POSICIÓN DEL ANALISTA Y LAS ESTRUCTURAS CLINICAS. Guillermo Ferreiro.

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Cuando Jaques Lacan plantea en “Variantes de la Cura Tipo” que “un psicoanálisis, tipo o no, es la cura que se espera de un psicoanalista”, introduce interrogantes fundamentales para la posición del analista en relación a las estructuras clínicas.

La posición del analista es una posición ¿“lograda” o “imposible”? Y en todo caso...
¿ Qué estatuto hay que darle a esta disyunción lógica, allí donde Lacan hace equivaler a “logrado” con acto fallido, pura relación significante?. ¿Cómo ubicar este “imposible” y cuál es su relación con el Deseo de analista?. ¿Cuál es la articulación entre el Saber del analista, el Discurso analítico y la Interpretación?.


Decididamente existe una vía que conduce a estas cuestiones, y está indicada en el escrito “Variantes de la Escucha, Variantes de la Demanda”, de mis colegas psicoanalistas del Círculo Psicoanalítico Freudiano, quienes subrayan los desvíos a los cuales esta expuesta, constantemente, la posición del analista, cuando pierde la brújula y se interna en la alienación de los ideales, y en las metas morales del análisis, en los distintos momentos lógicos de la cura. Se desliza allí el analista con su fantasmática, privilegiando en la interpretación, la consistencia imaginaria y el análisis del Yo, frente a las identificaciones y los fantasmas inconscientes, que se despliegan en el decir del analizante. Cabe preguntar... ¿En qué medida la posición del analista cuestiona en un psicoanálisis, los ideales analíticos: el deseo Autónomo, la creencia en la Verdad, el ideal del Amor humano, asegurando para la cura una ética del deseo?.
Como se apunta muy bien en ese trabajo, la finalidad de un psicoanálisis no es llenar de sentido el síntoma, sino por el contrario operar desde la función del analista frente a la repetición, con el malentendido o el equívoco, a la espera que “el Real del síntoma reviente, - como afirma Lacan en la Tercera – y no tenga mas sed”.
Y es justamente en la Tercera adonde Lacan juega, nuevamente, con el lenguaje francés y sus homofonías “je ‘souis’ soy-sigo-gozo-oigo”, insistiendo en el valor de sostén de la transferencia y del sujeto supuesto - saber, que cumple la escucha del analista, al realizar una operatoria de lectura del Deseo inconsciente, apuntando con la interpretación a desligarlo en su potencia, de su alienación a la Demanda, es decir del fantasma - tan común en la cura - del “capricho del Otro”.
La dimensión del Sujeto del Inconsciente siempre está alienada en el campo del Otro, campo que se estructura como un lenguaje, campo del significante, donde la operatoria analítica, serán las tijeras que abrirán en el Otro, los circuitos pulsionales comandados por el objeto a, tanto en sus formas imaginarias como objeto de deseo en el Fantasma, como plus de gozar, ó como causa del deseo.


El valor de verdad del objeto a, como núcleo elaborable de los goces [goce fálico (F) y goce del Otro], campo de lo Real, es la auténtica dimensión de la Sexualidad, que nos ha revelado el aporte de la teorización lacaniana. Y es este sentido el que hay que dar al “trauma” freudiano. Así lo “no-ligado” lo que “busca inscribirse, ligándose a la representación” en Más allá del principio del placer, Lacan lo reformula como Tyché y Automatón.
La repetición significante en la experiencia psicoanalítica trae en su trama ese “Real inasimilable”, “ese encuentro siempre imposible con lo Real”. A esa presencia efectiva del significante en la repetición, le acompaña siempre la pérdida del objeto a como plus de gozar, ya que el intento de rehallazgo de objeto en Freud como movimiento del deseo inconsciente, no es otra cosa que repetición de una pérdida.
No hay duda que cada estructura deseante, tiene, por decirlo de algún modo, tal como se revela en un psicoanálisis, un “cuantum de Real” que no ha sido tomado por el significante como se plantea en el trabajo Variantes de la Escucha, Variantes de la Demanda, haciendo que quien consulta no pueda, a veces, pasar de las Entrevistas Preliminares a establecer un Contrato analítico e instalarse en un psicoanálisis.


