INTERVENCIONES EN UNA MELANCOLIA. Viviana San Martín.

Tiempo de Lectura: 24 min.

M. es un hombre de 56 años, que concurre a Hospital de Día desde hace tres años. Cuando llega, relata varios tratamientos anteriores que incluyen medicación e internaciones, siempre en relación a sus numerosos intentos de suicidio. Ingirió veneno para ratas, para cucarachas, para hormigas.... Últimamente también, lo había intentado con los fármacos, que a su modo de ver, eran algo así como un veneno.

Vive con su madre anciana, que es prácticamente ciega. Siempre vivió velando por ella: antes porque era alcohólica y ahora porque fuma hasta cuando come. Su padre falleció hace cuatro años, luego de una larga enfermedad. Si bien es el mayor de cuatro hermanos, fue él quien cuidó de su padre hasta que murió, así como ahora lo hace con su madre y antes, mientras estuvo casado, con sus suegros. En síntesis, una vida sacrificada a la enfermedad del Otro.

Sus hermanos, que no viven con él, le reprochan el no cuidar bien a la madre, y además, lo tratan de "parásito" porque hace seis años que no trabaja. El dice que no puede porque está constantemente mareado. Se siente una rata, una cucaracha, una hormiga: así lo expresa y lo delatan tanto su aspecto como las maneras que utiliza para terminar con su vida. Está envenenado: su veneno se lo rocía en la boca y se reserva alguna dosis para salpicar a los que lo rodean. Les provoca angustia e impotencia por su anunciada e inminente muerte. Están cansados de sus intentos de matarse: uno de sus hermanos es quien lo trae aquí.

Pero M. no fue siempre este oscuro objeto de deshecho, este cuadro de desolación y despojo. Por el contrario, él tuvo muchas pertenencias: una esposa por casi veinte años a quien, según sus palabras, se ocupaba de tener "como a una reina". Un hijo que estudiaba en los mejores colegios, que vestía ropas de marcas costosas y poseía variados juguetes. Tenía la casa más linda de la cuadra, auto, camioneta. Fue dueño de varios comercios. En fin, todo era una fiesta de brillo para la mirada.

Le gustaban los autos: trabajó como chofer y hasta tuvo un taller mecánico.

En este mundo ideal, él creía haber modelado a su mujer como la arcilla de su pensamiento: una pareja debía ser armoniosa, sin lugar para mentiras ni desacuerdos. Quería diálogo en la cena y no soportaba que ella tuviera la televisión encendida. A la letra: no soportaba la tele-visión, la visión - lejos de ella. En otras palabras, quería moldear un Otro a su medida que no anduviera abriendo grietas poniendo en juego su propio deseo. Un Otro que respondiera en espejo a este Ideal que él había encarnado en ella. Así, vivía pendiente de su mujer. Como era de esperar, cuando ella hizo presente se deseo, se fue con otro hombre y él, que vivía "pendiente" de ella, se cayó.

Su esposa era un Otro que reflejaba su propia imagen, en la medida que algo no imaginario la sostenía, permaneciendo oculto. Me refiero a ese carozo real, que en tanto esté velado, funciona como causa del deseo: el objeto a. Presumo que se trataba del objeto "mirada", por el "brillo" para el que tanto trabajaba. Cuando este Otro se fue, el objeto que guardaba en su interior perdió su cubierta imaginaria y retornó en su valor de nada, ya que sólo valía como causa del deseo cuando estaba perdido y lo imaginario cubría su falta. El objeto se volvió sombra.

En "Duelo y Melancolía" (1), Freud remarca que el melancólico sabe que perdió algo, pero no sabe exactamente qué fue lo que perdió. A diferencia del duelo, la pérdida es inconsciente. Explica esta particularidad dando cuenta de un hecho observable: "si en el duelo el mundo se ha hecho pobre y vacío; en la melancolía, eso le ocurre al yo mismo" (2). Se refiere a la rebaja en la autoestima y a los autorreproches que se manifiestan como rasgos diferenciales en estos enfermos. Por lo tanto, señala que lo que verdaderamente ha perdido el melancólico tiene que ver con su yo. Ante la pérdida del objeto, el yo, en lugar de iniciar el proceso que lleva al retiro de la carga del objeto y a su sustitución por uno nuevo, nos encontramos con que la carga demostró ser poco resistente y quedó abandonada, pero la libido, no cargó un objeto nuevo sino que retornó al yo. Pero allí no encontró un uso cualquiera: se identificó con el objeto abandonado. En este caso, no se trata de una identificación con su ex mujer, sino con el objeto que ella guardaba, que sin su cobertura, se convirtió en una sombra.

