La verdad y lo real en la práctica analítica. Benjamín Domb.

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El título de esta mesa me lleva a hablar del lugar del analista y de su posición en la práctica.

El analista interpreta, hace construcciones, interviene de diferentes modos, haciendo silencio –no es lo mismo escuchar que hacer silencio, es algo activo, es no responder a cierta demanda del analizante, es preciso saber cuándo callar y cuándo hablar-, también el analista interviene cuando corta la sesión, ocasionalmente, llevado por lo que ha oído de su analizante, puede hacer algún comentario, decir algo que en definitiva podrá o no resultar una interpretación. Por supuesto, como dice Freud, se decidirá a posteriori, será por la respuesta del analizante que se sabrá de la justeza o no de una intervención del analista, no porque diga sí o no en el momento a aquello que el analista dijo, sino que será en la continuación del análisis, en lo que diga el analizante a posteriori, que se comprobará si hubo allí acto analítico.

Lacan ha hecho del apress-coup una cuestión fundamental del psicoanálisis. Siempre se decide apress-coup si hubo o no hubo acto analítico, el pase es el ejemplo paradigmático, no importa si uno se analizó cinco, diez o veinte años. Si hubo análisis se determina a posteriori, por aquello que dice aquel que atravesó por un análisis. Es decir, será el analizante quien dará cuenta de la intervención del analista.

El acto analítico no se iguala a una sesión. Pueden transcurrir sesiones donde no hay nada que merezca llamarse acto. El hecho de que el analizante hable, despliegue la transferencia, que el analista intervenga, que la sesión concluya, etc., no implica en modo alguno que allí se ha producido algo que merezca ser sancionado como acto analítico.

El acto analítico no es la burocracia del análisis, por supuesto, es necesario que haya discurso, analizante, que se instituya el saber supuesto a ese supuesto sujeto para que pueda constituirse un analista. Ahora bien, para que se produzca algo que denominamos acto analítico es preciso algo más.

¿Cuántas veces consideramos que hemos realizado la interpretación correcta, la construcción adecuada, que interrumpimos la sesión en el momento justo, y nada de esto produjo ningún efecto en el analizante? Aquí no ha pasado nada, nos responde el analizante, que vuelve a la siguiente sesión como si nada, y viceversa, cuanto menos nos dimos cuenta, nos enteramos de que habíamos dicho algo que produjo efectos.

No está de más recordar que analizar, es decir, sostener el acto psicoanalítico, es uno de los tres imposibles, Freud ya lo había señalado sin tener definido que lo imposible es lo real.

El lugar del analista parte del analizante, que éste produce al analista no cabe ninguna duda. El analista es consecuencia, entonces, del decir del analizante. “La presencia del analista es, ella-misma, una manifestación del inconsciente” (Seminario XI). Lacan lo ha dicho de todas las maneras.

Señalar que analista y analizante, analizante y analista, no son “dos personas, dos piezas por entero diferente”, ni tampoco entre ellos establecen una relación intersubjetiva, es fundamental.

Hay que acordar que en un análisis se trata de un solo sujeto, que la transferencia, como dirá Lacan en la Proposición del 9 de octubre de 1967 –es decir, no de entrada, sino bastante tiempo después en su enseñanza- la transferencia hace obstáculo a la relación intersubjetiva. Se podría decir de últimas que el analizante dialoga solo, puesto que recibe su propio mensaje bajo una forma invertida. Es él quien sabe y no el supuesto saber.

Estas cuestiones son un avance fundamental de la enseñanza de Lacan que permite entender de otra manera la posición y la función del analista y por ende el acto analítico.

El analizante, es decir, el paciente, no es en definitiva sólo aquél que se resiste a reconocer su verdad y el analista el que lo fuerza a reconocerla.

Efectivamente, se trata de dos discursos diferentes, el del analista es respuesta del discurso llamado histérico.

El discurso del analizante se especifica por la demanda, cuyo estatuto lógico es del orden de lo modal, es decir, del sujeto. En cambio, un otro decir, el del analista, cuya interpretación subrayamos no es modal, sino que es apofántica, interesa al único sujeto en cuestión en sus dichos particulares de los cuales son no-todos de los dichos modales, es decir, los de la demanda. Es decir, la interpretación toma alguno de los dichos del analizante reubicando el Saber producido en otro lugar, saber producido por el paciente.

