3. FREUD, JUNG Y EL RESTO. Carlos Escars.


Facultad de Psicología - UBA
Psicoanálisis: Freud - Cátedra II
Titular: Dr. Juan Carlos Cosentino
Programa de investigación 1997: b) Narcisisimo


3. FREUD, JUNG Y EL RESTO
Carlos Escars
Podría afirmarse, parafraseando lo que se dice sobre los sueños, que todo texto es un texto en transferencia. Todo texto se dirige a alguien, discute con alguien. Así, por ejemplo, sabemos lo que La interpretación de los sueños debe a la transferencia con Fließ. A Freud nunca le gustaron los textos por encargo, aquellos que tenía que escribir porque le eran solicitados, es decir los textos que no partían del motor transferencial. Es lícito, me parece, leer los textos como desplegando sus problemas teóricos en transferencia, o en múltiples transferencias. En esta línea, y ya que lo nos convoca este año es el narcisismo, es un buen punto de partida interrogarse en transferencia con quién —o con qué dificultades, para ser más preciso— fue escrito Introducción del narcisismo. Es decir, cuál era la necesidad de producir este texto, no tanto desde su lógica interna sino desde la encrucijada particular en la que se encontraba Freud en ese momento.
Para tomar esta vía me pareció útil apelar a diversas fuentes, como la correspondencia privada de Freud que, como sabemos, no era avara ni rencorosa, sino que, por el contrario, era muy prolífica. Soy conciente de que por esta vía me internaba en un terreno pantanoso, porque nunca se sabe bien hasta dónde nos asiste el derecho de meternos con lo que no estuvo destinado a publicación, o, para decirlo de otro modo, es difícil establecer cuál es el límite entre lo público y lo privado. Hay, además, cierto riesgo de “psicologizar” la teoría, de “interpretar la transferencia”, por decirlo así. Pero Freud mismo decía que “no merece interés nada de lo que me ha sucedido personalmente si no se refiere a mis vínculos con la ciencia”.(1) Y en ese sentido me permití abusar de esa correspondencia privada —en lo que no fui original, ya que toda la vida hemos abusado así de la correspondencia con Fließ— y considerarla parte de su obra. Si la obra de Freud no es ajena, entonces, a la transferencia, a las diversas transferencias que Freud sostuvo en las vicisitudes que le tocó vivir, a riesgo de entrar en un terreno que alguien maliciosamente podría calificar de “chimento” trataré de pensar algunos problemas teóricos desde este ángulo.
A principios de 1913 se interrumpe definitivamente, a pedido de Freud, el intercambio epistolar que mantenía desde hacía unos años con Carl Gustav Jung. Se producía así su ruptura personal. Meses después, en septiembre de ese mismo año, el congreso de la Asociación Psicoanalítica Internacional realizado en Munich es la ocasión para precipitar la ruptura institucional. Jung era en ese momento el presidente de la Asociación Internacional, y estaba también a cargo de la publicación psicoanalítica más importante, el Jahrbuch für Psychoanalyse, por lo que había muchas cosas que resolver institucionalmente.
Terminado ese congreso de septiembre de 1913 Freud pasa unos días de descanso en Roma. Y allí, en Roma, redacta el borrador de lo que meses después —lo completaría en marzo de 1914— sería Introducción del narcisismo. Son dos los textos principales que Freud escribe inmediatamente después de la ruptura con Jung. Uno es Contribuciones a la historia del movimiento psicoanalítico, que es algo así como un manifiesto político —aunque no sólo eso— donde Freud separa las aguas y trata de establecer de qué lado queda el psicoanálisis en relación no sólo a Jung sino también a Adler. Trata de salir al cruce de la afirmación de que habría tres escuelas de psicoanálisis, dejando en claro que psicoanálisis es lo que él sostiene, y que tanto Jung como Adler simplemente defeccionaron del psicoanálisis. Es obvio de qué modo este texto está dirigido en parte a Jung.
Pero no es tan obvio en qué el otro texto, Introducción del narcisismo, está relacionado con esta ruptura. Pese a que Freud discute con Jung, hacia el final del primer punto, en relación a la demencia precoz, no resulta tan claro por qué precisamente ése sería un texto de reacción frente a la ruptura.
Para aclarar un poco esto voy a hacer un poquito de historia de la relación de Freud con Jung, y de su ruptura.
