Objetos en escena. Patricia Leyack.

Tiempo de Lectura: 16 min

(*) Trabajo presentado en las Jornadas de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, "Cuerpo, síntoma, goces", Buenos Aires, octubre de 2006.
El objeto se produce en el quiasma entre el sujeto y el Otro. Es del sujeto pero indica la relación al Otro. Por eso del objeto en sus distintas presentaciones clínicas, se podrá, más tarde o más temprano, tejer una historia.

Mi propósito es acercar algunas puntuaciones en relación al objeto voz. Y lo voy a hacer en distintas escenas, a la manera de un collage, artificio que, propone Lacan, si nos despreocupamos de los empalmes, deja pasar la falta.

Escena constitutiva.


Nuestra condición de parlêtres no se reduce a que estemos parasitados por la palabra del Otro y que ésta, vehiculizada por el Deseo Materno, nos constituya en tanto inconsciente. Ser parlêtres toca muy principalmente la incorporación del objeto voz. La voz, dirá Lacan, no se asimila sino que se incorpora. Me interesa, en ese sentido, ensayar el relato de las condiciones, de alguna manera míticas, para que el infans se vaya apropiando del lenguaje, no sin apropiarse primero de los sonidos, no sin jugar con el objeto voz (1).



El infans necesita del cuidado singularizado, de ser anticipadamente sujeto en la demanda amorosa que el Otro le dirige desde su falta. Si no es desde su falta que el Otro lo arrulla en su palabra, así lo digo, ese proto-ser no podrá hacer la identificación primaria, a lo real del Otro real, al lenguaje. Y para apropiarse del lenguaje el niño jugará primero con los sonidos que su voz emite en respuesta a los que le son dirigidos en esa lengua materna inventada, ese babish, lengua que se desprende del idioma natal, como donación lúdica y amorosa de la madre. Ésta, a su vez, le reenviará al infans los sonidos, anudando unos con otros. De esta forma el lenguaje se va incorporando, primero como sonidos sin significación, aunque con sentido, que luego el Otro irá significando, al escandirlos, al repetirlos, permitiendo que el niño vaya pudiendo apropiarse de la primera oposición fonemática: Fort-da, germen de toda la estructura del lenguaje.
La presencia de esta lengua materna es entonces primordial en tanto hace cuerpo. Que al niño se le hable es lo que hace cuerpo, lo que lo arranca de la dimensión de organismo y lo instala en la dimensión de cuerpo erógeno, cuerpo libidinal. El lenguaje entonces, se incorpora, no en el sentido de introducir un objeto en un cuerpo sino en tanto genera un cuerpo libidinal, dado que toda la erogenización materna de su cachorro tiene como condición la palabra. Si a la madre su niño le hace falta, al infans, la voz materna le hará cuerpo.



Como dijera Lacan en el Seminario 10, el "primer modelo de la identificación es la identificación de la voz, la Einverleibung, la incorporación, lo que distingue a esta primera forma de la identificación de las otras." También dirá en el mismo Seminario: "una voz no se asimila sino que se incorpora, lo que puede darle la función de modelar nuestro vacío". Entiendo con ésto que la voz, transitando lúdicamente por "nuestro vacío", lo perimetra produciendo goce.
El objeto oral llena el territorio que comparte con la pulsión invocante. Una y otra pulsión, la oral y la invocante, se diferencian en sus zonas erógenas y en sus objetos pero comparten tramos de sus recorridos. Resta mencionar en este sentido que si la pulsión se inicia como demanda inconsciente en el campo del Otro las distintas pulsiones parciales se van intrincando unas con otras. Si la madre le dirige a su bebé palabras en la mencionada lengua materna lo hace al tiempo que lo mira y le demanda una mirada, al tiempo que lo sostiene y que lo higieniza dibujándole con ello un cuerpo erógeno. Esto es lo que traza las rutas de la intrincación pulsional. Su entretejido es lo que hace que cada pulsión parcial acote a la otra, intrincación pulsional que no es sin que la medida fálica atraviese, a su vez, el campo pulsional materno.

