SEMINARIO 5. CLASE 14. 5 de Marzo de 1958.

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Queridos amigos:
Para retomar nuestro discurso interrumpido desde hace tres semanas, partiré de lo que recordábamos ayer a la noche con precisión, que nuestro discurso debe ser un discurso científico.
Dicho esto, parece que para alcanzar este fin, las vías no son tan fáciles cuando se trata de nuestro objeto.
Simplemente he señalado ayer a la noche, la originalidad del momento que constituye en el examen de fenómenos del hombre, la puesta en primer plano, la detención constituida por toda la disciplina freudiana sobre este elemento privilegiado que se llama el deseo.
Les he hecho notar que hasta Freud, este elemento en sí mismo ha estado siempre reducido, y por algún lado elidido precozmente, y es esto lo que permite decir que hasta Freud todo estudio de la economía humana es más o menos parte de una preocupación moral, ética en el sentido en el que se trata menos de estudiar el deseo que — de aquí en adelante— de reducirlo y disciplinarlo. Ahora bien, es a los efectos del deseo en un sentido amplio, — el deseo no es no de los efectos al margen —, los efectos de deseo que tenemos que hacer en el psicoanálisis.
Este es el sentido de todo lo que me esfuerzo aquí en recordarles, de lo que se manifiesta en esos fenómenos del deseo humano, a saber su fundamental subducción, por no decir subversión, por un cierto "rapport" que es el "rapport" del deseo al significante.
Hoy no es tanto esto lo que les recordaré una vez más, aunque debimos retornar a esto para desde allí volver a partir, pero les mostraré lo que significa en una perspectiva rigurosa la que sostiene la originalidad, condición del deseo del hombre, lo que representa para él ese algo que para ustedes está siempre más o menos implicado en el manejo que hacen de esta noción de deseo, que merece ser distinguida de otras; diría más: que no puede comenzar a ser articulada más que a partir del momento en el que estamos aquí suficientemente inculcados de la noción de la complejidad en la que se constituye este deseo y esta noción de la que hablo, que van a ser el otro polo del discurso de hoy. Esta noción se llama el goce.
Retomando brevemente lo que constituye como tal esa desviación, alienación del deseo en el significante, trataremos de llegar a lo que puede constituir en esta perspectiva, este término en que consiste el hecho en el que el sujeto humano, en su mundo, se apodera de las condiciones mismas que le son impuestas, como si estas condiciones estuvieran hechas para él, y él se satisficiera en ellas.
Esto que ya les indiqué, nos hará desembocar, —y espero llegar hasta ahí hoy—, en lo que ya les he indicado al principio del año; tomando las cosas en la perspectiva del trait d'esprit(88), sobre la naturaleza de la comedia.
Recordemos brevemente esto, que el deseo está instalado esencialmente en un rapport a la cadena significante, que el deseo se instala y se propone(89) al principio de la evolución del sujeto humano como demanda, que la frustración en Freud es "Versagung", es decir rechazo, más exactamente aún, retractación.
Tan algo que nos remontábamos con los kleinianos en la génesis, observan que esta exploración que seguramente era un progreso, aquella que nos conduce a la mayoría de los problemas de evolución del sujeto neurótico a la satisfacción llamada sádico-oral.
Observen simplemente que esta satisfacción se produce (s'opere) en fantasma, y de aquí en más —y de golpe—, en retorsión de la satisfacción fantasmada.
Se nos dice: todo parte de la necesidad de morder(90), algunas veces agresiva, del niñito en relación al cuerpo de la madre. No olvidemos, sin embargo, que todo esto no consiste nunca en un mordisco real, que ahí están los fantasmas y que nada de esta deducción no puede incluso dar un paso si no es que para mostrarnos que el temor al mordisco de retorno(91) es aquí el nervio esencial de eso de lo que se trata, de lo que se trata de demostrar.
Además, conversando ayer a la noche con uno de ustedes quien trataba de retomar —según Susan Isaacs— algunas definiciones válidas de los términos de fantasma, y a muy justo título me comentaba su embarazo total para sacar de esto cualquier deducción que estuviera fundada pura y simplemente sobre la relación imaginaria entre los sujetos.
Es absolutamente imposible distinguir de una manera válida los fantasmas inconscientes de esta creación formal que es el juego de la imaginación, si no vemos que —de ahora en adelante— el fantasma inconsciente está dominado, estructurado por las condiciones del significante.
Los objetos primordiales buenos y malos, los objetos primitivos a partir de los cuales se rehace toda la deducción analítica, constituyen una suerte de batería en la que se destacan muchas series(92) de substitutivos —de aquí en más— prometidos a la equivalencia: la leche, el seno; devienen ulteriormente, uno, el esperma, otro, el pene. De aquí en adelante los objetos son, si puedo expresarme de esta forma, significantizados.
Lo que se produce de la relación con el objeto más primordial, el objeto materno, se produce, de entrada y de aquí en adelante, sobre signos, sobre lo que podríamos llamar, para ilustrar lo que queremos decir, la moneda del deseo del otro. Y lo que les he indicado la última vez observando de tan cerca como es necesario para el bien ver esta obra que Freud considera como decisiva, les he señalado que ella ha marcado el paso inaugural a la comprensión por los analistas, comprensión verdadera, auténtica, del problema de la perversión; lo que hemos hecho, pues la última vez, era con miras a hacerles reparar que en esos signos puede operarse una división. Todos estos signos son más complicados, más exactamente el conjunto de los signos no es reductible a lo que podríamos llamar lo que ya les he indicado como títulos; especies de valores fiduciarios: tener esto o aquello.
No son pura y simplemente valores representativos, moneda de cambio, como acabamos de decir hace un instante; y en alguna forma signos en tanto que constituidos como tales. Existen entre estos signos, aquellos que son signos constituyentes, quiero decir por donde la creación del valor está asegurada, quiero decir, por donde este algo de real que está comprometido a cada instante en esta economía, es golpeado por esta pelota que hace de esto un signo.