En 1906 Freud estaba todavía bastante aislado. Se le acercaba poca gente, y la poca que se le acercaba no era la mejor. Pero él no tenía muchas opciones si quería abandonar su splendid isolation. Un día recibe, de parte de un tal doctor Jung, de Zürich, un libro sobre experimentos asociativos. Freud le responde muy amablemente y, carta va, carta viene, empieza a surgir entre ellos “algo”. Freud se empieza a entusiasmar con este doctor: de “estimado colega” pasa a tratarlo de “querido doctor” para, enseguida, adoptar el “querido amigo”. A los pocos meses ya le confía: “es usted el más fuerte auxiliar que se me ha asociado”.(2) Jung viaja a Viena, se conocen, empiezan a entablar una relación más personal y Freud le escribe: “su persona me ha colmado de confianza en el futuro (...) no deseo otro continuador y perfeccionador mejor de mi labor sino usted, tal como lo he conocido”.(3) “Cuando llegue a lograr usted, en medida mayor aún, incluir su levadura personal en la masa de mis ideas, en plena fermentación, no existirá ya diferencia alguna entre su propia causa y la mía”.(4)
Lo había ungido como su continuador. “La egoísta intención que persigo y que naturalmente confieso de un modo franco, es la de establecerlo a usted como continuador y perfeccionador de mi trabajo, aplicando usted a la psicosis lo que yo he comenzado en las neurosis, para lo cual me parece que usted, como personalidad fuerte e independiente, como germano que atrae más fácilmente la simpatía de los demás, sirva más que cualquier otro que yo conozca. Aparte de eso —confiesa Freud— también lo quiero a usted; pero he aprendido a subordinar ese aspecto”.(5)
La cosa era fuerte. Se intercambian fotos, Freud se pone muy impaciente si Jung no contesta rápidamente sus cartas. (“No está realmente bien por parte de usted tenerme veinticinco días esperando una respuesta”).(6) Éste, por su parte, que se sabe demandado, comete algunas travesuras, como cuando, veinte días antes del congreso de Nurenberg, que tenía que presidir, le escribe a Freud para avisarle que va a hacer un viaje relámpago a los Estados Unidos, supuestamente para ver a un paciente (piensen que una “escapadita” a Estados Unidos no era tomarse un avión; era ir en barco, con todas las eventualidades que eso implicaba...). Freud queda con el corazón en la boca pensando si llegaría o no llegaría a tiempo. Jung se disculpa: “...perdone usted todas mis locuras y mi impertinencia...”.(7)
¿Cómo llamar a esta posición en la que Freud se encontraba? Técnicamente, si lo pensamos desde Introducción del narcisismo, esto se llama enamoramiento. Esto es: sobreestimación del objeto, ubicación del objeto en el lugar del ideal... Freud estaba fascinado con Jung.
Ahora bien, como sabemos, porque conocemos la historia, esta fascinación se acaba. En algún momento algo perturba este idilio, que termina, como es de rigor, con un “lo nuestro es imposible”. Pero, ¿cuál es el factor que rompe esta ilusión? ¿cuál es la mosca que se cruzó por el espejo? Yo creo que es la misma mosca que se cruza en cualquier fascinación amorosa: la pulsión.
Es muy interesante perseguir, a lo largo de la correspondencia, las diferencias teóricas que van precipitando la ruptura. Diferencias que —es imposible no verlo— están desde el principio, desde la primera carta, aunque Freud hiciera oídos sordos hasta mucho tiempo después. Es como una tragedia griega: a lo largo de seis años se despliega eso que ya se anuncia desde el comienzo, hasta un final que aparece como absolutamente inevitable. ¿Por qué digo esto?
Jung en su primera carta dice: “Lo que yo aprecio y lo que nos ha servido en cuanto a la psicopatología, son sus concepciones psicológicas, mientras que la terapéutica y la génesis de la histeria, dado nuestro escaso material de histerias, queda aún bastante alejado de mi comprensión”.(8) Sus “concepciones psicológicas”, sí; la “génesis de la histeria” —la sexualidad— no. De ahí en más, esto que está dicho en la primera carta, este desacuerdo, en principio sordo, se va a ir desplegando cada vez con más intensidad.
