"La palabra, como punto de convergencia de múltiples representaciones, es, por decirlo así, un equívoco predestinado, y las neurosis aprovechan con igual buena voluntad que el sueño, las ventajas que la misma les ofrece para la condensación y el disfraz" (Sigmund Freud, 1900.)
Pasaron más de cien años ya de "La interpretación de los sueños", título que evoca mi deuda con el creador del psicoanálisis, habiendo sido el primer texto de Freud en mis manos. Pasaron veinte años de la primer lectura; vaya con esta escritura mi profundo reconocimiento al maestro y sirva de humilde homenaje.
¿Qué son los sueños? ¿Significan algo? ¿Hablan del destino?... Clásicas preguntas formuladas desde antiguo, que no dejan de hacernos hablar y escribir sobre el significado de los sueños. Freud mismo dedica un extenso capítulo a la literatura sobre problemas oníricos. Sabemos su tesis: El sueño es una realización de deseos, sexual, infantil y reprimida. Lo cual -también sabemos- no quiere decir la satisfacción de ningún impulso, sino la figuración trastocada del deseo del sujeto en el encuentro con su objeto. Relación libidinal, que en el mejor de los casos, la pantalla del sueño permite proyectar.
Dice aun: El sueño no es más que una forma de pensamiento: de allí que el trabajo de interpretación sea la vía regia de acceso al Inconsciente, esto es, a las leyes que rigen su ejercicio. El sueño por sí solo no es una vía, ya que tal será un espacio abierto que conecte como mínimo un punto de partida y otro de llegada. Es por la transferencia analítica que la interpretación del sueño puede abrir al sujeto un camino nuevo para un saber antiguo, no consabido hasta su lectura por parte del analista. Ahora, ¿Qué transferencia es esa por la cual una operación de traspaso es efectuada? ¿Cuál objeto a transferir y cuáles sus condiciones?...
Si la elaboración onírica está constituída por cuatro factores, a saber, la condensación, el desplazamiento, el cuidado por la figurabilidad y la elaboración secundaria; y siendo el montante de condensación indeterminable, la interpretación no agotará su sentido, y tendrá al afecto por fiel escudero, a sabiendas que la censura complicará también su destino: supresión, inversión. Es por ello que el desplazamiento del acento psíquico de una representación a otra nos señala que el trasvasamiento de un valor se ha cumplido.
Será en esta obra que Freud introduce el concepto de "transferencia" como mecanismo de trasposición de una cualidad que permite a su poseedor re-presentar lo ya sentado; trasposición con miras a una expresión. Más tarde advendrá la concepción de "transferencia" como motor y obstáculo en la cura, habiendo sí heredado los caracteres de aquel primer mecanismo.
¿Cuándo es interpretable un sueño? Podríamos responder sin más junto a Freud, no antes que las condiciones de la transferencia se hayan establecido: quiero decir, que el objeto sueño sea colocado entre analista y analizante, ocupando una localidad intermedia entre el más allá y el más acá de su representación. Recordemos además que el enlace que propicia el sueño, lo es sólo de lo figurable. Mil y un caminos serán desviados, coartados, suprimidos, sobreimpresos con tal de intentar dar forma a lo insensato. Múltiples discordancias que la palabra dice al querer alcanzar coherentemente lo inefable, en un querer hacer posible lo imposible.
Si seguimos un poquito más nos topamos con un concepto difícil de captar en primera instancia, no sólo en la página freudiana sino en sus consecuencias clínicas. El maestro vienés nos viene diciendo que el sueño es un acto psíquico de pleno derecho y ahí nomás avanza esto –cito: "La elaboración onírica se sirve con preferencia de una fantasía preexistente en lugar de crear otra original utilizando el material de las ideas latentes. Estas son perfectamente correctas y en su formación han intervenido todas nuestras facultades psíquicas, pertenecen a nuestro pensamiento preconciente, del cual surgen también mediante cierta transformación las ideas concientes". Quiere decir entonces que el pensamiento del sueño no era inconciente. Y por si fuera poco, agrega que el foco de convergencia de ideas latentes es un nudo imposible de desatar, llamándolo "ombligo del sueño" o sea el punto por el que se halla ligado a lo desconocido. ¿Cómo se figura su límite? Aquí, el guardián de nuestra salud mental –la censura entre inconciente y preconciente, hace su aparición como instancia que regula nuestro sueño ante un testigo mudo: el lenguaje.
Si consideramos que el fantasma es al decir freudiano, ese dispositivo por el cual los seres humanos hallamos una satisfacción posible allí donde desde el principio de realidad nos retorna frustración, podemos convenir que efectivamente el fantasma se constituye en un camino intermedio, en una vía abierta entre la enfermedad y la vida. Homóloga estructura de la neurosis...de transferencia. Arriesgo homóloga estructura para el sueño. Si bien la transferencia no es un texto, una de sus dimensiones permite de la misma forma que aquel, situar una superficie apta para la lectura y reescritura del metabolismo entre goce y deseo. Así, la puesta en acto de la realidad del inconciente posibilita a través del acto analítico que la actualidad de la interpretación haga corte. Digo, si la interpretación onírica tiene eficacia sólo por y en transferencia, y siendo ésta una re-producción en acto, lo que de actual produce el acto, es el corte mismo del sujeto. Interpretación y transferencia están ambas implicadas en el acto.