Esta pelota constituída la última vez por este signo palo de fusta, o de no importa qué cosa que golpea, es este algo por donde, incluso, un efecto desagradable deviene distinción e instauración de la relación en sí por donde la demanda puede ser reconocida como tal; eso por lo que, lo que ha sido el principio medio para anular la realidad rival del hermano, deviene secundariamente este algo por lo que el sujeto, él mismo, se halla distinguido(93), por donde él mismo es reconocido como algo que puede ser, o reconocido o arrojado a la nada, es algo que, de aquí en más, se presenta pues, como la superficie sobre la que puede inscribirse todo lo que puede ser dado más tarde, una especie de cheque —si puedo decir— extendido en blanco, sobre el que todos los dones son posibles. Y ven bien que como todos los dones son posibles, es que —además— no se trata de lo que puede o no ser dado, porque allí se trata de esta relación del amor, de la que les dije que estaba constituída por lo que el sujeto lo da esencialmente, es decir, lo que él no tiene. Todo lo posible de esta introducción en el orden del amor supone por el sujeto este signo fundamental, que puede estar o anulado, o reconocido como tal. Les he pedido durante este intervalo que hicieran algunas lecturas. Espero que las hayan hecho, quiero decir que se hayan ocupado —al menos— un poquito de "la fase fálica" de Jones, y del desarrollo precoz de la sexualidad femenina.
No quiero más que —ya que hoy debo avanzar— situarlos a propósito de un ejemplo, que es un ejemplo totalmente localizado; lo reencontré revisando lo que había sido dicho para un cierto aniversario conmemorando el cincuentenario de Jones, y que coincidía con la época en la que esta "fase fálica" ocupaba un primer plano en el interés de los psicoanalistas ingleses.
Y en ese número he releído una vez más, con mucho más interés, este artículo de Joan Rivière (International Journal of, vol.10) titulado: "La feminidad como mascarada".
Prosiguiendo el análisis de un caso específico que no es el caso general de la función de la feminidad, Joan Rivière muestra como en un caso que ella sitúa en relación a diversas ramas, los caminos posibles en el acceso a la feminidad, cómo uno de estos casos demostraba, para ella, presentarse tanto más remarcable en su asunción —aparentemente— absolutamente completa, cuanto era precisamente en uno de esos sujetos cuya vida toda, por otro lado, parece —en esa época mucho más aún que en la nuestra— la asunción de todas las funciones masculinas. Dicho de otro modo, se trata de alguien que llevaba una vida profesional perfectamente independiente, elaborada, libre, y que sin embargo (—lo repito— resaltaba más en su época que en la nuestra), se manifestaba por una suerte de asunción correlativa y al máximo, en todos los grados, de lo que se podría llamar sus funciones de ama de casa, en su relación con su esposo; en tanto que mostraba por doquier la superioridad de las cualidades que son forzosamente en nuestro posición social casos unívocos, en todos los estratos sociales de lo que es la carga de la mujer, y particularmente en un otro registro — especialmente en el plano sexual, algo completamente satisfactorio en sus relaciones con el hombre, dicho de otro manera en el goce de la relación.
Entonces, este análisis saca a la luz, bajo esta aparente y entera satisfacción de la posición femenina, algo muy escondido que no constituye menos la base de esto. Algo que sin ninguna duda es lo que se encuentre luego que haya sido incitado por alguna menuda —infinitamente menuda— discordancia que aparece en la superficie de este estado, en un principio completamente satisfactorio.
Es interesante mostrar este algo oculto, porque ustedes conocen la importancia, el acento que nuestra experiencia a puesto sobre el penis-neid, reivindicación del pene, en muchos de los problemas del desarrollo de la sexualidad femenina. Aquí lo oculto, es todo lo contrario, es, a saber, que a este falo se lo llama —no puedo rehacerles la historia de esta mujer, no es el objetivo de hoy, pero la fuente de la satisfacción fundamental soporta lo que aparentemente(94) florece en esta afortunada libido, es la satisfacción oculta de su supremacía sobre los personajes parentales.
Es el término mismo del que se sirve Joan Rivière, y es considerado por ella como que está en la fuente misma de lo que se presenta con un carácter que no está tan asegurado en la evolución de la sexualidad femenina, para no ser señalado en este caso. La fuente del carácter satisfactorio del órgano en sí mismo, es la prueba que precisamente a partir de la detección de este resorte oculto de la personalidad en el sujeto, si solamente de una manera transitoria, obtiene este efecto de perturbar profundamente lo que había sido adquirido o presentado en el sujeto como relación acabada, madura y feliz, habiendo acarreado incluso por un tiempo la desaparición de este feliz desenlace del acto sexual.
Ante lo que, señala Joan Rivière, nos encontramos en presencia de esto: es que, es en función de la necesidad del sujeto de evitar por parte de los hombres la retorsión de esta subrepticia sustracción al otro de la fuente y del símbolo mismo de su poder, q ue a medida que aparece el análisis, que avanza el análisis, aparece más y más evidentemente guiado, y dominado, y otorgado el sentido de la relación del sujeto con las personas de uno y otro sexo. Es en esta medida que esto debe estar para evitar el castigo, la retorsión por parte de los hombres que están, aquí, en la mira; que el sujeto en una escansión muy fina —pero que aparece tanto mejor cuanto que el análisis avanza, que ya era perceptible sin embargo en estos pequeños rasgos anómalos del análisis, cada vez, en suma, que el sujeto da pruebas de su potencia fálicamente constituída—, se precipita en una serie de procedimientos, sean de seducción, sean incluso procedimientos sacrificiales: hacer todo para los otros, y justamente adoptando en apariencia las formas más elevadas de la abnegación femenina, como algo que consistiese en decir: Pero miren, no tengo el falo, yo soy mujer, y neta mujer, para enmascararse —especialmente en los pasos que sigue junto a los hombres— inmediatamente, en los pasos profesionales, por ejemplo, en los que ella se muestra eminentemente calificada, adoptando de pronto —por una suerte de espantada(95) la actitud de alguien excesivamente modesto, incluso ansioso, acerca de la calidad de lo que ha realizado, y en realidad jugando todo un juego de coquetería, como se expresa la Sra. Joan Riviére, que en ese momento preciso le sirve, no tanto para calmar como para burlarse en su esencia lo que de pronto podría ofenderse por ese algo que ella se presenta esencial y fundamentalmente como agresión, como necesidad y goce de la supremacía como tal, como profundamente estructurada sobre toda una historia que es aquella de la rivalidad con la madre en un comienzo, y con el padre luego.
