VACILACIONES DEL DESEO DEL ANALISTA. Patricia Leyack.

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La convergencia del amor y el saber que propicia la transferencia se sostiene en una función que Lacán recortó como su pilar y que denominó Sujeto supuesto Saber. Aquel a quien le supongo el saber lo amo, así lo dice en el Seminario AUN. Siendo este amor necesario para la instalación de la transferencia, el analista debe, sin embargo, declinar la posición del saber y reconducir el amor hacia el saber del inconciente.
De lo contrario la transferencia puede subrayar su vertiente imaginaria, aquella que hace que el sujeto se haga amar e induzca al analista a ser amable con él. Esta vertiente es solidaria de la posición de Ideal que el analista puede verse llevado a ocupar en la transferencia. Si en un polo alguien encarna la posición de Ideal, líder o hipnotizador en Freud, en el otro polo hay masa, no sujeto.
Posición no sólo anti-analítica, sino peligrosa: si el amor es al analista en posición de Ideal más que al saber que se juega en la transferencia, el saber del inconsciente, la contracara del amor, el odio, puede fácilmente, hacer su irrupción en la escena del análisis. Y no precisamente en su vertiente más benéfica, la que propicia la separación simbólica. Estancamientos del análisis, transferencias beligerantes, interrupciones, son sus figuras más frecuentes.
Dijo también Lacán: Te amo, pero porque inexplicablemente amo en ti algo más que tú, el objeto a, te mutilo. Ya Freud había dejado en claro el vínculo intrínseco entre el amor narcisista y el autoerotismo. Lo integrador del narcisismo asienta sobre lo parcial del autoerotismo. De raigambre freudiana, la frase de Lacán denuncia el tiempo transferencial en que domina la función presencia del analista, en que se acentúa lo real de la transferencia. El objeto se ha alojado del lado del analista, de la mano de la transferencia amorosa. El analista tendrá que jugar su presencia en las interpretaciones para manejar este difícil tiempo transferencial.
Por un lado o por el otro entonces, el amor, indispensable en la transferencia, trae sus dificultades que sólo la preeminencia de la función deseo del analista permite abordar. Pensarla como función, limpia el campo de cualquier confusión con deseos del analista en particular que el concepto pueda evocar. Función deseo del analista que promueve la máxima diferencia entre el lugar del Ideal, en el que erróneamente se puede ubicar el analista, y el lugar para alojar el objeto de la transferencia.
Es la puesta en acto de esta función lo que lleva al analizante a ocuparse, más allá del fantasma, de la pulsión, del objeto, de la fijación. Y es la lectura de la letra del sujeto por parte del analista el andarivel principal por donde transcurre esta función.
Mecanismo fundamental de la operación analítica, así nombra Lacán al deseo del analista en los cuatro conceptos. Para cumplir esta función no sólo se requiere que el analista decline el lugar de Ideal sino que lo haga en el ejercicio de la docta ignorancia, que esté más atento a la letra del sujeto que a su saber teórico. La condición de esta función es, entonces, el análisis del analista.
El tránsito de un análisis, lo diría así, es el tránsito del objeto a desde el lugar inicial de verdad del goce ignorado del síntoma, discurso histérico, hacia el lugar de agente de discurso en que se aloja, si el analista se ofrece como vacío y no como Ideal, discurso del analista. Si es el analista el que encarna al hipnotizado. Ofrecer un vacío para que allí reine el semblante de a, es todo lo contrario de ofrecerse como saber teórico o como Ideal porque en este caso el vaciado es el sujeto.
El saber que no se sabe se soporta en el significante como tal, en el significante localizado, en la letra. Por eso dice Lacán, en AUN, que el saber está en el Otro, en el orden Simbólico, y es ahí donde converge con la verdad. Si, agrego y repito, quien sostiene la transferencia se supedita a la letra del sujeto posibilitando que funcione el discurso analítico, en el cual el saber está en el lugar de la verdad y desde allí interpela al sujeto.
Dos puntuaciones trae Lacán, en el mismo Seminario, concernientes a la articulación del odio y el saber: una en relación a leer un texto, no a comprenderlo, sino a hacer un trabajo de lectura del mismo. Para lo cual es necesario, dice, de-suponer el saber, vertiente del odio, que es condición de la lectura que conduce a la verdad.
La otra puntuación que toma Lacán para situar el lugar del odio en relación al saber del inconsciente, es la vertiente que aporta la religión. Jehová eligió a su pueblo. Los judíos, sin embargo, pusieron en juego el odio, traicionando a Dios. Era la única manera de salirse del paso, dice Lacán. Si obedecer la demanda es alienarse, identificándose con el lugar de objeto que el Otro nos prepara, traicionarla es traicionar la demanda, la demanda del Otro. Es hacer operante la castración.
El odio debe tomar su lugar en el análisis, debe ser escuchado y analizado. De lo contrario: en vez de operar como motor, la transferencia opera como resistencia.
Amor y odio están articulados, entonces, de diferente manera al saber del inconciente. Odioamoramiento: zona de nuestra experiencia, lo llamó Lacán.
En el segundo análisis del Hombre de los Lobos, con Ruth Mac Brunswick, el odio hace su aparición poniendo a prueba el deseo del analista.
El objeto mirada era pregnante en este caso. El sujeto gozaba con una posición pasiva en la que él ¨se hacia mirar¨ como muy íntimo de Freud, por un lado, o como caso de psicoanálisis por otro.
