CLINICA DEL PASAJE AL ACTO EN LA NEUROSIS. Victor Lunger

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Muchas veces, en muchos momentos de la vida de un sujeto, su cuestión es cómo sustraerse a los efectos de una escena. Esto algo tiene que ver con lo que hoy quiero comentarles.

Voy a hablar del punto en el que se encuentra mi propia reflexión con respecto a esa instancia de la clínica que constituye el pasaje al acto. Se trata de desplegar ante ustedes una conclusión que es el resultado de unos cuantos años de práctica analítica. Repentinamente, me he dado cuenta de una especie de obviedad: las cosas que yo hacía en mi práctica frente al pasaje al acto -que implicaban una cierta variación, por no decir una transgresión, a la idea clásica del dispositivo del análisis- no sólo están dentro de lo que es el dispositivo del análisis, sino dentro de la lógica de lo que se juega en el análisis frente al pasaje al acto; es decir que las cosas que yo hacía, no las hacía simplemente porque me veía llevado por ciertas situaciones que desbordaban el contexto del análisis, sino que, las hiciera por lo que fuese, de pronto descubrí que había en juego una profunda lógica.

Como consecuencia de eso, es que a partir de esa lógica se puede formular -al menos en la particularidad de mi experiencia; no sé si esto es generalizable- una cierta lógica de la estrategia de la dirección de la cura frente al pasaje al acto.

Quiero hacer una distinción inicial. Hay que diferenciar -esta es una cuestión terminológica, pero no exclusivamente- lo que propongo llamar "pasar al acto" del "pasaje al acto". En primer lugar, porque hay autores que confunden ambas cosas, y se deslizan conceptualmente en el uso del término "pasaje al acto"; y, en segundo lugar, porque a veces hay un límite muy delgado entre ambas instancias, de modo tal que sólo après-coup uno puede calificar un hecho como siendo del orden del pasaje al acto o de esta otra instancia que propongo diferenciar llamándola "pasar al acto".

Yendo al núcleo de la cuestión. "Pasar al acto" y "pasaje al acto" tienen algunos elementos estructurales en común, de los cuales destacamos uno: se trata, en ambos casos, de la conclusión de una escena. De una escena que alcanza su punto final. Sólo que en el pasar al acto hay un efecto de sujeto, un efecto de máxima subjetividad. Hay un cambio de posición subjetiva. En el pasaje al acto hay, por el contrario, un efecto de aniquilación del sujeto en un intento fracasado de hacer surgir su subjetividad. Aniquilación que deja, a lo sumo, una marca de ese acto que fracasa, en el cual converge la conmemoración de esa aniquilación y al mismo tiempo del intento de subjetivación.

Hecha esta distinción, debemos hacer otra, y diferenciar sucintamente el pasaje al acto del acting out, simplemente porque muchas veces se los confunde. En el acting-out se trata -voy a ser muy clásico en esta descripción basada en el Seminario "La Angustia" de Lacan, que seguramente todos ustedes recuerdan- de una escena que se sostiene. Lacan calificará el acting out como una trasferencia salvaje, transferencia sin análisis.

Un sujeto en una condición subjetiva dudosa, tal vez de sujeto acéfalo, le muestra al Otro el objeto de su deseo. Cuando digo el objeto de su deseo, obviamente debo aclarar que no es el objeto del deseo, el objeto causa, sino el objeto señuelo del deseo, el objeto hacia el cual el deseo parece dirigirse. Cuando digo que se lo muestra al Otro, me refiero al Otro que desfallece en su función de lectura e interpretación. Un Otro que no reconoce ese deseo del sujeto. Esta es la médula de la cuestión. Es una escena que se sostiene,; el sujeto está diferenciado del objeto, y se lo muestra -es una mostración- al Otro.