Dice Freud: " La sombra del objeto cayó sobre el yo, que a partir de ese momento puede ser considerado una instancia especial, como un objeto y en realidad, como el objeto abandonado" (3). El duelo no puede proseguirse porque ha sido rechazada la pérdida, el objeto causa del desengaño ha sido integrado al yo y allí mortificado, en detrimento del yo, que sufre las consecuencias. En otros términos: la sombra del objeto ha caído sobre el sujeto, a quien el superyó maltrata con su mandato de goce mortífero.

Ahora bien, ¿por qué este paciente tuvo una salida melancólica en lugar de un duelo normal?

Hacía tiempo que su mujer daba claros indicios de que estaba saliendo con otro hombre. Su reacción era la de "no querer saber nada de eso", me inclino a pensarlo en un sentido forclusivo, ya que más tarde este "desconocimiento" retornó en un episodio delirante.

Cuando en determinado momento, ella se va de su casa con el otro hombre, M. se desespera: la busca en hospitales, comisarías, pone avisos en los diarios, investiga, viaja. Dice: "Ya ahí, mi razón se iba perdiendo".

Finalmente la encuentra y la hace volver. Pero no hay palabras, no hablan del asunto. El, que supuestamente bregaba por el diálogo en la pareja, no dice nada. No hay reproches. Tampoco él piensa nada del estilo: ¿qué nos pasó?. Ni se hace preguntas: ¿por qué hace un tiempo que soy impotente sexualmente con ella? ¿por qué permití que mi padre se entrometiera en mi matrimonio y maltratara a mi mujer? ¿por qué vivían con sus suegros?, estas preguntas que debieron haberse formulado en ese momento, volvieron más tarde como autorreproches. Al no haber palabras, el sujeto quedó borrado, al no aparecer ningún significante que represente al sujeto para otro significante. Solo estaba desesperado y quería que volviera.

Pero la que volvió no era la de antes. por más que él desconociera sistemáticamente lo que estaba ocurriendo, su "razón" ya se había perdido: Por un lado, "su razón", la causa de su deseo, no habitaba más en ella. Por otro lado, "su razón", su equilibrio, se había perdido junto con ella: hizo un delirio paranoide. Ella lo estaba envenenando. Lo no dicho vía el significante, retornó con la fijeza de la letra de un delirio. Para justificar su idea de envenenamiento, dice: "Ella me estaba metiendo un polvo en el mate".

Efectivamente, ella algo le estaba metiendo...

Un polvo...

En el mate...

Estaba envenenado...

Pero no reaccionaba. Su respuesta fue un delirio. He aquí su texto:

"Yo siempre todas las mañanas me preparaba un té antes de ir a trabajar y ese día, cuando confirmé mi idea, en lugar de poner el saquito en la taza, tiro primero el líquido de la pava en la taza. Y la noto de un color rosado. No era del óxido, era como un polvillo que había en la pava. Entonces yo guardé el agua en un frasco de mermelada limpia que uno siempre tiene guardado, para hacerlo analizar y me lo llevo a la camioneta. Cuando me voy para trabajar, ya me estaba encontrando sin fuerzas, entonces no fui al trabajo, sería por los mates que ella me venía dando. Esperé a que abriera una química cerca de casa. Cuando abre, me voy a ver al químico. El me dice que cuestión de agua no analiza, que tengo que ir a Obras Sanitarias antes de las 24 horas. Agarré, me fui a casa, previo comprar unas medialunas. Mi mujer estaba durmiendo y guardo el pote entre medio de unas tazas así a la tarde lo voy a llevar a Obras Sanitarias. Mi señora me escucha y dice: "Ahora me levanto ¡qué pasó que no fuiste a trabajar? -sintió ruido de que volví-Ahora me levanto y te hago unos mates. Y cuando se levanta, agarra la esponja y el detergente y empieza a lavar la pava por dentro. Eso ya me extrañó, porque la pava se lava sólo por fuera, salvo que uno haya hervido leche... Agarré y me fui a dormir. No le pregunté, no sé, no me podía desahogar en el momento. Y después cuando me levanto, busco el frasco y ella lo había tirado. Le pregunté, -le dije que era para un análisis-. No me di cuenta -dijo-. Esta estaría parando la oreja cuando yo guardé el frasco entre medio de las copas para después llevarlo a analizar; ahí ya considero que me estaba metiendo algo..."

