SEMINARIO 5. Clase 13. 12 de Febrero de 1958

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INDICACIONES BIBLIOGRÁFICAS

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- Articulo de Jones: Phalic Phase. La fase fálica. International Journal of Psychoanalysis. Vol. 14, parte I.
- Otto Rank: Perversions and Neuroses. Papers of Psychoanalysis. Vol. 4, parte III.
Esto está en relación con el articulo inicial sobre el desarrollo teórico del pensamiento analítico sobre las neurosis en lo que ha seguido: Se pega a un niño. Este articulo es la señal dada por Freud de una inversión, o de un paso adelante de su propio pensamiento, y al mismo tiempo de todo lo que ha seguido en lo concerniente al estudio de la perversión.
Verán que si se mira de cerca lo que sucede en ese momento, la mejor fórmula que se pueda dar de ello es la que permite solamente dar el registro cuya instancia esencial en la formación de los síntomas intento darles aquí es decir la intervención de la noción de significante.
Aparece claramente, desde que Freud lo ha mostrado, que en la perversión, el instinto, la pulsión, no tienen absolutamente ningún derecho de ser promovidos o declarados como más desnudos, si se puede decir, en la perversión que en la neurosis.
Todo el articulo de Hans Sachs, que es tan notable, sobre la génesis de las perversiones, es para mostrar que en toda formación llamada perversa, cualquiera que sea, hay exactamente la misma estructura de compromiso, de efusión, de dialéctica de lo reprimido, y del retorno de lo reprimido, que hay en la neurosis Ahí está lo esencial del artículo, en el que da ejemplos absolutamente convincentes. Siempre hay en la perversión algo que el sujeto no quiere reconocer, con lo que ese "querer" comporta en nuestro lenguaje, algo que no se concibe como estando ahí articulado y sin embargo no sólo profundamente, sino desconocido por el sujeto, sino reprimido por el sujeto por unas razones, en suma, de articulación esencial.
Ahí está el resorte del mecanismo analítico, que harta que, si el sujeto lo reconoce, es que estaría forzado al mismo tiempo a reconocer una serie de otras cosas, las que son para él propiamente intolerables, lo que es el recurso de la represión, no pudiéndose concebir la represión si no en tanto que ligada a una cadena significante articulada. Cada vez que ustedes tienen represión en la neurosis, esto es en tanto que el sujeto no quiere reconocer algo que necesitarla —y este término necesitaría comporta siempre un elemento de articulación significante que no es absolutamente concebible de otro modo que en una coherencia de discurso.
Para la perversión, es exactamente lo mismo. He aquí aquello de lo que, en 1923, a continuación del artículo de Freud, todos los psicoanalistas se percataron: que la perversión, esencialmente, si se la mira de cerca, comporta exactamente los mismos mecanismos de efusión de algo que le es fundamental, que forma parte de las relaciones del sujeto con un cierto número de términos esenciales, que son los términos perfectamente fundamentales que encontramos en el análisis de las neurosis, que son los términos edípicos.
Si de todos modos hay una diferencia en algo, esta diferencia merece ser ceñida de un modo muy apretado. En ningún caso podría contentarse con una oposición tan sumaria como la que diría que en la neurosis la pulsión es evitada, (mientras) que en la perversión ella se confiesa desnuda.
Ella aparece, la pulsión, pero jamás aparece más que parcialmente. Aparece en algo que, en relación al instinto, es completamente sorprendente como siendo un elemento desligado, hablando con propiedad un signo, y llegando hasta decir un significante del instinto. Es por eso que la última vez, al abandonarlos, yo insistía por ejemplo sobre el elemento instrumental que hay por ejemplo en toda una serie de fantasmas llamados perversos, para limitarnos por el momento a estos, porque conviene partir de lo concreto y no de una cierta idea general que podemos tener de lo que se llama la economía instintual de una tensión agresiva o no, de sus reflexiones, de sus retornos, de sus refracciones. No es siempre eso lo que nos dará cuenta de la prevalencia de ciertos elementos, cuyo carácter verdaderamente no solamente emergente, sino hablando con propiedad aislado en la forma prevalerte, insistente, predominante que toman estas perversiones bajo la forma de los fantasmas, es decir bajo la forma de eso por lo cual ellas comportan satisfacción imaginaria.
¿Por qué estos elementos, que tienen este lugar privilegiado —he hablado la otra vez del calzado, también he hablado igualmente del látigo podemos relacionarlos pura y simplemente con algo que surgiría de una suerte de economía biológica pura y simple del instinto? El carácter pre-valente de estos elementos que se aíslan, de estos elementos instrumentales que toman ahí una forma demasiado evidentemente simbólica para que eso pueda ser desconocido un instante, desde que uno se aproxima a la realidad de lo vivido de la perversión, y esta constancia a través de las transformaciones en el curso de la vida del sujeto, muestra la evolución de la perversión.
Esta constancia de un término que se reencuentra siempre, punto sobre el cual insiste igualmente Hans Sachs, es una cosa de una naturaleza como para subrayar, todavía para nosotros, la necesidad de admitir como un elemento último, irreductible, un elemento cuyo lugar debemos ver en la economía subjetiva, pero un elemento que debe ser retenido como primordial, como esencial de este elemento significante en la perversión.
También, es a partir de un fantasma aislado por Freud en un conjunto de ocho enfermos, seis muchachas y dos muchachos, con unas formas neuróticas bastante matizadas, no todas por otra parte neurosis, pero una parte bastante importante estadísticamente, es a partir del estudio sistemático y cuán cuidadoso, seguido con un paso a paso, un escrúpulos que es justamente lo que distingue entre todas a estas investigaciones de Freud mismo, cuando es él quien las hace. Es a través de estos sujetos, tan diversos como sean, por la investigación de las transformaciones de la economía, a través de las etapas que son las etapas del complejo de Edipo, de un cierto fantasma, este fantasma:
se pega a un niño, que Freud comienza a articular plenamente lo que se desarrollará a continuación como siendo el momento de investigación propio de las perversiones en su pensamiento, e insisto en ello, que nos mostrará siempre más la importancia, en esta economía, de algo que es, hablando propiamente, y como tal, el juego del significante.