Freud ha sido un amante de la verdad y sostenía que la relación analítica debía fundarse en el amor a la verdad, trataba por todos los medios de que su paciente reconociera esa verdad que ha sido descubierta y que luego habría sido reprimida, y que era la causa de los síntomas. De esto se trata el análisis de las resistencias. Las interpretaciones y las construcciones freudianas apuntan en ese sentido. Todo lo cual le permitió a Freud el descubrimiento del inconsciente, lo cual no es poca cosa. Toda la enseñanza de Lacan está basada en Freud. Ahora bien, lo real es su respuesta a la elucubración freudiana del inconsciente.

De todos modos, no debemos creer románticamente que todo esto ha sido exclusivamente por el amor que Freud tenía por la verdad, no es idealismo. Ha habido otras cuestiones estructurales que fueron el factor decisivo para que Freud descubriera el inconsciente. En primer lugar, como Lacan lo subrayó firmemente, el descubrimiento freudiano ha tenido lugar en un momento, en una época, como respuesta al sujeto cartesiano –cogito ergo sum- pienso luego existo. El sujeto de la modernidad fue oído a través de sus síntomas por el maestro Freud. Casualmente porque la verdad, ella, habla, y Freud la escuchó. Pero para nada casualmente Lacan dice que no se trata sólo de la verdad y señala lo real. La posición del analista que él señala no tiene tanto que ver con el saber, ni con la verdad en el sentido freudiano del término, sino que el analista está ubicado en el lugar de lo real, del no-saber, de la no existencia, su posición es imposible.

Es a partir de ocupar este lugar tan problemático que él puede escuchar e intervenir adecuadamente. El lenguaje, la palabra, incluso el saber, ha funcionado siempre, pero otra cosa es la dimensión de las escrituras y de la lectura, de esa palabra, de ese saber, y fue Freud que ha hecho posible la escucha. Si bien la lectura es algo que tiene que ver con lo legible que está en relación con la vista, el analista sabe leer a partir de escuchar los dichos modales de la demanda del analizante.

Es preciso entonces subrayar que para interpretar, construir o intervenir, para analizar, profesión, insisto, imposible, es necesario leer, escuchar, no imaginar escuchar, no se trata de hacer esfera con la escucha. El analista aprende, entre otras cosas, a oír, porque en primer lugar se ha oído él mismo en su análisis.

No es fácil saber leer, no alcanza con saber el abecedario, no es fácil saber leer lo que el otro dice. Miren Uds. tantos leyeron a Freud y sin embargo fue necesario que viniera Lacan a enseñarnos qué es lo que verdaderamente había en el texto freudiano, es decir, él ha sabido leerlo.

Para leer lo que está escrito en el discurso del analizante no alcanza con saber filosofía, lógica, lingüística, topología, ni tampoco psicoanálisis etc., igual no entenderán nada, se les escapará lo esencial de lo que está ahí en el discurso del analizante. Esto no nos exime de saber lo que otros discursos nos puedan aportar, el psicoanálisis se ha servido de todo lo que tuvo a su alcance, la lingüística, la topología, etc. pero oír y ubicarse en la posición del analista eso es otra cosa.

Lacan nos advierte en relación a la verdad y mucho más allá del amor por la verdad, que uno puede quedar embobado y adormecido por ella, que “uno no se casa con la verdad, con ella no hay contrato, ni menos todavía unión libre. La verdad es en primer lugar seducción para jorobarle a uno. Para no dejarse coger por ella hay que ser fuerte. No es el caso de Uds”, nos dice.

Tal vez lo que importa es el efecto de verdad y el efecto de verdad sólo se produce cuando se toca lo real. Del saber que el sujeto porta a nivel de su discurso, me refiero al saber inconsciente, al saber que no se sabe que podemos decir: ¿Es saber o es verdad? El saber y la verdad no son la misma cosa.

A nivel del saber, tenemos por un lado el saber hacer, que es un saber muy importante aunque sea esclavizante, es el saber del artesano, en alguna medida, el analista es un arte-sano. Por otro lado, está el saber universitario, que tiene mucho prestigio en estas épocas, incluso se corre el peligro que fagocite al psicoanálisis, con tantas maestrías y doctorados. Tenemos también, lo he mencionado, el saber supuesto, el de la transferencia, y por último, el saber cuando ocupa el lugar de la verdad, como está planteado a nivel del analista.