Si digo que es una mostración es porque hay un fracaso en la articulación significante del deseo. Hay, en ese punto, una falla en la cadena significante, y en vez de la articulación metonímica del deseo, hay una mera función de señal. El deseo le es señalado al Otro a través de esta mostración del objeto señuelo.

Avanzando un poco más en el esquema de la teorización, nos encontramos con una coincidencia entre los diferentes autores de filiación lacaniana. Hay una especie de acuerdo más o menos generalizado, aunque hay variaciones en el modo de entenderlo y en los términos que se usan, en explicar teóricamente el acting out como el resultado de una operación de verwerfung que, en mi opinión, debe entenderse, no como la verwerfung del Nombre del Padre, sino como una operación realizada sobre otro punto de la malla de la estructura significante. Por supuesto, después puede pensarse cuáles son los lazos teóricos con la cuestión del Nombre del Padre, pero no abordaremos este punto ahora.

A su vez, el pasaje al acto es otra cosa. En el pasaje al acto no se trata de una escena que se sostiene, sino de una escena que concluye. Es una escena en la que se distinguen dos momentos bastante precisables. El primero se da cuando la escena se va gestando y, descriptivamente, se ve la instauración progresiva de una escena que avanza y abarca progresivamente más y más aspectos de la vida del sujeto. La escena se va amplificando. Y un segundo tiempo en el que, repentinamente, la escena se corta. En general, ocurre que el sujeto corta de pronto la escena, haciéndola cesar. Este segundo tiempo es lo que propiamente se designa como pasaje al acto. Más estrictamente, involucramos ambos tiempos en el concepto de pasaje al acto pero, en esencia, el pasaje al acto se define en función del segundo tiempo, el de la conclusión, siendo el primero el de sus preliminares, en el cual se van gestando y produciendo las condiciones del pasaje al acto.

Se advierte inmediatamente el aspecto conclusivo de la cuestión. Ahora bien, ¿qué define los parámetros teóricos del pasaje al acto? ¿De qué se trata? Situemos en primer lugar estos parámetros del lado del sujeto, para ubicar después los que se juegan del lado del Otro.

Del costado del sujeto, hay un movimiento progresivo por el cual el sujeto se encuentra cada vez más identificado al objeto a en tanto desecho. No con cualquier dimensión del objeto a, sino con su dimensión de resto, de desecho. Recordemos al pasar que estamos hablando del pasaje al acto en la neurosis, aunque mucho de lo que estamos planteando sea aplicable al pasaje al acto en general. Sólo que, en otras estructuras, el pasaje al acto implica una serie de modificaciones teóricas y también clínicas -cosa que no ocurre con el acting out por ser definible sólo dentro de los límites de la neurosis y sus bordes- que no discutiremos aquí.

Entonces, el sujeto va presentándose progresivamente en el análisis, o en aquellas cosas que le llegan al analista, en posición de desecho, de resto identificado al objeto. A punto tal que van desapareciendo las instancias de clivaje del sujeto con relación a ese objeto. Hasta llegar al momento en el cual el sujeto es el objeto en tanto desecho. Por otra parte, nada del Ideal queda del lado del sujeto, sino que queda totalmente del lado del Otro.

¿Qué ocurre del lado del Otro? El Otro va quedando configurado, también progresivamente, como absoluto, en un borramiento cada vez más acentuado de su barradura, es decir, en una progresiva desaparición de su barra. El Otro va presentándose cada vez más identificado al Ideal del yo, en una conjunción entre totalización del saber y totalización del goce. El Otro se totaliza en una dimensión de goce, y el sujeto, en tanto objeto-resto, es objeto de ese goce. Esta es, esquemáticamente, la configuración de la escena del pasaje al acto.

