NEURASTENIA Y PSICOSOMATICA. Haydée Heinrich

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Hace algunos años circularon en video varios capítulos de una película que anticipaba lo que después se popularizó como cámara oculta; se llamaba “Esa loca loca gente”. Entre otras situaciones degradantes se mostraba el primer día de trabajo de un hombre en una pastelería: con una manga tenía que decorar con unos copetes de crema las tortas que se avanzaban por una cinta transportadora, con el tiempo justo para luego atajarlas y ubicarlas en una mesa. Si bien requería de destreza y rapidez, el trabajo parecía sencillo, sólo que a los pocos minutos la cinta empieza a aumentar su velocidad, aumentando proporcionalmente la desesperación de la desprevenida víctima, que corre de un lado para otro tratando de decorar y atajar, atajar o decorar las tortas que irremediablemente van a parar al suelo.

Quisiera que retuviéramos esta imagen, la perplejidad del hombre, los insultos del empleador, y agreguemos como condimento, si hiciera falta alguno más, la posibilidad de que este hombre hubiera estado meses sin conseguir trabajo y con una familia que mantener.

Convengamos que el sadismo de este experimento digno de Pavlov, que podía haber tenido una cámara Gesell en vez de una cámara oculta, tiene un atenuante y es que, gracias a la velocidad que necesariamente imprime la filmación, concluye rápidamente. Imaginemos en cambio que en la vida real esta experiencia se repita día tras día, durante 8 o 9 hs, y que la cinta transportadora encuentre la velocidad ideal, es decir, el límite de rendimiento del operario, que no podrá distraerse un instante si no quiere que suceda lo peor. Imposible dejar de evocar “Tiempos Modernos” de Chaplin.

Ahora bien, ¿cómo incidiría esto sobre el organismo? Me pareció que este ejemplo, que en su momento me impactó, reúne paradigmáticamente la neurastenia freudiana, que no por nada fue primeramente advertida y descripta en la sociedad industrial norteamericana, y la psicosomática de Lacan, quien no por nada se sirve del experimento de Pavlov para explicitarla. En ambos casos, la hipótesis es que el inconsciente está fuera de juego. ¿Qué implicancias tiene esta hipótesis?

Sabemos que Freud distingue los síntomas de las neurosis actuales de los de las psiconeurosis, adjudicando a la insatisfacción e inadecuación sexual actual la causa directa de las primeras, mientras que en las psiconeurosis se da a leer la otra escena. Como bien indica Pura Cancina , a esta explicación freudiana de las neurosis actuales subyace la creencia de que podría haber relación sexual - normal y adecuada - con una satisfacción sin resto.

En cambio, hay otro aspecto de gran riqueza clínica en el concepto de neurosis actual y en especial de neurastenia. Se trata de la posibilidad de reconocer que hay efectos psíquicos y físicos que aún cuando son desencadenados por la presencia del Otro, pueden no estar mediados por el inconsciente. Y que cuando la tramitación psíquica no opera como atenuante, la incidencia directa del Otro puede afectar lo real del organismo.

Entiendo que es desde esta misma perspectiva que, en la Conferencia de Ginebra, Lacán dirá que “es de esperar que en la cura de la psicosomática, el inconsciente, la invención del inconsciente, pueda servir para algo”. La demanda del Otro, debe ser convenientemente interrogada: me dices que vas a Cracovia para que yo crea que vas a Lemberg, cuando en realidad vas a Cracovia, entonces ¿por qué me mientes?

De lo contrario, se absolutiza es decir, se holofrasea, no estando el significante disponible para producir formaciones del inconsciente. ¿De qué manera incide entonces, en lo real del cuerpo, no poder contar con las formaciones del inconsciente?

Volvamos a Freud quien nos relata el exitoso tratamiento hipnótico que lleva adelante con una paciente histérica que no podía dar de mamar a su bebé recién nacido, por estar aquejada de falta de apetito, repugnancia a la comida, vómitos e insomnio. Lo que destaca es que la paciente está furiosa por su incapacidad de criar al niño e indignada consigo misma, al ver que su fuerza de voluntad y sus mejores intenciones no logran vencer sus síntomas, los cuales le son totalmente ajenos. Gracias a la disociación de la conciencia, la representación contrastante penosa se hace inconsciente y sólo retorna como inervación somática que asombra al sujeto cual alma bella. Si hiciera falta, también la mentira, el engaño y la sustracción serían aliados solidarios del recurso del inconsciente.

Una neurasténica, en cambio, nos dice Freud: “habría sentido graves temores ante la labor maternal que se le planteaba y dado infinitas vueltas en su pensamiento a todos los accidentes y peligros posibles, acabando, sin embargo, por criar a su hijo perfectamente, aunque atormentada por constantes dudas y temores; a menos que la representación contrastante resultara victoriosa, en cuyo caso habría abandonado su propósito, considerándose incapaz de llevarlo a cabo”.