Por otra parte, yo no puedo, al pasar, sino señalar una cosa: yo no sé si ustedes han observado que los últimos escritos de Freud, uno de sus últimos artículos: Construcciones en el psicoanálisis, muestra la importancia central de la noción de la relación del sujeto con el significante como siendo absolutamente fundamental para concebir todo lo que podemos agrupar; y es uno de los últimos artículos que Freud haya escrito, sobre lo que representa al fin de cuentas el mecanismo de la rememoración como tal en el análisis, que está esencialmente ligado como tal a la cadena significante. Está completamente probado en este artículo, y el último articulo de Freud que tengamos, aquel que, en Collected Papers, fue traducido bajo el titulo de Splitting of the ego, que yo traduzco por división, o estallido del yo (moi) en el mecanismo del síntoma analítico, aquel del que se puede decir que es sobre el cual Freud quedó con la pluma cayéndole de las manos; este articulo está inacabado, es la última obra que nos lega, liga estrechamente todo lo que es de la economía del ego con esta dialéctica del reconocimiento perverso, si se puede decir, de un cierto tema al cual el sujeto se encuentra confrontado, liga estrechamente en un nudo indisoluble, la función del ego y la relación imaginaria como tal, en unas relaciones del sujeto con la realidad, y en tanto que esta relación imaginaria es utilizada e integrada al mecanismo del significante.
Tomemos ahora el fantasma de "se pega a un niño".
Freud se detiene sobre el tema de lo que significa este fantasma en el cual parece estar absorbido, si no la integridad, al menos una parte importante de las satisfacciones libidinales del sujeto. El insiste, lo ha visto en su gran mayoría en sujetos femeninos, menos en sujetos masculinos. No se trata de cualquier fantasma sádico o perverso, se trata de aquellos que culminan y se fijan bajo esta forma cuyo tema ante todo el sujeto da de una manera muy reticente. Parece que una carga bastante grande de culpabilidad se liga para el sujeto a la comunicación misma de ese tema que, una vez que lo ha revelado, entregado, no puede articularse para él diferentemente, ni de otro modo que por: "se pega a un niño".
Se pega. Eso quiere decir que, para el sujeto, no es él quien pega, él está ahí como espectador. Freud comienza por analizar la cosa como sucede en la imaginación de las jóvenes, en los sujetos femeninos que han tenido que revelarle eso. Se trata de un personaje que, para considerarlo en sus caracteres de conjunto, puede ser considerado como siendo de la serie, de la línea del persona je que tiene la autoridad. No es el padre, es dado el caso un institutor, un personaje omnipotente, un rey, un tirano. Algunas veces está muy novelado, se reconoce, no al padre, sino algo que es de alguna manera su equivalente para nosotros. Tendremos que situarlo muy fácilmente, y esto nos permite verdaderamente situarlo de entrada en la forma acabada del fantasma, no contentarnos con esta especie de homología con el padre, no asimilarlo al padre, ubicarlo en un cierto punto que es ese más allá del padre, situarlo en alguna parte en esa categoría del nombre del padre que he mos tenido el cuidado de distinguir de las incidencias del padre real.
Se trata de varios niños, de una especie de grupo, de multitud, y son siempre varoncitos. He ahí lo que suscita problemas, y por cierto bastante numerosos como para que incluso yo no pueda soñar con cubrirlos hoy. Les ruego simplemente que se remitan a este articulo de Freud. La primera y la fundamental, que está implicada por estas lecturas, es la lectura del articulo de Freud mismo, aparecido en la vieja Revue Française de Psychanalyse (tomo 6, n° 3 y 4).
Que, por ejemplo, sean finalmente siempre unos varoncitos los que sean pegados, es decir sujetos de un sexo opuesto a aquel del sujeto del fantasmas, he ahí algo sobre lo cual se puede especular indefinidamente. Traten de relacionarlo de alguna manera, de entrada, a temas como el de la rivalidad de los sexos. Por ejemplo, es sobre eso que Freud acabará su artículo para mostrar las aparentes justificaciones de la profunda incompatibilidad de las teorías, como por ejemplo la de Adler, para explicar un resultado parecido. No es cierta mente en eso que aquí vamos a introducirnos, siendo la argumentación de Freud pura y simplemente suficiente, y no es eso lo que constituye nuestro interés esencial. Lo que constituye nuestro interés, es la manera en que Freud procede para abordar el problema. El nos da el resultado de sus análisis, y comienza por hablar de lo que sucede en la joven por las necesidades de la exposición, para no tener que hacer perpetuamente aperturas dobles, alternativas: esto en la niña, esto en el varoncito; inmediatamente después toma eso para lo cual tiene por otra parte menos material, lo que sucede en el varón. ¿Qué nos dice?
El constata unas constancias. Estas constancias, nos las informa. Lo que le parece esencial, es el avatar de este fantasma, quiero decir las transformaciones que la investigación analítica, los antecedentes tanto como la investigación analítica, permiten dar a este fantasma, para decirlo todo, la historia de este fantasma, las subyacencias de este fantasma, y allí reconoce un cierto número de estados en los cuales algo cambia, algo permanece constante. Se trata de sacar de esto una enseñanza, ver lo que para nosotros puede representar este tipo de resultado de esa investigación minuciosa, que también lleva la misma marca de precisión y de insistencia, de retorno de trabajo de su material, hasta que él haya verdaderamente desgajado lo que le parece (que son) las articulaciones irreductibles, lo que constituye la originalidad de más o menos todo lo que ha escrito Freud.
