Intervenciones previas al inicio de un análisis. María Cristina del Villar.

Tiempo de Lectura: 13 min.

(*) CONVERGENCIA, Movimiento Lacaniano por el Psicoanálisis Freudiano. Jornadas preparatorias para el IV Congreso Internacional. 27 de Septiembre de 2008-10-08. San Miguel de Tucumán. 2009.
Queridos amigos de Tucumán.
Celebro este encuentro por varias razones.
La primera es por estar nuevamente en esta Provincia que para mí tiene una importancia simbólica muy fuerte. Los que me conocen saben de mi amor por la Historia Argentina y esta tierra es madre de nuestra independencia.
Por otra parte, este lugar me trae recuerdos de Lacanos sumamente intensos, a partir de los cuales pude armar relaciones de amistad, respeto y mucho afecto hacia analistas que sostienen su práctica en estas tierras y con quienes compartimos la aventura de Freud y Lacan.
Puntos de coincidencia, tierras de libertad.
Festejo la elección del texto disparador de este encuentro. A mi gusto da a leer una lógica impecable en ese estilo “bien lacaniano” que caracteriza al maestro.
Lacan va desarrollando la articulación de los tres registros: que la cura se sostiene en un decir que porta un lenguaje que precede al sujeto y esa criba por donde un Real que implica esa realidad sexual hace cópula con el lenguaje.
A continuación relataré los tiempos lógicos del comienzo de este análisis y las intervenciones que condujeron a que ese inicio se produzca.
“Intervenciones previas en un inicio de análisis.”
Verónica consultó hace siete años, después de enterarse por su marido, que éste tenía relaciones con otra mujer y deseaba separarse. Se habían casado cuando ella tenía apenas 20 años, cuatro años después que su madre los abandonara por un vecino.
Siempre había vivido en la casa de su abuelo materno. Allí permaneció con su padre y su hermano hasta que se casó con Víctor
Dice que su madre, huérfana de madre desde los doce años, le repetía constantemente: “Yo ya he sufrido mucho, no quiero sufrir más, ahora quiero vivir para mí”. Relata que se crió escuchándola decirles a ella y a su hermano: que se había casado sin amar al marido, que ella no había querido tener hijos. Verónica decía con lágrimas en los ojos: “Mi madre era una persona muy distante. Me acuerdo de ella, no quiero hablar. De ella no voy a hablar”. Poniendo una mano en el pecho, decía: “Siento un dolor inmenso acá”. Y lloraba, lloraba.
Su mirada era fuerte e intensa, e insistía en cada entrevista: “De ella no voy a hablar”. Según palabras de Verónica su infancia había sido “muy solitaria”. Dice que regresaba del colegio y transcurría las tardes frente a los cuadernos o viendo cómo la madre, con la excusa que se iba a hacer compras para la familia, pasaba sus tardes haciendo compañía a otros, o encerrada en su cuarto aduciendo “grandes dolores de cabeza”. Relata que nunca llegaban las compras para la familia, ni palabras que explicaran algo, ni caricias, ni miradas amorosas. Llorando decía más de una vez: “No tengo un solo recuerdo de ella hacia mí, no recuerdo ninguna palabra de agradecimiento cuando le dolía mucho la cabeza y yo le ofrecía un tecito. Lo único que escuchaba eran sus gritos ‘no quiero que entres, salí de acá, no ves que me duele mucho la cabeza, no seas molesta’. Relata escuchar solo sus gritos: Yo te aseguro que iba, le golpeaba muy despacito la puerta y le decía: ‘mamita ¿Te sentís bien? ¿Querés un tecito? Yo te lo preparo no tengo problema. Quiero que estés bien’. Trataba de no hacer ruido, hablar bien bajito para no molestarla. Lo único que recibía era ‘dejame, no quiero, ¿no entendés? Me duele mucho la cabeza’. Eso sí, siempre me tenía pulcra y almidonada como una muñequita que se sacaba a relucir”.
En Verónica se lee la fijeza al lugar de “la molesta” y en la actualidad la invocación del Superyó que le ordena “no hables, no digas, no pidas” que la dejaba sumida ora en la inhibición, ora en la angustia.
Tenía una presencia muy impactante. Muy delgada, sumamente elegante, muy medida en su decir en el que se leía una marcada diferencia entre lo que pensaba, quería decir y lo que decía que no llegaba a armarse como lapsus. Un constante movimiento en la boca “como si le faltasen las palabras”. Cuando quería decir algo en relación a la madre, a la hija o al ex marido decía “no me salen las palabras”
El padre era un ex seminarista. Era muy elegante, puntilloso y educado.