Esto implica una serie de cuestiones: ¿Por qué ocurre esto? Sabemos que, estructuralmente, en muchos momentos el sujeto ocupa la posición de objeto a, y de objeto del Otro. ¿Por qué en un momento dado, esto ocurre del modo particular que se plantea en el pasaje al acto, sobre todo si se trata de un momento determinado de un análisis? ¿Por qué alguien se confronta a la posición estructural constituyente del sujeto en tanto excluido en relación al Otro, por la vía del pasaje al acto, como única alternativa a quedar atrapado en una inclusión en el Otro que sólo le deja el lugar de objeto de su goce?.

De nuevo nos encontramos aquí con esa modalidad de la Verwerfung que no es la del Nombre del Padre, y que, en tanto falla en el aparato simbólico, impide las operaciones necesarias para la subjetivación de esa exclusión fundamental que lo instituye en relación al Otro, y le permite clivarse del objeto a que lo constituye, acotando la instancia estructural del goce del Otro.

Como hemos señalado, esta configuración se va instaurando en un movimiento progresivo, hasta culminar en el paradigma del pasaje al acto. La instancia del Ideal del yo ubicada en el Otro absolutizado y totalizado en su goce y en su saber y, correlativamente, el sujeto siendo el objeto a en tanto resto. En la cura, en el análisis, esto se ve venir. No constituye, por lo general, una sorpresa para el analista. En la neurosis, el pasaje al acto tiene la particularidad de irse anunciando con indicios que se tornan más y más evidentes, al tiempo que completan el cuadro que hemos descripto, tendiendo a abarcar toda la escena del sujeto.

No podemos dejar de lado la mención de los fenómenos imaginarios que se dan en el pasaje al acto, con los que me he encontrado en algunas oportunidades de un modo particularmente patente; por ejemplo, en algunos pacientes que se melancolizan en un duelo y en quienes la fragmentación corporal se mostró de un modo particularmente claro. En ocasiones esto ocurre a través de los sueños. Por otra parte, en algunos casos, el pasaje al acto -sabemos que no se trata sólo del suicidio, aunque a veces se lo homologue, sino que abarca también el homicidio y otros modos, por lo general violentos, de hacer cesar la escena en un intento de cortar el goce del Otro- deja como resto de la escena un cuerpo despedazado, como huella de un exceso en la propia escena de aniquilación del sujeto. No podemos dejar de recordar en este punto la agresividad, articulada a veces a la fragmentación corporal, -aunque no se limita a ella en su manifestación- que, bajo la figura del odio, nos evoca la indicación freudiana: todo suicidio es un homicidio.

Y aquí llegamos al eje de nuestra exposición. ¿Cómo se dirige la cura frente al pasaje al acto?. No hay oposición, a mi juicio, entre la necesidad, que podemos calificar de humana, por qué no decirlo, de proteger al analizante frente al peligro inminente en el que se encuentra, que surge espontáneamente en el analista, y el deseo del analista y su compromiso ético en la dirección de la cura. La preocupación inevitable en estos casos, que debe estar advertida, prevenida en cuanto al furor curandis, y el fantasma de salvar al sujeto en aras de su bien, es principalmente un hecho estructural, una instancia de la falta en el Otro, del cual hace semblante el analista. El analista hace, en este punto, semblante del Otro barrado a través de su preocupación. Se trata de romper a través de la presencia del analista, en tanto Otro barrado, con la instancia de un Otro absoluto, que el analizante tiende a instalar en su vida y en la transferencia. Por otra parte, nunca he escuchado el mas mínimo indicio de que alguien haya hecho el pase en la tumba, en el cementerio.

Alguien me contó hace poco que un analizante llamó un domingo al analista para decirle que estaba extremadamente mal, alguien situado en el límite de sus posibilidades de sostenerse. El analista le dijo -fiel a un modo muy extendido de entender la regla de abstinencia y el dispositivo del análisis-: "Venga mañana a la hora de su sesión". Acto seguido, el analizante se tiró por la ventana -vivía en un octavo piso- y cayó al patio de un analista que vivía en la planta baja.