En resumen, a propósito de un ejemplo como éste, tan paradojal como parece, vemos que de lo que se trata en un análisis —en la comprensión de una estructura subjetiva— es siempre algo que nos muestra al sujeto comprometido en un proceso de reconocimiento como tal, pero ¿de reconocimiento de qué? Entendámoslo bien, ya que de esta necesidad de reconocimiento el sujeto es inconsciente; es por lo que nos hace falta situar en algún sitio esta otra necesidad por toda relación de reconocimiento, situarla en una alteridad de una calidad que nos conocemos hasta el presente, ni hasta Freud, aquella que hace el puro y simple lugar del significante por lo que el ser se divide de su propia existencia, que hace del destino del sujeto humano algo esencialmente ligado a su "rapport", con este signo de ser que está hecho de este signo de ser el objeto de toda suerte de pasiones que presentifican en este proceso, incluso la muerte; por lo que es en su vínculo a este signo que el sujeto está bastante desasido de sí mismo para poder tener este "rapport", pareciese, único en la creación de su propia existencia, que es la última forma de lo que en el análisis llamamos el masoquismo, a saber: ese algo por lo que el sujeto aprehende el dolor de existir.
¿Por qué esta división en la que el sujeto se encuentra constituído desde el principio en tanto que existencia?, porque en otra parte su ser tiene que hacerse representar en el signo, y el signo en sí mismo está en un tercer lugar. Aquí está lo que desde el nivel del inconsciente, estructura el sujeto en esta descomposición de sí mismo sin al que nos es imposible fundamentar de manera válida lo que se llama el inconsciente.
Tomen el mínimo sueño que sea, verán ustedes, a condición de que lo analicen correctamente, teniendo en cuenta la Traundeutung, que no es en lo que se presenta en el sueño como significante articulado —incluso ya hecho el primer desciframiento— que se encarna el inconsciente. A cada paso, Freud vuelve a esto y lo subraya: existen sueños, dice él, hipócritas; estos no son menos la representación de un deseo, sería el deseo de engañar al analista. Recuerden lo que les he señalado de ese pasaje plenamente articulado en el análisis de un caso de homosexualidad femenina.
Pero este mismo discurso inconsciente —que no es sin embargo la última palabra del inconsciente(96), está sostenido por lo que es verdaderamente el último resorte del inconsciente. No puede ser articulado de otra manera que como deseo de reconocimiento del sujeto, fuese esto a través de una mentira, de aquí en más, articulada al nivel de los mecanismos que escapan a la consciencia, deseo de reconocimiento que sustenta en esta ocasión la mentira misma, que puede presentarse, en una falsa perspectiva, como mentira del inconsciente.
Esto nos brinda el sentido y la clave de la necesidad en la que nos encontramos, de plantear en el origen de todo análisis del fenómeno subjetivo completo, —tal como nos es presentado por la experiencia analítica—, este esquema alrededor del cual intento hacer progresar el camino auténtico de la experiencia de las formaciones del inconsciente; esto es lo que he promovido ante ustedes recientemente, bajo esta forma que puedo hoy presentarles, en suma, de una manera más simple. Son siempre, desde luego, las formas más simples las que deben ser presentadas en último término. ¿Qué tenemos aquí, en este ángulo de tres polos que constituye la posición del sujeto? El sujeto en tanto que en su relación con una tríada de términos, que son los cimientos significantes de todo su progreso, señaladamente la madre, en tanto que ella es el primer objeto simbolizado cuya ausencia o presencia hacen devenir para el sujeto el signo del deseo en el que se va a enganchar su propio deseo. Dicho de otro modo, lo que va a hacer o no de él, no simplemente un niño satisfecho o no, sino un niño deseado o no.
Esto no constituye una construcción arbitraria. Reconozcan que coloco algo que paso a paso nuestra experiencia nos ha enseñado a descubrir. Hemos sabido por la experiencia, aquello que conlleva consecuencias en cascada, desestructuración casi infinita, el hecho de —para un sujeto antes de su nacimiento—, haber sido de allí en más un niño no deseado.
Este término es esencial, es más esencial que haber sido en tal o tal momento un niño más o menos satisfecho. El término niño deseado es aquel que responde a la constitución de la madre en tanto que asiento del deseo. A esto responde toda esta dialéctica de la relación del niño al deseo de la madre, que he tratado de mostrarles, y que se resume, se concentra en esto: en el hecho primordial del símbolo del niño deseado, y aquí el término del padre, en la medida en que él está en el significante, —este significante por lo que el significante mismo está planteado como tal, y es por esto que el padre es esencialmente creador, diría incluso creador absoluto, aquel que crea con nada—; es en la medida en que el significante, —su dimensión original en sí misma, él puede contener el significante, que él se define como el surgimiento de este significante.
Es en relación a esto que algo esencialmente confuso, indeterminado, no despegado (détaché) de su existencia, está sin embargo hecho para despegarse de ella; este sujeto en tanto que debe ser significado, tiene que orientarse. Si son posibles identificaciones, es siempre en la medida en que algo para el sujeto se estructura en esta relación triádica constituída al nivel del significante, y si él puede llegar, en lo interior de lo por él vivido, a dar tal o tal sentido a ese algo que le es dado por su psicología humana particular, es en esta relación que esto se constituye. Entonces, no tengo que volver sobre el hecho de la homología de los términos de lo que constituye a nivel del significado —del lado en que está el sujeto en relación a estos tres términos simbólicos— esta homología. En parte, lo he demostrado, no hago más que esto al fin de cuentas aquí, en parte. Yo siempre les pido más información, más demostración, para seguirme sobre este asunto.
