INCESTO, ACTO ANALITICO Y LETRA. Elena Jabif.

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Buenos Aires.2004. elsigma.com

Lacán en el discurso a los católicos plantea que Dios está muerto y por lo tanto, ya nada está permitido, el ocaso del complejo de Edipo es el duelo por el Padre. Otra secuencia duradera es la identificación llamada superyo, el Padre no amado se vuelve la identificación que agobia con reproches a sí mismo. Esto es lo que nos muestra Freud al resumir con los mil hilos de su testimonio un mito muy antiguo, que hace depender la podredumbre entera de la Tierra de algo herido, perdido, castrado en un rey misterioso.

La función del Padre introduce la instancia simbólica, el Padre que promulga sede de la ley donde se sitúa el déficit, en torno del cual se hace específica la estructura de la neurosis, y por otro la incidencia del padre real, que puede ser tan benéfica como tener en la estructura efectos devastadores y hasta maléficos.

Los dioses son innumerables y tan variables como las figuras del deseo, de las cuales son sus metáforas. Pero lo que ocurre con el Dios de los diez mandamientos permite fundar la fe y la ley que prevalece sobre el vínculo materno, que se funda en una manifiesta carnalidad.

El pensamiento de Freud, subraya Lacán, aporta la noción de que la culpabilidad encuentra sus raíces en el inconsciente, articulada sobre un crimen fundamental al que nadie puede responder individualmente.

El malestar en la cultura muestra que Freud está mas cerca del mandamiento evangélico “amarás a tu prójimo” de lo que él supone, en esa obra sorprendente todo está situado en el “sentido como a ti mismo” se trata en el peso del amor, del amor a sí mismo y desde allí surge la fuerza del delirio “ellos aman como a sí mismos”.

Amo una imagen que me engaña al mostrarme mi cuerpo en su Gestalt, una forma, bella, grande, fuerte, pero también fea, pequeña y miserable, me amo a mi mismo en la medida que me desconozco, solo amo a otro en la medida en que el pequeño otro es mi semejante, y en otras formas extensivas como el altruismo y la filantropía.

“A tu hermano, y, sea quien sea, que sea como a ti mismo” es el mandamiento del amor al prójimo, sin embargo el análisis articula como un momento decisivo el descubrimiento de la ambivalencia, por el cual el odio sigue como su sombra a todo amor por ese prójimo, que es también lo mas extranjero del narcisismo.

Viñeta Clínica

D. juega un narcisismo que se da en la devoción neurótica de la transferencia. El amor propio se anuda a la extravagancia pulsional, incluso en un goce autoerótico que en su desmesura nos remite a vanidad de vanidades en su forma visual.

Freud, designa esta fuerza con el nombre de narcisismo, dialéctica secreta que como una pasión viscosa, infla al yo de una manera tan voraz, que deja al sujeto al borde de un abismo donde si avanza un paso más revienta.

En identificaciones imaginarias nuestro neurótico cree reconocer el principio de su unidad bajo la forma de un dominio de sí mismo, víctima necesaria de una ilusión que en su fondo no lo ampara en nada.

El obstáculo en la transferencia de un alto voltaje religioso superyoico, se tradujo en la búsqueda de punición del Otro de su transferencia, al modo de la tercera posición freudiana del tipo de carácter, donde el fantasma criminal corroborado en la demanda de castigo, y su efectuación en transferencia, obtiene en correlato el bienestar apocalíptico de su liberación moral.

D. es un hombre que se presenta en un bello envoltorio. 34 años y una exitosa profesión de modelo, le inhibe una rica formación actoral. Su imagen producía fascinación, su seducción le permitía que otros mundos pagaran por su agalma. Sin embargo atormentado lamentaba no poder trascender la superficie de un refinado espejo.

Otro frente empequeñecía su posición varonil, ya que venía de una familia plena de varones, donde el prestigio profesional de la fratría ensombrecía su cosecha.

Recién disuelto un matrimonio con una mujer acechada por el asma retorna a su “cuevita” de soltero donde la soledad lo recortaba, único. Delante de un espejo la masturbación fijaba su mirada, cada orgasmo no agotaba el éxtasis de copular con su doble. Su experiencia de análisis anterior lo había convencido de su condición de ángel asexuado, pues su tratamiento lo había realizado con una pareja paternalista donde la psicóloga cuando advertía rastros de transferencia amorosa lo derivaba a su marido, quien, en tanto psiquiatra, lo pacificaba.