M. menciona esto en casa de su hermana y ella le cree. Los hechos se precipitan estando él casi en estado de perplejidad:

"Me sacan de mi casa al hacer el comentario en lo de mi hermana de que mi mujer me estaba metiendo algo. Me dijeron que no tomara nada, por si me estaba envenenando. Me llevaron a una abogada. Habló mi hermana, porque yo no podía gesticular palabra. Dijo: haga una denuncia policial si hace abandono del hogar, antes que las cosas pasen a mayores. Hice lo que me dijeron y me fui a casa de mi madre".

A esto le sigue un breve período maníaco que pareciera un intento de negar la pérdida que había sufrido:

"Me agarró el delirio del baile y del show. Salía todas las noches, no dormía, tomaba las pastillas con whisky, estaba todas las noches con una mina distinta".

Luego, la melancolía, la depresión y los autorreproches:

"Cometí atrocidades; dejé a mi hijo a los 13 años y eso no me lo perdono. No tendría que haber dejado a mi familia. Lo que me correspondió de la casa, le dí la plata a mi hijo y después me dije: ahora me tengo que amasijar. El mea culpa, dejé a mi hijo cuando más me necesitaba. No pudo estudiar arquitectura por mi culpa. Yo quería dejarle la piedra fundamental de algo y no lo hice".

Comienza a cuidar de su padre, que por entonces sufre una hemiplejia. Cuando su hijo más lo necesitaba, el volvió a cuidar a su padre.

Hace malos negocios, se hace estafar, pierde sus bienes y con ellos también pierde a su última pareja, una mujer con la que había salido dos años. Cuando su padre muere, ya no tiene nada, ni trabaja más.

"No pude derramar una lágrima cuando mi padre murió. Lo odio porque siempre fue un jugador, un matón, un compadrito que por sus andanzas dejaba a mi madre sola en la crianza de cuatro hijos. Por eso ella le daba a la botella. Chupaba todo el día".

Podríamos decir que éste era un padre que dejaba a sus hijos a merced de esta madre que chupaba...

Un padre que lo dejó a él en el lugar de objeto chupado por el Otro primordial: vivió siempre mortificado por lo que su madre chupaba o fumaba, peleando con ella por esa razón.

A continuación voy a relatarles algunos tramos de su tratamiento:

M. comienza siempre las entrevistas expresando su intención de liquidarse por no soportar más su sufrimiento. Luego contabiliza una y otra vez todo lo que tenía y perdió. Se reprocha todos los pecados que cometió en su vida y concluye como empezó, al saludo de su analista: "hasta la próxima", responde con un "si llego". Sus días parecen calcados, sus entrevistas también.

A este disco rayado que insiste más allá de su voluntad, la palabra no lo toca. No hay transferencia simbólica que permita vía asociación libre operar sobre el síntoma con la llave de la interpretación. El sentido cristalizado de su relato, resiste todo embate: ningún juego con el equívoco de su palabra cuestiona la fijeza del cuadro que pinta.

Con el tiempo este relato rígido, sólo puede ser interrumpido. Cuando se lo interroga sobre su vida posterior a la separación, se desvía volviendo a lo de siempre. Le digo: "No empiece otra vez con el disco rayado, estaba hablando de otra cosa".

Hace intentos de cambiar de analista: falta a sus entrevistas y luego le solicita entrevista a la profesional que le administra la medicación, aprovechando esta posibilidad del dispositivo. Por supuesto que para hablar de esto "que siempre vuelve al mismo lugar". Advertida la maniobra, es reconducido a su espacio de entrevistas.

De todas maneras, su posición no variaba un ápice. Sin embargo, nunca dejó de venir a todas las instancias del Hospital de Día: entrevistas individuales, de control de medicación y talleres. El resto del tiempo, estaba en la cama, elucubrando acerca de la manera en que iba a autoeliminarse y maquinando sobre su pasado, sin poder detener su pensamiento; más bien siendo objeto de él. Rescato un sueño relatado en una entrevista:

"Anoche soñé que volvía a mi barrio, bien trajeado, la gente me reconocía, la gente me recibía bien".

Este sueño insinúa en sus letras, una intervención posible, que sólo a posteriori puedo ser leída así.