Es en la relación con su propia imagen que el sujeto reencuentra la duplicidad del deseo materno de él como niño deseado, que no es más que simbólico. Lo vivencia, lo experimenta en esta relación (rapport) a la imagen de sí mismo a la cual pueden venir a superponerse tantas cosas, este algo que por ejemplo se ilustra. Procederé a hacerlo inmediatamente.
Ayer a la noche, hice alusión al hecho de haber observado de bastante cerca, la historia del niño de Gide tal como Jean Delay nos la expone de manera verdaderamente exhaustiva en la patografía que nos ha presentado de este caso. Es totalmente claro que Gide, el niño desgraciado como lo ha dicho en alguna parte el autor, ante la vista fotográfica delante de la cual el personaje se ha sentido estremecer, que Gide, el niño desgraciado, el niño librado a su erotismo, auto-erotismo primitivo, a las imágenes más inconstituidas (ya que, nos dice) encuentra su orgasmo en su identificación a situaciones de alguna manera catastróficas.
Encontraba muy precozmente su goce en la lectura de algunos términos, en la lectura de madame de Ségur por ejemplo, en cuyos libros son verdaderamente fundamentales en toda la ambigüedad del sadismo primordial, pero donde el sadismo no es quizás el más elaborado, donde ha tomado la forma del niño golpeado, de una sirvienta que deja caer algo en una gran cataplúm de destrucción de lo que sostiene entre sus manos, o la identificación a este personaje de Gribouille de un cuento de Andersen quien se va hacia una corriente de agua y termina por llegar a una lejana orilla, transformado en rata muerta, es decir en las formas menos humanamente constituidas de este dolor de la existencia.
Seguramente, nada podemos aquí aprehender, sino ese algo abismal que está constituido en esta relación primera con una madre de la que sabemos, a la vez, que tenía muy altas y remarcables cualidades, y un no sé qué de totalmente elidida en su sexualidad, en su vida femenina, quien de seguro pone en su presencia al niño, en sus años primeros, en una posición totalmente insituada(97).
El punto de giro, el punto en el que la vida del joven Gide retoma, si se puede decir, sentido y constitución humana, es este momento de identificación crucial que nos es dada, tan claramente como es posible, de su recuerdo, que deja de una forma indudable su marca en toda su existencia; ya que además conservo en esto el punto pivote y el objeto a través de toda su existencia, en esta identificación a su joven prima, de la que no es suficiente dar este término bajo esta forma vaga. Identificación, es cierto, él nos lo dice; ¿cuándo? En ese momento en el cual no se detiene bastante su carácter singular, en el que reencuentra a su prima llorando en el segundo piso de la casa, dónde él se precipitó, no tanto atraído por ella que por su buen olfato, por su amor a lo clandestino que reina en esta casa, después de haber atravesado el primer piso donde la madre de esta prima, su tía, él la ve —más exactamente la entrevé— más o menos, en brazos de su amante. El encuentra a su prima llorando y nos suma de ebriedad, entusiasmo, amor, desamparo y devoción. Se consagra a proteger esta niña, nos dice él más tarde. No olvidemos que era mayor que ella, en esa época Gide tenía trece años, mientras que Madeleine tenía cuatro.
Se produce en ese momento ese algo del que no podemos comprender en absoluto su sentido si no lo planteamos dentro de esta relación tercera en la que el joven André se encuentra, no solamente con su prima, sino con aquella que en el piso de abajo, está evaporando sus calores de fiebre, y si no nos acordamos de este antecedente que André Gide nos brinda en "la Porte Etroite", a saber una tentativa de seducción operada por la llamada madre de su prima.
Lo que se produce entonces, ¿qué es? El ha devenido el niño deseado, André Gide, en el momento de esta seducción de la que huye con horror, porque, en efecto, nada viene a aportar allí este elemento de mediación, este elemento de aproximación que hace de esto otra cosa que un trauma; se encontró, no obstante, por primera vez en posición de niño deseado.
Este problema produce la salida de esta situación nueva, y que en cierto modo será para él, salvadora, pero que va, sin embargo, a fijarlo en una posición profundamente dividida con respecto a la forma de actividad tardía, y —lo repito—, sin mediación, en la cual se produce este reencuentro.
¿Qué va a conservar en la constitución de este término simbólico que hasta ahora le faltaba? El no conservará más que el lugar del niño que, en fin, va a poder ocupar por intermedio de su prima. En este lugar donde había un agujero, hay ahora un lugar, pero nada más, ya que, por supuesto, se rehusa a este lugar, no puede aceptar el deseo del que es objeto, pero contrariamente, su yo (moi) indiscutiblemente no es de identificarse, —y jamás sin saberlo— al sujeto del deseo del que es ahora dependiente. Es decir, de él, de enamorarse para siempre, hasta el fin de su existencia, enamorarse de este pequeño niño que ha sido por un instante entre los brazos de su tía, de esa tía que le ha acariciado el cuello, los hombros y el pecho. Y veremos que toda su vida está en lo que nos podemos basar, a saber, de lo que nos ha confesado, que desde su viaje de bodas cada uno se asombra y se escandaliza, y casi ante su mujer piensa en el supliciante deleite —como él lo expresa— de las caricias de los brazos y hombros de los jóvenes muchachos que encuentra en el tren.
He aquí una página, en lo sucesivo, célebre, que forma parte de la literatura en la que Gide muestra lo que para él permanece como punto privilegiado de toda fijación de su deseo.
En otros términos, aquello que a nivel de lo que deviene para él su ideal del yo (ideal du moi), lo que ha sido sustraído aquí, a saber el deseo del que él es el objeto, y que no puede soportar, lo asume para sí mismo. Se enamora para siempre y eternamente de ese mismo muchachito acariciado que no ha querido, él, ser.