Este querubín evoca una infancia pulsional atravesada por sus desbordes. Grandes deposiciones fecales alternaban con una enuresis prolongada hasta la pubertad. La erupción del infierno corporal encontraba un particular reducto para ser desplegada: un biombo es el muro que lo separa de la voluptuosidad de la mirada del Otro primordial.

Durante su tratamiento un suceso contingente en la vida de su analista impacta en las sombras de su infancia. Traslado de manera súbita y transitoria el consultorio. La primera sesión mira asustado mi semblante, mi rostro era un libro abierto a la lectura de un profundo dolor. Sin pronunciar palabra gira su mirada hacia un biombo que daba marco a la transferencia que se desplegaba. Se queda literalmente mudo. Cuando lo interrogo por su silencio, perturbado me dice que ahí estaba el biombo enchastrando su memoria.

El mito infantil se entreteje ganándole terreno a lo siniestro. Por primera vez asocia un infinito dolor sentido por él en carne viva ante la melancolía de la madre: su tío materno había engrosado su patrimonio con una particular estafa. Usurpó la herencia de sus progenitores con el consentimiento servil de su única hermana. D. la define como “la alfombra de un perverso hermano”. Resignifico en ese momento una repetida queja del paciente por la “raída, sucia, pobre alfombra” del histórico consultorio de su analista, su ojo miraba la mancha, y la mancha lo miraba a él.

Sueña: “una mujer baja por la escalera de mi nueva casa. Está deslumbrante, su seducción me hace sentir un pobre tipo. Tanta riqueza y yo tan pobre. Me llama la atención la fina alfombra que ella pisa”. Tanta mujer para un pobre hombre, incita un profundo sentimiento de envidia.

Paso a paso abordamos la huella del esclavo. En la serie de pecados se encuentra una hija natural producto de un affaire circunstancial. Años de una demanda amorosa de filiación lo empujan a esconderse y perderse de un “sí” o de un “no”. La paternidad como secreto se convertía en un crimen digno de puniciones que sancionaban su acto marginal.

El trabajo analítico por los caminos del ser y del tener lo conducen a decidir por un análisis de ADN. En la sala de espera una favorecida hija se abraza al padre. A partir de esta inscripción, en él se revitaliza su alicaída paternidad. Se enamora, se casa en segundas nupcias con una mujer que tiene una hija, a la cual aloja como propia. Esta vez tiene un hijo varón como metáfora del amor.

Un sueño recupera texturas de la sexualidad infantil, con pudor por sentir una insidiosa tentación sexual por su hijastra, sin pelos en la lengua relata: “estoy chupándole la vagina a una niña. Me sorprende que la zona esté libre de vello. Advierto que la pequeña es mi hija. Horrorizado me despierto”.

Asocia: “siempre sodomizado por los otros, chupado, ensuciado, gozado”. A los doce años se inicia en una pasiva experiencia homosexual que no despunta angustia. En plena exhibición de la erótica de la pulsión de dominio, juega a emerger de la sumisión anal encarnando el papel del Amo. Seduce, viola, defeca, orina y humilla a semejantes menores que él en un claro camino regresivo de las pulsiones parciales.

La transferencia se instala con un curioso ribete fantasmático, cada sesión se le presenta en su naturaleza tramposa. Paga altos honorarios por una cita secreta (su mujer no sabe que se analiza dos veces por semana) un encuentro se lo perdona, dos está leído en términos de infidelidad. Se nombra perverso por sentirse seducido por la silueta de su analista, inventa en el diván estrategias para una intimidad sexual con su analista. Sitúo como resistencia del analista un curioso trato que el analizante recibe por diez años. El corte del goce tuvo el matiz de la severidad. Las zancadillas del paciente en el momento del pago, sesión por sesión, eran sancionadas con alguna intervención en lo real que encarecía su costo.

Me descubro resistiendo “lo bello” de su mirada. Advierto la letra que habita en la pesadilla de su neurosis, entre bello-vello este eterno niño quedaba fijado en el ojo del incesto. La experiencia de la transferencia fue renovada al caer la punición superyoica de la voz de su analista. Un sueño lo recupera en un lugar público, su pequeño hijo extendiendo sus manitos le grita ¡papá!

Él escucha a su niño en la dimensión de una demanda de parto. Decide extraerlo de la cama matrimonial, adosado cada noche al cuerpo materno. Convencido de que una cuna (donde él dormía) le quedaba chica, retorna a su lugar de hombre, recuperando la sexualidad con el cuerpo de su mujer.

Finalmente, no le resultaba tan complicado ejercer su paternidad donándole a su hijo el juego vital de la separación.


Elena Jabif. Buenos Aires: elsigma.com. 2004.