LA SEXUALIDAD EN NINOS Y ADOLESCENTES. Cristina Marrone.

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LA SEXUALIDAD EN NIÑOS Y ADOLESCENTES. INCIDENCIAS DEL ANÁLISIS.

Abordar la sexualidad infantil es, sin duda, dirigir la mirada sobre el concepto que la representa medularmente, el de pulsión.

"Tres ensayos..." es la obra en la que Freud extendió la noción de sexualidad. Unas pocas páginas, leídas una y otra vez, como los buenos cuentos, permiten situar algunas consideraciones. Si la pulsión se compone de las mociones pulsionales surgidas en la infancia, aún sería válido preguntar acerca de las condiciones para que se constituya como tal.

Dice Freud: "A expensas de la mayoría de las mociones sexuales perversas […] se edificará en la infancia la pulsión sexual dentro de ciertas vías. Otra parte de las mociones sexuales escapa a ese empleo y puede exteriorizarse como práctica sexual".

La formulación recién citada permite notar que el planteo de Freud ubica que pulsión sexual y práctica sexual no podrían confundirse. La diferencia merece ser rescatada para la clínica, agregando incluso que si a la pulsión le está reservado un destino, es en tanto edifica su circuito dentro de cierta vía.

De este modo, la pulsión parcial y sexual no será sin su destino de represión o de sublimación, instituido a expensas de las mociones indicadoras de lo perverso. En caso contrario, se tratará de lo sexual en el sentido de lo que escaparía a la vía o destino pulsional al mostrarse como práctica sexual: la moción perversa "se habría convertido en portador real de la actividad sexual".

Un poco más adelante, Freud insiste sobre la sexualidad que se exterioriza como masturbatoria y da un paso más acabado al afirmar que "influencias externas, en el sentido de la seducción, provocan una intrusión prematura en el período de latencia hasta llegar a cancelarlo, y que en tales casos la pulsión se acredita de hecho como perversa polimorfa".

Notemos que Freud ha girado el ángulo de su mirada desde el niño hasta la influencia del Otro, y para ello ha recurrido a la seducción. Este último término ha sido cuestionado pero de ningún modo excluido de Tres ensayos. Lejos de ello, la seducción será desplegada en diferencia y en oposición con la ternura de este modo: "La influencia de la seducción no ayuda a descubrir la condición inicial de la pulsión sexual, ya que confunde nuestra intelección de ella". "La ternura despierta la pulsión sexual […] (pero) sin duda el exceso de ternura de parte de los padres resultará dañino pues apresurará su maduración sexual […] al despertar lo insaciable en el niño".

En consecuencia, se puede decir que Freud despeja nuevamente las cosas en la medida en que sitúa a la pulsión en el despertar de la sexualidad asociada como tal a la ternura, y más allá establece el distingo con la seducción como exceso de ternura. En ese sentido, es factible advertir que no siempre la pulsión hace su entrada en la vía de su destino. Puede quedar impedida en su circuitar por el exceso del Otro.

Hacia el final de su tercer ensayo, Freud deja trazos significativos en cuanto a la represión y a la sublimación, trazos que pueden ser considerados como destinos de la pulsión, aunque recién en 1915 obtendrían tal nominación.

Represión y sublimación serán considerados como circuitos para desembarazarse de los componentes hiperintensos que en calidad de excitaciones "llenan" con su exceso. Así, para el exceso que afecta y obstaculiza el circuito, la represión instituye "un estorbo psíquico, un impedimento a la meta que empuja lo hiperintenso por otros caminos, constituyendo el síntoma".

En cambio, cuando se trata de la sublimación, Freud propone un tratamiento para el exceso que se distingue de la represión, en tanto "a las excitaciones hiperintensas se les procura drenaje". Tal solución permitiría el empleo del circuito de satisfacción de la pulsión en otros campos, en una distribución favorable al rendimiento psíquico, discernible incluso como fuente de actividad artística.

A cien años de su publicación, Tres ensayos aún nos sorprende. De hecho, la breve referencia a la sublimación toma un valor particular, ya que a menudo se recuerda más el error de Freud en el sentido en que incluyó a las formaciones reactivas como una subespecie de la sublimación, pero no se resalta suficientemente que su legado permitió despejar la función del drenaje y su distinción neta con aquello que corresponde a la satisfacción propia del síntoma. Es la distinción que Lacán llevará hasta el contorno del vacío de la vasija, a la que concurre la sublimación.