Jung cada tanto insiste en su “ignorancia”, justificándose en su falta de experiencia, en que todavía no comprende bien, algún día quizás entendería... Y Freud parece no escuchar. Al menos al principio, porque en algún momento empieza a decir algunas cosas. Por ejemplo, en una de esas ocasiones en las que Jung le manifiesta sus reservas en torno a la concepción de la sexualidad, Freud le responde: “Es en la transferencia donde reside (...) la demostración más firme, la única inatacable, de la dependencia de la neurosis con respecto a la vida amorosa”.(9)
En fin, este drama, esta tragedia —¿esta comedia?— continúa. En 1909 Freud y Jung son invitados a los Estados Unidos, a dar charlas en la Clark University, donde Freud pronuncia sus famosas Cinco conferencias. En el climax de la relación, Freud presenta allí a su delfín. A la vuelta de ese viaje, como pasaba habitualmente, Jung se demora en contestar. Al tiempo escribe: “Uno de los motivos por los que no le he escrito en tanto tiempo es el hecho de que he dedicado mi interés todas las noches a la historia de los símbolos, es decir, a la mitología y a la arqueología”.(10) Jung se desvía por un camino que ya no iba a abandonar. Esto constituye un punto de inflexión porque a partir de allí se empieza a animar a plantearle más frontalmente su oposición acerca del lugar de la sexualidad. Lo que antes eran insinuaciones veladas ahora se empieza a plantear seriamente: “Con frecuencia desearía que usted estuviera cerca, muchas veces tendría que preguntarle sobre diversas cosas. Así, por ejemplo, me gustaría extraerle a usted una definición de libido. Hasta ahora no he logrado obtener ninguna que sea satisfactoria hasta cierto punto”.(11) Freud le contesta “En las primeras frases de Tres ensayos... se encuentra claramente la definición”.(12) Jung se hace el sordo. Recién dos años después se anima y dice: “Opino que el concepto de libido de Tres ensayos... ha de ser ampliado (...) a fin de que la teoría de la libido pueda ser aplicada a la demencia precoz”.(13) Y Freud ahí escucha la diferencia: “Me interesaría mucho saber qué es lo que usted quiere decir con ampliación del concepto de libido para que resulte aplicable a la demencia precoz. Temo que nos surja aquí un malentendido, como en otra ocasión en la que usted afirmó en un trabajo que la libido era para mí idéntica a todo género de ganas o deseos, mientras que yo presupongo sencillamente que existen dos pulsiones y que tan sólo se puede designar como libido a la energía pulsional de la pulsión sexual”.(14)
El desacuerdo, finalmente, está planteado en su formulación clásica. Es el mismo desacuerdo que Freud plantea en Introducción del narcisismo: Jung hace de la libido una energía inespecífica. Pero, ¿qué implica este desacuerdo?
Hay en la correspondencia una interesante discusión sobre el tabú del incesto.“Me he ocupado intensamente del problema del incesto —dice Jung— y he llegado a conclusiones que hacen aparecer al incesto, esencialmente, como un problema de la fantasía. (...) La prohibición étnica del incesto no alude en absoluto al incesto biológico”.(15) Ridiculiza incluso la situación pensando en el joven muchacho de los pueblos primitivos frente a su madre: “El hijo no sentía realmente deseos incestuosos con respecto a la madre de vientre colgante y varicosa”.(16)
“El tabú del incesto es —afirma— como la masa pétrea de un templo, símbolo o portador de una significación mucho más amplia, que tiene tanto que ver con el auténtico incesto como la histeria tiene que ver con el trauma sexual”.(17)
Ahí señala un punto complicado en Freud: Freud había ido del trauma a la fantasía, y Jung dice: así como en la génesis de la histeria usted abandonó el trauma para hablar de la fantasía, así yo digo que el incesto no es más que una fantasía, un símbolo. Y Freud dice que no.
Freud sostiene que el incesto es el incesto, que no hay allí fantasía, que no hay allí símbolo, que el incesto del que se trata es real. Ernest Jones, espectador no desinteresado en esta contienda, comenta en una carta a Freud: “El hecho de que el hijo desea matar a su padre y casarse con su madre usted lo demostró ya hace trece años [en La interpretación de los sueños]; pero mientras Jung le resta importancia a este descubrimiento al llamar al deseo «meramente simbólico», usted, por el contrario, procede a demostrar que eso es una terrible realidad”.(18)
Esto me recordó una discusión casi idéntica que Freud mantiene también con Jung en El hombre de los lobos, cuando desecha la idea de que la escena primaria del joven ruso sea efecto de una fantasía retrospectiva (“fantasía retrospectiva” es un concepto junguiano).(19) Para Freud no se trata de una fantasía de una época posterior proyectada sobre la infancia. Hay algo —dice— restos, indicios, que dan una base real a la escena. Jung parece decir: todo es simbólico (o simbólico-imaginario), mientras que Freud afirma: no, hay un punto real. Quizá Jung podría suscribir aquellos versos de Calderón sobre “la vida es sueño”.