La voz en la escena de la clínica.


En cuanto a la pulsión invocante Lacan propone diferenciar lo que es del orden de la palabra y sus posibilidades de sustitución y desplazamiento de lo que es propiamente la emisión vocal. "Se trata -cito- de una dimensión nueva, aislada," y -agrego- aislable. Me ocuparé de este punto más adelante.



La voz puede presentarse en la clínica de distintas maneras, una de ellas puede ser como letra portada, un timbre de voz femenino con una modulación masculina, por ejemplo. Digo letra portada porque puede presentarse como rasgo de carácter, que no hace síntoma, que al sujeto no le hace pregunta, que de esto no habla. Llegará un momento en que el movimiento del análisis permita que ese rasgo pueda ser interrogado, que esa cubierta imaginaria de un goce siempre igual a si mismo quede ecuacionada por lo Simbólico. Habrá sido alcanzado por una lectura que lo descoagula: ya no será letra portada, será letra leída, que permitirá una lluvia de significantes, en tanto lo mínimo que podemos decir de la letra es que localiza significantes. Esta lluvia significante historizará eso que era rasgo de carácter y se escuchaba en la voz.



Freud no había separado la voz como objeto pulsional. Eso lo hizo Lacan. Lo que Freud hizo fue teorizar la libidinación de ciertos órganos y funciones que, en lo que a nuestro objeto se refiere, puede hacer que cuando la laringe como órgano de fonación acuse disfunciones, como órgano erótico esté excedido: las afonías, toses y carrasperas recurrentes.



Llegado el caso, estableció que el neurótico puede quedarse sin mirada (las famosas cegueras histéricas) y sin voz. Así pensó la ausencia de voz como respuesta histérica ante la ausencia del Señor K en el caso Dora.



Y vaya si todo lo que involucra al objeto voz tuvo su importancia en este caso !
Dora, ya adulta, con 42 años, consulta a Félix Deutsch por un molesto síntoma de Menier (2), que ya en la primera entrevista es interpretado y despejado, dando cuenta de la transferencia que Dora seguía manteniendo con el análisis. Lo que le sucede a Dora en el canal auditivo, lee Deutsch, es una belauschen, un espiar con los oidos la, para ella, inquietante vida sexual de su hijo adolescente. Dora deja ver en este breve contacto con un analista mucho orgullo por haber dado que hablar a los analistas, por estar en boca de todos.



En el breve relato clínico de Deutsch se la escucha hablar a Dora casi más que en el largo relato freudiano. Deutsch le cede la palabra y cuando Dora la toma, aparece en su decir un personaje que en el historial original había quedado virtualmente de lado: la madre.



"Princesa de Cleves (3) presa de una mordaza infernal", así define Lacan a Dora en "Intervención sobre la transferencia". Mordaza que no está desvinculada del atrapamiento transferencial del mismo Freud, que lo llevó a jugarse todas las cartas a la línea paterna en su manera de escuchar a Dora. La "mordaza" de Dora resulta entonces la respuesta del sujeto a la, digamos así, "sordera" freudiana. Sordera que le impidió reconocer -durante el análisis- que la pregunta de Dora era por lo femenino, que la Sra. K era su pregunta. Aunque, siendo Freud, tuvo la honestidad de admitir su error y corregirlo post-scriptum.



Dora se había alejado del análisis "... con la sonrisa de Gioconda", dice Lacan en "Intervenciones sobre la transferencia". Agrego: apretando entre sus enigmáticos labios lo que tendrá para decir a partir de entonces.



Acusada de fantasiosa por el padre, no escuchada o acallada por Freud -en cuanto a la investigación de la línea materna- Dora aparece en el segundo sueño preguntando a la madre "cien veces", sin obtener respuesta, dónde está la llave (¿la clave?).