En "La Tercera" (4), Lacan presenta en el plano el nudo borromeo de la siguiente manera:

Los tres registros, lo Real, lo Imaginario y lo Simbólico, anudados de manera tal que ninguno penetra el agujero del otro, aunque cualquiera de los tres que se corte los otros dos también se separan. Anudando las tres cuerdas, el objeto a.

Lacan nos propone situar en los lugares de intersección, letras que designan distintos tipos de goce. Entre lo Real y lo Simbólico, un goce que está al alcance del sujeto, el goce fálico: J F, permite que lo Simbólico, sea eficaz en el campo de lo Real. Logra que la palabra interpretativa del analista opere sobre la cara real del síntoma por el lugar que la transferencia le da.

En la intersección entre lo Simbólico y lo Imaginario, Lacan pone el "sentido". Este goce, se relaciona con el sentido de la vida que cada uno reclama y al que el sujeto se ofrece en sacrificio: por Dios o por la Patria hasta algunos dan la vida, con tal que ésta tenga algún sentido. Pero este mundo que cada uno habita, se sostiene por un objeto que es su causa: el objeto a. De lo contrario, perdida esta razón que es el objeto, la vida se torna un sin sentido, como el continuo padecer de este paciente lo confirma.

Por último, hay un goce exterior a la palabra, entre lo Imaginario y lo Real: el goce del Otro. Goce en el que el sujeto queda atrapado como objeto, al sustituir el significante que al Otro le falta. De esto pareciera sufrir M.: algo lo habita (lo que llamo "el disco rayado"), que le dice todo el tiempo "parásito, cucaracha, no servís para nada" que él no puede frenar. Este goce no es acotable por la interpretación, como este caso me lo enseñó magistralmente. Sólo la intervención en lo Real, se dirige a un efecto de la estructura en la intersección de lo Imaginario y lo Real, allí donde el sujeto se ofrece al Otro que lo habita como un objeto de goce. Pero veamos si este enunciado general sobre la Intervención en lo Real, se comprueba en su singularidad:

Comenzamos a fijar nuestra atención en la ropa con la cual este paciente venía al Hospital. Así nos enteramos, que esos "trapos viejos" que vestía eran ropas de su padre muerto. Tanto en las entrevistas individuales como en las de control de medicación, se intervino al respecto. Por ejemplo:

-¿Hasta cuándo se va a vestir así?

- Usted está vivo...¿por qué usa ropa de un muerto?

En referencia a un saco todo roído que era de su padre:

-¿Cuándo se va a sacar el muerto de encima?

En relación al mismo saco, otro día:

- Ah! No!, para entrar al consultorio deje el muerto afuera...

Por primera vez, algo que venía de nosotros hacía alguna mella en él. Empezó a venir con otra ropa, aclarando antes de entrar a la entrevista: "esto es mío", sin que nadie le preguntara nada. Paulatinamente, comenzó a mejorar su aspecto. Hasta que un buen día vino a la entrevista vestido con una camisa floreada, y en lugar de comenzar con su consabido "me quiero eliminar", dijo: "vengo de una entrevista laboral". Se trataba de una agencia de remises que necesitaba un chofer. Desempolvó su vieja pasión por los autos. Me explicó de motores, en su discurso se multiplicaron las metáforas mecánicas. Al otro día comenzó a trabajar, luego de "diez años de no manejar", nos dirá. Se desenvuelve bien.

En entrevistas posteriores, a las que viene elegantemente vestido, me cuenta sobre la ropa que lleva a la lavandería, a la tintorería, la que se piensa comprar. Además piensa ir al médico "para recauchutarse" -afirma. A la pregunta sobre qué piensa hacer con su recién ganado dinero, responde. "Mejorar mi presencia, porque como dice el dicho, -como estés vestido, serás recibido". Aquí resignifico aquel sueño donde él vuelve al barrio "trajeado" y entonces el Otro, un Otro más propiciatorio, lo recibe bien y lo reconoce como valioso.

Ahora, desde la lectura de sus efectos, planteo esta intervención como una Intervención en lo Real, en la medida que operó fundamentalmente en la intersección de lo Imaginario y lo Real, entre lo Imaginario de su vestimenta y lo Real del Objeto "mirada". A partir de esto algo cayó:

"Quiero recuperar el tiempo perdido" nos dirá.

El prolongado tiempo de su melancolía -casi 13 años-, pudo ser nombrado por primera vez como "perdido".

Hubo un corte, el tiempo del goce en el sufrimiento del que era objeto, devino un goce acotado al poder gozar de un objeto al que él maneja. Vuelve a interesarse por las mujeres:

"Estoy tirando el anzuelo, a ver si pica alguna". -nos grafica.