Pero nosotros especialmente, lo que vemos en los Cinco Grandes Psicoanálisis, en ese admirable Hombre de los Lobos donde vuelve sin cesar sobre ese mismo tema que es investigar estrictamente la parte de lo que se puede llamar el origen simbólico y el origen real de lo que es la cadena primitiva en la historia del sujeto, es eso mismo. Ahí, igualmente, él nos despeja tres etapas, tres tiempos. Una primera etapa, nos dice, que se encuentra siempre en este caso en las niñas, que es la siguiente: el niño que es pegado, en un momento dado del análisis, devela en todos los casos, nos dice, su existencia y su verdadero rostro. Es un "germain"(84), es decir un hermano o una hermana. Es decir, es un hermanito o una hermanita a quien el padre pega. La significación de esto, nos dice Freud, se sitúa muy netamente sobre dos planos.
¿Cuál es la significación, nos dice, de este fantasma? Es muy importante ver bajo la pluma de Freud salir en ese momento esa afirmación de que ahí hay algo de lo que no podemos decir si se trata de algo sexual, de algo sádico. Es, nos dice, evocando ahí, como él lo hace, una referencia literaria, la de una respuesta de una de las brujas en Macbeth a Banquo, es algo que está hecho de la misma materia(85) de la que ambos, lo sexual y lo sádico, salen.
Nos encontramos ahí en lo que, en un artículo que aparecerá después, El problema económico del masoquismo, Freud nos define como verdaderamente ligado a esta etapa primera donde es preciso que concibamos que hay en alguna parte —esto está absolutamente necesitado por el punto donde estamos, estamos en 1923, es decir después de Más allá del principio del placer— como ese punto en que debemos pensar que hay primitivamente, al menos para una parte importante, fusión de los instintos, ligazón de los instintos libidinales, de los instintos de vida con los instintos de muerte; que esta fusión es algo cuyo estado primitivo debemos admitir, de modo que somos llevados a concebir la evolución instintual como comportando una parte más o menos precoz de defusión de este instinto, que era la precocidad de la defusión de este instinto, del aislamiento por ejemplo del instinto de muerte. Debemos atribuir ciertas prevalencias o ciertas detenciones en la evolución del sujeto.
Pero al mismo tiempo Freud subraya que es al nivel que se sitúa la significación de ese fantasma primitivo. Esto es en tanto que del padre, y de parte del padre, él no encuentra etapa más elevada del fantasma; quiero decir etapa arcaica anterior. Es en tanto que de parte del padre es rehusada, denegada a este niño, al hermanito o a la hermanita que sufre en el fantasma, la sevicia de parte del padre, es en tanto que hay denunciación de la relación de amor, humillación, que este sujeto es apuntado en ese fantasma, en su existencia de sujeto, que es el objeto de una sevicia, y que esta sevicia consiste en negarlo como sujeto, en reducir a nada su existencia como deseante, para reducirlo en tanto que tal a algo que, en tanto que sujeto, tiende a abolirlo.
Es eso el sentido del fantasma primitivo: mi padre no lo ama; y es eso lo que hace el placer del sujeto: el hecho de que el otro no es amado, es decir no está establecido en la relación propiamente simbólica. Es en esta vena, por este sesgo, que la intervención del padre toma aquí su valor para el sujeto, primero, esencial, del que va a depender todo lo que sigue.
El segundo tiempo, nos dice Freud — y éste no es menos importante para considerar que la articulación del primer tiempo — ese primer tiempo es reencontrado en el análisis, el otro, nos dice, no lo es jamás — debe ser reconstruido.
Sobre lo que pongo el acento, y sobre lo que les ruego que se detengan, es sobre las enormidades de la deducción freudiana, de la aserción de Freud, porque eso es lo que es importante. No es simplemente dejarnos conducir, seguirlo con los ojos más o menos vendados, es percatarnos del alcance de lo que él dice.
Este segundo tiempo debe ser reconstruido.
No nos detengamos ahora para saber si esto es legitimo o no. Es muy importante para nosotros darnos cuenta de lo que hace Freud, y de lo que nos dice que hace, gracias a lo cual toda su construcción puede continuarse.
Este segundo tiempo es éste: el fantasma que ha nacido así en esa relación triangular, que les repito, debe ser considerado como arcaica, primitiva, y sin embargo no es entre el sujeto y la madre y el niño, sino entre el sujeto, el niño hermanito o hermanita, y el padre. Estamos ante el Edipo, y sin embargo el padre está ahí. El segundo tiempo está ligado a la relación del Edipo como tal, digo para la niña, y tiene este sentido de una relación privilegiada de la niña con su padre. Es ella la que es pegada, y alrededor de eso, la convergencia del material analítico que necesita reconstruir este estado del fantasma, pero este fantasma jamás ha surgido, nos dice Freud, en el recuerdo.
Por el contrario, el tiempo en la niña, del deseo de ser el objeto del deseo de su padre, con lo que esto comporta de culpabilidad, Freud admite que esto puede ser el retorno culpable de ese deseo edípico que necesita que ella se haga ella misma en ese fantasma, únicamente reconstruir el objeto del castigo.
Freud habla también, a este respecto, de regresión, es decir que en tanto que ese mensaje no puede ser vuelto a hallar en la memoria del sujeto, en tanto que está reprimido, un mecanismo correlativo, que él llama a propósito de esto regresión, puede hacer que sea a esta relación anterior que el sujeto recurra para expresar en un fantasma, que jamás se manifiesta, esta relación que el sujeto tiene en ese momento con el padre, relación francamente libidinal, ya estructurada sobre el modo edípico.
En un tercer tiempo, y tras la salida del Edipo, no quedará nada distinto que este esquema general donde una nueva transformación se habrá introducido, la que es doble: la figura del padre es sobrepasada, transpuesta, remitida a la forma general del personaje que puede pegar, que está en postura de pegar, personaje omnipotente y despótico, y el sujeto mismo estará ahí presentado bajo la forma de esos niños multiplicados que incluso ya no son de su propio sexo, que son una especie de serie neutra de niños.