Esta compulsión a preguntar, al no recibir su pregunta alojamiento en el Otro, se transformará en una compulsión a denunciar. Dora, a partir de entonces, se hará escuchar: Será querellante, quejosa, será una voz molesta para su entorno, consigna Deutsch.



Su muerte significó un alivio para sus allegados. Dejó de aturdirlos, concluye Deutsch.

Seguimos en la escena clínica y en el collage:


- El psicótico está excedido de miradas y de voces. Si el Nombre del Padre opera la voz queda, como resto perdido, velada. De lo contrario el sujeto estará todo el tiempo expuesto al goce del Otro, sin puntuación. Al no haber ingresado el significante del Nombre del Padre, las voces retornan desde lo real. Tienen una función restitutiva. Es lo que Lacan llama en el Seminario 10, "los desechos de la voz, sus hojas muertas, que se dejan oir en las voces extraviadas de la psicosis".



- La voz puede, en algunos casos extremos, ulcerar un cuerpo. Recuerdo el caso de una niña muy chiquita, tres años, que presentaba úlcera con sangrado, algo poco común en niños tan pequeños y que, en el trabajo con los pediatras del hospital donde se atendía, se detectó que éstos evitaban hacerse cargo de este caso porque no soportaban a la madre, en un rasgo específico ,la voz y su manera de hablar , sin interrupción. La niña estaba ante una voz materna imparable, sin escansión, aguda y excitada, a la cual no podía interrogar. Esta demanda unívoca, sígnica, interfería la función biológica. No instaurándose la dimensión sujeto sólo respondía el organismo.



- Cuando apuntamos nuestra escucha a la enunciación, más allá del enunciado escuchamos también la voz, su timbre, su modulación, su intensidad, a veces enlazada al dicho, otras, en franca oposición al mismo. ¿No es también a nivel de los movimientos de la voz que escuchamos la coloratura subjetiva? ¿No les ha pasado, conduciendo curas de neuróticos obsesivos, escuchar las revelaciones más graves con una voz neutra, despojada de cualquier referencia que implique al sujeto a nivel de la voz?



- Quiero tomar ahora otro aspecto clínico del objeto voz, que tiene que ver con la estructura del Superyó. "En su fase más profunda, dirá Lacan, el superyó es una de las formas del objeto a". ¿De qué se trata el Superyó sino de puras voces que comandan al sujeto? Lo que Lacan llama "el carácter parasitario de la voz bajo la forma de los imperativos interrumpidos del superyó". Se trata de mandatos que barran al sujeto, alienándolo y que operan como un sello, arrinconándolo en su condición de objeto. Si el imperativo superyoico tiene estructura de palabra, es una palabra que no desliza, que no se articula con otras, por eso digo sello, podría decir también sintagmas coagulados. Su matema excluye la falta: A. En su fantasma el sujeto "se hace ser esa voz imperativa", tercer tiempo de la gramática pulsional. El sujeto se identifica a ese objeto con que el Otro goza.



Una pequeña viñeta clínica al respecto. Se trata de una muchacha afectada por la prevalencia de la instancia superyoica en su estructura, que la había llevado a ubicarse como el objeto que completa al Otro. Empieza el análisis y, pasado un tiempo, se pone de novia. Está muy enamorada y sin embargo escucho algo que me sorprende y es que la alivia saber que el muchacho en cuestión, en un año se va a vivir afuera, a otro país. Como ven, un jeroglífico, que dio ocasión a un trabajo en análisis que permitió ubicar el mandato materno al que ella estaba satisfaciendo: era "las mujeres nos arreglamos solas", frase de la madre que operaba para esta chica superyoicamente. De manera que le daba un poquito de satisfacción a su deseo de tener un novio pero… sólo por un año, para dejar tranquila a esa letra coagulada materna, sin dialéctica, que la comandaba.