En otras palabras, captamos esto: que entre este término del niño deseado donde hace falta que se elabora alguna cosa, donde hace falta que reúna a este significante que primordialmente constituye el sujeto en su ser, es necesario que ese yo (moi) ese punto X donde él está, lo reúna de cualquier manera, que se constituya aquí es ideal del yo (ideal du moi) que marca todo el desarrollo psicológico de un sujeto. Este ideal del yo está marcado:
1) del signo del significante
2) de saber de dónde puede él partir, para saber por progresión, a partir del yo (moi), o al contrario sin que el yo (moi) pueda hacer otra cosa que sufrir una serie de accidentes, librado a aventuras a partir del mismo significante, o sea reconocer que lo que se produce a espaldas del sujeto, por la sola sucesión de accidentes, de aquello que le permite subsistir en su posición significante de niño más o menos deseado; ese algo nos muestra que es en el mismo lugar —según que se produzca por la vía consciente o por la vía inconsciente—, es en el mismo lugar que se produce lo que llamamos en un caso ideal del yo, y en el otro caso perversión.
La perversión de André Gide no se sustenta tanto en el hecho que no puede desear más que muchachitos, que en el muchachito que había sido. La perversión de André Gide consiste en esto: Es que allí él no puede constituirse más que a decirse perpetuamente, a someterse en esta correspondencia que para él es el corazón de su obra, a ser aquel que se hace valer en el lugar ocupado por su prima, aquel cuyos pensamientos todos se tornan hacia ella, aquel que le da literalmente a cada instante todo lo que él no tiene, pero nada más que esto, que se constituye como personalidad en ella, por ella, y en relación a ella, que lo coloca, en relación a ella, en una suerte de dependía moral que le hace exclamar en alguna parte: "Ustedes no pueden saber lo que es el amor de un estanquero! Es algo como un amor embalsamado(98)".
Esta proyección entera de lo que es su propia esencia en lo que es la base, en efecto, el corazón y la raíz —en él— de su existencia de hombre de letras, de hombre enteramente en el significante, y en esa relación y en lo que comunica, es por ahí que él está asido(99) en la relación inter-humana, que para él esta mujer no deseada puede ser, en efecto, objeto de supremo amor que esencialmente no llega, y que cuando este objeto con el cual ha llenado este agujero de amor sin deseo, cuando este objeto con el cual ha llenado este agujero de amor sin deseo, cuando este objeto desaparece, él lanza este miserable grito, del que he mostrado, indicado, ayer a la noche en lo que les decía, el parentesco con el grito cómico por excelencia: ¡mi cofrecito! ¡mi querido cofrecito! El cofrecito del avaro.
Todas las pasiones en tanto que son alienación del deseo en un objeto, están en el mismo plano. Por supuesto el cofre del avaro nos hace reír más fácilmente —al menos que tengamos en nosotros algún acento de humanidad— lo que no es el caso universal— que la desaparición de la correspondencia de Gide, de esta correspondencia de Gide con su mujer. Evidentemente debía ser para todos nosotros algo que tiene su precio para siempre. Lo que no quiere decir que fundamentalmente no sea la misma cosa, y que el grito de Gide cuando la desaparición de esta correspondencia, es el mismo grito que aquel de la comedia, que aquel del avaro Harpagon.
Esta comedia de la que tratamos ¿Qué es?.
La comedia es algo que nos alcanza por miles propósitos dispersos. La comedia no es lo cómico. Todo cómico debe poder, si damos de la comedia una teoría correcto, si creemos que al menos durante un tiempo la comedia ha sido la producción ante la comunidad, ante la comunidad en tanto que ella representa a un grupo de hombres, es decir, como constituyendo por encima de ella la existencia de un hombre como tal. Si la comedia ha sido esto que parece haber sido en un momento en que la representación de la relación del hombre a la mujer era objeto de algo que tenía un valor ceremonial, de algo que hace que yo no sea el primero en comparar al teatro con la misma. Todos aquellos que se aproximaron a la cuestión del teatro han señalado que seguramente sólo en nuestra época el drama de la misma representa esencialmente lo que es en un momento de la historia a representado el desarrollo completo de las funciones del teatro.
Si, por una parte entonces, en los tiempos de la gran época del teatro griego, la tragedia representa esta relación del hombre a la palabra(100) en tanto que lo toma en su fatalidad y en una fatalidad conflictual, por eso la cadena es el lazo del hombre a la ley significante, no es la misma a nivel de la familia y a nivel de la comunidad. Esto es la esencia de la tragedia.
La comedia representa esto: que es —y no sin lazos a la tragedia, ya lo saben—, una comedia que completa siempre la trilogía trágica. No podemos considerarla independiente, y esta comedia, les mostraré que encontramos al punto, la traza (la trace) y la sombra hasta en el comentario marginal del drama cristiano mismo. Por supuesto, no a nuestra época de cristianismo constipado, en la que no osaría acompañar las ceremonias de esas robustas farsas que están constituidas por lo que se llamaba el "isus pascalis(101)". Pero dejemos esto de lado.
La comedia se presenta como el momento en el que el sujeto y el hombre tienden a tomar esta relación a la palabra(102) como no siendo tampoco su compromiso su disfraz en estas necesidades contrarias, sino como siendo después de todo no solamente su affaire, sino ese algo en el cual él tiene que articularse él mismo como el que saca provecho de esto, que goza de esto, que lo consume, y para decir todo, es aquel que de esta comunión está destinado a absorber la sustancia y la materia.
La comedia, se puede decir, es algo así como la representación del final de la comida comunitaria(103) a partir de la cual la misma tragedia ha sido evocada. Es el hombre al fin de cuentas quien consume todo lo que ha sido aquí presentificada de su sustancia y de su carne común, se trata de saber lo que va a dar.
