HISTERIA Y SEXUACION FEMENINA. Eduardo Said.

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De “la funda encantadora”. Histeria y Sexuación Femenina.

Texto presentado en el Segundo Congreso de Convergencia - Agosto 2005.

Titular con “la funda encantadora” es una opción estéticamente válida. No sólo ahuyenta el acuciante efecto fantasmático para el hombre, de la vagina dentada, sino que se hace soporte de cierto misterio.

Me oriento por la frase de Lacán en L’etourdit: “No obligaré a las mujeres a medir con la misma vara en el calzadero de la castración la funda encantadora que ellas no elevan al significante”.

No elevar al significante, fálico por cierto, podría señalar allí un matiz diferencial o un pasaje entre histeria y feminidad. Tal vez no se trate sino de descompletar la recurrencia sincrónica y continuidad temporal de la implicación fálica.

Persistencia de la histeria.

El término histeria conserva una vigencia paradojal. Fue borrado como tal por la psiquiatría psicofarmacológica en su sistema de clasificación. Allí, en el hoy D S M Cuatro, solo resta con la categoría de trastorno conversivo. Subyace empero en una abigarrada dispersión descriptiva de trastornos.

Matizadamente aconteció algo de ese borramiento en el propio campo del psicoanálisis, donde el acento en las “nuevas patologías” y la clínica de los bordes, pudo haberse desanudado en exceso de las máscaras histéricas con que se presentan.

Ese borramiento no se condice con la insistencia en la lengua, donde el saber popular se acerca en forma por demás interesante a la conceptualización Lacániana de lo histérico como discurso. Posición discursiva en tanto “hacer desear”. O más bien “hacerse desear”. De allí el dicho ya popular: “histeriquear”.

Versión esta que se entrama con la persistencia en la cultura, de tomar a la histeria por sus distribuciones y afectaciones del goce, que va desde una temprana referencia a las deambulaciones del útero sediento, a la versión más barrial de “la mal cogida”.

De la parición del psicoanálisis.

Es sabido, que la parición del psicoanálisis encontró en la histeria su anclaje fundacional. Allí ubica Lacán un pecado original, un reducto no analizado en el propio Freud.

No deja de llamar la atención que Lacán insista sobre el borde final de su enseñanza en hablar de la histeria. Del seminario 24.

“¿A dónde se han ido las histéricas de antaño, esas maravillosas mujeres? Fueron ellas quienes permitieron el nacimiento del psicoanálisis. Es por haberlas escuchado que Freud inauguró un modo enteramente nuevo de la relación humana”

Es fuerte lo “de modo enteramente nuevo de la relación humana”.

Bastó abrirse a escuchar los decires de la histeria para producir la osadía de Freud, relevada así por Lacán, de tramitar lo inconsciente como estructurado como un lenguaje, de localizar las tramas del deseo como deseo de deseo, como deseo estructuralmente insatisfecho. Para poner en diferencia necesidad, demanda y deseo. Para situar en torno a lo histérico y su emparentamiento mayor a lo femenino, la dilemática del falo. Ya no órgano. Ya no fantasía. O tal vez en una negación no forclusiva, ya no solo como órgano, ya no solo como fantasía, sino como significante fálico en decurso a definirse en función fálica.

Que el falo es el significante del deseo y que no opera sino velado, da testimonio la posición subjetiva cuyo recurso es el “parecer ser”, que podría facilitar en proliferación de alternativas los límites del “parecer tener” en que queda algo acorralada la posición del varón. Enseña la función de la máscara con que el deseo vela y soporta los goces implicados.

De las “bocas de oro”, la verdad y el mito de Edipo.

Lacán critica a Freud:

“¿Pero, por qué se equivocó Freud? ¿Por qué sustituye el saber que había recogido de todas esas bocas de oro, Anna, Emmy, Dora, por ese mito del complejo de Edipo?”

“La experiencia de la histérica, sino sus decires, hubieran debido resultarle aquí mejor guía que el complejo de Edipo”.

La articulación significante ofrecía ya cierta objetividad como para no reinstituir al padre. Freud parece creer zanjada las cuentas con la religión y sin embargo rescata su recurso más substancial: el amor del y al padre muerto.

La construcción mítica freudiana depara acentos de lectura en que se combinan versiones en que el asesinato del padre es la condición del goce. La equivalencia del padre muerto y el goce como operador estructural.

