A través del espejo. Mariela Weskamp.

Tiempo de Lectura: 17 min.

(*)Presentado en la Reunión Lacanoamericana de Florianópolis, 13 al 16 de octubre de 2005.
Lo que el hombre tiene frente a sí en el espejo es la imagen virtual. La imagen, si es fija, no contiene ningún cuerpo. “Sólo su mueca, su flexibilidad, su desarticulación, su desmembramiento, su dispersión a los cuatro vientos, comienzan a indicar cuál es su lugar en el mundo” (1) . El objeto a, soporte del deseo en el fantasma, no es visible en lo que para el hombre constituye la imagen de su deseo, pero está allí sosteniendo la imagen y dándole vida.

El psicótico en el deseo tiene que vérselas con el cuerpo (2).

Dentro de las psicosis encontramos diversos tipos de relaciones del sujeto con su cuerpo. En este caso, se trata de la relación de la imagen con un cuerpo que no toma consistencia. La imagen está unificada, el contorno no está fragmentado, pero es una cáscara vacía: no hay objeto en falta que cause el deseo, lo que inmoviliza al cuerpo, ni presencia de objeto que haga de este cuerpo un cuerpo vivo.

Esto se juega en la transferencia que propicia un modo provisorio de movilización deseante.

“Ayer”, dice Ada, entusiasmada y en tono desafiante, “le dije a mi papá ‘me voy al quiosco’, el que queda a ¡dos cuadras de casa! Eran las siete de la tarde, estaba oscureciendo, ya era casi de noche. Y me fui, lo dejé ahí, con la boca abierta, si me decía que no vaya, le juro, me iba igual”.

Ada tiene cuarenta años y me cuenta lo que considera su logro más importante.



Cada vez que voy a su encuentro está sentada en el mismo rincón de la sala de espera: inmóvil, mirando hacia abajo, las manos sobre las rodillas, inexpresiva, haciendo nada.



La llamo y cuando entra al consultorio se sienta frente a mí en esa misma posición. Parece que no hubiera vida debajo de esa ropa, es un cuerpo sin pesadez ni levedad, inanimado: parece esfumarse bajo su vestido.

Su falta de tono muscular se escucha en su voz casi inaudible, inicialmente sin tono, monocorde. Durante nuestra conversación, se anima. Su cuerpo comienza a armarse, a tomar contorno, se endereza, aparece algún brillo en su mirada, empieza a hablar y se va entusiasmando cada vez más con la charla. Aumenta el volumen de la voz y ésta adquiere matices.


Nuevamente lo viviente anima su imagen. Una y otra vez y, siempre, casi, desde el mismo lugar.
Así como su cuerpo no puede ponerse en movimiento, tampoco hay movilidad en su vida rutinaria, en la que los días son tediosamente calcados sin que el tiempo cuente marcando diferencias. Así, cada día es idéntico al anterior, y cada semana a la siguiente.



Cuando la falta no introduce el paso de las horas, es la mismidad del aburrimiento la que ocupa sus días. No se imagina en ningún lugar, no se le ocurre nada para hacer, no puede verse en ninguna escena.



Dice sin afectación alguna que ella podría no estar, todo es igual, no tiene ganas de nada.
Su cuerpo es delgadísimo, empequeñecido como el de una niña o el de una anciana. El tiempo no le pasa; excepto por algunas arrugas en su rostro, no tiene edad.



Detenida en el instante de ver sin comprender, no puede montar escena alguna sobre el mundo, no hay dimensión de la historia que cuente el tiempo que pasa, no hay diacronía.



Su decir no resulta discordante, tiene sentido. La psicosis se muestra en este cuerpo sin alma que lo habite, en donde la letra permite el deslizamiento significante, pero en un relato sin historias, en historias sin matices. Lo que cuenta no tiene color, no precipita un trazo que la represente.
El desgano siempre la acompañó. De pequeña no jugaba: “¿a qué?”, me pregunta sorprendida. Estaba siempre inmóvil. No tenía amigas.



En el colegio las monjas la adoraban por su buen comportamiento. Los recreos transcurrían en silencio, los pasaba sentada debajo de la campana del patio. Ocasionalmente la iban a buscar, y ella iba. Esperaba que la buscaran.



Detenida en ese instante, aún espera que la busquen. Queda ofrecida como objeto a cualquier semejante con el que se topa. Se pega a cualquiera que muestre algún deseo. Así fue que el día que terminaba su internación, una paciente le dijo que se quedara, que iba a ser su amiga, y ella pidió quedarse.



“Necesito que me llamen”, me dice, “que me digan dónde ponerme”.