Lo que va a dar, para comprenderlo, creo que no hay absolutamente otro medio que trasladándose a la antigua comedia, en las que todas las comedias que le han seguido no son más que una suerte de degradación en las que los rasgos (traits) son siempre reconocibles, en las comedias de Aristófanes, en esas comedias como "La asamblea de las mujeres", como "Lisistrata", como las "les moforias" hace falta que se trasladen para ver dónde nos lleva esto. Y, por supuesto, era a esto a lo que me trasladaba cuando comencé a indicarles en qué sentido la comedia manifiesta por una especie de necesidad interna esta relación al sujeto (rapport au sujet), a partir del momento en que es su propio significado, a saber el fruto del resultado de esta relación (rapport) de significante que debe venir, efectivamente, al escenario de la comedia plenamente desarrollada. Es este término quien, él mismo, necesariamente designa, en tanto que está significado, es decir, que tanto que recoge, asume, goza de la relación a un hecho, que fundamentalmente le está en una cierta relación (rapport) con el orden significante, la aparición de este significado que se llama el falo.
Encuentro que después que les he aportado este término, ya no he tenido más que abrir ese algo en los días que han seguido al bosquejo rápido que les he dado de La escuela de mujeres de Molière, como representando esa relación (rapport) cómica esencial como algo que creo poder considerar como un muy singular resurgimiento de una obra maestra verdaderamente extraordinaria de la comedia, —si lo que creo leer en la comedia de Aristófanese es justo— y que no es otra que "el Balcón" de Jean Genêt.
¿Qué es "El Balcón" de Jean Genêt?
Ustedes saben que vivas oposiciones se forman ante lo que sea presentado. Bien entendido, no tenemos de qué asombrarnos por una cosa semejante en un estado semejante del teatro, en el que se puede decir que su sustancia y su interés consisten principalmente en eso que, sobre el escenario los actores ejerzan títulos diversos, lo que bien entendido colma de contento y de cosquilleo a los que están allí para identificarse a esta suerte de exhibición: bien hace falta llamarla por su nombre.
Si el teatro es otra cosa, de seguro creo que una pieza como la que nos es articulada por Jean Genêt está hecha para hacérnoslo sentir, pero no es cierto tampoco que el público está en estado de escucharla. Me parece, sin embargo, difícil no ver en esto el interés dramático, lo que voy a tratar de exponerles.
Miren, Genêt habla de algo que quiere decir más o menos esto, yo no digo que sepa lo que hace, eso no tiene importancia que lo sepa o que no lo sepa. Corneille tampoco sabía probablemente lo que escribía en tanto que Corneille, y no impide que lo haya hecho con un gran rigor. Aquí las funciones humanas en tanto que se trasladan a lo simbólico, a saber, el poder de lo que como se dice, liga y desliga lo que ha sido conferido por Cristo a la posteridad de San Pedro y a todos los obispos, liga y desliga el orden del pecado, de la falta(104), si el poder de aquel que condena, que juzga y que castiga, —el del juez—, si el poder de aquel que asume el mandato en este gran fenómeno que sobrepasa infinitamente el de la guerra, y quien ese el jefe de la guerra, más comúnmente el general, si todos estos personajes representan funciones en relación a las cuales el sujeto se encuentra de alguna manera como alienado en relación (par rapport) a esta palabra(105) de la que se descubre el soporte, en una función que sobrepasa por mucho su particularidad, si estos personajes serán de golpe sometidos a la ley de la comedia, es decir, si nos ponemos a representarnos lo que es para gozar de esas posiciones, posiciones de irreverencia sin duda, (de plantear así la cuestión), pero la irreverencia de la comedia no es algo ante lo que haga falta detenerse sin tratar de saber lo que resulta un poco más lejos.
Por supuesto, es siempre en algún período de crisis, es en el supremo momento del desamparo de Atenas, —precisamente por la aberración de una serie de malas elecciones y por una sumisión a la ley de la ciudad, que parece literalmente arrastrarla a su pérdida—, que Aristófanes ensaya este despertar que consiste en decir que, después de todo, uno se agota en esta guerra sin salida, que no hay nada tal como quedarse en su casa bien al calor y reencontrar su mujer. No es algo que —propiamente hablando— es planteado como una moral, es una reanudación de la relación esencial del hombre a su estado, que está sugerida, sin que fuéramos a saberlo por otro lado, si las consecuencias de esto son más o menos salubres.
Acá, vemos al obispo, el juez y el general ante nosotros promovidos a partir de esta cuestión: ¿qué puede ser esto de gozar de su estado de obispo, de juez y de general? Entonces, esto nos explica el artificio por el cual este Balcón no es otra cosa que lo que se llama una casa de ilusión, es a saber que si efectivamente esto que se produce a nivel de las diferentes formas del ideal del yo que situé en alguna parte de aquí, es algo que efectivamente no es como se lo cree, el efecto de una súplica en el sentido en que sería la
neutralización progresiva de funciones enraizadas en el interior, sino bien contrariamente algo que está siempre más o menos acompañado de una erotización de la relación (rapport) simbólica, la asimilación, quizás, realizada de aquel que en su posición y en su función de obispo, de juez o de general, goza de su estado con algo que todos los encargados de casas de ilusión conocen, a saber, el viejito que viene a satisfacerse de una posición estrictamente calculada, que lo pondrá por un instante en la más extraña diversidad de posiciones asumidas en relación a una partenaire cómplice que querrá asegurarse bien el rol de ser en la ocasión, su "répondante"(106).
Así vemos que alguien empleado en algún establecimiento de crédito, viene aquí a revestirse de los ornamentos sacerdotales para obtener de una prostituta complaciente una confesión, que no es más que un simulacro, y en la que en algún grado hace falta que la verdad se aproxime. Dicho de otra forma que algo en la intención de su cómplice le permita ver esta relación en un goce culpable en el cual le es necesario —al menos— creer que ella participa, y esta no es la mínima singularidad del arte, del lirismo con el que el poeta Jean Genêt sabe proseguir ante nosotros este diálogo del personaje, de seguro grotesco más allá de toda expresión, grotesco aún en dimensiones grandiosas: lo hace montar sobre patines para que su posición caricatural sea todavía más exaltada, sin la cual vemos al sujeto perverso, de seguro complacerse en buscar su satisfacción en algo con lo que se relaciona (se met en rapport), con una imagen, con una imagen a pesar de, en tanto que ésta es el reflejo de algo esencialmente significante.