Algo que está de alguna manera mantenido, fijado, memorizado se podría decir, en esta forma última del fantasma, es ese algo que a continuación va a permanecer investido para el sujeto con esa propiedad de constituir la imagen privilegiada sobre la cual lo que el sujeto podrá experimentar, hablando con propiedad, de satisfacción genital, encontrará su apoyo, su soporte.
He ahí, parece, algo que de todos modos merece nuestra detención y nuestra reflexión. ¿Qué es lo que, en el esquema, los términos cuyo primer uso he tratado de enseñarles aquí, pueden venir a representar?
Retomo mi triángulo imaginario y mi triángulo simbólico. Toda la primera dialéctica de la simbolización de la relación del niño con la madre, está hecha esencialmente para lo que es significable, es decir para lo que nos interesa. Hay otras cosas más allá, está en efecto el objeto que puede representar la madre como siendo la portadora del seno, y la que puede aportar ciertas satisfacciones inmediatas al niño. Pero si no hubiera más que eso, no habría ninguna especie de desarrollo ni de dialéctica de relación del sujeto con el niño, ni ninguna apertura en el edificio. A continuación, la relación del sujeto con el niño no está simplemente hecha de una relación de satisfacción o de frustración, está hecha de ese descubrimiento de lo que es el objeto del deseo de la madre. Es esencial para toda comprensión, y toda la continuación de lo que les diré estará hecha para demostrarlo. Está hecha ante todo de un reconocimiento de lo que es el deseo de la madre. Es en tanto que, de una manera que para toda la historia analítica, para la teoría como para la práctica constituye un problema, saber porque en ese punto privilegiado de lo que constituye el deseo de la madre es decir el mundo tal como se presenta a partir del sujeto de aquel que tiene que constituirse en su aventura humana del pequeño niño que hablamos, el descubrimiento que tiene que hacer, es de la función privilegiada, en lo que para la madre significa su deseo, la función privilegiada del falo.
Cuando lean el artículo de Jones sobre la fase fálica, verán las insondables dificultades que nacen de esta afirmación de Freud: que para los dos sexos hay como una etapa absolutamente original, esencial para lo que está estrechamente ligado a su desarrollo sexual, esa etapa donde, para el uno como para el otro sexo, el tema del otro deseante está absolutamente ligado a la posesión del falo.
Es eso lo que literalmente, no puede ser comprendido en un cierto registro por más o menos todas las personas que rodean a Freud, aunque se contorsionen para hacerlo entrar a pesar de todo, porque los hechos se lo imponen en su articulación de algo, de la historia que sucede en el sujeto. Esto es la falta de comprender de lo que Freud plantea ahí es un significante pivote alrededor del cual gira toda la dialéctica de lo que el sujeto debe conquistar de sí mismo, de su propio ser, mediante lo cual a falta de comprender que se trata ahí de un significante y no de otra cosa, los comentadores se extenúan para encontrar bajo forma de mil huellas que por supuesto corresponden a sus diversas experiencias, algo que es su equivalente, a saber la realidad contra la cual en alguna parte del sujeto se defiende bajo la forma de esta creencia en el falo, y por supuesto con este propósito recogen un montón de hechos extremadamente válidos, pero no hacen con ello jamás sino un caso, o un camino particular que no explica nunca porque este elemento privilegiado, especial, es tomado como centro y pivote de la defensa.
Si ustedes creen particularmente lo que Jones da como la función de esta creencia en el falo en el desarrollo del varoncito, ustedes se darán cuenta de que lo que hace a este respecto, es muy especialmente lo que sucede a nivel del desarrollo del homosexual, es decir, lejos de ser el desarrollo general.
Se trata aquí de la forma en efecto más general, y esta forma más general sólo es concebible en tanto que se le dé a este falo la función —permítanme una fórmula que les va a parecer muy audaz, pero jamás tendremos que volver a ella, si quieren admitirla por el momento bajo su forma recogida para su uso operacional— Les he dicho que de alguna manera, en el interior del sistema significante, el nombre del padre tiene la función del conjunto del sistema significante, aquel que significa, que autoriza al sistema significante a existir, que hace de ello la ley. Les diré que frecuentemente, en el sistema significante, debemos considerar que el falo entra en juego a partir del momento en que el sujeto tiene que simbolizar como tal, en esta oposición del significan te con el significado, al significado, quiero decir la significación.
Lo que importa al sujeto, lo que él desea, el deseo en tanto que deseado, lo deseado del sujeto, cuando el neurótico o el perverso tiene que simbolizarlo, en último análisis esto es literalmente con la ayuda del falo. El significante de lo significado, en general es el falo.
Esto es esencial. Si ustedes parten de ahí, comprenderán muchas cosas. Si no parten de ahí, comprenderán mucho menos, y estarán forzados a hacer considerables rodeos para comprender cosas excesivamente simples.
Este falo es de ahora en adelante lo que entra en juego como tal desde el primer abordaje del sujeto con el deseo de la madre. Este falo está velado, y permanecerá velado hasta el fin de los siglos por una simple razón, es que él es un significante último en la relación del significan te con el significado. En efecto, hay pocas posibilidades de que al fin de cuentas él no se devele de otro modo sino bajo su naturaleza de significante, es decir que jamás se revele verdaderamente más que en tanto que significante. El significa.