Esto se debería a que la representación contrastante se habría unido a la representación de la voluntad positiva creando un solo y mismo acto de conciencia, al no contar con la represión. Esta contradicción la hubiera atormentado y probablemente habría dado origen a la falta de voluntad de la neurastenia, de lo cual “se dan perfecta cuenta estos enfermos”, a diferencia de la histérica que, como sabemos, puede no darse cuenta de nada.

La neurasténica ejecuta alternadamente las representaciones contradictorias, va y viene, hace y deshace. La “folie de doute” de la neurastenia no cavila sino que actúa, en tanto no cuenta con el recurso de la postergación. Se trata de un momento de concluir urgido, una alarma de incendio que suena y ante la cual la decisión inmediata e impostergable se impone, provocando reacciones espasmódicas, o bien inhibiendo toda acción, poniendo al sujeto al borde del ataque de nervios. El neurasténico no puede esconderse detrás del alma bella, y como el trabajador de la pastelería, no tiene respiro.

Las “representaciones contrastantes y contradictorias” que coexisten en la conciencia, al no contar con el recurso de ser sustraídas por el inconsciente, tal vez puedan ser relacionadas con la “contrariedad” de la que habla Lacan en el seminario 10, al referirse al experimento de Pavlov.

Recordemos que Lacan se servirá de este experimento en el seminario 11 para introducir la conocida cita sobre la holofrase en la psicosomática. “Este experimento – dice - tiene el interés esencial de permitirnos situar lo que hay que concebir del efecto psicosomático: incluso llegaré a formular que cuando no hay intervalo entre S 1 y S 2, cuando la primera pareja de significantes se solidifica, se holofrasea, tenemos el modelo de toda una serie de casos...” (y va a enumerar la psicosomática, la psicosis y la debilidad mental).

Como es sabido, el experimento de Pavlov tiene la particularidad de asociar una determinada reacción natural a un estimulo totalmente extraño, así por ejemplo la secreción de jugos gástricos al sonido de una campanita. “Por cierto modo de hacer converger esas reacciones condicionadas, va-mos a po-ner de relieve algunos efectos de contrariedad”, dice Lacán. “En las respuestas del or-ga-nis-mo, vamos a ponerlo en posición de responder de dos ma-ne-ras opuestas a la vez, engendrando, si podemos decir, una suerte de perplejidad or-gá--nica”.

Decíamos que también Freud reconocía en la neurastenia un mismo acto de conciencia conteniendo a la vez dos modos de reaccionar opuestos y contradictorios. Esta contradicción o contrariedad, es la que da lugar a la perplejidad orgánica, la que puede provocar una suerte de agotamiento de las posibilidades de respuesta. Es esto lo que se conoce habitualmente con el término de stress y que en otras épocas se llamaba surmènage.

La demanda hecha a la función puede desembocar, entonces, en una suerte de déficit que sobrepasa la función misma, modificando el aparato más allá del registro de la res-pues-ta funcional, engendrando, en términos de Lacan, un déficit le-sio-nal.

El organismo es engañado por una demanda que no es interrogada. “Al no ser el desdichado animal”, dice Lacán, “un ser que habla, no está en condiciones de interrogar el deseo del experimentador”. Cuando la demanda no puede ser interrogada y el sujeto no se puede sustraer al engaño, sea mintiendo, interrogando, equivocando, soñando, fantaseando o sintomatizando, la demanda se convierte en un estímulo que exige respuesta inmediata, pudiendo alterar la función biológica

Es esta función alterada la que, en su reiteración, podrá lesionar lo real del tejido. Ya no se sustituirá un significante por otro significante, sino una necesidad por un significante, el del experimentador. Como señala Irma Peusner, allí el único sujeto es el experimentador y es esto lo que deberá ser subvertido en el análisis.

Ahora bien, el fenómeno psicosomático es una lesión en el organismo producida por la reiteración de una función biológica dislocada a consecuencia de la perplejidad orgánica que surge por la contradicción, por la contrariedad a la que se ve sometida esa función. Esta lesión, en lo real del organismo, ya no podrá ser restaurada por la vía de la palabra, porque no está hecha de significantes. Tampoco hay manera de sintomatizar esa lesión psicosomática.

¿Cuál es entonces la función del psicoanálisis? El psicoanalista es un equivocador por definición, con suerte no entiende nada, no entiende que campana sea sinónimo de carne. No acepta sobreentendido sino malentendido, cuestiona los sentidos establecidos y juega con el doble sentido. Nunca Cracovia es igual a Cracovia.

Abrir ese intervalo en la holofrase, es esto de lo que se trata, a mi modo de ver, en la invención del inconsciente, y allí “es de esperar que en la cura de la psicosomática” el psicoanálisis “pueda servir para algo”.

Haydée Heinrich.