¿PADRE NO VES QUE ARDO?: UNA CUESTION DE ESTRUCTURA. Miriam Bercovich

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Michel Foucault decía que La Interpretación de los Sueños, es, con el Nacimiento de la Tragedia de Nietzsche, y con El Capital, de Marx, una de las obras fundamentales del mundo moderno.

Freud termina de redactar El libro de los sueños en 1899, lo publicará el 4 de Noviembre de ese mismo año, aunque en la portada figurará el año l900. Quiere inaugurar el siglo con su buena nueva, el enigma de los sueños tiene una respuesta y el profundo anhelo de Freud, incluirse en las letras que escrituran el simbólico de una época se ve realizado, aunque esto lo sabrá mucho más tarde, estamos aún en plena época de conquista.

El 12 de Junio de 1900 le escribe a su amigo Fliess: "Crees tú, en realidad, que en el futuro se podrá leer en esta casa una lápida de mármol en la que diga:

En este lugar, el 24 de Julio de l895, se le reveló al Dr. Sigmund Freud el secreto de los sueños."

(La fecha data el sueño de la inyección de Irma)

La verdad sobre los sueños provenía de un médico judío, vienés, acusado de oscurantista. La primera edición tuvo una tirada de 600 ejemplares, en las primeras semanas se vendieron 123 y en los dos años siguientes otros 228. La crítica fue despiadada.

A 100 años la lápida de mármol es una realidad y el libro de los sueños es nuestra vía regia a lo real.

El capítulo 7 se inicia con un sueño, de origen desconocido, una paciente lo escucha de alguien, y así llega a Freud, en una apropiación enigmática ya que a su vez sueña , ella misma, ese sueño.

Sueño prototípico, dirá Freud, es decir de estructura, en una extensión no ajena al estilo freudiano, quebrando toda la lógica sostenida en nociones estadísticas, un caso basta para nombrar lo singular en lo universal.

Quisiera arribar a la noción de que la frase ¿Padre no ves que ardo?, tiene el mismo estatuto, casi axiomático, de aquella otra frase estructural y estructurante, Un niño es pegado. Un niño es pegado nos conduce a soy pegado por mi padre, fantasma masoquista, fantasma fundamental del sujeto de la palabra enlazado al Otro, Otro del lenguaje, Otro del goce, Otro de la pulsión, Otro de la muerte.

Axioma es un término que significa verdad como fundamento no cuestionable, proviene del griego, y su raíz etimológica se relaciona con la idea de dignidad, algo así como lo digno de ser considerado como verdadero.

¿Padre no ves que ardo? Alude a un territorio compartido con el axioma Un niño es pegado, Freud lo lee una vez y nos transmite la connotación conmovedora del relato, no deja de aprovechar la ocasión para afirmar una vez más ese punto de entrecruzamiento, de quiasma que acontece entre la realidad exterior, su percepción y el inconciente y finalmente en una lectura que rememora su lectura del juego del fort-da, nos dice que el deseo es deseo de dormir y en ese dormir conservar un instante más al niño con vida. En el fort-da la lógica era la misma, lo traumático de la ausencia del otro materno elaborado en la repetición del juego, es cierto que también afirma que el placer obtenido se producía en el movimiento de arrojar el carretel y aclara que dicho placer era de índole más directa. Y en esa satisfacción más directa proveniente del acto de arrojar, de hacer desaparecer el objeto, se juega su más allá... . Un "más allá..." que abre las puertas a la pulsión de muerte y a una satisfacción cuya característica de ser más directa nos habla de un goce por fuera del campo del Otro, un goce fuera de la representación, un goce de una existencia que se sustrae del campo significante que, sabemos es del Otro. Pero volvamos a nuestro sueño...

Lacan en el seminario XI lo lee dos veces para decirnos cosas diferentes, la primera vez se detendrá en ese pasaje sutil, esa bisagra a veces tan inaprensible, como en los dibujos de Escher, esos espacios que pasan de una escena a otra, de una perspectiva a otra y donde siempre se nos hace tan difícil ubicar el punto exacto en que dicho pasaje se produce. Esas dos realidades, la exterior, la cortina, el cirio, el golpe, el fuego, es resplandor y la interior, el niño, el tironeo del brazo, el reproche afiebrado en la voz.

La segunda lectura que Lacan realiza en ese mismo seminario, el de Los Cuatro Conceptos, en esa lectura es en la que me voy a apoyar para intentar desplegar la noción de que lo que se juega en "¿Padre no ves que ardo"?es una cuestión de estructura, cosa que en realidad ya puede leerse de alguna manera en su texto.

Voy a citarlo:

..."¿El sueño proseguido no es esencialmente, si así puedo decirlo, el homenaje a la realidad perdida - la realidad que ya no puede hacerse más que repitiéndose, en un definidamente nunca alcanzado despertar? ¿Qué encuentro puede darse ahí en lo sucesivo con ese ser inerte para siempre – incluso a ser devorado por las llamas – sino ése que ocurre justamente en el momento en que las llamas por accidente, como por azar, vienen a unirse a él? ¿Dónde está la realidad en este accidente? ......

Así, el encuentro, siempre fallido, ha ocurrido entre el sueño y el despertar, entre el que siempre duerme y cuyo sueño no conoceremos y el que no ha soñado más que para no despertarse.

Si Freud maravillado ve aquí confirmada la teoría del deseo, es señal de que el sueño no es tan sólo una fantasía que colma un anhelo. Pues no es que en el sueño se sostenga que el hijo todavía vive. Sino que el hijo muerto al coger a su padre por el brazo, visión atroz designa un más allá que se hace oír en el sueño. Se presentifica allí el deseo, por la pérdida imaginada, en el punto más cruel del objeto. Tan sólo en el sueño puede realizarse este encuentro verdaderamente único. Sólo un rito, un acto siempre repetido, puede conmemorar este encuentro inmemorable – puesto que nadie puede decir qué es la muerte de un niño – sino el padre en tanto padre – es decir, ningún ser conciente."