Sin embargo llegamos a esto: piensen en lo que sucede en ese caso que es propiamente el encarado por Freud, y que nosotros no hemos encarado hasta aquí, si en este lugar interviene algo mucho menos fácil de articular, de simbolizar que sea lo que sea de lo imaginario, es decir, en esta fase primera, que es la que nos designa Freud, un sujeto real. El deseo de la madre, aquí, ya no es simplemente el objeto de una búsqueda enigmática en la que el sujeto tiene, en el curso de su desarrollo, que trazar ese signo, el falo, para que, por supuesto inmediatamente, ese falo entre en la danza de lo simbólico, es decir sea enseguida el objeto preciso de la castración, y luego le sea devuelto bajo otra forma, es decir haga lo que ante todo es cuestión que sea. El lo es, pero aquí estamos muy en el origen, estamos en el momento en que él está confrontado con el lugar imaginario donde se sitúa el deseo de la madre, y este lugar está ocupado.
Nosotros no podemos hablar de todo a la vez, y además sería muy dichoso que no pensáramos inmediatamente en eso; si hubiéramos pensado inmediatamente en ello, en ese rol del que todos sabemos que es de importancia decisiva en el desencadenamiento de las neurosis, basta con tener la menor experiencia en el análisis para saber cuánto la aparición de un hermanito o de una hermanita tiene un papel verdaderamente crucial en la evolución de cualquier neurosis. Pero, si nos detenemos ante todo ahí, eso tiene en nosotros exactamente el mismo efecto en nuestro pensamiento que el que tiene eso para el sujeto en su neurosis, es decir que si nos detenemos inmediatamente en esa relación de realidad, eso nos marca completamente la función de esta relación, a saber que es en tanto que esa relación viene al lugar de lo que necesita un muy otro desarrollo, un desarrollo de simbolización, y que eso lo complica, y que eso necesita una solución completamente diferente, es por eso que esta relación al hermanito o a la hermanita, al rival cualquiera, toma su valor decisivo.
Ahora bien, ¿qué vemos aquí en el caso de la solución fantasmática ligada al fantasma en esta ocasión llamado masoquista? Vemos algo cuya naturaleza Freud nos ha articulado. Este sujeto está abolido sobre el plano simbólico. Es en tanto que es una nada de nada, que es algo a lo cual se rehúsa toda consideración en tanto que sujeto, que el niño encuentra en este caso particular el fantasma de fustigación. Es en virtud de eso, y por eso, que el niño va a lograr esta solución del problema a este nivel.
No tenemos sino que limitarnos al caso en que esto es así, pero para comprender lo que sucede en el caso en que esto es así, es efectivamente de un acto simbólico que se trata, y Freud lo subraya bien: lo que sucede en este nitro, ocurre en el sujeto mismo que se cree alguien en la familia. Un sólo pescozón, nos dice Freud, basta a menudo para precipitarlo del hecho de su omnipotencia. Se trata de un acto simbólico, y yo diría que la forma misma que entra en juego en el fantasma, a saber el látigo, la vara, tiene algo que lleva en sí el carácter y la naturaleza de no sé qué cosa que, sobre el plano simbólico, se expresa por una raya, por algo que barra al sujeto. Es antes de ser algo distinto, una.........., una........... cualquiera, algo que pueda atribuirse a una relación de alguna manera física del sujeto con aquel que se abre; es ante todo algo que lo raya, que lo barra, que lo abole, que algo significante interviene.
Esto es tan verdadero, que cuando el niño más tarde —todo esto está en el artículo de Freud, yo lo sigo línea por línea— vuelve a encontrar efectivamente el acto de pegar, a saber cuando en la escuela él ve ante si a un niño pegado, dice Freud, y esto simplemente sobre el texto de su experiencia con los mismos sujetos de los cuales ha extraído la historia de este fantasma, no lo encuentra para nada divertido. Quiero decir que eso le inspira algo del orden, del orden de la imaginación — esto está mal traducido en francés—, es decir una aversión, un volver la cabeza a otra parte. El sujeto está forzado a soportarlo, pero no está allí para nada, se mantiene a distancia de ello. El sujeto está muy lejos de participar en lo que sucede realmente cuando es y confrontado con una cadena efectiva de fustigación. Y también en los fantasmas —Freud llega también a ello, y lo indica muy precisamente— el placer mismo de este fantasma está manifiestamente ligado a su carácter poco serio, inoperante, que no atenta a la integridad, si se puede decir, real ni física del sujeto. Es precisamente su carácter simbólico, y como tal, lo que está erotizado, y esto desde el origen.
Aquí el segundo tiempo, y esto tiene su importancia para la valorización de este esquema que les he introducido la última vez, es éste: este fantasma, en el segundo tiempo, va a tomar un muy otro valor, y es precisamente eso lo que es el enigma, lo que es todo el enigma. Esa es la esencia del masoquismo, es en el cambio de sentido de este fantasma como tal, a saber cómo ese algo que ha servido para denegar el amor, es eso mismo que va a servir para significarlo.
Cuando se trata del sujeto, no hay medio de salir de este impasse, y yo no digo que eso sea algo fácil de captar como explicado, como desplegado. Es preciso que ante todo nos atengamos al hecho, a saber que es así, y luego que tratemos de comprender por qué eso puede ser así; en otros términos, por qué la introducción de ese significante radical que se divide en dos cosas, un mensaje: el nitro pegado, el sujeto recibe la noticia, el pequeño rival es un niño pegado, es decir una nada de nada, algo sobre lo cual uno puede sentarse, y luego de eso un significante que es preciso aislar bien como tal, a saber con qué se hace eso.
El carácter fundamental en esta existencia efectiva del fantasma masoquista en el sujeto existente, es no yo no sé qué especie de reconstrucción modelo, ideal de la evolución de los instintos. El carácter fundamental es la existencia del látigo, esto es algo que en sí mismo merece retener nuestra acentuación para que hagamos de eso algo que es un significante, que es algo que, en la serie de nuestros jeroglíficos, merece tener un lugar privilegiado, por una simple razón, ante todo esto es que si ustedes observan los jeroglíficos, verán que hay ahí un lugar privilegiado: aquel que tiene el látigo ha sido desde siempre el director, el gobernador, el maestro (o: el amo), y se trata de eso, se trata de no perderlo de vista, que esto existe, y que tenemos que vérnoslas con esto.