Entre el sueño y su texto, la transferencia. Si la transferencia se estructura como nudo inaugural de una cura, y como nueva neurosis emplea los mismos mecanismos de formación que la original; el carozo de una es el nódulo de la otra. Más aun, ese ombligo que el sueño muestra conectarnos con la nada –ficción fantasmática- es, como vacío central de la neurosis, su nudo. Gramática del fantasma que gracias al lenguaje permite apretar la representación del sujeto por el significante, soportado en su cifra.
Sería posible señalar entonces, que la transferencia como superficie de escritura, paño del cuerpo letrado, tiene a su disposición un texto onírico cuyos significantes retornan al sujeto por la fonematización del analista. La puntuación y la escansión, delimitarán un borde por cuyo agujero caiga un goce y advenga un saber con un plus, un nuevo goce adjunto.
Pero ¿qué es lo que hace posible la caída de una ilusión objetal? ¿Qué es lo que hace posible la articulación de saber y goce? El secreto a viva voz lo hallamos de la mano de la transferencia: el lenguaje es su condición; el inconciente, su posibilidad; el deseo del analista su agente operador y la voz del analista, su instrumento.
El factor bisagra entre saber y goce se soporta de la lectura analítica. La lectura de la letra por ejemplo en el sueño, que conceptualizado originariamente por Freud como rébus, lo convierte en escritura jeroglífica, dado que se produce una diferencia en la trasposición de las ideas latentes al contenido manifiesto. Freud advierte que las imágenes del rébus no logran decir el pensamiento del sueño, y su escritura onírica en imágenes atestigua de la imposibilidad del significante en revelar su verdad. Así lo menciona también en sus Conferencias de Introducción al psicoanálisis, cuando refiere que lo más perturbador respecto de la escritura jeroglífica es que no conoce una separación entre las palabras. Las imágenes van separadas sobre la superficie a intervalos regulares y en general no puede saberse si un signo pertenece todavía a la palabra que le precede o constituye el principio de una nueva. Siguiendo el ejemplo pero esta vez con la escritura china, añade que dicha lengua abunda en imprecisiones tales que podrían meternos miedo... La decisión se deja a cargo de la comprensión del oyente, que para ello se guía por el contexto.
Ergo, el sueño puede escribir el equívoco. Dependerá de ese poder discrecional, que el analista lea por la interpretación un trazo que soporte al significante, trazo que localice la estructura del mismo.
La interpretación del sueño, por la fonetización del trazo permite la lectura de la letra. Si entendemos la letra como la estructura que soporta al significante y como tal bordea entre saber inconciente y goce del objeto, litoral entre simbólico y real, advertimos que la letra requiere también de lo imaginario de la representación que halla su coherencia en lo preconciente.
Si aceptamos con Lacan que el lenguaje es lo real, y con Freud que las representaciones-palabra son preconcientes, deberá haber un terreno que habilite la trasposición y permita al discurso onírico decirse. Ya que por el lenguaje y la gramática se escribe, pero no se nombra. Entre el sueño y su texto, la transferencia genera una interpretación –siempre que el analista acuda a la cita- acto de corte interpretativo cuya chispa creadora resulte de la lectura de la letra como instancia en el inconciente. De esta forma lo que es del goce y borde de la letra, la interpretación lo "hace pasar" al inconciente, como Saber. Poiesis del inconciente y ganancia escritural para el sujeto.
¿De qué escritura se trata? El acto analítico opera sobre un discurso con un corte, desgajando lo que es del goce por un lado, y lo que es saber por otro. Veamos los términos en que Freud lo enuncia: "El discurso onírico presenta así la estructura de una argamasa constituída por grandes trozos de materias homogéneas unidas entre sí mediante un fuerte cemento". ¿No leeríamos allí, que la soldadura que proporciona el goce en el fantasma, llama al corte por la palabra? ¿No es acaso la interpretación de un sueño, la lectura de una letra que hallábase "a la espera" de un significante que despegue al sujeto por venir, posibilitando otra lectura? Paradoja de la letra, que cuidará el analista de su lectura, advertido que límite entre goce y saber, la letra escribe lo mejor y lo peor. El equívoco se conserva y traspone con las resonancias homofónicas que resulten de la lectura misma.
La estructura significante ordena estos efectos a los que el analista solo presta voz, su acto de lectura produce efectos en lo real. Por ello, podríamos decir que la lectura de la letra produce efectos de sentido en lo real. Solo esta lectura permite una escritura en transferencia, una escritura entre el sueño y su texto, una reescritura de la instancia de la letra en el inconciente.
Indicaba al principio de estas líneas, si los sueños hablaban del destino. Freud lo definía así: el destino, ese oscuro poder que sólo a una minoría humana les es dado conocer impersonalmente. Podríamos autorizarnos a continuarla. El oscuro poder que el sueño revela en su lectura es dado a conocer al sujeto a través de su relación al otro, elevado a superficie impersonal, radicalmente otro. Parecería que el horizonte de la letra es destinarse a la transferencia para que una lectura la pueda escribir con otro valor. Chance abierta a una de invención.
Los sueños no hablan del destino, destinan su habla y lo hacen por amor. Y en ello consistió el origen del psicoanálisis. Así, la historia analítica empezó a escriturarse. Por la letra de amor.
Marcela Barilari. Jornadas "Actualidad de la interpretación de los sueños", Escuela Freudiana de Buenos Aires; 2002.