Algunas intervenciones de la analista en lo Real afectaron esta posición y le produjeron enojo con Freud, con quien la transferencia no había terminado de caer. Enojo que, por otra parte, no se había podido jugar en el análisis anterior, entre otras cosas por el atrapamiento transferencial que implicaba la actitud afectuosa y hasta paternalista que el sujeto había captado en Freud y que se consolidaba en la famosa colecta anual. Lo propiciatorio de este enojo trajo, como resultado, sueños en donde la figura paterna de Freud quedaba cuestionada.
Pero la adherencia incuestionable de la analista a la palabra freudiana hacía obstáculo a la escucha de esa letra del sujeto. Letra que decía, sin embargo, claramente que el sujeto ya no apreciaba la palabra de Freud, que ya no quería comprar su musica vieja. En su lugar la analista interpretaba la castración en su dimensión imaginaria, apelaba a simbolismos. No se apartaba de su saber teórico desoyendo al sujeto.
En MOMENT DE CONCLURE, Lacán ubica al analista como retor, neologismo que arma equivocando retórica y rectificación. El analista retorifica. Retoma con esto aquella función del analista que había ubicado como primera a la altura de LA DIRECCIÓN DE LA CURA: la rectificación subjetiva, rectificación de la relación del sujeto con lo Real, función que en los términos de aquel Escrito, daba paso a la transferencia para luego poder operar con la interpretación.
Si bien esta es una operatoria imprescindible para la instalación de la transferencia, es a lo largo de todo un análisis que el sujeto rectifica sus relaciones con lo Real. Es por la palabra que se deshace lo que fue hecho por la palabra, apunta Lacán. Reencontramos allí la retórica en el sentido en que un análisis es siempre una práctica por la palabra. Más allá de algunas intervenciones, según el caso por caso, en lo Real, que puedan ser sin palabras pero no quedan excluidas del orden simbólico del lenguaje, cortar una sesión sería el ejemplo princeps.
¿Sabe el analista de qué modo operar?, se pregunta Lacán en MOMENT DE CONCLURE. No se trata de un saber, se trata más bien de sostenerse en un deseo, el deseo del analista. Se trata, prosigue Lacán en el mismo Seminario, de que el analista pueda darse cuenta de la pendiente de las palabras para su analizante. Lo que incuestionablemente ignora. No es un saber entonces, lo que responde por la operatoria analítica. Aunque, digo, no es sin saber. El acento está puesto en la función deseo del analista. Es desde allí que el analista opera para propiciar el deseo. Y es esta función la que vaciló en Ruth Mac Brunswick por sostener a Freud y su teoría en un lugar ideal.
El analista lee las letras de la repetición, las letras de la fijación, las letras de la respuesta fantasmática a la demanda del Otro. Y lee, también, las letras del deseo que pulsan por ser reconocidas: el deseo es su interpretación, nos recuerda Lacán.
El retor opera por sugestión. El retor sugiere no impone, pero esa sugestión no está sostenida en lo verdadero o lo falso de su intervención. Si de un saber se trata en el supuesto saber de la transferencia es de un supuesto saber leer de otro modo, lire Autrement, que equivoca, en francés, con el Otro miente. Saber leer a favor del sujeto, haciendo caer los sentidos del Otro en lo que se dice.
No dirigimos nuestra lectura a la comprensión. La dirigimos a que movilice, desacomode, equívoco mediante, los sentidos del Otro que fijan goce en el síntoma. Aquello que ha sido procesado primariamente habrá de ser alcanzado interpretativamente, con una producción que toque al sujeto. Deshacer con palabras lo que con palabras ha sido hecho requiere una formulación singular, una poiesis que solo la función deseo del analista propicia.
Cuando Freud decía atención libremente flotante del lado del analista apuntaba a sacarle el comando al proceso secundario en la escucha y por lo tanto en la intervención. ¿O no fue Freud el que escuchó wägen dem pferd? ¿O no fue Freud el que leyó: tantos florines, tantas ratas?
Es en este sentido que entiendo a la atención libremente flotante como la invitación a que el analista se deje tomar, se deje trabajar tanto por lo que escuchó de la posición fantasmática como de los trazos del sujeto, para que su intervención abreve allí. Esto es, a mi entender, lo que sensibiliza la escucha analítica para que pueda resolverse en una lectura, en los pliegues del texto, de la letra del sujeto. Apuntar al sujeto, esa es nuestra ética, tanto en la clínica de las neurosis como en sus diferentes variantes.
El odio puede ser propiciatorio en un análisis cuando promueve trabajo del inconsciente que se da a leer. Pero si quien sostiene la transferencia no va un paso más allá de Freud, Ruth Mac Brunswick, lo que en la letra insta a ser leído no lo es, lo separador del odio pierde eficacia.
Esto es lo mismo que decir que la función deseo del analista debe estar funcionando y promoviendo todo el tiempo la interrogación de aquellos puntos de identificación con el ideal que obturan, del lado del analista, la puesta en práctica de su saber en el lugar de la verdad.
Ruth Mac Brunswick escuchaba al sujeto pero fundamentalmente escuchaba a Freud. Es por sostener a Freud y su teoría del complejo paterno como clave del caso, lo que deja al Hombre de los Lobos fijado en el cuadro freudiano.
Patricia Leyack. Escuela Freudiana de Buenos Aires.

Notas:

1 Claude Dumézil ,según especifica Robert Lévy en su libro « Un deseo contrariado », hace una distinción entre « deseo del analista » y « deseo de analista ». Esta última formulación pone más de relieve,según lo veo, que se trata de una función.
2 En español se pierde el juego homofónico entre: l’etre ,hair ,ser ,odiar, y le trahir,traicionar,.
3 Isidoro Vegh aporta esta rica imagen conceptual en su seminario sobre la letra. Efba 2003.