Esto, en el segundo tiempo, manifiesta pues en su duplicidad igualmente el mensaje, pero un mensaje que no llega. Es éste: mi padre me pega, no llega al sujeto. Es así que hay que escuchar lo que Freud dice en ese momento: el mensaje que en un momento ha querido decir: el rival no existe, él no es nada de nada, es lo mismo que quiere decir: tú existes, e incluso eres amado. Es lo que sirve en ese momento bajo la forma, digamos regresiva o reprimida. Pero poco importa, es de todos modos eso lo que sirve de mensaje, pero de mensaje que no llega.
Conviene que nos detengamos en este tiempo enigmático, porque como nos lo dice Freud, esa es toda la esencia del masoquismo, y a partir del momento en que Freud ha abordado, atacado fundamentalmente el problema del masoquismo como tal, es decir el más allá del principio del placer, a partir del momento en que él ha buscado cuál era el valor radical del masoquismo, de ese masoquismo que ha encontrado como una oposición y un enemigo radical, él estuvo forzado a plantearlo en diversos términos, y nosotros hallamos ahí algo donde ciertamente no es por nada que tres años después de haber escrito Más allá del Principio del Placer él dice que ahí está toda la esencia del masoquismo.
Eso vale la pena que nos detengamos allí, incluso si vamos justamente dando unos pasos. Hay que comenzar por ver la paradoja, y por ver dónde está ella. Ahí tenemos pues el mensaje, el que no llega al lugar del sujeto, y lo único que queda como un signo, por el contrario, es el material del significante, este objeto, el látigo, que permanece. Queda como un signo hasta el fin, hasta el punto que queda como un signo por volverse el pivote, casi diría el modelo de la relación con el deseo del otro, puesto que a continuación el fantasma último, el que queda, cuyo carácter de generalidad nos está suficientemente bien indica do por la desmultiplicación indefinida en ese momento de los sujetos, quiere decir esto: a saber, mi relación con el otro, los otros, los pequeños otros, con el pequeño a(86), mi relación con ellos, en tanto que esa relación es una relación libidinal, está ligada a que los seres humanos es tan como tales todos bajo la férula, a que para el ser humano entrado en el mundo del deseo, esto es perfectamente y ante todo sufrir de parte de algo que existe más allá, que lo llamemos el padre aquí ya no tiene importancia, poco importa, es la Ley.
He ahí lo que en un sujeto determinado, sin duda entrando en el asunto por unas vías particulares, como se define una cierta línea de evolución, y cuál es la función del fantasma terminal, manifestar una relación esencial del sujeto con el significante.
Y ahora vayamos un poco más lejos, y recordemos lo que Freud nos aporta en lo concerniente al masoquismo. Recordemos en qué consiste lo que in traduce de nuevo el más allá del principio del placer en la evolución del pensamiento freudiano. Reposa esencialmente sobre esta observación: que si consideramos el modo de resistencia o de inercia del sujeto en una cierta intervención curativa normativa, normalizarte, somos llevados a articular de una manera absoluta el principio del placer como esa tendencia de todo lo que es la vida, a retornar a lo inanimado. El último resorte de la evolución libidinal, es retornar al reposo de las piedras.
He ahí lo que Freud, para el mayor escándalo por otra parte de todos aquellos para quienes la noción de libido habla constituido hasta entonces la ley de su pensamiento, aporta, lo que se presenta a la vez como paradojalmente nuevo, e incluso escandaloso cuando es expresado como acabo de hacerlo, no presentándose por otra parte sino como una especie de extensión de lo que habla sido dado como la ley misma del principio del placer, a saber el placer estando caracterizado por el retorno a cero de la tensión. En efecto, no hay más radical retorno a cero que la muerte. Simplemente, ustedes pueden observar, al mismo tiempo, que aquí, esto es esa formulación que damos al principio último del placer. De todos modos estamos forzados a llamarlo un más allá del principio del placer, para distinguirlo.
Ese es uno de los problemas más singulares de su vida y de su persona, Freud tenía una relación con la mujer sobre la cual sin duda quizá un día tendremos ocasión de volver, tendencia bastante deplorable a recibir de la constelación femenina, que en suma ha tenido a su alrededor, en las continuadoras o las ayudas de su pensamiento, constelación que por otra parte es bien conforme a su existencia misma, es decir muy privada de mujeres, o privándose de ellas. Casi no se le conocen a Freud más que dos mujeres: la suya, y luego esa cuñada que vivía a la sombra de la pareja. Verdaderamente no hay huellas de otra cosa que sea una relación propiamente amorosa. Por el contrario, es suficiente que una persona como Bárbara Low le proponga un término, me atrevo a decirlo, tan mediocremente adaptado como el término de Nirvana Principle, para que Freud le dé su sanción.
La relación que hay entre el Nirvana y esta noción de retorno a la naturaleza inanimada, es un tanto aproximativa, y Freud se contentó con ello. Contentémonos también nosotros.
Si el Nirvana Principle es pues la regla y la ley misma de la evolución vital como tal, Freud lo reconoce. Debe haber allí pues en alguna parte un truco para que cada tanto al menos no sea la caída del placer lo que haga placer, sino al contrario su subida. Eso es pues lo que él expresa. El dice eso: nosotros no estamos absolutamente dichosos de decir por qué. Debe ser algo del tipo de un ritmo temporario, de una especie de conveniencia de los términos. El deja aparecer en el horizonte unas posibilidades de recurrir a unas explicaciones que, si pudieran ser dadas, no serían ciertamente vagas, pero que en todo caso están muy lejos de nuestro alcance. En fin, es más bien en el sentido de la música, de la armonía de las esferas y de las pulsaciones. En todo caso, hay que observar que no obstante es preciso, a partir del momento en que hemos admitido que el principio del placer es retornar a la muerte, que el placer efectivo, aquel con el que tenemos que vérnoslas, necesita pues un otro orden de explicaciones que no puede estar más que en algún truco de la vida, a saber hacer creer a los sujetos, si se puede decir, que es por su placer que están ahí, es decir que se retorna a la mayor banalidad filosófica, a saber que el velo de Maya no nos conserva con vida sino gracias al hecho de que nos engaña, y luego entonces más allá, la posibilidad de alcanzar, sea el placer, sea unos placeres por hacer todo tipo de rodeos, principio de realidad.