Se podría conjeturar que sin la función recién situada, no se podría entender ni el qué ni el cómo de la sexualidad infantil y de sus incidencias en la clínica. Es que del drenaje sublimatorio se sustenta el juego, y con el juego el niño enfrenta el exceso, lo excitativo hiperintenso que del Otro a menudo lo agobia en un más allá del síntoma. El juego es la operatoria que viabiliza al destino sublimatorio de la pulsión.

Exceso y drenaje son dos modos de la sexualidad que la sublimación aborda. Por ello, la dirección desplegada para estas reflexiones concede un paso más en el rescate del término que Lacán propone: "Puse el acento sobre lo que el término sublimación quiere decir en mi palabra circare, girar alrededor de un punto central en tanto algo no está resuelto".

Entonces, la sublimación es circare y su etimología define dos vertientes de sentido. En una encontramos los objetos circulares, aptos para el juego, el ámbito circense con sus piruetas y rodeos, la circulación de objetos y el lazo social con otros en el grupo, mientras que en la otra se vislumbra el signo opuesto: rodear los alrededores porque algo asedia.

Así, la impronta de circare carga su peso sobre dos estatutos del objeto a, allí donde el goce asedia y captura, y allí donde evacuado del campo del Otro se determina como agujero, no sin el cerco de un borde topológico.

La sublimación irradia los efectos de su operatoria en el primero y en el segundo tiempo de la sexualidad, aunque sólo en el último la suya establecerá el diálogo entre el objeto a y el Falo como responsable de la distribución de los goces.

Por un momento, quisiera llevarlos hasta "El País de los Juguetes", aquél que Carlo Collodi descubrió en Las aventuras de Pinocho: "Ese país no se parecía a ningún otro […] En las calles había alegría, estrépito, bullicio […] Por todas partes los niños jugaban a la mancha, a la pelota, al caballito de madera, con el aro y el tejo, con gorros de papel y sables de cartón". "Las carcajadas se repetían". En las paredes, escritas con carbón, se leían cosas como estas: "¡Vivan los jugetes! (en vez de juguetes); abajo Larin Metica (en vez de aritmética) y otras joyas por el estilo".

Cuando, desde su ensayo, Agamben se refiere al "País de los Juguetes", acentúa que allí están los niños inmersos en el bullicio. Los sentidos de bullicio se extreman desde estrépito, estruendo, turbulencia, desorden o escándalo, hasta el alboroto de quien juega, se mueve y ríe. De esta manera, la amplitud del término recoge el valor de circare pero con una ventaja ya que Agamben arriesga: los niños juegan para olvidar lo sagrado.

Se trata del pasaje de lo sagrado en la sincronía del rito a lo humano, porque el juego modifica el tiempo, instituye la distancia diferencial entre sincronía y diacronía en la alternancia de su repetición.

Lo sagrado es fragmentado, erosionado. La eternidad inmóvil, morada de los dioses, es cuestionada por la diacronía que fundamentalmente define el juego. En el mismo sentido, los juguetes serán las miniaturas para enfrentar e invertir la gigantización del Otro, el exceso de los dioses que se niegan a morir. Los juguetes son esas miniaturas que por su presencia jugada en la repetición indican el sesgo temporal del "una vez, ya no más".

En definitiva, Agamben coloca al juego del lado de una operatoria temporal, e incluso manifiesta que para los griegos Aión, fuerza vital, se diferencia de chrónos, y significa al "niño que juega a los dados". La operatoria constituye el tiempo de lo humano, produce la historia que como tal equivale a la distancia diferencial entre sincronía y diacronía.

Al enfocar la sexualidad infantil y sus incidencias clínicas, se puede advertir que no siempre un niño dispone en su sexualidad de la pulsión en su destino, el que responde a la temporalidad, circuito que cada vez arroja el objeto como residuo de lo inestable de su posición.

En el juego, la pulsión encuentra su destino sublimatorio y en él su circuito de vida y muerte, o sea su cifra. Por eso, vale decir que no sólo se trata de la acometida en dos tiempos de la sexualidad. Entre y durante el primero y el segundo despertar, la sublimación hace su obra. El juego escribe la cifra. Cada vez bebe en la fuente de un dios, y cada vez vuelve sin haberlo encontrado.

El Hombre de las Ratas -dije alguna vez- fue un niño que entre el primer despertar de la sexualidad y la latencia se quedó sin juego, y fue un joven que permaneció rondando compulsivamente en derredor del cuerpo de sus hermanas. Es que sus dioses no admitieron ser llevados al país de los juguetes.

Cristina Marrone. PANEL en Escuela Freudiana de Buenos Aires, 2006.