LA ESCRITURA EN LOS NIÑOS. Mónica Morales

Tiempo de Lectura: 11 min.

Las formaciones del inconsciente tienen estructura de letra. El síntoma dibuja un trazo que se escribe sobre el cuerpo. Por eso, toda acción sobre la letra durante la cura tendrá efecto sobre el cuerpo.

Recordemos cómo pensaba Freud el trazo unario, y lo hacía en relación a la tos de una niña llamada Dora. Tosía como su padre porque estaba eróticamente privada de él, y a la vez la tos la identificaba a la madre, persona a quien quería sustituir en el deseo del padre. Este trazo unario que resulta de una contradicción, no puede ser dicho por ningún significante. Escribe lo real del goce perdido, la castración, lo que es tan singular a un sujeto como su nombre.

En el ejemplo de Freud, la tos de Dora se inscribe como trazo unario en una relación de privación con el objeto de goce. Así, la inscripción del trazo se articula con la represión, que recae sobre la imagen del cuerpo, y esta imagen dona su cuerpo a la literalidad del saber inconsciente, así como a las letras que sirven para escribir.

Apoderarse de la lengua es un hecho cultural, si bien cada niño se introduce en la palabra por un acto de aprehensión que le es propio. (1)

Cada niño debe inventar por su cuenta, la escritura.

Su inconsciente ya sabe escribir cuando se requiere que lo haga según las técnicas de su medio.

El aprendizaje tiene valor de prueba iniciática, primera entrada en la sociedad exogámica de los hermanos. La disposición a la escritura supone una ruptura con el medio familiar.

Un niño aprenderá a escribir al finalizar su complejo de Edipo, recién entonces estará en condiciones de aprehender el símbolo que lo introduce en la escritura.

Los primeros dibujos presentan a la fantasmática infantil, que luego caerá bajo la represión. Recién entonces, un niño podrá escribir. Antes estaba impedido por su relación con la representación pictórica.

Entonces, entre el dibujo y la letra, se localiza el episodio de la represión. (2) Los dibujos serán presa de la represión hasta que retornen en la escritura de la letra.

Ese será el destino de los dibujos, que retornarán como resto en la escritura. Por eso también es que olvidamos los sueños, que ponen en escena un goce.

La escritura escribe el retorno de lo reprimido. El goce perdido de la imagen del propio cuerpo.

Las primeras letras de un niño son dibujos de letras, como dibujaría del mismo modo otros objetos susceptibles de dibujarse.

La escritura propiamente dicha comienza cuando la letra pierde su cualidad icónica, y recién entonces obtiene la posibilidad de representar. Además de perder su valor sonoro.

Habría un tiempo de indistinción entre la letra y el dibujo, así como también, un antropomorfismo primitivo de las letras. Las letras están extraídas del cuerpo, talladas a la medida del cuerpo.

Una nena escribe pájaro y gato, con seudo letras de su invención; la palabra gato tiene más letras porque el gato es más grande que el perro (3).

A partir del momento en que la letra emerge del dibujo, dependiendo de la represión, también se van a modificar los dibujos.

Entonces, la escritura procede de la pérdida del goce del cuerpo, y del corte del trazo. Así como las escrituras antiguas que se trazaban como una incisión.

En la escritura de un niño subyace el deseo de los padres que funda un síntoma referido a la letra.

Recorte de la clínica

Voy a relatar fragmentos del análisis de una nena de siete años, que al promediar su primer grado de escolaridad no había aprendido aún a escribir palabras.

Micaela no escribe y es poco lo que lee. Probablemente repita el grado.

Su padre no ha notado tal situación. Es su analista quien ha insistido que hagan una consulta.

La madre está muy irritada con la nena, y aún más con el colegio y la maestra. La idea de que Micaela repita de grado, le resulta insoportable, humillante.

Ella también repitió primer grado, pero porque su mamá no se ocupaba de ella. Dice: "Micaela es tan soberbia! Todo lo hace para hacerme sentir mal..."

Estos padres se separaron cuando Micaela tenía un año.

"No fue para vos como Pablo! Nunca la registraste!" dice la mamá enojada.

"Vos no te ocupás de los chicos, siempre están con la muchacha..." Contesta temeroso, el padre.

Como diría Lacan, Micaela habla a un buen entendedor a quien dirige un mensaje, esperando su retorno en forma invertida. Pero no hay "entendedor" que ocupe el lugar del Supuesto al Saber.

Micaela no puede situarse en el entre dos de la escena de sus padres. Entonces sólo queda la inhibición.

Sigo escuchando a los padres:

"Tardé en darme cuenta de Micaela... tal vez porque era nena."

"Para mí no fue así... irrumpió! Era imposible no verla". Dice la mamá.

Y más adelante: "Me enamoré de Pedro cuando Micaela tenía 6 meses. Nunca te engañé, te lo dije enseguida..."

"Pero mi cuñada lo vio a Pedro en el sanatorio, el día que nació Micaela..."

"Tuve dudas de ser el padre... quizás era Pedro... no pude soportar lo que me hiciste... por eso no me puedo hacer cargo de ella."

Ella insiste: "Pedro no es el padre, sos vos! Pero no te ocupás de serlo!"

"Lo metiste a Pedro entre los dos... si estábamos tan bien!"

"No, vos nunca te enterás de nada!"

Sugiero que Pedro parece haber irrumpido entre Micaela y la mamá cuando ella tenía seis meses.