¿Qué es este saber en el lugar de la verdad?

Insisto, hay que tener cuidado con la verdad, lo que es verdaderamente importante es aquello que está contenido en esa verdad, que es diferente en cada uno de los discursos. Los rostros de la verdad son más de uno; tenemos por un lado lo que está contenido en el discurso amo, , que es lo que la histérica pone de manifiesto porque lo que está contenido en su verdad es otra cosa, es su pregunta por la sexualidad, etc., algunos lo habrán leído en Lacan en Envers de la psycanalise, hay una verdad para cada discurso. Incluso Lacan nos hablará de la variedad de la verdad creando el término varidad (variedad-verdad).

De la verdad en el análisis tenemos sólo una punta que, si está bien escuchada, y por ende interpretada, coloca al saber en el lugar de la verdad. Pero ¿qué es lo más importante?

Por ejemplo: La construcción freudiana acerca del momento en que “el hombre de los lobos” presenció la escena primaria, casi con la precisión de día y hora, la comunicación de esta construcción, ¿qué le produjo al paciente? Nada, ¡le chupó un huevo!, del mismo modo que las interpretaciones maravillosas que produjo Freud de los sueños de Dora. Todo esto fue un aporte maravilloso a la teoría psicoanalítica, pero a la vez son ejemplo de fracasos en los análisis. Bueno, no siempre es así, por suerte también, es preciso señalarlo, alguna intervención hecha a veces desaprensivamente, casi sin querer, puede producir efectos incalculables en el analizante.

No se trata en análisis de tener memoria, ni de recordar, ni de reescribir la historia, tal vez apuntaría a escribir una historia nueva, es decir, salir de la historia en la que el sujeto está atrapado. El pasado ocupa sin duda un lugar importante en un análisis, del mismo modo que algunos traumas vividos. Freud habla de la historia vivencial. Esta historia, estos traumas sin duda importantes en la vida de cada uno, condensan y obturan todo aquello que remite a lo que es estructuralmente lo traumático de la estructura, lo imposible de saber, sexo y muerte diría Freud, no hay relación sexual, en términos de Lacan. Lo real es aquello que no puede definitivamente llegar al saber. Sin embargo, lo interminable freudiano es que siempre se puede querer saber un poco más.

Si el análisis tiene un fin es porque aceptamos que existe lo imposible de ser reconstruido, porque las construcciones y las interpretaciones pueden ser infinitas. A pesar de que fue Freud quien habló del límite de la interpretación. El inconsciente trabaja incesantemente en tanto cifra y también descifra sin cesar, cada vez que se encuentra con lo real. ¿Cómo no encontrarse con lo real? Se realizan esfuerzos denodados por acallar a este real que siempre aparece produciendo tropiezos, equívocos en la lengua.

Tenemos la experiencia de que una interpretación justa extingue el síntoma.

¿Qué es una interpretación justa? Es un significante uno que el analista lee de su analizante que coloca al saber en el lugar de la verdad. Lo importante es que esta interpretación que decimos justa es aquella que logra cernir lo real, es decir, asegurar lo imposible. Es decir, no es aquella que hace esfera, cuya verdad completa no sé qué agujero.

No se trata sólo de homofonía o equívoco. En ocasiones, podría bien tratarse de una construcción o de una interpretación que recuerda aquello que el analizante ha dicho, pero equivocando el sentido.

Otro sentido ocupa el lugar del sin-sentido. Se produce efecto de sentido y también efecto de agujero.
Es preciso no dar demasiado la lata y suponer que se trata de llenar las lagunas, más bien todo lo contrario, se trata de destapar agujeros taponados por fantasmas.

Lacan se esforzó muchísimo para que el analista no comprenda demasiado rápido. Esto quiere decir que hay en aquello que dice el analizante otro sentido que el sentido por el cual se desliza. Podríamos decir un sentido inconsciente, un sentido que apunta a otro lado.

El puro sin-sentido, eso es lo real, el inconsciente es el cifrado que el parlètre realiza para dar un sentido a ese real, al goce del Otro que lo habita.