En el cara a cara de las entrevistas, se puso en juego una mirada que no gozaba con la persistencia de la imagen del "cadáver harapiento" que él era. Una mirada deseante: "al muerto no lo miro más". En oposición a la mirada de su madre, que aunque ciega, mira. Porque la mirada tiene que ver con el deseo, no con la calidad de vidente o no vidente. El Otro es el que refleja la imagen a la cual el sujeto se identifica y con la cual se "viste". La imagen-vestimenta que cubre la desnudez del objeto a es la cubierta imaginaria que se necesita, para no quedar reducido a un esqueleto. Esta imagen se sostiene en algo que no se ve pero se siente: la mirada. Y este Otro-pantalla, no hacía más que mostrarle siempre la misma foto: aquella que lo fijaba como el bastón blanco de su madre o el enfermero de viejos achacados. Con esta imagen como ropa no se luce muy bien ante los ojos de los otros que no son el Otro primordial.

El tema del envenenamiento (el Otro me envenena, yo -identificado al objeto del Otro- me enveneno), se relaciona también con esta mirada mortífera que viene del Otro, lo que Lacan llama la "invidia". La invidia no es lo mismo que la envidia, sino que en su raíz "videre" (ver), señala su relación con la mirada. Según nos dice en el Seminario II (5), produce el mismo efecto de una "ponzoña": paraliza, pone pálido, marea, mata.

El denominado "mal de ojo", reconoce este origen y justamente, era una de las cuestiones que M. traía a sus entrevistas: suponía que estaba "ojeado", que había sido víctima de un "daño". Este "mal de ojo", este "ojo malo", es un ojo voraz que al posarse sobre nuestro cuerpo, atraviesa nuestras vestiduras imaginarias y eso uno lo percibe. Es un ojo que a uno lo fija a un cuadro y por esa fijeza, nos trae enfermedad y desventura. Por esta característica de provocar detención en una imagen, Lacan afirma: "es la fascinación, cuyo efecto es detener el movimiento y literalmente, matar la vida". (6). Por el desarrollo de este caso me pareció interesante esta afirmación de Lacan: "Se trata de despojar al mal de ojo de la mirada, para conjurarlo". (7)

Finalmente, voy a recordar una cita de Lacan del Seminario R.S.I. de febrero de 1975, para poder hacer algunos comentarios. Dice así:

"El efecto de sentido exigible del discurso analítico no es imaginario. No es tampoco simbólico. Es preciso que sea real". (8)

¿Qué querrá decir "efecto de sentido real"?

Propongo una lectura de esta enigmática frase: que lo exigible al discurso analítico es que haya un efecto de cura. Si bien con esta interpretación, no estoy planteando que este paciente esté "curado", hubo una modificación importante en lo real de su posición. Cuando hablamos de dirección de la cura, lo entiendo como una hipótesis a confirmar, como algo que uno presume que tendría que tomar cierto rumbo, para llegar a un fin: la cura. Pero hasta tanto no se arribe a algo de este destino, no podemos saber si la hipótesis es correcta o incorrecta. Alertados ya de los peligros del "furor curandis", considero necesario introducir una distinción: una cosa es que la cura psicoanalítica se dé por añadidura y otra que no se produzca nunca. Porque de operarse este deslizamiento, no ponemos a prueba nuestras hipótesis teóricas. Y al así actuar ¿qué diferencia nuestra teoría psicoanalítica de un delirio?. Freud no tuvo inconvenientes, como Lacan lo subrayó, en reconocer que el delirio de Schreber sobre los "rayos de Dios" tenía una llamativa coincidencia con su teoría de la libido. Incluso se "atajó", aclarando que él la había construido antes de leer el libro de Schreber. (9). Creo que la posibilidad de establecer la diferencia reside en que podamos ponerla a prueba, y en base a los efectos clínicos, ratificarla o rectificarla.

Porque si sólo exigiéramos de ella el requisito, por ejemplo, de la lógica interna, el delirio puede gozar de ella también y si solamente se tratara de poner nombres para describir y dar cuenta de ciertos fenómenos, daría lo mismo bautizarlos: rayos de Dios, libido u objeto a.

