es factible pensar que la opacidad de la neurosis obsesiva y la ya mencionada imperfección de la represión reaparece en la cuenta de la defensa bajo la pluma de Freud en "Inhibición, Síntoma y Angustia".

Casi veinte años después, Freud dirá: "aún no estamos preparados para abordar la formación de síntomas en la neurosis obsesiva...", pero, "dicho proceso llega a un temido resultado final en el que el Yo queda paralizado en sus desempeños por los mismos recursos de la defensa que implementó".

Entendemos que de esos recursos de la defensa, que no son otros que la anulación y el aislamiento, es posible extraer un hilo conductor que abona el tema que nos ocupa. Así, según Freud, la anulación es una medida precautoria por la que el yo anula el acontecimiento en dos direcciones: se previene para que algo no acontezca o cancela al suceso mismo como si no se hubiese producido, mientras que por medio del aislamiento, se "sustrae a una cosa del mundo de todo contacto", establece la pausa que desafectiviza, interrumpiendo tanto los nexos asociativos en el pensamiento, como la detención de la acción hacia los otros.

De esta manera la extracción efectuada al texto freudiano, nos pone en la ruta de las categorías del espacio y de la temporalidad esenciales al quehacer clínico, categorías que pueden ser admitidas en el meollo mismo del esquema del seminario de "La Angustia", allí donde Lacán correlativamente situó el eje del movimimiento y el de la dificultad. Por lo tanto, avanzando un poco más, es posible introducir los dos recursos planteados por Freud, con la intención expresa de ampliar el concepto de inhibición, el que de ahí en más como anulación expresa la detención de la temporalidad en futuro o en pasado, infinitizando el presente, mientras que como aislamiento expresa su función inhibitoria en la categoría del espacio:

2 -De la clínica
Ernst Lanzer padeció, en su tortuosa y corta vida, los efectos determinantes de la inhibición y éstos lo afectaron de manera doble en cuanto a sus estudios como también en relación a su vida amorosa. Así, se lo advierte "rezagado" y aún inmóvil apresado en sus autorreproches, atormentado frente a la proximidad de cada examen, incluso detenido por un lapso de cuatro años hasta dar los tres últimos que le permitirían obtener el título de Doctor en Leyes. Ernst "no estaba listo a tiempo" en el estudio, pero tampoco en el juego sexual con una mujer, tal como lo demuestra su tardío primer coito a los veintiséis años, la escasez de sus compulsivos encuentros sexuales y aún el casamiento con su prima Gisella.

La textura de la inhibición que se manifiesta con la imbricación del aislamiento y la anulación, es precisamente lo que se advierte en aquella conocida escena en la que Ernst Lanzer detiene el movimiento, el acto de ponerse a estudiar, en la que la inmovilidad expresa el aislamiento de no tocar ni siquiera un libro y se enlaza a la idea de que el padre vendría a visitarlo a medianoche, lo que implica la anulación temporal del acontecimiento de su muerte.

En definitiva, la inhibición se sostiene de la inmortalidad del Yo y del Otro, de la renegación de la muerte, de la no admisión de la pérdida en un pacto con lo entero del Otro, cuya consecuencia afecta, espacial y temporalmente al Yo en la inmovilidad de su cuerpo, pero también en cuanto al pequeño otro, en el límite, al modo de una neurosis actual.

Entonces, la cancelación del contacto que la inhibición sostiene como aislamiento se destaca de manera particular ya que en la grave neurosis obsesiva del Hombre de las Ratas se cobró el precio del déficit de enlace entre el yo y el pequeño otro.

La inhibición-aislamiento incluso como desarraigo del otro tiene fechas para el Hombre de las Ratas. Ya en el comienzo de sus encuentros con Freud, Ernst Lanzer le comenta con dolor que en su pubertad tenía un amigo, freund, pero se quedó sin él. Así, la letra no solo indica el botón que en la transferencia no fue pulsado, sino que confirma "el corte tajante en la pubertad, propio de la neurosis obsesiva", que en la vida de Ernst Lanzer parece traducirse por una insistente extranjeridad. Por ello, el dolor de ese púber, que ya por entonces se retira de lo social de la mesa familiar a causa del asco que le produce su madre, y que, en la misma época se lamenta de no ser querido por una niña, debe llevarnos al niño del que ese púber viene.

Así, en un camino regresivo, lo sorprendemos a los ocho años, disparando con su escopeta de juguete un balín al rostro de su hermano, desmezcla en la que el sadismo compulsa deshebrándolo de su enlace amable al otro. No obstante, la desaparición del juguete que allí se anuncia encuentra su determinación en la escena de los seis años en la que el pequeño juega con el sombrero de la madre, el que tenía un pájaro disecado. Casi podemos imaginarlo corriendo con el sombrero en la mano en un juego en el que hace volar al objeto, pero al mismo tiempo toma apoyo en él. Sólo que la escena cambia radicalmente de tono y se torna aterrorizante cuando el pájaro del sombrero se mueve y el niño cree que ha cobrado vida.