Así, cuando su padre la amenaza, queda petrificada bajo la mirada de la medusa que es su Otro y pierde la disposición del movimiento (3), no tiene posibilidad de reacción. Dice, sin ninguna afectación en su voz: “Si mi papá quiere, me puede internar para siempre, si quiere me puede matar. Es mi padre y tiene derecho sobre mi vida, los padre pueden matar a sus hijos”.



“Los padres no tiene derecho sobre las vidas de los hijos”, le respondo (en un intento de horadar a ese Otro no barrado) “si te mata va a la cárcel. Tu papá te dio la vida, ahora tu vida es otra que la de tu papá. Podés hacer tu propia vida”.



Entonces se pega a lo que le digo, le doy texto y repite mis frases.



“Claro, tengo que hacer mi propia vida”.



Si no la traen, no viene. Tampoco avisa.
Intervenir diciendo: “Si no venís, me quedo esperando”, le da lugar a un pequeño reclamo.
“¿Le parece que se vayan mi hermano y mi cuñada a cenar y me dejen? Y yo, ¿qué?”
“¿Vos que querías?”, pregunto.



El estado de perplejidad que muestra me dice que no hay quién responda. Si pregunto sobre cualquier cuestión que ponga en juego sus ganas, queda absolutamente inmóvil durante minutos, parpadeando sin cesar en estado de estupor, petrificada, sin poder responder.
Siempre espera la iniciativa del otro.



Es por esto que cuando pone su cuerpo en movimiento, tiene la certeza de que se va a desmayar.
Si el cuerpo es la consistencia, es lo que mantiene unido, lo que no se evapora (4), el de ella es un contorno de una superficie sin consistencia.



Imagen de sí mismo que, al ser inmóvil, no la contiene.
Ella no tiene sostén, se queda acostada en la cama y así pasan los años.
El sostén era su madre. Su madre y ella eran una. Todo lo hacían juntas y durante todo el tiempo. Dice no haber estado nunca sola hasta que murió.
Su madre enfermó y ella cree que enfermará también; su madre murió y ella cree que va a morir también, su lugar es con ella en el cajón.
“A tu mamá la llevás adentro, está en todo lo que te enseñó, en lo que recordás de ella”, intervengo, intentando diferenciar registros y apuntando a que ella pueda incorporar lo que fue de su madre, marcando un adentro en este cuerpo que no hay.
“A mi mamá no le gustaba salir, cuando salía siempre quería estar en casa”.
Señalo la diferencia.
“Tu mamá te retiene en casa”.
“A vos te cuesta salir, pero cuando salís te encanta”.
Esta diferencia permite un recuerdo de su madre: habían ido al supermercado, su papá, su mamá y ella. La mamá se perdió, la encontraron llorando desesperada.
“No estabas tan segura al lado de tu mamá”.
Puede contar entonces que su mamá no la sabía cuidar. Si estaba enferma la dejaba todo el día sola en su dormitorio y no subía a visitarla. Si tan sólo tenía fiebre, su madre lloraba.
A partir de este momento aparecen otras mujeres con las cuales se siente segura. Siempre necesita el cuerpo de una mujer que la sostenga para ponerse en movimiento, que le presten el cuerpo que no tiene.

¿Qué es lo que permite tener un cuerpo propio?

La identificación narcisista funda una lógica de exclusión: soy yo o es el otro. Mantiene, al mismo tiempo, la intrusión del otro y su exclusión, sin que ninguno de los dos suprima al contrario. Posición inestable que hará que el deseo bascule. Por ello ese otro de mí mismo permanece otro y habrá siempre una división, una dualidad interior. Por estructura, a la cautivación erótica se agrega una tensión agresiva que es constitutiva del yo.



El trazo del Ideal que introduce la nominación es lo que permite la separación de la imagen del otro. Así queda del lado del Otro el yo ideal, imagen que el Otro propone como espejo. El sujeto hace un movimiento y se apropia del trazo por el cual el Otro lo reconoce. El Ideal del yo, lugar simbólico desde donde el sujeto es mirado por el Otro, queda del lado del sujeto y le permite advertir la diferencia entre el Yo Ideal y el yo. Esta diferencia, el objeto “a”, no es visible en la imagen pero sostiene el narcisismo y da consistencia al cuerpo.



Si el Otro no acude a la cita, no hay quien dé nombre, no hay posibilidad de apropiación de la imagen y el sujeto queda plantado sin posibilidad de movimiento.
En las psicosis, la falla en la identificación produce como efecto que no esté la significación de exclusión recíproca que conlleva al enfrentamiento imaginario, pero sí la de la captura imaginaria (5) en “el otro soy yo”.