El complejo de Edipo pone el asesinato del padre en las vías del acceso al goce de la madre, pero parece elidir en ello la prueba de la verdad, “hermanita” esta del goce, al decir de Lacán. Haber borrado la pregunta por la verdad se paga con el precio de una castración.

Es la efinge, ese semi-cuerpo, entre femenino y animal, la que metaforiza el semi-decir de la verdad y la función del enigma a que lo femenino se ofrece como soporte mayor. No es evidente que se trate de una función a disolver. No está claro que se trate de hacer pasar la enunciación al enunciado. Hay allí un precio a pagar en el deseo.

El mito de Tótem y Tabú conserva su raigambre darwiniana que le da su nota de bizarría. Pero no deja de señalar un imposible: que no hay “todas” las mujeres. O mejor, que allí el todo no cierra.

Dejo “picando”, por así decir, lo de la funda encantadora que ellas no elevan al significante.

El de Moisés, cierra la trilogía, retomando el asesinato del padre como condición de goce y se especifica en el potencial retorno de la verdad a través de los profetas.

La histeria y el amo castrado

Si la histérica se aliena en el campo del amo, no por ello es su esclava.

Como dice Lacán, más bien hace huelga. Desenmascara su discurso pero al costo de serle solidaria, ofreciéndose y sustrayéndose como objeto de deseo.

Ella goza allí de la envoltura en que la castración del padre idealizado, secreto del amo que ella guarda, deviene goce de la privación, goce de la insatisfacción.

El saber de la histérica sobre la impotencia del amo vela, fantasmatiza la imposibilidad estructural inherente a la renuncia de goce que impone el lenguaje. Esta es convicción de Lacán.

Critica a Freud por que construye una respuesta igual a la de la histérica: un padre.

El imposible estructural toma la forma de la impotencia paterna.

El sujeto histérico sabe, o mejor será decir, supone saber qué es un hombre: un amo castrado sobre el trasfondo de un padre idealizado. Solo hay padre digno de ser amado en tanto su omnipotencia es sostenida, y a la vez preservado su cuestionamiento.

Así se puede sostener al padre por lo que no da. Sostenerlo en su desfallecimiento.

Así no hay “Hombre” para la histérica que verifique a aquel, escrito con mayúscula y enunciado con un tono insondable particularmente reconocible en los decires femeninos. Por ese, convendría algún duelo que deje lugar a otro.

“Ella quiere que el otro sea un amo, que sepa muchas cosas. Pero sin embargo que no sepa tanto como para no creer que es ella el premio supremo de todo su saber, es decir que quiere un amo sobre el cual ella reine: ella reina y él no gobierna.”

Del sujeto-mujer.

No es ese sólo el supuesto saber de la histeria. Lacán propone sobre el final del seminario 16, obsesión e histeria como síntomas por no asumir plenamente identificaciones que designa como sujeto-amo y sujeto-mujer.

Leo una secuencia de frases que interesan a la histeria:

“La histérica se introduce por no tomarse por la mujer”.

“Cree que la mujer es aquella que sabe lo que es necesario para el goce del hombre”.

“Lo que la histérica supone es que la mujer sabe lo que ella quiere, en el sentido en que ella lo desearía y es precisamente por lo cual la histérica no llega a identificarse a la mujer más que al precio de un deseo insatisfecho.”

Si la identificación fundamental es la de ser Uno en el campo del Otro, será la apuesta de la vida, en tanto vaciada de goce, la que hace del amo tal.

Si hubiera sujeto-mujer, sería quien apuesta anotarse por el todo goce del hombre. Apuestas que Lacán designa como “boludas” y que las neurosis, sintomatizando, denuncian.

La histérica pone furtivamente en cuestión el sujeto-mujer, por la vía de suponer el saber de La mujer a la Otra. Escritas con mayúscula.

Es allí, por otro lado, donde abre la alternativa clínica en torno al desgaste de la especificación de tal suposición de saber.

“Las neurosis suponen sabidas las verdades ocultas. Es necesario desprenderlas de esa suposición para que ellos, los neuróticos, cesen de representar encarnada esta verdad”

Para la histeria, será apropiarse de la feminidad cedida al supuesto saber de la Otra, como sujeto-mujer.

Del cuerpo falo al “órgano”.

La operación simbólica castración dista de la percepción como constatación. Más aún, podríamos, siguiendo a Lacán, afirmar que la antecede. Hay un orden de prelación del falo al órgano.