Verónica decía de él: “no te creas que se ocupaba demasiado de mí, pero sí lo hacía más que mi madre. Él sí me miraba, bastaba con que lo hiciera para que yo ya supiera qué hacer, para que yo supiera qué quería de mí”. Esta frase, a lo largo del análisis, permitió ir construyendo este fantasma: “Basta con que yo mire o que me miren, para yo ya saber lo que esperan de mi y espero que el otro al mirarme sepa lo que yo quiero. No son necesarias las palabras. Esto ya implica un modo de hacerse amar. “Yo siempre estoy ahí disponible, sino me quedo sin esa mirada amorosa”. No eran tiempos de decir nada de esto. Si tenerlo en cuenta para ubicarse en transferencia. Durante mucho tiempo sostener la mirada fue condición para comenzar a hablar.
“Sos mi muñequita, te llevo conmigo siempre tan linda y pulcra” único lugar en el que Verónica tuvo madre y padre a condición de permanecer siempre en el lugar de muñequita.
Paradoja que por un lado, en la ilusión neurótica la libera de la demanda del Otro, pero por otro la deja coagulada en la fijeza al objeto. Eso si, nada de perdida, por el contrario, germina lentamente un goce parasitario. “Soy la muñequita, la cosita de papá. Soy”.
El padre la llevaba a sus encuentros con sus conciudadanos españoles, orgulloso de esa hija tan elegante y pulcra y la hacía bailar para todos. Nunca le preguntaba si quería ir o no. Mirada que si bien narcisisticamente, en un punto reparó el rechazo del tiempo instituyente, también la dejó sumida en un punto renegatorio de una mirada que ofreciéndose orgullosa no se inscribía como amorosa en tanto no propiciaba el trazo del sujeto.
De los años de matrimonio, lo que se escuchaba de Verónica a repetición era la fijeza a una posición “de haber aguantado”. Insistía desde siempre el significante “aguantar”. Demandas continuas enunciadas por Víctor, su marido, a las que no podía restarse. Aguantó trabajar ella mientras él estudiaba, aguantó postergar la maternidad y una vez lograda ésta se perdió el deseo de tener otro hijo, aguantó criar ella sola a la hija de ambos: “Si no aguantaba se enfurecía conmigo, si no aguanto me va a dejar”. Tanto aguante ¿por qué? ¿Por bondad? ¿O por no querer perderse del goce parasitario de “aguantar” y es ser esa que aguanta?”.
Esta fijación también portaba una ilusión, una promesa a cumplir: “Esperá, aguantá, ya cuando me reciba las cosas van a cambiar, te voy a dar todo, plata, hijos, miradas de amor, el reino de los cielos”. Había un todo posible prometido y por venir, promesa en la que se sostenía desde niña para esperar ser amada. Mientras tanto se gestó la posición de identificación al objeto de desecho que reclama una limosna para su existencia; “Si no aguanto, me va a dejar”
Paradoja subjetiva, al aguantar vivía en ese continuo, lo que más temía: Ser abandonada, no amada. Se confirmaba en la espera inútil. Esa es la trampa del fantasma.
Víctor ubicado en el lugar de un Dios, en el lugar del hombre de la excepción, iba a satisfacerla en todo a los 40 años, esa era la promesa. “si aguanto, después voy a tener”. Goce mortífero que ya se gestó esperando que a mamá se le pase el dolor de cabeza y ella sin molestar y que instala con el partenaire.
Víctor pasó a formar parte de la repetición del desamor materno, destino que le asignaba Freud al primer marido de una mujer.
Primer momento: Cuerpo a cuerpo
Cuando solicita esas primeras entrevistas eran tiempos muy dolorosos para ella. Al faltar su sostén en lo real de la escena, Víctor, Verónica venía a las entrevistas totalmente desarmada. Con los datos que antes mencioné, podemos construir ahora que Verónica convalidó aún antes de venir a consultarme que la espera a que se cumplieran las promesas fue en vano. Esperó “sin molestar y haciendo tecitos” un amor que nunca llegó y analizarse significaría para ella como para cualquiera abandonar la demanda de amor por el deseo de amar.
¿Cómo comenzar con este duelo inicial de su vida cuando ante el rechazo del amor la imagen de su cuerpo i(a) desaparecía y retornaba desde lo real a través de síntomas corporales?