Cuando esto ocurre, hay captación de la imagen y no identificación especular. No hay posibilidad de identificarse a rasgos de la madre sino que es la madre muerta. Metonímicamente se adhiere a la imagen de los otros y, momentáneamente, se copia el estilo deseante del otro. Es la captación de la gestalt, de una forma que la sostiene y que, cuando se desvanece, cae.
La falta del Otro no se inscribe, no se incorpora. Por eso deja hacer a la intrusión del semejante y nunca reacciona, no se le ocurre que puede oponerse. Deja hacer al otro.



Cuenta una escena, en donde no se incluye: Alrededor de los dieciocho años (nunca recuerda fechas) un chico se ponía atrás de ella y se tocaba. No recuerda haber sentido nada, permanecía inmóvil. Esto sucedió durante mucho tiempo hasta que lo descubrieron. Es la actividad del otro, pero no al modo de “la bella indiferente” sino que ella realmente no estaba allí. No hay modo de que se cuente en la escena porque no cuenta con un cuerpo propio que allí se incluya.
Sabemos lo que es ser viviente a partir de un cuerpo que se goza.



La imagen se constituye a partir de la mirada del Otro, esta imagen es fija. Para que haya identificación y no captación como puro efecto de Gestalt, para que haya apropiación de la imagen, tiene que haber alguna fractura de la unidad, tiene que surgir un borde de real. El imaginario es la dimensión de la flexibilidad, de la consistencia que acompaña a la imagen; es la consistencia del cuerpo en tanto lo creemos vivo (6).



Lo que sostiene la imagen especular, lo que hay bajo la vestimenta es el objeto a, aquello que aliena al yo, alrededor de lo que gira la pulsión, lo que organiza placer, deseo y goce (7).

Sostiene la cubierta imaginaria y da consistencia a un cuerpo. Sin él, es una cáscara sin carozo.

Lo animado se introduce en el tiempo de la identificación, en el cual el sujeto ve que el otro goza del objeto del cual él es privado, que hay otro gozando en el lugar que perdió, lo que fue para el otro y ya no es más. Experimenta los celos, momento en el que se constituyen objeto, yo y semejante, en el que lo viviente se anuda a la imagen. Lo vivo se introduce por los celos, con este celo-goce ligado a la construcción del objeto (a), al plus de gozar (8).



Entonces, la caída del objeto funda el vacío, causa el deseo. La presencia del objeto produce un cuerpo vivo, gozante, celoso, que quiere ocupar el lugar del otro.

Su inmovilidad, que la pienso como consecuencia de la falla de la identificación especular, se juega en la transferencia en la que siempre es volver a empezar desde, casi, el mismo lugar.
Una y otra vez tomo algo en lo que escucho alguna brizna de algún gusto propio, y se lo propongo.


De este modo el paso del tiempo (tres años) se registra en los movimientos del análisis aunque no sirve para dar anclaje a su historización.



Comienza a pintar superficies, compra figuras de ángeles de yeso y les pone color. Aparece algo del color en las figuras asexuadas.
Propongo hacer muñecas con tela y contenido. Con la idea de pasar de superficies a volúmenes, intentando construir (a través del volúmen de los cuerpos) la distancia necesaria que le permita armar algo de la imagen.



Vamos al quiosco a comprar moldes. Pensamos materiales posibles. Cose algunas muñecas (¿intento de armado de un cuerpo en lo real?). Yo pido su descripción con entusiasmo.
La animo al modelado y puede hacer sencillos cuerpos en cerámica. Inicialmente los atesora y luego empiezan a tener circulación ya que los regala, a mujeres. Indicio de que algo puede perder. Pasan a ser objeto de intercambio con el otro. Cuando regala figuras a cambio de atención, da algo para ocupar un lugar en el otro, pierde un objeto y no se entrega ella como objeto, ya no se ofrece ella entera.



Entonces su vida empieza a tener color si está con otros. Dice que cuando la gente se reúne hablan de cosas lindas, cada uno cuenta lo mejor de lo que le pasa y, entonces habla sin parar. Cuando el deseo discurre en los demás se contagia.

Esto es lo que le ocurre también en la transferencia.

De su monótono relato recorto un muchacho, único personaje por fuera de la familia pero al que ve dentro de su casa y siempre con la presencia de alguien más.



Empieza a interesarle, a entrar en la escena del tratamiento, cobra cada vez más importancia, dando colores y matices a sus días y, sobre todo, tema para sus sesiones.
Él es un mujeriego y le cuenta. Ella le habla de distintas mujeres y me cuenta de las que a él le gustan. La visión de él con otras no está acompañada de ningún sentimiento, no tiene celos porque no tiene soporte para anidar este sufrimiento, no puede reaccionar para defender un lugar que nunca tuvo.