Este, es el más allá del principio del placer, y no le es preciso a Freud nada menos que eso para modificar, justificar la existencia de lo que él llama la reacción terapéutica negativa. Pero de todos modos aquí debemos sin embargo detener nos un instante, porque, en fin, la reacción terapéutica negativa no se produce en el nivel de una especie de reacción estoica(87) del sujeto, ella se manifiesta por todo tipo de cosas extraordinariamente molestas, embarazosas, y articuladas, de puestas dobles que nos hace a nosotros y a su entorno.
Dicho de otro modo, ese "no haber nacido" pare ce ser todavía una de las mejores suertes para todo lo que ha devenido al ser; ese "no haber nacido" sobre el cual se ha terminado el drama edípico, es algo articulado. Yo diría que en el momento en que Edipo termina por articularlo como el término y el fin de su tragedia, al darnos el sentido a donde al fin de cuentas viene a culminar toda la aventura trágica, esto es sin embargo algo que, muy lejos de abolirlo, lo eterniza, por la simple razón de que si Edipo no pudiera llegar a pronunciarlo, no sería ese héroe supremo que es, y es justamente en tanto que lo articula finalmente que él es ese héroe, es decir en tanto que se perenniza para decirlo todo.
Eso de lo que se trata en lo que Freud nos descubre como el más allá del principio del placer, es que hay quizá en efecto ese término último de la aspiración al reposo y a la muerte eterna. Pero les haré observar, y eso ha sido todo el sentido de mi segundo año de seminarios, que con lo que tenemos que vérnoslas en eso, es en tanto que eso se hace reconocer, que eso se articula en las últimas resistencias con las que tenemos que vérnoslas en esos sujetos más o menos caracterizados por el hecho de haber sido niños no deseados, en esa irresistible pendiente al suicidio, en ese carácter completamente especifico de la reacción terapéutica negativa, por el hecho de que es en la medida misma que cuanto más se articula para ellos lo que debe hacerlos aproximarse a su historia de sujeto, cada vez más ellos se rehúsan a entrar en el juego, literalmente ellos quieren salir de él. No aceptan ser lo que son, no quieren esta cadena significante en la cual no han sido admitidos por su madre más que a su pesar.
Pero esto es algo que no está ahí, para nosotros los analistas, sino en tanto que, exactamente, como lo que es en lo demás. Está ahí como, no solamente deseo de reconocimiento, sino reconocimiento de un deseo, algo que se articula. El significante es su dimensión esencial, y cuanto más se afirma el sujeto con la ayuda del significante como queriendo salir de él, más vuelve a entrar y se integra a esta cadena significante y deviene él mismo un signo de esta cadena significante. El es abolido, es más signo que nunca, por la sencilla razón de que es precisamente a partir del momento en que el sujeto está muerto que se vuelve un signo eterno para los demás, y los suicidas más que otros. Es precisamente por eso que el suicidio tiene a la vez esa belleza aterradora que lo hace tan terriblemente condenado por los hombres, y esa belleza contagiosa que hace que las epidemias de suicidios sean algo que en la experiencia es todo lo que hay de más dado y de más real.
Una vez más, pues, en el más allá del principio del placer, eso sobre lo cual Freud pone el acenso, es sobre el deseo de reconocimiento como tal, como constituyendo el fondo de lo que constituye nuestra relación con el sujeto. Y después de todo, ¿hay incluso otra cosa que eso en lo que Freud llama el más allá del principio del placer, a saber esa relación fundamental del sujeto con la cadena significante? Porque si ustedes reflexionan bien, en el punto en que estamos, esta idea corre a una pretendida inercia de la naturaleza inanimada para darnos el modelo de aquello a lo que aspirarla la vida, y esto es algo que debe ligeramente hacernos sonreír. Quiero decir que, de hecho, ese modelo de retorno a la nada, nada es menos seguro, y Freud mismo por otra parte, dado el caso, en un muy pequeño paréntesis que les rogaría que encuentren en El problema económico del masoquismo, cuando vuelve a evocar su propio Más allá del principio del placer, nos indica por eso que la naturaleza inanimada, eso es algo que es efectivamente concebible como el retorno al más bajo nivel de la tensión y del reposo.
En efecto, en el punto al que llegamos, sabemos de ello un poquito: este pretendido objetivo que seria la reducción a la nada de ese algo que se habría elevado y que sería la vida, nada nos indica que ahí a dentro también, si se puede decir, eso no conmueva y que el dolor de ser que está ahí en el fondo — yo no lo hago surgir, no lo extrapolo: está indicado por Freud como siendo ese algo que hay que considerar como el residuo último de la ligazón de Tánatos con Eros. Sin ninguna duda, Tánatos logra liberarse por la agresividad motriz del sujeto respecto de lo que lo rodea. La naturaleza está ahí, pero hay algo que queda bien ligado en su interior, ese dolor de ser es algo que le parece verdaderamente fundamental, como ligado a la existencia misma del ser viviente.