Dicho de otro modo, Genêt —en tres grandes escenas— Genêt nos presentifica, nos encarna sobre el plano de la perversión, lo que a partir de este momento toma su nombre, a saber, que en un lenguaje recio podemos en el día de gran desorden, llamar: todo el burdel en el que vivimos, en tanto que es como toda sociedad, siempre más o menos en estado de degradación. Ya que la sociedad no sabría definirse de otra manera que por un estado más o menos avanzado de degradación de la cultura: todo el burdel, toda esta confusión que se establece en las relaciones no obstante sagradas y fundamentales del hombre y de la palabra; todo el burdel está allí representado en su lugar, y sabemos de qué se trata.
¿De qué se trata entonces?. Se trata de algo que nos encarna la relación del sujeto a las funciones de la fe en sus formas diversas, y en sus formas más sagradas, como siendo ellas mismas algo que se prosigue por una serie de degradaciones en las que lo santo (107) es por un instante realizado. No es otra cosa que el obispo mismo, el juez y el general a los que vemos aquí en postura de especialistas —como se expresa en términos de perversión— y que acusan de relación del sujeto con la función de la palabra (108).
¿Qué pasa, entonces? Pasa esto, esta relación (rapport) si es una relación adulterada, si es una relación en la que cada uno ha fracasado y donde nadie se reencuentra, no es menos cierto que esta relación continúa sosteniéndose, por degradada que esté, para ser presentada ante nosotros, no es menos cierto esta relación subsiste pura y simplemente —si no es como dependencia y reconocimiento legítimo de esta relación— por lo menos como algo que está ligado a esto que existe, a lo que se llama su orden.
Entonces, esta relación en sostén del orden, ¿a qué se reduce si una sociedad llega a su más extremo desorden? Se reduce a algo que se llama la policía. Esta suerte de último recurso, de último derecho, de último argumento del orden que se llama el sostén del orden, que se crea en ayuda de la instauración como siendo el centro, al fin de cuentas, de la comunidad de lo que igualmente se presenta en su origen, a saber, los tres picos cruzados(109), y en el centro de este cuartucho, esta reducción de todo lo que es el orden en su sostén; esto está encarnado en el personaje pivot, central del drama de Genêt, a saber, el prefecto de policía.
La hipótesis es esta; y es muy bonita: el prefecto de policía, el que sabe que sobre él esencialmente recae el mantener el orden, es quien es de alguna manera el término último, el residuo de todo poder, el prefecto de policía cuya imagen no está aún elevada a una nobleza suficiente para que alguno de los viejitos que vienen al burdel pida tener los ornamentos, atributos, el rol y la función del prefecto de policía. Hay quien sabe jugar al juez ante una pequeña prostituta, para que ella se confiese ladrona, y por otro lado se concentra en esto para obtener la confesión; pues, ¿cómo sería yo juez si tu no fueses una ladrona? dice el juez. Paso lo que dice el general a su yegua. Contrariamente nadie ha podido ser el prefecto de policía.
Esto, entendido bien, es pura hipótesis, no tenemos la suficiente experiencia en burdeles para saber si efectivamente después de largo tiempo al prefecto de policía se ha elevado a la dignidad de los personajes en la piel de los cuales se puede gozar. Pero el prefecto de policía (ya que es un buen amigo de la encargada de todo el burdel) —(no busco hacer para nada teoría, menos si ha dicho se trataba de cosas concretas)—, el prefecto de policía viene e interroga ansiosamente: "¿Ha habido alguno que pidió ser el prefecto de policía?".
Esto no ocurre jamás. De la misma forma en que no hay uniforme de prefecto de policía; hemos visto desplegarse el hábito, la toga del juez, el képi del general, sin contar los pantalones de este último, pero no hay nadie que haya entrado en la piel del prefecto de policía para hacer el amor.
Este es el pivot del drama. Sepan que todo esto ocurre en el interior del burdel, ocurre mientras que alrededor la revolución causa estragos. Todo esto pasa, y yo se los paso. Tendrán mucho placer en descubrir, leyendo esta comedia, todo lo que pasa en el interior y —lejos de ser tan esquemático como yo se los planteé— está acompañado de la crepitación de las ametralladoras en el exterior, con una ciudad en revolución, y todas estas damas se preparan a perecer con señorío, masacradas por las morenas y virtuosas obreras que son aquí consideradas como que representan al hombre entero, el hombre real, aquel que no duda que su deseo puede llegar al advenimiento, a saber, a hacerse valer como tal y de una manera armoniosa.
La conciencia proletaria ha creído siempre en el éxito de la moral, se equivoca o tiene razón. Qué importa, lo que importa es que Jean Genêt nos muestra el resultado de la aventura —estoy forzado a ir un poco más rápido—, en esto el prefecto de policía no duda, porque es su función, como es su función (es a causa de esto que la pieza se desarrolla como se desarrolla) el prefecto de policía no duda que tanto después como antes de la revolución, esto será siempre el burdel. Sabe que la revolución en este sentido es un juego, en efecto es un juego de manos que yo les paso (ya que hay todavía aquí una muy bella escena, en la que el diplomático de raza les viene a aclarar al amable grupo que se encuentra en el centro de la casa de ilusión, sobre lo que pasa en el palacio real, a saber, en su estado de más legitimidad; la reina borda, y no borda; la reina ronca, y no ronca; la reina borda un pequeño pañuelo.
Se trata de saber lo que habrá en el medio, a saber, un cisne(110), un cisne del que no se sabe todavía si irá sobre la mar, sobre un estanque, o sobre una taza de té). Les paso entonces lo que concierne al desvanecimiento último del símbolo; pero lo que se produce y la que se convierte en la voz, la palabra de la revolución es una de las prostitutas que ha sido educada por un virtuoso plomero, y que se encuentra cumpliendo el rol de la mujer de gorro frigio sobre las barricadas (con esto además es una suerte de Juana de Arco), ella sabrá (pues conoce en todos sus rincones la dialéctica masculina, porque ha estado allí donde se la escucha desarrollarse en todas sus fases), ella sabrá hablarles y responderles, la llamada Chantal, —se la llama así en esta obra— es escamoteada en un juego de manos, es decir recibe una bala en su cuerpo e inmediatamente después el poder aparece encarnado en la maitresse(111) de la casa en cuestión, Irma, la encargada del burdel, quien asume (y con qué superioridad) las funciones de la reina. No es ella también alguien que ha pasado al puro estado del símbolo, ya que como se expresa en alguna parte, en ella nada es verdadero excepto sus joyas?