La tarea del analizante lleva implícito el descifrado de su propia cifra, el acto analítico no es entonces un descifrado, sino que implica el vacío del paso de sentido. No se trata del reconocimiento de ninguna verdad última, de lo que se trata es del encuentro con el límite de lo imposible de interpretar.

No se trata tanto de desocultamiento de una verdad escondida, sino de otra cosa, de aquello que no puede saberse. Porque habitamos el lenguaje y por más que extremen su cifrado, nunca se logrará soltar lo que tiene que ver con el sentido, porque en cierto punto toca lo real definido como imposible.


Hoja aparte

Freud: el amor a la verdad.
Yo, la verdad, hablo.
Uno no se casa con la verdad, con ella ni hay contrato, y menos todavía unión libre.
La verdad es un primer lugar seducción, y para jorobarle a uno. Para no dejarse coger por ella, es preciso ser fuerte. No es el caso de ustedes.
Efecto de verdad.
El famoso no saber del analista, ésta es su posición.
Al sujeto supuesto saber puesto al principio de la transferencia por el discurso de aquel que convoca al analista a que ocupe su lugar, la respuesta del analista será el no saber.
El saber hacer ahí del analista, por el hecho de que efectivamente no sabe nada más que escuchar lo que le dicen y sólo a partir de ahí intervenir del modo que sea, interpretando, construyendo, interviniendo, sea puntuando, escandiendo o cortando.
Lavado de cerebro, decía Lacan, como si fuera la primera vez, Freud.
Lo real no está de entrada para ser sabido. El saber se añade a lo real.
La sorpresa.
¿De qué saber se hace la ley?
Si bien la verdad se da de palos con lo real, sólo se produce por su relación a lo real.
El efecto de verdad no es más que una caída de saber. Del saber que el sujeto porta a nivel de su discurso, el del analizante, el saber del que no sabe. ¿Es saber o es verdad?
Qué lugar ocupa el saber del inconsciente.
Ese saber con el cual el parlètre no sabe qué hacer y por eso hace síntomas.
A lo real, por su parte, las cosas no le van ni mejor, ni peor. Por lo general, resopla hasta la próxima crisis.
¿Le ha ido mejor al hombre de los lobos a partir de la construcción de Freud?
Al hombre de los lobos le chupa un huevo, él sigue en al suya.
No hay que darle demasiado la letra.
Es preciso asegurar lo imposible, aquello por lo que esta relación es real.
Hoy, en efecto, lenguaje, palabra, saber y todo esto ha funcionado desde el tiempo neolítico, pero no tenemos ninguna huella de que existiera una dimensión que es la que se llama la lectura → lo legible.
Pueden saber todo lo que quieran, topología, lógica, filosofía, etc., igual no entenderán nada y se les escapará lo esencial, que sólo se encuentra ahí en el discurso del analizante.
Rostros, la verdad tiene más de uno.
Lo real ≠ la realidad.
El saber en el lugar de la verdad para cernir lo imposible.
La verdad es algo que se experimenta.
Para Freud, la relación analítica debe fundarse en el amor a la verdad.
El psicoanalista depende de la lectura que hace de su analizante, de lo que éste le dice en sus propios términos, que cree decirle. Eso quiere decir que todo lo que el analista escucha no puede ser tomado al pie de la letra.
Se trata de alcanzar lo real, siendo lo real lo imposible de alcanzar.
Asociar libremente, ¿qué quiere decir eso? ¿Es acaso una garantía que el sujeto va a decir cosas que tengan un poco más de valor?
Habría que ver sobre lo que está fundado ese algo que supone una verdad que siempre debe ser dicha.
La dimensión de la verdad como variable, de lo que llamase varidad, verdad, variedad.
Es en tanto que una interpretación justa extingue un síntoma que la verdad se especifica por ser poética.
Se une estrechamente el sonido y el sentido.
La noción de real excluye el sentido.
Lo real excluye al subjuntivo, el subjuntivo es la indicación de lo modal.
¿Lo real excluiría la mentira?
El principio del decir verdadero es la negación.
El analizante dialoga solo puesto que recibe su propio mensaje en forma invertida. Él es quien sabe y no el supuesto saber.
Que el analizante produce al analista, no cabe ninguna duda.
La invención de un significante es algo diferente de la memoria.
Efecto de sentido, pero también efecto de agujero.