E inmediatamente después de esta cita, Lacan lanza esa afirmación tan iluminadora ..."pues la verdadera fórmula del ateísmo no es Dios ha muerto, como afirma Niesztche, la verdadera fórmula es Dios es inconciente."

Y sabemos que desde Freud, Dios es el Padre.

Francois Regnault hará una articulación interesante al ubicar la frase ¿Padre no ves que ardo? en consonancia con las palabras de Jesús crucificado, el hijo por excelencia, "Elí, Elí lama sabactaní" ( Padre, ¿por qué me has abandonado?).

Se juega un invocar al Padre en tanto lugar que responda por el estatuto de la muerte, el sujeto ante la muerte clama por un Padre.

No sé si podré agregar nada original a ese escrito tantas veces mencionado, tal vez tan sólo se trate del intento de hacer algo con la profunda y repetida conmoción sentida, experimentada cada vez que leí el texto con el que Freud inaugura ese séptimo capítulo casi elevado a la categoría de escritura sagrada, el capítulo siete ha sufrido una suerte de canonización y los analistas, herejes incurables, lo abrimos una y otra vez en un intento de extraer esa verdad que se escurre y que sabemos se juega en esas letras.

El sueño es conmovedor, Freud participa de esto, como nosotros. No hay quien no se detenga y se estremezca ante la lectura de esta página. No importa cuántas veces uno lea este pasaje del libro de los sueños, siempre nos conmueve. ¿Qué conmueve? Lo atroz de la muerte de un hijo? Sin duda. Pero tal vez algo más. Tal vez aún este sueño que tiene como centro de todas las experiencias, sin duda la que más espanta, al punto de suponer que no podría ser disfraz o velo de otra cosa, ya que el sueño mismo toca lo insoportable, velo de qué cosa aún peor podría ser?

Freud a continuación de este sueño se propone hacer un alto, detenerse, nos advierte, intuye un más allá insondable, una zona de tinieblas. Esclarecer algo supone referirlo a otra conocida. Pues no hay tal referencia, el psicoanálisis no es un saber referencial. Nos dice Freud que nos veríamos obligados a formular una serie de nuevas hipótesis con riesgo de perdernos en lo interminable. Efectivamente la deriva sucesoria, el campo significante desemboca en un análisis interminable. Lacan responde a esta cuestión y es contundente al afirmar que ninguna praxis más que el análisis está orientada hacia lo que en el corazón de la experiencia, es el núcleo de lo real. Es decir que el psicoanálisis no es sólo campo significante.

No se trata de tinieblas, en las tinieblas podríamos hallar algo. Lacan dice que se trata de lo real que constituye la hiancia del inconciente. Y allí ubica al Padre.

Si acordamos con Freud cuando dice que cada elemento del sueño representa al sujeto que sueña, el niño de nuestro sueño no es otro que el padre del niño muerto, que en tanto hijo interroga al Padre, con el ardor propio de la plegaria.

El resplandor despierta a esa otra escena. Freud nos dice que el deseo que realiza el sujeto es recuperar el niño, devolverlo a la vida. Un sentido transparente, sin disfraz.

El padre, agotado, exhausto por el dolor y el desvelo, se duerme y sueña, en un redoblamiento de la escena no sólo por que el cirio cae y enciende la cortina, y el viento con su soplar extiende el fuego a la mortaja, la muerte dentro de la muerte, el resplandor y el golpe, nos trae al niño que reclama al padre ¿no ves que ardo?

Ardor que alude a la vida misma, a la llama condenada desde el inicio a extinguirse, ardor por vivir una vida herida de muerte en tanto que habitada por la palabra.

La pregunta es al Padre, que en tanto silente, no responde, su respuesta nos conduciría al destino de Schreber. El vacío perpetúa el ardor que es la vida, en el silencio que retorna habita el deseo del sujeto que sin respuesta, sin últimas palabras transita, buscando una respuesta que en tanto suspendida transforma al deseo en indestructible.

El niño en el sueño es a su vez ese padre vencido por el cansancio y el dolor, quien deja a cargo de velar al hijo muerto a un anciano, que también falla en su función, se queda él también dormido. La función paterna duplicada en su déficit.

El niño del sueño es ese padre del niño que sueña y en su sueño lanza la pregunta que todo sujeto de la palabra encarna: ¿por qué la muerte?, ardor, goce y anhelo de una respuesta que responda por la muerte. La muerte en su presentificación más atroz, más insoportable, la muerte del hijo. El padre, en tanto hijo, pues es tanto hijos que hablamos, es en tanto hijos que soñamos. Porque ¿qué es un Padre? Esa función a veces encarnada, nunca acabadamente, siempre fallida, esa función que nos rige, en relación a ella somos hijos, y si el análisis en su fin nos invita a ir más allá del padre, me animaría a arriesgar que ese más allá es una suerte de orfandad, es decir ámbito de la condición de un hijo, pues huérfano se es en tanto hijo.

Cabe preguntarse por la especificidad de dicha orfandad. Ya no se trataría de la extrema y originaria indefensión, la hilflogsichkeit freudiana, el desamparo radical ante el Otro, porque la experiencia que el análisis impone es justamente la insólita y descomunal revelación de que el Otro no existe. Se tratará de una orfandad que ya sin dirigirse al Otro como único recurso o amparo, se oriente hacia la vida misma.

Miriam Bercovich. Octubre 2002