A partir de este momento llegamos a algo que es el alistamiento de los personajes, de los perversos que hemos visto exhibirse durante todo el primer acto, en un rol bello y bien auténtico, integral, en la asunción de las funciones recíprocas que encarnan en sus pequeños jugueteos diversamente amorosos.
En este momento un diálogo de gran vigor político se establece entre el personaje del prefecto de policía que necesita de ellos, naturalmente, para representar esto que debe sustituirse al orden precedentemente atropellado, y para hacerles asumir a ellos las funciones, lo que por otro lado, sin repugnancia, ya que comprenden muy bien que otra cosa es gozar al calor y abrigo de las murallas de una de estas casas de la que no se reflexiona bastante que es el lugar mismo donde el orden es lo más minuciosamente reservado, a saber, para ponerlos a merced de los golpes del viento, incluso de las responsabilidades que estas funciones realmente asumidas comportan.
Aquí, evidentemente, estamos en la franca farsa, pero, esto es el tema, es la conclusión de esta farsa de alto vuelo, sobre la que quisiera finalmente poner el acento. Es que en el medio de todo este diálogo, el prefecto de policía continúa conservando su preocupación: "Alguno vino pidiendo ser el prefecto de policía?" "¿Alguno reconoció lo bastante mi grandeza?". Es necesario reconocer que quizás aquí, por un instante al menos, su lugar imaginario en este reencuentro tiene una satisfacción difícil de obtener. ¿Qué sucede?. Sucede, primero, esto: Descorazonado de esperar indefinidamente el acontecimiento que para él sea la sanción de su ascensión al orden de las funciones respetadas, porque profanadas, el prefecto de policía consulta primero, lo que ha venido a demostrar: que sólo él es el orden y el pìvot de todo, a saber, que al fin de cuentas, en última instancia no hay nada más que la fuerza, encontramos aquí algo que no carece de significación, que el descubrimiento del ideal del yo (idéal du Moi) a sido en Freud aproximadamente coincidente con la inauguración de este tipo de personaje que ofrece a la comunidad política una identificación única y fácil, a saber, el dictador.
El prefecto de policía les consulta a los que lo rodean sobre lo oportuno de una especie de uniforme, y también de símbolo, de su función. Y no sin la timidez para el caso —ya que en verdad ha golpeado los oídos de los que lo escuchaban— él prefecto propone un (phallus) falo.
¿Acaso la Iglesia verá en esto alguna objeción?, y se inclina hacia el obispo quien, en efecto, menea por un instante su bonete marcando alguna vacilación, pero sugiere que después de todo, si se le colocara la paloma del Espíritu Santo la cosa sería más aceptable.
Del mismo modo, el general propone que el mentado símbolo(112) sea pintado con los colores nacionales, y algunas otras sugestiones de este tipo, que dan a pensar que se va a llegar bastante rápido a lo que se llama en estos casos, un convenio. En este momento, la sorpresa, el efecto teatral(113), explota.
Una de las chicas, de las que les he comentado el rol en esta pieza hormigueante de significaciones, aparece en escena, con las palabras entrecortadas aún por la emoción por lo que acaba de ocurrirle; que no es nada menos que esto: El personaje que era su amigo (y esto es bien significativo), el personaje del salvador de la prostituta, elevada al estado de símbolo revolucionario, el personaje, pues, del plomero (conocido en esta casa) ha venido a su encuentro y le ha pedido lo que le hacía falta para parecerse al personaje del prefecto de policía.
Emoción general. Constricción en la garganta.
Estamos ante el fin de nuestras aflicciones. Todo ha sido —hasta, comprendida la peluca del prefecto de policía—. quien salta: ¿cómo lo saben?. Se le contesta: Nadie más que Ud. piensa que todo el mundo ignora que Ud. usa peluca; y el personaje una vez revestido de todos los atributos de aquel cuya figura es verdaderamente la figura heroica del drama, hace el gesto que la prostituta hace, el de arrojarle a la figura, después de haberla resaltado, eso con lo que, dice ella públicamente, él no desvirgará jamás a nadie.
En ese momento el prefecto de policía que estaba muy cerca de llegar a la cima de su satisfacción, tiene sin embargo este gesto rápido de controlar, que le queda todavía. Le queda en efecto; y su pasaje al estado de símbolo bajo al forma del uniforme fálico propuesto ha, de aquí en adelante, devenido inútil.
En efecto, a partir de este momento es totalmente claro que aquel que representa el deseo simple, esta necesidad que tiene el hombre de reunir, de una manera que pueda ser auténtica y directamente asumida, su propia existencia, su propio pensamiento, un valor que no sea puramente distinto de su carne, es claro que es por ello que este sujeto que está allí representando el hombre, aquel que ha combatido para que algo que hemos llamado hasta ahora el burdel, reencuentre su equilibrio, su norma y su reducción a algo que pueda ser aceptada como plenamente humana, que esto no se reintegra, no se ofrece una vez pasada la prueba, más que a la condición, precisamente, de castrarse. Es decir, de hacer que el falo sea algo que sea de nuevo promovido al estado de significante, a ese algo que pueda o no, dar o retirar, conferir o no conferir, esto que en este momento se confunde, y de la manera más explícita, es decir que es aquí, después de esto que se termina la comedia, se confunde y se une la imagen del creador del significante del padre nuestro, del padre nuestro que estás en los cielos.
Retomaré y me referiré a esto. Verán como para nosotros nos podrá servir más tarde de indicación, de indicación en esta cuestión esencial del deseo y del goce del que hoy he querido darles el primer gramo.