Decimos, entonces, que frente al pasaje al acto hay que hacer una serie de cosas, pero las cosas que hay que hacer no son externas a la lógica misma del pasaje al acto y, por lo tanto, de la dirección de la cura frente al mismo. Y no hay que esperar a la configuración completa de la escena del pasaje al acto para operar. Ofrecer el semblante del Otro barrado, a lo que nos hemos referido recién, es una primera operación básica, que no por surgir por lo general en forma espontánea en el analista deja de ser crucial.

Indudablemente, como lo hemos señalado reiteradamente en esta exposición, hay una relación estrecha entre el sujeto identificado totalmente al objeto-resto y el goce del Otro que es necesario cortar. Y ese mismo corte es un avance en la operación de la cura. Es una instancia de la dirección de la cura hacia la relación del sujeto con su verdad, definida por la particularidad de la circunstancia en juego. El camino de ese análisis pasa por ahí; lo que se hace frente al pasaje al acto no es exterior al movimiento de la cura. No se trata de meros obstáculos indeseables de los cuales protegemos al sujeto en un paréntesis de la cura, para -una vez superados- volver a operar analíticamente. Lo que hacemos es inmanente a la cura misma, y la ética del psicoanálisis pasa por allí. Hay casos donde una conducción de la cura inapropiada engendra el pasaje al acto; por ejemplo, a través de un analista que se coloca en una posición de Otro absoluto, a veces precisamente a través de una modalidad de ejercicio de la regla de abstinencia, lamentablemente extendida, y que converge con colocar al analizante a merced de su goce, como instancia del goce del Otro.

Pero muchas veces el pasaje al acto es una vicisitud necesaria de la cura, así como lo es el acting out. El análisis no podría dejar de pasar por allí, y está en el arte del analista permitir un suficiente despliegue de la escena en la transferencia y, al mismo tiempo, situar el tiempo en que empieza a producir las distintas operaciones que tienen por consecuencia el atravesamiento de este tiempo y el corte de la escena desde el análisis. Es el acto del analista el que tiene que cortar la escena, y no dejar que sea la propia escena la que conduzca al analizante a cortarla en la culminación del pasaje al acto.

¿Cuáles serían, entonces, las operaciones que para mí hacen a una estrategia de la dirección de la cura frente al pasaje al acto?. Las enumero de un modo que no implica un orden serial ni una inclusión exhaustiva. La primera, que podríamos llamar operación "Semblante del Otro barrado", es la que hemos descripto antes, señalando que allí donde el Otro está totalizado, el analista debe sostener su presencia barrada, dando un lugar para el analizante como sujeto. En segundo lugar, se trata de poner en continuidad la escena del análisis con la escena de la vida del analizante, intentando de esa manera sostener al límite la dimensión transferencial. Frente al pasaje al acto, no se puede dejar librado el sostén de la transferencia solamente al analizante, pues precisamente por la propia estructura de la escena del pasaje al acto, tiende a totalizar al analista, y a sustraerse de la escena del análisis. Es el analista quien debe hacerse cargo, al menos provisoriamente, de sostener y activar la transferencia. Podemos denominar esto "Operación mantenimiento de la transferencia".

Otra operación tiene que ver con el objeto. El analista debe hacerse cargo de poner en juego el objeto a desde su costado. La mirada y la voz del analista son particularmente aptos para esta operación. Como ejemplos sencillos y frecuentes de esto están las maniobras de ubicar al analizante frente a frente y, fuera del ámbito estricto de la sesión, aunque no fuera del análisis, el pedir al analizante que llame por teléfono, o hacerlo el analista llegado el caso. El analista ofrece allí su mirada o su voz en tanto objeto a para clivar al sujeto del objeto a en tanto desecho al cual está identificado. Son operaciones a nivel de lo real pulsional. Pero esta presentación del objeto también implica operaciones de otros órdenes: por una parte, se ofrece el soporte del sentido y de la imagen, soportes necesarios frente a este punto de debacle simbólica que es el pasaje al acto. En tanto imagen, cuando se invita al analizante a situarse frente a frente, se le está ofreciendo la unificación corporal del propio cuerpo del analista como soporte frente a la fragmentación, tendiendo a evitar el incremento de la sensación de estar a merced del goce terrorífico del Otro que la fragmentación corporal provoca y que puede desencadenar por sí sola el pasaje al acto.