Sólo desde la instalación de los avatares de la función fálica en construcción, la constatación de la presencia o ausencia de pene toma su valor.

Freud propone destinos diferenciales para la sexuación femenina en orden a la detectación segunda de la diferencia entre falo y pene.

Si en la niña, no pene y no falo se equiparan, su potencial efecto será el de un radical repudio a lo femenino.

Si pene y falo, se equiparan su destino podrá tramitarse por las vías reconocidas de la insatisfacción histérica.

Si pene y falo no se equiparan, o al menos no siempre, queda abierto un más allá del falo, como destino para lo femenino. Otra posición a la histérica. No sin caída, destitución, o al menos desgaste del supuesto saber de goce de la Otra.

Ahí, una mujer puede transformar el pretendido minusvalor en el enigma de la “funda encantadora” a no elevar al significante fálico. Contingencia fértil si trasciende la ecuación fálica.

De “unos seres insignificantes”

Si en orden de prelación el cuerpo como uno-todo es falo en las redes del deseo del Otro, la posición fálica que en la niña suele correr por las vías del “parecer serlo”, produce en ese mismo movimiento el “todo”, entre comillas, en que su cuerpo aparece algo más implicado.

Si el “parecer tener” hace los desvelos del hombre en tanto parasita su cuerpo con un particular recorte que prenda su pene (y valga la alusión indirecta a la circuncisión); es el desvelo de ella el que se juega al “parecer-ser” de su cuerpo un todo que admite poco la falla.

Si hay una cierta esclavitud neurótica en el hombre, será: “lo debería tener” y “al palo”.

A su cuenta las ganancias por la venta del sildenafil.

Si la hay para ella, es por una sensibilidad estética extrema que no soporta el menor defecto en la mascarada sin verse vista caer en la bizarría. Nada debe fallar en el velo. Cualquier defecto es su drama. No por nada lleva su tiempo elegir qué ponerse.

Me resuena la irónica y sutil definición que daba Ricardo Estacolchic: “el sujeto histérico no tiene qué ponerse”.

Dice Lacán en Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina:

“Que unos seres insignificantes estén habitados por una dialéctica tan sutil, es cosa a la que el análisis nos acostumbra, y que explica que el menor defecto del ego sea su trivialidad.”

Seres insignificantes, si se despeja la presunción misógina, será atributo de no elevar la “funda encantadora” al significante. A condición de no ser demandada la eliminación del enigma y lo que de máscara allí pueda servir. Reservando la ventaja de habilitarse a que a veces la pintura se corra.

Pasaje a la contingencia que invierte el pretendido minusvalor en potencial encanto. Oferta del cuerpo al deseo y localización de un goce otro a la frigidez.

Histeria y feminidad.

De allí que resulte difícil postular lo femenino sin el pasaje por su borde histérico. Podría mistificar una versión esencialista. La suposición de saber que le es específica en torno a la-Otra-sujeto-mujer y el correlato de privación de goce.

Se metaforiza mejor con un “entrar y salir” que inestabiliza la inercia espacio-temporal de la neurosis histérica. Así el “parecer ser” no tiene razón de eliminarse, como tampoco de coagularse en homenaje a la insatisfacción.

Un corto publicitario reciente mostraba a una bella modelo y daba sus medidas: 90-60-90. Medida fálica, si las hay, en la que se supo estabilizar un ideal. Y a renglón seguido destruía todo velo con la leyenda de la cifra potencial de un 80% de hongos vaginales. Eso no se hace!!!

El Lacánismo, cuando no Lacán mismo, que no es lo mismo, supo exaltar lo femenino rescatándolo de la versión desautorizada y repudiada con que Freud localiza lo que dio en llamar roca de base de la castración.

El goce femenino como equivalencia de otro goce no-todo fálico, queda así tal vez en demasía referido a los preciosismos del lenguaje, a la captura en lo místico o a los destinos de los nudos del amor. Sospecho un riesgo, si esa lectura desatiende alguna facilitación al goce sexual, por demás difícil de aislar, sobre el que las mujeres parecen hoy mucho más sueltas a avanzar. No tendría porque no ser ese un efecto también esperable de no elevar la “funda encantadora” al significante.

Eduardo Said. Texto presentado en el Segundo Congreso de Convergencia. Agosto 2005.


Referencias Bibliográficas

Seminario 17. Clase 6. El amo castrado. Clase 8. Del mito a la estructura.