Su juego se detiene, su cuerpo se paraliza: desde la pubertad a la escena de la primera infancia, la inhibición atornilla la fijeza del destino para el Hombre de las Ratas, como testimonio de lo que ya ahí establece la báscula de no contacto con el otro en una "sexualidad reducida a la mirada". Ernst, como entonces con su hermano, mira embobado o dispara agresivamente, pero en definitiva queda atrapado en la cárcel atemporal de su aislamiento inhibitorio.

La duplicidad fundante de la Verleungung implica el rechazo de la castración y en consecuencia establece la proximidad, la cercanía siempre peligrosa de lo real del goce, pero en dicha duplicidad también debe reconocerse un efecto de cuña en cuanto al goce mismo. Esa cuña no es otra que la inhibición y en ese sentido vale recuperar la definición de Lacan: "... en la inhibición la incidencia del deseo merece ser llamada defensa". Por otra parte nos hemos ocupado de manifestar que ese deseo en su nacimiento siempre recurrente respecto de su origen, deseo de retener que se hace resto pétreo, es el tapón por medio del cual la Verleungung muestra la fuerte incidencia del Superyó en la inmovilidad del Yo.

3 - Inhibición versus jugar

La escena del sombrero es ejemplar porque permite establecer el quiebre profundo en el que se pueden leer las condiciones determinantes de la inhibición en aquello que desde la clínica con los niños me interesa destacar: que la inhibición se establece como par opositor al jugar, y que la retención arcaica del objeto que le concierne se constituye como núcleo de goce justamente ahí donde el jugar fracasó.

Al decirlo de esta manera, anticipo la vigencia de Winnicott ya que un juguete no es el primigenio objeto transicional, pero toma su relevo y por ende alguno de sus rasgos, los que en la medida que perduran como tales sustituyéndose en la metonimia con otros objetos, hacen posible que la zona de ilusión-desilusión se consolide en su potencia de espacio de juego.

El jugar en el que el niño se implica tiene un lugar y un tiempo, rasgos que son precisamente los que constituyen su potencia. Si faltan, el jugar fracasa, y la inhibición gana el terreno como anulación temporal y aislamiento espacial.

Winnicott dirá que "al objeto transicional lo vemos y es el indicador del viaje del niño hacia el mundo en el progreso de su experiencia". A su turno, Lacán indicará que el mismo señala la cesibilidad del objeto a, porque sitúa en su caída la pérdida imprescindible entre el cuerpo del Otro y el del sujeto. Sin embargo, es necesario recordar que su creador no sólo lo estableció como pérdida sino también como extensión, la que reabre a mi entender la condición de la cesibilidad hacia la escena del mundo. Debido a la articulación de estas características puede considerarse que el objeto transicional es un estabilizador del narcisismo, un puente hacia el pequeño otro, un abridor de caminos que permite la distribución del goce.

Por lo tanto, es factible destacar que la inhibición es el nombre de una falla radical en la cesibilidad en la que la retención del objeto tapona la hiancia entre lo imaginario y lo real. Es porque el objeto a en tanto causa no pudo ser aislado, porque no pudo establecerse como perdido que Ernst Lanzer quedó como obsesivo atrapado en la condena de un goce clandestino apelando en consecuencia al aislamiento de su cuerpo y de sus pensamientos.

Así, la retención del objeto y la consecuente detención de la extensión determina el efecto opuesto al de la distribución del goce, efecto que puede ser llamado de segregación, allí donde "el prójimo se establece como la inminencia intolerable del goce". El cuerpo de la inhibición taponado por el mismo lenguaje, es un campo uniano achatado como espacio; es un cuerpo no solo sometido al Goce Sentido sino al sobrepasamiento al que el Goce del Otro concurre.

En oposición a la acumulación señalada hasta aquí, el jugar permitiría la distribución de estos goces, porque despeja la hiancia entre lo imaginario y lo real estableciendo al cuerpo con otro imaginario coherente con menos fi, precisamente el que en la inhibición falta.

Tal vez se pueda decir que en R.S.I , Lacán describe lo flexible de ese otro imaginario cuando dice que "la teoría de los nudos está en la infancia". El nudo, máximo de la metáfora pero también juego: si es arte del artesano, el cuerpo puede concurrir allí de otra manera disponiendo de lo lúdico en oposición a la inhibición.

El Hombre de las Ratas, así etiquetado para la historia del psicoanálisis, fue en definitiva un niño detenido en su capacidad lúdica. Para decirlo de otro modo: el pequeño Ernst fue un pequeño Eyolf. Otorgarle el nombre de la obra teatral y homónima de Ibsen es la manera de situar el tormento que lo afectó en el límite de la gravedad de su neurosis obsesiva, de la cronicidad en la cuenta de la inhibición.

Eyolf fue incluido en las asociaciones del paciente pero su valor de verdad quedó elidido, y con ello la advertencia que portaba ya que ése era el nombre de un niño que no jugaba. Atrapado tensamente en un círculo endogámico.

Cristina Marrone