Sexuación femenina y semblante. Noemí Lapacó.

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Intentando articular en relación a la cuestión de la femeneidad la noción de semblant, ambas desde el marco de la teoría psicoanalítica, comencé investigando por la etimología: encontré que femina es una voz latina de la que deriva en español hembra.
Femenina sería entonces la cualidad propia de las hembras. En nuestra especie, las mujeres, según esa definición.
Acudí a una colorida colección de mujeres de la historia, la literatura y la mitología en el intento de recortar en ellas ese rasgo propio de lo femenino; pero ya veremos que colección y conjunto definible, no son en este campo al menos, sinónimos. Son mujeres por ejemplo, las Gracias y las Musas de quienes la condición incorpórea y grácil parecía ser la esencia, pero también la Madre Tierra o Naturaleza, cuya venerada consistencia parece eterna y aún la Parca, siniestra e inasible que acompaña nuestro paso en la paciente tarea de limitar la vida. Lo es la mitológica Hera, que no vacila en trasgredir el ordenamiento infinito de Cronos fundando con su acto rebelde, su propio tiempo. También lo son la fría y lejana plata de Selene, a la vez que la abrasadora pasión sin límites de Medea, capaz de matar a su hermano por seguir al hombre amado y a sus propios hijos por despecho.
Es mujer Antígona, que como si estuviera loca, lleva las leyes del amor familiar más allá de los límites de la ley política, y también su prudente hermana que no avanza sino con la protección de la ciudad. Lo son Sherezade y Pandora sosteniéndose sólo en la curiosidad del otro, en la alteridad y el enigma, para no morir.., Y Eva, inocente antes de todo pecado, pecadora y sufriente luego, como también Lilith la serpiente pérfida y tentadora con su saber prohibido sobre la diferencia. Es de mujeres la cristiana pureza virginal, siempre renovada en su misterio gracias al amor que la restaura más allá de lo sexual. Y aún las que no son amadas, sino sólo sexuadas, las brujas, son mujeres. Las mujeres hemos sido patrimonio marital, recinto materno y prenda de intercambio para alianzas militares, políticas y económicas.
Lo heterogéneo y aún lo contradictorio reina entre las cualidades enumeradas.
Estas diferencias nos dejan pensar: ¿serán femeninas todas las cualidades atribuidas a las mujeres? ¿Alcanzará con ser propio de ellas como la etimología nos dijo, para ser femenino?
Y aún más, eso, lo femenino, si no es biunívoco de todo lo que es del mundo de las mujeres, será cualidad exclusiva de ellas?
Como Uds. saben, cuando uno hace una pregunta, sospecha por lo menos, la respuesta.
Santiago Kovadloff, en un seminario que tuve el privilegio de escuchar,(2) nos decía:
“Ser varón y ser mujer son matices ¿Matices de qué?... De una identidad siempre incumplida. Uno es lo que hace con la alteridad, no con la alteridad del otro sino con la que hay en uno mismo, con todo aquello que rompe con el estereotipo de una identidad propia homogénea.”
Lacan(3) cuando muestra sus fórmulas, escribe muy decididamente:
“Todo ser que habla se inscribe en uno u otro lado” ...“A la izquierda el hombre en tanto todo,
 x .  x , y a la derecha la parte mujer que vetará toda universalidad, será el no todo en tanto puede elegir estar o no en  x”, y luego agrega expresamente “....a todo ser que habla, sea cual fuere, esté o no provisto de los atributos de la masculinidad le está permitido inscribirse en esa parte” (la derecha) y también: “Colocarse allí, (a la izquierda) es en suma electivo, y las mujeres pueden hacerlo si les place, es bien sabido que hay mujeres fálicas.”
Mujeres fálicas y hombres que más allá de sus masculinos atributos pueden permitirse la inscripción en lo femenino. Menos tajante que la etimología, el psicoanálisis nos orienta hacia la parcialidad y nos invita a abordarla.
Para comenzar a orientarnos en el sesgo de este abordaje voy a situar una primera hipótesis de trabajo y es la de considerar femenino y masculino (subrayo la conjunción) posiciones posibles para cualquier humano parlante.
La diferencia entre uno y otro se constituirá entonces, por la proporción que tome cada posición en su trama subjetiva, proporción que no resultará reductible a la desproporción anatómica ni tampoco ajena a ella.
Cada ser humano recibe en su anatomía el impacto del lenguaje, por efecto del cual ésta se pierde como real absoluto y él ingresa en la cultura.
Esta, la anatomía, queda marcada, recortada por efecto del significante sobre la carne y el cuerpo sexuado se construye más allá de ella.
Vuelvo a lo ya trabajado por Freud acerca de la joven Dora.
La mirada de la madre de Dora, ausente para el cuerpo de su hija, según cuenta el historial, no la refleja, de modo tal que ella pueda verse, desde el espejo del Otro.
Esto marca el fracaso de esa primer investidura del propio cuerpo, desde la mirada del Otro. La Sra. K. por otro lado, se muestra para Dora como mujer deseable, esa que sabe causar el deseo del padre.
En tal caso esa devoción de Dora por la Sra. K., su idealización, trazaría el borde imaginario necesario con que la joven intenta responder a la cuestión de que es ser una mujer, lo que explicaría también su furia ante el enunciado del Sr. K.: “Mi mujer no es nada para mí”.
Si la mujer capaz de causar el deseo del padre, es nada ¿qué esperanza de femineidad queda para la niña? ¿donde identificarse sexualmente?
Me interroga la afirmación de Freud acerca de que Dora, toma allí una posición homosexual. Es decir, que se dirige a la Sra. K. al modo del padre, que la desea sexualmente.