Todo su cuerpo actuaba esto, se desarmaba, se caía. Era necesario que esto fuese nombrado para que se constituyese como síntoma. Dentro y fueras de la escena analítica tenía hemorragias ováricas, lloraba permanentemente, se angustiaba. Se acariciaba el cuerpo, se movía acunándose y se acomodaba en posición fetal. Era un despojo humano, requería ser sostenida. Ese cuerpo se desmoronaba. Me miraba insistentemente, me pedía con palabras que la sostuviera que se iba a caer de la silla, que la abrazara. Ese cuerpo debía ser sostenido y para ello era necesario reconstruir una imagen corporal i(a). “Tengo un dolor acá adentro, es terrible”.
¿Tiempos en que desde lo Real de la transferencia debía colocarme en un cuerpo a cuerpo y ofrecer mi propio cuerpo para sostenerla?
Me pedía que la acariciara y lo hacía, me pedía agua y yo le daba.
No solamente esto, sino también palabras.
Donde habían faltado palabras para tranquilizarla, también se las daba: “Verónica, esto no va a ser así siempre, este dolor va a terminar”. Escena sobre otra escena. Duelos no tramitados. Es decir sostén del análisis, y sorpresa del analista acerca de eso que se requirió para que se instale la suposición de saber en la transferencia y promete ser soporte y cumplir, de lo prometido que no
Segundo momento: Los duelos en el inicio de un análisis
“No quiero que mi marido se vaya”. Surge el odio hacia la otra y al marido. Decía esta frase: “Me siento estafada”. Demandaba una receta: “¿Qué tengo que hacer?”. Me ubicaba en el lugar del todo del saber. No responder a sus demandas, le permitió comenzar a hacerse las siguientes preguntas por su deseo e interrogarse: “¿Tengo ganas de que se quede?, ¿Qué es lo que hace que tenga ganas de que se quede?, ¿Qué puedo hacer para que no se vaya?”. Pasó a imaginar y luego a poner en palabras en la escena analítica, qué se imaginaba ella, le podía llegar a suceder si Víctor no estaba, ya que él iba y venía. Se la llevo a preguntarse se eso esto que le pasaba con él le recordaba otras épocas de su vida.
Pudo empezar a situar lo que de la historia familiar y de la infancia había movido este “abandono” por otra/otro que había que tramitar. Otra escena entonces, empezaba a diseñarse.
A partir de aquí comenzó a poner en palabras los recuerdos, hasta ahora retenidos y un duelo anunciaba iniciarse.
Hasta ahora lo retenido del duelo, como suele suceder con la sombra del objeto, retornaba en lo Real del cuerpo en síntomas corporales y en una tristeza y melancolía permanentes. Recuerda el abandono materno, la dejaban siempre “pendiente” de investigar “que me quieren”, “que baile, que espere, que aguante”.
No solo lloraba y padecía por Víctor sino también por ese continuo abandono y aguante que padeció durante toda su infancia. Esto le permitió comenzar a situar que se trataba de poder perder a quien no la quería.
Se trabajó que ese dolor inmenso no era sólo por lo que le sucedía en estos tiempos, sino que las escenas actuales estaban sobrecargadas por duelos nunca realizados, nunca tramitados. ¿Dónde se ausentaba mamá? ¿Quién era su “dolor de cabeza”? Un duelo había comenzado.
Tercer momento: Inicio del análisis
Comienza el tiempo de rescatar el trazo del sujeto y de que un análisis pudiera comenzar. Verónica había sido siempre una excelente vendedora. Había tenido cargos importantes, debía venderse para expresar su deseo de trabajar y empezar por dejar de demandar que la compren como la linda muñequita pero inmóvil si no baila el baile del Otro. “No se trata solamente de que otros te tomen o no sino de que si vos te tomás por ahí le generas a otro ganas de tomarte”.
Comenzó a reordenar su vida cotidiana, con mucho dolor y esfuerzo. Buscó trabajo y encontró uno.
Surgió un nuevo interrogante: “¿Qué tengo que ver yo con que pasara lo que sucedió?”. Este pasaje a poder implicarse ella y comenzar a ver los errores del hombre que ella ubicaba como el de la excepción y comenzar a ver su implicación en todo lo que le pasaba con Víctor, inicio un nuevo tiempo que se llamó Del análisis. Hasta aquí el recorte clínico. Respecto del título de la convocatoria y a la cita de la que partimos, mi apuesta para la discusión es que a veces el cabo que el sujeto debe dejar caer trata de un duelo. . .