Por supuesto, en tanto estas operaciones no son sin palabra, ella también puede operar como corte simbólico en relación al goce del Otro, apenas hay condiciones para ello. Ocurre que, muchas veces, esta función de la palabra está en suspenso, o es muy endeble frente a la intensidad del goce en juego en la configuración progresiva de la escena del pasaje al acto, y por momentos la dirección de la cura tiene que sostenerse predominantemente desde lo real y lo imaginario, hasta que la palabra recupera plenamente su eficacia. En la medida en que esta eficacia se recupera, y el sujeto logra hablar del fantasma del pasaje al acto, de la escena que va preparando, el propio hablar constituye una operación de corte. El discurso puede ser la encarnación del goce, pero el discurso también corta el goce del Otro. O sea que la propia palabra hace también de barrera.

Y, si las cosas van bien, en el sentido de la eficacia de la cura, empiezan otras etapas en las vicisitudes del pasaje al acto. El deseo del sujeto comienza a tener una presencia en el texto de la cura, que en la situación del pasaje al acto es al principio esporádica y puntual, y debe ser sostenida fuertemente por el analista. Esta presencia del deseo es una barrera esencial frente al goce y por lo tanto un acotamiento estructural del pasaje al acto.

Por otra parte, dado el carácter extendido de la presencia de un duelo melancolizado en el pasaje al acto, el trabajo de duelo en el análisis se torna fundamental, trabajo en el cual el valor simbólico de la palabra es esencial. Empieza con la restitución de la eficacia de la palabra. Es un trabajo sobre cada rasgo del objeto perdido, precedido por la instancia de situar qué es lo que el sujeto perdió. Según la expresión freudiana: el sujeto sabe a quién perdió pero no sabe qué perdió en él.

Lo que estoy exponiendo ante ustedes, de modo esquemático, dado el breve tiempo disponible, hace, sin embargo, a una lógica muy precisa, que he intentado poner en evidencia. Porque cada una de estas operaciones está vinculada con los parámetros teóricos que hemos situado en relación a las condiciones del pasaje al acto.

Tal vez, si las cosas funcionan, y en las neurosis muchas veces funcionan, podemos dejar avanzar la configuración de la escena del pasaje al acto hasta cierto punto, porque para que haya análisis debe haber un cierto despliegue de ella. Un corte prematuro impide el pasaje por los lugares que el sujeto debe transitar en la circunstancia del pasaje al acto. A un mismo tiempo, debe operarse para mantener acotado ese despliegue necesario a la cura y operar los cortes pertinentes en el momento oportuno. Este despliegue puede hacerse con la confianza de que, si la operación de mantenimiento de la transferencia funciona,. si la operación del semblante del Otro barrado en la transferencia funciona, si la operación clivaje del sujeto y el objeto funciona, el analizante podrá atravesar el tiempo del pasaje al acto bajo transferencia sin necesidad de concluir la escena con el pasaje al acto propiamente dicho. Y, en todo caso, si la concluye, que sea -voy a decirlo de un modo solemne- un pasar al acto y no un pasaje al acto. Un poco de solemnidad en nuestra enunciación y un poco de confianza en la eficacia de la cura para sentirnos un poco mejor.

Victor Lunguer. Porto Alegre, 27 de agosto de 1993

Versión escrita y corregida de la exposición realizada, bajo el mismo título, en la Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis de Porto Alegre en agosto de 1993 y publicada en "Atas da Reunião Lacanoamericana de Psicanálise de Porto Alegre. Vol 2.