Prefiero pensar que, en el camino de su feminización, ese enigma que constituye otra mujer a la que el padre dirige su mirada deseante, le ofrece a la niña una posibilidad de identificación, en tanto Ideal del Yo.
Leo allí que, en el caso de las mujeres, entre el significante de su sexo que no hay y lo Real de un cuerpo que reduplica esa falta en su imagen, es por la activa investidura pulsional que efectúa la mirada sobre el cuerpo velado de otra mujer, - segundo momento pulsional - que el suyo perderá consistencia, se constituirá como cuerpo sexuado, en falta, y que podrá en un tercer momento, veladamente darse a ver.
En el varón, el pene toma valor fálico après-coup, sólo cuando la mirada resignifica la amenaza de castración oída, al ver escenificada la diferencia entre presencia y ausencia, en relación a los genitales femeninos, y no sin esa escenificación.
Veladura en un caso y revelación en otro nos dicen de la diferencia significante de lo que se muestra positivizado y lo que brilla por su ausencia a la mirada, para una posición sexual y para la otra.
Lo que se haya dejado o no entre-ver del erotismo de ambos padres, se anuda y resignifica durante la infancia y la adolescencia a los significantes privilegiados de cada historia y a lo real del tejido corporal.
Apropiarse de estas marcas, reconocerlas como propias y ponerlas a jugar en su vida erótica, bordeando el goce con las in-vestiduras del amor permite al sujeto acceder a su deseo sexual .
Ahora bien ¿por que vía pierde consistencia un cuerpo subjetivándose, sustrayéndose al goce supuesto al Otro, para ganar en esa operación un goce propio?
En principio, por lo que transcurre en la dimensión de la escena más allá de lo que se dice, en los diferentes tiempos de la pulsión escópica: ser mirado, mirar, hacerse ver.
Anudamiento de cuerpo sexuado al universo discursivo, por la vía pulsional de la mirada.
Voy a servirme de la escritura nodal que Lacan nos ofrece en RSI para precisar una conclusión de lo que intento decir respecto de la sexuación. Hablamos en principio de lenguaje y anatomía.
Les propongo situarlos como cuerdas Simbólica y Real del anudamiento sexuado del parlettre. Nos queda entonces ubicar en este nudo, la cuerda de lo Imaginario.
Lacan nos advierte en el Seminario que así como lo intrínseco de lo Simbólico es hacer agujero, surco, lugar al uno en más y lo propio de lo Real es su ex-sistencia respecto del Lenguaje, lo propio de lo imaginario es dar consistencia.
¿Consistencia a qué? entiendo que al nudo mismo en primer lugar, y con esto quiero decir a cada anudamiento particular, entre cuerpo imaginario, palabra y anatomía, donde nombramos semblant, apariencia, al anillo de lo Imaginario
Voy a dejar hablar a una escritora, Virginia Woolf, en su novela Orlando para ilustrar esta tesis. Orlando en esa ficción, había sido un hombre durante cuatrocientos años hasta que un día despierta convertido en mujer, enorme misterio del cual se decían cosas como ésta:
“Algunos filósofos dirán que el cambio de traje tenía buena parte en ello. Esos filósofos sostienen que los trajes, aunque parezcan frivolidades, tienen un papel más importante que el de cubrirnos. Cambian nuestra visión del mundo y la visión que tiene de nosotros el mundo”......”Tal es el parecer de algunos filósofos, que por cierto son sabios, pero nosotros no lo aceptamos. Afortunadamente la diferencia de los sexos es más profunda. Los trajes no son otra cosa que símbolos de algo escondido muy adentro”... y también....,”Por diversos que sean los sexos, se confunden. No hay ser humano que no oscile de un sexo a otro y a menudo sólo los trajes siguen siendo varones o mujeres, mientras que el sexo oculto es lo contrario del que está a la vista.”
Podemos deducir entonces, que: presencia o ausencia significante de la excepción para la castración y anatomía diferenciada, no alcanzan para desplegar la posición sexuada de cada parlettre.
Sin la puesta en juego de lo que es mirado, se ve y se muestra, los trajes, los peinados, los adornos, lo que viste, hace apariencia del objeto-falta, esta no se constituye acabadamente.
Podríamos nombrar como lo propio de la femineidad entonces, la apariencia, no en el común sentido de lo que parece una cosa pero es otra, o de la fatuidad de la pura inconsistencia, sino de la función del semblante como refugio frente a la angustia propia de la ausencia radical del ser, desde el saber inconsciente sobre esa falta.
El sujeto hombre o mujer, que dirige ese juego “no se la cree”.
No juega seriamente a ser el objeto ni a tener el falo, sino a parecerlo, a hacer apariencia, semblante gozando de su juego por lo que causa en el otro sexo y pudiendo ganar ese goce suplementario, en la medida en que el fálico lo convoque pero “no todo allí”.
Podríamos decir a esta altura, que llamamos aquí femineidad al juego de parecer lo que se sabe que no es posible ser ni tener, pero que aún así por su eficacia respecto del deseo del semejante, no puede estar tampoco imaginariamente ausente.
Lo femenino consiste al bordear ficcionalmente una falta, una ausencia radical, de la que se está advertido sin dejar allí un agujero, muy por el contrario, encarnando una apariencia eficaz de la que se goza, poniéndole a la ficción, el cuerpo.
Un cierto saber de la diferencia de lo imposible del ser y lo necesario del parecer debe haberse inscripto para alcanzar esa posición y un saber hacer con esa engañosa y sutil distancia se pondrán en juego allí.
Lo femenino, entonces, como lo fálico ya no resultará de ser hombre o ser mujer, sino de poder soportar lúdicamente, alegremente, las alternancias ficcionales de la sexuación humana.