- La voz del analista: es una de las manifestaciones de su presencia. Todos hemos tenido alguna experiencia con pacientes para los que, en determinados momentos de su análisis, la voz del analista jugó un papel importante. "Escucho tu voz y me calmo", decía una analizante atravesando un período de mucha conmoción subjetiva.
Lacan recorta a la voz como aquel objeto más cercano a la experiencia del inconsciente, porque es el objeto del deseo del Otro. Y en ese sentido el orificio que responde en el cuerpo, a título de zona erógena, no puede cerrarse: es el oido.



De los objetos Lacan señala algunas características: que precipitan como resto de la constitución simbólica del sujeto en el campo del Otro; que son del sujeto pero no entran en el campo especular; que tienen una dimensión amboceptora, no desvinculada de los distintos vectores que habrá que poder leer y hacer operativos en la clínica: el goce, la angustia, el corte, la falta, el deseo. También subrayó la separabilidad, a la que llamó separtición, dando a entender que se trata de separarse de algo íntimo, lo que tendrá su incidencia en la estructuración del deseo. En cuanto a la voz, no se trata de separarse de algo anatómico pero sí de separase -en un análisis- de la voz del Otro (superyó), separase de ser el objeto fantasmático que completa al Otro.



- Cierto fenómeno, en general tolerable, de angustia, cierto umheilich puede sobrevenir cuando uno escucha su propia voz (en un grito, en una grabación…) y no la puede hacer coincidir con la voz yoicizada. Cuando no queda recubierta enteramente por las imágenes sonoras yoicas que la recubren en tanto objeto. Tan separable es una voz de un cuerpo que ésta puede, bajo cierto artificio real, apenas alojarse en un cuerpo en calidad de huésped, diría, pero no acompañar el desarrollo de ese cuerpo. Me refiero a un hecho dominante en la ópera barroca, principalmente italiana, que es la institución de los castrati, los castrados, cantantes varones con voces de mujer debido a la extirpación de los testículos realizada en la infancia. Este fenómeno se ha explicado mayormente como consecuencia del hecho de que las mujeres no podían cantar en las iglesias y de esta manera podían ser sustituidas por varones… con voces de mujer. Alessandro Moreschi, el último de los castrados, murió en 1922.



Aquí reencontramos, -no sin un tinte dramático- aquella característica anteriormente señalada en cuanto a la voz como aislable.

El objeto en la escena pública.


Son conocidos los efectos sobre el sujeto cuando se halla sometido a un ojo permanente que lo mira. Las experiencias carcelarias en donde los individuos están sujetados a la vigilancia del panóptico, por ejemplo, consignan, como mínimo, afecciones a nivel de la piel, en la medida en que la intimidad está prohibida. Esta queda interceptada por ese ojo que no descansa en su acoso al sujeto.



Hay un fenómeno actual, al cual todos estamos expuestos, que es la presencia de una voz permanente emitida a través de radios y televisores en bares y confiterías. O de doble emisión radial en los taxis. Paradojas del progreso tecnológico. También a nivel de la voz se arruina cada vez más la intimidad en la escena pública. Las voces demandan ser oídas aun cuando, pobres ilusos, busquemos un momento de intimidad en la mesa de un bar. Un ronroneo permanente ocupa en forma cada vez más insistente la escena pública: son voces que nadie escucha mayormente, pero que no dejan de oirse interponiendo un ruido persistente en el lazo entre los sujetos. Y atacando también la intimidad.

Patricia Leyack.
NOTAS:

(1) Agradezco, en esta primera parte del collage, las ideas de Héctor Yankelevich, que me permitieron "saber" lo que yo pensaba.
(2) Patricia Leyack, Notas al pie sobre unas notas al pie, Biblioteca EFBA y página Web de la EFBA.
(3) Novela de Madame de Lafayette, una de las primeras escritoras francesas que se ocupa de la erótica femenina.



Bibliografía

Yankelevich, Héctor. La langue maternelle, en Esquisses psychanalytiques, Número 21. Septiembre, 1994.

Lacan, Jacques. Seminario 10 La angustia, Buenos Aires, Paidós. 2006.