Él las lleva a su casa frecuentemente, y el relato de estas escenas la anima, le brillan los ojos, su tono de voz aumenta, su cuerpo se arma en la silla cuando cuenta de la mirada de él hacia esas mujeres. Esto no encarna la pregunta por la feminidad, ellas no son “la otra” sino que son las que tienen cuerpo, le prestan cuerpo frente a él y le dan animación a su imagen cuando me cuenta.
Cuando esto ocurre, imagina todo lo que podría hacer: viajar en taxi, ir a ver vidrieras, hacer las compras con alguien.



Luego continúa inmovilizada en su casa, pero al menos se piensa en distintas escenas, se ve representada en algún lugar.



“Pasemos a mi tema”, me dice y cuenta con alegría que le dijo a él que no puede dejar de llamarla durante tanto tiempo.



“¿Qué me pasa que digo estas pavadas?”, pregunta, entusiasmada. “Es por venir acá que estoy empezando a decir lo que siento”.



Cuando me cuenta que las ve con él y lo abrazan, lo besan, se le tiran encima, algo de un cuerpo se constituye, porque parece la fantasía de que ella podría tirarse encima, se imagina algo desaforado de ella misma por él.

Relata con vergüenza un sueño-fantasía que tiene al despertar en el que se siente besada.

Su cara sepia, sus labios grises adquieren un color rosado y se cubre con las manos cuando se ruboriza. Escucho algo deseante, gozoso, alguna sensación corporal en los labios cuando me cuenta que soñó que él la besaba.

Para concluir, pienso que la falla en la identificación especular produce, por un lado la inmovilización y, además, la mostración de un cuerpo inerme.


A través de algunas intervenciones en la cura, ella puede copiar momentáneamente una animación deseante, pasar al terreno de la imitación y construir un pequeño y precario deseo, algo de intimidad, de erogeneidad, de sensación corporal.



Esto es una y otra vez requiriendo de la presencia del analista, en la escena real del tratamiento.
Creo que, tal como sugiere Lacan, podemos pensar el lugar del analista en relación con la figura del amigo (9), ya que se trata de contar para ella evitando la especularización, lo cual es propiciado porque mi lugar está descompletado en lo real por otros que intervienen: médica clínica, psiquiatra.



La presencia del analista es soporte de la función del semejante. Ella se encuentra con algo del deseo del analista en relación a ella, y esto la hace sentir, anima su cuerpo y lo incorpora, le permite armarse, pero eso es una y otra vez.



Copia la animación deseante en relación con ella, copia que pierde y que necesita volver a copiar para armarse. Suplencia que no inscribe lo que no tuvo lugar en la constitución de la estructura, pero que le permite eventualmente: dejar a su Otro medusante con la boca abierta y salir a caminar dos cuadras para comprar cigarrillos y tener un tema propio para levantarse de la cama y venir a contarme.

Mariela Weskamp.
NOTAS:

(1) J. Lacan, conferencia en la facultad Saint-Louis, Bruselas, 1960.
(2) J. Lacan, 21 de diciembre de 1976, inédito
(3) Esta idea la tomo de la intervención de Didier Weil en la clase 9 del Seminario 26.
(4) J. Lacan, Le sinthome, 13 enero 1976.
(5) Alteración que tiene su causa en la relación entre el Sujeto y el Otro.
(6) J, Lacan, seminario inédito del 20 de noviembre de 1973. Ane- Marie Ringenbach “Algunas dificultades de la intrusión de lo vivo en la imagen”. Litoral Nº 13, Pág.71
(7) Ibíd., p.73
(8) Ane- Marie Ringenbach “Algunas dificultades de la intrusión de lo vivo en la imagen” . Litoral Nº 13. E.P.E.L
(9) "la relación con el otro en cuanto con su semejante, e incluso una relación tan elevada como la de la amistad en el sentido en que Aristóteles hace de ella la esencia del lazo conyugal, son perfectamente compatibles con la relación salida de su eje con el gran Otro (...)".

BIBLIOGRAFÍA.

“Una cita con la psicosis”. Colección la clínica en los bordes. Homo Sapiens Ediciones.
Freud, Sigmund. “Psicología de las masas y análisis del yo: La identificación”.
Lacan, Jacques, “Homenaje a Marguerite Duras” del rapto de Lol V. Stein. 1965
Marguerite Duras “El arrebato de Lol V. Stein”
Paola, Daniel, “Psicosis o Cuerpo”.Ediciones laderiva.
San Martín, Viviana “Lugar del analista en la psicosis”.
Littoral 7/8. Escuela Lacaniana de Psicoanálisis. Editorial La torre abolida.
Litoral 13. Anne-Marie Ringenbach “Algunas dificultades de la intrusión de lo vivo en la imagen”. E.P.E.L.