Tampoco se trata de caer en un alegre abandono de la teoría, en nombre de una supuesta "clínica en sí misma", que se autoriza en una intuición que desconoce sus verdaderas determinaciones y que comulga en la creencia de una "objetividad" positivista de los efectos. Estos se interpretan siempre desde una determinada teoría, es más, son producidos por determinada teoría al articularse con lo particular en la singularidad. Necesitamos de la abstracción teórica para justificar por qué determinado hecho lo consideramos un efecto de una operación analítica y no una mera modificación "cosmética" debida a algún influjo sugestivo, que retornaría luego con mayor virulencia. Si de manera general, consideramos cura, por ejemplo, a aquello que se produce tras la caída de un objeto, donde éste se muda de objeto pulsional gozoso a objeto causa del deseo, evidentemente resultan imprescindibles todos estos conceptos (objeto, goce, pulsión, deseo), para poder engendrar ese corte, para después corroborarlo y además, para que otros analistas puedan confirmarlo o discutirlo. Entiendo por "poner a prueba la teoría" el contrastar nuestras elucubraciones en la singular eficacia que tengan para operar sobre lo real del goce, aunque necesariamente debamos realizarlo haciendo un rodeo: el de no esperar demasiado en cuanto a lo terapéutico.

Este trabajo pretendió encuadrarse en esta perspectiva. Seguramente, dejó varios cabos sueltos en el camino. Reconozco dos, que quizá causen un futuro trabajo: pensar qué aporta este caso en relación a la ubicación estructural de la melancolía y el de formular alguna presunción sobre qué dirección debería tomar esta cura a partir de ahora. Quizá ambas cuestiones estén emparentadas.

Viviana San Martín

(*) Trabajo presentado en la Jornada del Seminario de Presentación de Pacientes Psicóticos, Hospital Manuel Belgrano, 11 de diciembre 1993.

Notas:

1- FREUD, Sigmund: "Duelo y Melancolía" en Obras Completas, vol. XIV, Amorrortu Editores, Bs. As. 1989.

2- op. cit. p. 243.

3- op. cit. p. 246.

4- Lacan - Jacques: "La Tercera" en Intervenciones y Textos, volumen 2, Manantial, Bs. As, 1988.

5- Lacan - Jacques: "¿Qué es un cuadro?" en Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis, libro 11, Paidós, Argentina, 1987.

6- op. cit. P. 124.

7- Ibid.

8- LACAN, Jacques R.S.I., II febr. 1975, clase 5.

9- FREUD, Sigmund "Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente (Schreber)" en Obras Completas, vol XII, Amorrortu Editores, Bs. As., p. 72.

Obras Consultadas:

CANCINA, Pura. "El dolor de existir... y la melancolía", Homo Sapiens Ediciones Rosario, 1992.

"La Melancolía" en Las Psicosis, Homo Sapiens Rosario, 1993.

"Clínica de la Melancolía" en Lacan...efectos en la clínica de las psicosis, Sergio Rodríguez (comp.), Lugar Editorial, Bs. As. 1993.

- DJIAN, Patrick ."Enfoque psicoanalítico del suicidio" en En los límites de la transferencia, Juan D. Nasio (comp.), Ediciones Nueva Visión Bs. As. 1987.

- FERNANDEZ, Elida. "Delirio de Negación de Cottard" en Diagnosticar las psicosis, Data Editora, Bs. As., 1993.

- GRANDINETTI, José "La psicosis maníaco depresiva (algunas consideraciones clínicas)"en Lacan... efectos en la clínica de las psicosis, Sergio Rodríguez (comp.), Lugar Editorial Bs. As., 1993.

- HEINRICH, Haydée. Borde R S de la neurosis, Homo Sapiens Ediciones, Rosario, 1993.

- LACAN, Jacques "Hamlet: un caso clínico" en Lacan Oral, Xavier Bóveda Ediciones, Bs. As., 1983.

- NASIO, Juan. La mirada en psicoanálisis, Gedisa Editorial, Barcelona, 1992.

- RUPOLO, Héctor "La melancolía una vieja historia" en Conferencias y Escritos psicoanalíticos, Tekne, Bs. As., 1987.

- VEGH, Isidoro. Intervención en lo Real" trabajo presentado en las Jornadas de la E.F.B.A. realizadas en julio de 1991 acerca de: "El padre en la clínica lacaniana".

"El melancólico objeto del maldecir" en Matices del psicoanálisis, Editorial Agalma, Argentina, 1991.

"Paso a paso con Lacan: el objeto y sus destinos", Seminario dictado en 1985. Fichas de la E.F.B.A. Serie Seminarios.