Pero aquí tal vez sea imprescindible hacer algunas consideraciones fundamentales. Sabemos que de ningún modo la posición del analista puede ser exceptuada de agotar todos los recursos disponibles, para intentar establecer el estatuto de la demanda en juego en la consulta, y ofrecer a ese Sujeto deseante, el dispositivo analítico, si fuese necesario. No obstante, aquí la partida, dependerá de la elaboración de los goces y de la castración, que suponga el deseo de analista. En la experiencia analítica lo auténticamente traumático es el núcleo velado del goce sexual que no cesa de no escribirse, y que da plena vigencia y actualidad a los síntomas.
Las Anorexias graves –como se menciona en ese trabajo- suelen ser ubicadas como Neurosis Actuales, pero Lacan las denominaba Anorexia Mental en los inicios de su obra, retomando la sintomatología que ya Freud había descripto en los albores del psicoanálisis, con sus primeras pacientes histéricas.
Pero hay otra cuestión que torna más enigmático el concepto de “Trauma” freudiano, y que lo vemos perfilarse en aquellas patologías graves que los analistas, a falta de un debate esclarecido sobre lo Real, solemos denominar Neurosis Narcisistas, a la vieja usanza freudiana.


A este respecto las formalizaciones de Lacan, nos colocan en una disyuntiva muy dura, tal como éste sostiene en la Lógica del Fantasma: ó en la Teoría tiene lugar para los analistas el Nombre-del-Padre y su Forclusión (Verwerfung) en Las Psicosis (Schreber), o la Forclusión de la castración (Hombre de los Lobos), y progresamos en desatar estos nudos teóricos, ó adherimos en silencio al concepto de “libido objetal” freudiana, defendiendo a ultranza nuestra convicción en la existencia de una Psicopatología del Narcisismo.
El Nombre-del-Padre como significante principal, ordenador de la estructuración significante del inconsciente; la función paterna; las versiones del padre en lo Real, Simbólico e Imaginario, es la dimensión clave que pondrá en juego el deseo del analista al oponerse en la transferencia a la compulsión repetitiva y al pasaje al acto, (intentos de suicidio), como lo refiere en la secuencia de análisis de una paciente, mencionada por otra colega en su trabajo “La búsqueda de la Paz entre la Palabra y la Pastilla”.


Aquí la posición del analista sale al encuentro del deseo inconsciente, y a través de la operatoria analítica, logra un acotamiento de goce, donde el valor “agalmático de la pastilla” va cayendo, a la vez que la analizante va encausando hacia la creación artística; una vida de acting, pivoteada por la canallada de un deseo a través de la prehistoria de las generaciones (la abuela materna se suicida adelante de ella) a lo cuál habrá de sumarse la locura del fantasma materno, que había decidido mantener en secreto, ocultar las letras, la escritura, las cartas, donde un padre ausente, residente en otra ciudad, manifestaba su preocupación y amor por el destino de su hija.
Ya el texto freudiano hace ruptura con cualquier teoría del conocimiento psicológico, al establecer la prehistoria del deseo inconsciente y sus impasses con respecto a los goces no tramitados, a través de las generaciones (El Hombre de las ratas y su síntoma obsesivo frente al pago de la deuda).
El saber del inconsciente, no es del orden del conocimiento, ya que todo ser hablante deseante, no tiene acceso a un saber del sexo.
La cuestión del Saber para la posición del analista, consiste en “saber en que lugar hay que estar para sostener ese Saber sobre la impotencia”, que es aquel que surge de la consistencia real del sintoma. La posición del analista exige que “hace falta que sea en su sabido que se interprete”, ya que toda interpretación apunta a la relación que toda proposición tiene con el goce. La relación que el ser hablante tiene con su cuerpo, es la dimensión entera del goce. En relación al goce, es la palabra la que asegura la dimensión de la verdad, que de ningún modo se puede decirla completamente, solo se puede “mal-decirla”aproximándose el deseo del analista a ese encuentro imposible, fugaz, en “lalengua” con la Castración.