Nada nos prueba que este dolor de ser sea algo que se detenga en los vivientes, después de todo lo que sabemos de una naturaleza que es de otro modo fermentante, enfangarte, hirviente, animada, e incluso explosiva, de como podíamos hasta ahora imaginarla. Pero la relación del sujeto con el significante, en tanto que le es solicitado que se constituya en el significante, y que cada tanto él se rehúsa a ello, él dice no, no seré un elemento de la cadena, eso, por el contrario, es algo que nosotros palpamos, y que es perfectamente el fondo, pero el fondo, el revés es aquí exactamente lo mismo que el derecho, ¿pues qué es lo que hace a cada instante en que se rehúsa de alguna manera a pagar una deuda que él no ha contraído? El no hace más que perpetuarla, a saber por sus sucesivos rechazos, por hacer rebotar la cadena de aquella, estar siempre más atado a esta cadena significante. Es perfectamente a través de la necesidad eterna de repetir el mismo rechazo, que Freud nos muestra el papel último de todo lo que del inconsciente se manifiesta bajo la forma de la reproducción sintomática.
Vemos pues ahí, y no es preciso nada menos que eso, para comprender eso en lo cual a partir del momento en que el significante es introducido, su valor es fundamentalmente doble, quiero decir como el sujeto puede en tanto que él mismo, sentirse afectado como deseo, porque después de todo ahí está él, no es el Otro —el Otro, con el látigo está abolido—, sino él, en contacto con el látigo imaginario, por supuesto significante, él se siente como deseo, obstinándose en lo que como tal lo consagra y lo valoriza profanándolo, incluso hay siempre en el fantasma masoquista ese lado degradante, ese lado profanatorio que al mismo tiempo indica la dimensión del reconocimiento, y ese modo de relación con el sujeto prohibido (interdit), relación con el sujeto paterno. Eso es precisamente lo que constituye el fondo de la parte desconocida del fantasma del sujeto.
Observemos que esto va a tener ese aspecto radicalmente de doble sentido del significante, a partir del momento en que él se introduce, y aquí todavía facilitado el acceso del sujeto por esto que yo no he hecho entrar en consideración, ni puesto en juego hasta ahora en el esquema para ordenar vuestras cabecitas. Porque la última vez hubo complicaciones espantosas a partir del momento en que introduje la línea paralela i. m. a saber la existencia en un momento dado cualquiera de la imagen propia del cuerpo con el Yo (Moi) del sujeto. Sin embargo, es muy cierto que no podemos des conocerlo, esto es, a saber, que por supuesto es te rival, aquí, no ha intervenido pura y simplemente en una relación triangular, el obstáculo radical con la madre de ese algo que en el texto,
Las Confesiones de San Agustín, provoca en la joven criatura, viendo a su hermano de leche con la madre, esa palidez mortal de la que nos habla San Agustín. Hay en efecto ahí algo radical, verdaderamente penoso para el sujeto, que está bien expresado en ese pasaje, pero está también el término de identificación con el otro. En otros términos, el carácter fundamentalmente ambiguo que liga al sujeto con toda imagen del otro, forma ahí la introducción muy natural para el sujeto a esta introducción en el lugar del rival en el mismo lugar, o a continuación de él, en tanto que es él quien está ahí, a partir de ese momento, el mensaje llegará con un sentido completamente opuesto en tanto que, simplemente, él es el mensaje.
Lo que vemos entonces, es esto que nos hace comprender mejor aquello de lo que se trata, esto es que es en tanto que una parte de la relación viene a entrar en enlace con el Yo del sujeto como tal, que pueden adquirir su organización y su estructura los fantasmas consecutivos. Quiero decir que no es por nada que es aquí, en esa dimensión, la que es toda la gama de los intermediarios donde se constituye la realidad entre el objeto materno primitivo y la imagen del sujeto, que vienen a situarse todos esos otros en tanto que son el soporte del objeto significativo, es decir del látigo. En ese momento el fantasma en su significación, quiero decir el fantasma en tanto que niño pegado, en tanto que deviene a partir de ese momento la relación al Otro, con el Otro del que se trata de ser amado, en tanto que en suma él mismo no es reconocido como tal, se sitúa en alguna parte por ahí en la dimensión simbólica entre el padre y la madre, entre los cuales por otra parte él oscila efectivamente.
Hoy les he hecho recorrer un camino que no era menos difícil que el camino que les he hecho recorrer la última vez. Esperen, para controlar su valor y su validez, lo que podré decirles de ello a continuación. Para terminar sobre algo que puede introducir una pequeña nota sugestiva en las aplicaciones de estos términos, les haré observar esto, que va como una cosa corriente en el análisis, que la relación del hombre con la mujer y de la mujer con el hombre especialmente, es una relación de la que se dice sin más que comporta de parte de la mujer un cierto masoquismo. Esto representa uno de esos tipos de errores de perspectiva característico al que nos conduce todo el tiempo no sé qué deslizamiento en una especie de confusión o de camino trillado de nuestra experiencia. No es porque los masoquistas manifiesten en sus relaciones con su partenaire algunos sin nos o fantasmas de una posición típicamente femenina, que, inversamente, la relación de la mujer con el hombre es una relación masoquista. Quiero decir con esto que la noción de las relaciones de la mujer con el hombre como siendo las de alguien que recibe golpes, es algo que bien puede ser una perspectiva de sujeto masculino, en tanto que la posición femenina le interesa. Pero no es porque el sujeto masculino en ciertas perspectivas, ya sean las suyas o las de su experiencia clínica, perciba un cierta enlace entre la toma de posición femenina, es algo que tiene más o menos relación con el significante de la posición del sujeto, para que efectivamente eso sea una posición radical y constitutivamente femenina.
Les hago esta observación al pasar, que a propósito de lo que se llama y de eso por lo cual Freud en ese artículo sobre El problema económico del masoquismo, introduce él mismo bajo el término de masoquismo femenino. Es extremadamente importante hacer una corrección parecida.
En modo alguno tengo tiempo para aproximar lo que tenía para decirles a propósito de las relaciones del falo y de la comedia. Lo lamento, pero lo volveré a incluir en nuestro próximo encuentro.