La madre, entonces recuerda que en una reunión del colegio, la directora se había referido a la nena como "pobrecita". Y dice "pobrecita-huérfana".

Luego, felizmente, se angustia.

A los pocos días conozco a Micaela. Es el padre quien la trae. Como se resiste a quedarse a solas conmigo, el promete esperarla en la sala de espera. A los pocos minutos que estábamos ella y yo en el consultorio, se escucha la puerta cerrarse tras el padre que se va sin avisar.

Desde el principio, Micaela aparecía con aspecto de pobrecita-huérfana. Sucia, despeinada, vestida de pequeña mujer. Me relataba situaciones de abandono por parte de la madre y del padre. Ella quedaba siempre fuera de la escena de sus padres, de su madre y el marido. También se hacía notorio lo que la madre traslucía en su decir: la presencia de esta nena le resultaba insoportable. Micaela "irrumpía".

En cuanto a su padre, él ni siquiera estaba seguro de serlo.

Fue este un análisis de un recorrido de tres años. Voy a recortar algunos momentos en torno a tema que hoy nos convoca.

Un primer tiempo de juego de fort-da. Esconderse y aparecer. Luego hacer objetos con plastilina. Hasta que comienza una cadena de objetos con nombre, articulados a escenas.

Un segundo el tiempo de los dibujos. Una escena de cachorros. Son novios y van de paseo con un nene y una nena que también son novios.

Aparece otro perro (me suena muy homofónico a Pedro). Quiere llevarse a la perrita...se pelean. Ella lo quiere al bueno, pero el malo se la quiere llevar. "Es mía, no me la sacarás!" "No se peleen chicos!" dice la perrita. "¿A que no sabés con quien se queda la perrita?" "¿Con el bueno o con el malo?"

"No sé, con quién querés que se quede?"

"No sé, no sé..." Se ríe, y corta. Separa al perrito y al nene de la perrita y la nena.

"¿Ves? La perrita cachorra se queda con la señora..."

Micaela no escribía. Podríamos decir que dibujaba letras, y las juntaba una por una al dictado. Eso sí, nombrándolas por su nombre, no por el sonido.

Es decir, estaba muy presente la imagen de la letra, y no extraída su sonoridad. Era llamativo que lo que menos lograba escribir era su apellido.

Repite primer grado. Pero lo hace en una escuela municipal. No en el colegio privado al que concurría con su hermano mayor.

Un tiempo de dibujos que arman historias. Dibujos que ella pega uno a otro, secuencialmente como una tira de película.

Una intensa producción de historias. Sorprendente. Son historias de perros, luego de ratones, pájaros, autos, niños. Nunca adultos. Son historias de amor de una pareja que vive amorosamente hasta que llega un extraño a robarse el amor de la dama. La dama no sabe con quién quedarse. Ellos pelean por su amor. A veces el novio es el bueno, el que le conviene porque todos ya lo quieren. El recién llegado suele ser el malo, llamado a veces "El Negro"

"El Negro no será Pedro?" Le sugiero.

"No, este es un nene. ¿Falta mucho para que venga mi papá?".

Me preguntaba qué lugar ocupaban estas historias que insistían en aparecer. Quizás una fantasmática infantil que intentaban alguna respuesta acerca del deseo de la madre. Ella las acompañaba con comentarios.

Más adelante, estas escenas tuvieron un texto escrito, como las nubecitas de las historietas. Pero escritas al dictado, letra por letra.

Al promediar el año produce un dibujo suelto de un perro y una perra. Y un texto que escribe sola, sin ayuda.

"La perra y el perro se fueron a pasear y es enmodran".

Me sorprendo al ver una letra en el lugar de otra. La D que le sobra a enamodran es la D que le falta al perro para ser Pedro.

Un equívoco en la escritura. ¿Acaso una formación del inconsciente, lapsus calami, como lo llamaba Freud? La inhibición comenzaba a dejar espacio al sujeto.

Micaela aprendía a escribir en el colegio. A lo largo de este análisis se fueron produciendo movimientos en el discurso de los padres, que hicieron posible la emergencia de este pequeño sujeto.

Al fin de esta secuencia, dibuja una escena en una biblioteca. "Ya no voy a hacer historias de amor. Estos chicos y chicas van a estudiar a la biblioteca. Algunos buscan libros, otros llevan... ¿esta seré yo?"

Micaela había logrado incluirse en una serie. Ya no era ella la única, la diferente. Este colegio en el que ha repetido primer grado, es un colegio común. Algunos aprenden rápido, otros más lentos. Están los burros, también los genios. Y ella ya sabe algunas cosas de antes, cosas que los otros no saben.

Para la maestra, Micaela es una nena que repitió porque se le hizo difícil aprender a leer y escribir en un año, y no una nena con problemas. Este colegio común tenía otra manera de nombrarla que el colegio privado.

Sus padres seguían odiándose. El padre, que fue quien la trajo a análisis, y la seguía trayendo, se ocupaba más. Pero aún más. Ahora reconocía a su hija.

"Descubrí que Micaela tiene un lunar grande en la cola... el mismo que yo tengo. Yo canto, y ella también, los dos tenemos buena voz...."

La operatoria del Nombre del Padre le allanaba el camino hacia la escritura.

Mónica Morales. Trabajo leído en el seminario "El objeto a" a cargo de O.Couso, .González y S.Staude. EFBA 2002.