Lacan nos devela a los analistas que el campo de Función y el Campo de la palabra y el lenguaje, no es ningún otro que “lalengua”. La opacidad de ese núcleo, que se llama goce sexual esta en relación a ese registro a explorar, la castración, y es por esto, que es necesario formular el Matema y acudir a la Lógica.
El discurso analítico inventado por Lacan, hace venir – por la operatoria analítica en una cura- al lugar del objeto a, la apariencia de lo que llamamos hombre o mujer, es decir, la puesta en acto en transferencia de los fantasmas con sus identificaciones imaginarias y los síntomas correspondientes, allí donde es imposible en la estructura del inconsciente, hablar de la inscripción de la polaridad sexual.
Se trata para la posición del analista, de progresar sobre la concepción de la sexualidad freudiana con la puesta en juego en la cura del discurso analítico, al ir engendrando la cifra de goce que anuda fantasma y síntoma. Para que el descompletamiento de goce vaya despejando la singularidad del Rasgo Unario, y se produzcan nuevas suturas y nuevos anudamientos de Real-Simbólico-Imaginario, es necesario que la función analítica, ponga en cuestión el englobamiento de la sexualidad en el modelo animal del acoplamiento (“cualquiera con cualquiera”) que sostiene el fantasma anímico (el encuentro de un alma con otra alma), y cuya consecuencia más radical es... “el lenguaje no existe”, por tanto no hay significante que perfore lo real.
El deseo del analista tiene que operar lógicamente en la experiencia psicoanalítica para atravesar los fantasmas que sostienen la existencia y la completitud del Otro. Para ello cuenta con que el Saber (S2) está por fuera del campo de Otro (campo del Significante Amo [S1] ), como lo presentifica el circuito pulsional al iluminar la fugacidad en la “aparición-desaparición del Sujeto”.


Lo nuevo –dirá Lacan- en referencia a la pulsión, es ver aparecer un Sujeto. Y esto tiene que ver con el orden del objeto a, como hueco, como vacío, que al ser contorneado por la pulsión, da cuenta al enganchar al otro, de un goce que va Mas allá del principio del placer. Lacan afirma: el Otro falta. Por esto acude a la matemática y se auxilia con la conceptualización sobre el Uno que desarrolla la Teoría de Conjuntos.
La teorización sobre el Uno, formulada por Frege en el S XIX, revoluciona la matemática moderna y no solo pone al descubierto la precariedad de la axiomática de Peano, sino que fundamentalmente introduce la medida en relación a la falta y a la ausencia, a la vez que considera su existencia. El Uno tiene por esto un plano decisivo que se pone en acto en la repetición, y es que introduce la “mismidad” –no la identidad en el sentido de igualdad-, instituyendo “la diferencia radical”.
Lacan intenta soportar de una escritura la trama sexual. Se propone avanzar sobre el eje falo-castración freudiano. Hay allí un vació por el cual la función fálica determina un argumento y donde la lógica aristotélica del “Todo” (Universal y particular), trastabilla y claudica sin poder dar más que respuestas fantasmáticas.


Se impone entonces que el deseo de analista, guiado por el discurso analítico, opere sobre el “o no pienso” “o no soy” alienante, a través de las proposiciones lógicas de negación, conjunción, disyunción e implicación, al desplegarse la función-argumento referida a la Existencia de la función de excepción de la instancia paterna, la función fálica negativizada y el No-Toda.
La formalización Lacaniana aborda la trama sexual, más que desde el polo Macho o el polo Hembra, desde la heterosexualidad, lo “hetero”(lo otro).
Lacan advierte a los analizantes: “Ustedes no son Uno. No sólo no son Uno, sino que ¡lamentablemente! son innumerables cada uno para sí, hasta que el curso de la experiencia psicoanalítica les enseñe que son totalmente finitos, en lo que respecta al hombre...En lo que concierne a las mujeres, enumerables”.