A mí me parece que éste es el punto esencial de la divergencia entre Jung y Freud: El punto en el que Freud sostiene sin ceder un ápice ese valor real de la pulsión sexual. Un par de citas de la correspondencia. Jung, ya cuando el desacuerdo era bastante manifiesto, va a Estado Unidos a dar otras conferencias, y cuando vuelve escribe: “He expuesto también, naturalmente, mis puntos de vista, en parte divergente con respecto a las opiniones hasta ahora mantenidas; me refiero especialmente a la teoría de la libido. He observado que mi concepción del psicoanálisis ganaba muchos amigos, los cuales dudaban hasta ahora frente al problema de la sexualidad en la neurosis”.(20) Freud le contesta: “... el hecho de que con sus modificaciones haya disminuido usted muchas resistencias no lo debería inscribir, sin embargo, en su lista de méritos, pues usted sabe que cuanto más se quiera alejar de las novedades psicoanalíticas, tanto más seguro estará usted del aplauso y tanto menor será la resistencia”.(21) Freud no cede en este antipático punto de vista, y esto es lo que podría llamarse la ética freudiana.
Un tiempo después le dice a Abraham: “...caí en la cuenta de la total analogía que existe entre la primera espantada de Breuer al descubrir la sexualidad detrás de la neurosis, y la última de Jung. Tanto mayor es la confirmación de que la sexualidad constituye el núcleo del psicoanálisis”.(22)
Ahora bien, lo curioso es que el texto freudiano que sigue a esa divergencia tan marcada sea justamente Introducción del narcisismo, texto que, aparentemente, habla de la unidad totalizante, del amor, de esa dialéctica que Freud describe a partir de la oposición libido del yo - libido de objeto. ¿Cómo se explica esto?
Hay una cuestión interesante: el término “narcisismo” aparece, como se sabe, en 1910, en el texto sobre Leonardo da Vinci, y es tematizado parcialmente en el caso Schreber. Pero entre Schreber e Introducción del narcisismo hay diferencias. Allí, en esa diferencia entre 1910 y 1914 está el problema con Jung.
En 1910 Freud se pregunta, pensando en la psicosis, si el retiro de la libido del mundo alcanza para explicar la vivencia de fin de mundo, o si también habría que pensar en el retiro de las “energías yoicas”. Esta es claramente una pregunta de Jung, que apuntaba a unificar las energías. Se la hace Freud en nombre de Jung —en transferencia— porque Jung se la había hecho a él. Y en ese texto Freud parece casi a punto de ceder. No encuentra una razón demasiado poderosa para no ceder ante esta pretensión junguiana de ampliar la noción de libido. No lo hace, es cierto, pero lo deja abierto.
Ahora bien, en 1914, Freud confiesa que la exhortación a responder a esa misma pregunta —“¿Acaso suponer una energía psíquica unitaria no ahorraría todas las dificultades que trae separar la energía yoica de la libido yoica (...)?”— “no pueder sino suscitar un malestar notable en todo pscoanalista”.(23) Malestar notable quiere decir: la respuesta es no, pero todavía no puedo dar cuenta de por qué. Quiero decir, allí Freud sostiene tozudamente, como ustedes saben, que la libido por más yoica que sea es sexual. Esto es, que el narcisismo no es todo, que detrás del narcisismo está el autoerotismo. Creo que es recién a partir de este punto en el que a Freud se le hace evidente, a raíz de la pelea con Jung, que lo esencial del psicoanálisis es la sexualidad, —esto es, que se trata de eso molesto, impresentable, inasimilable, que no sólo le trae pocos amigos sino que le espanta además a su más fiel colaborador—; es recién en el momento en que se confronta con esto cuando puede, en sus términos, sentir ese malestar notable. Es en ese momento cuando se le torna insuficiente y problemático este sostenimiento de la noción de “libido yoica”, porque ese término mismo incluye tanto esta dimensión imaginaria de la oposición libido del yo - libido de objeto, narcisismo - elección de objeto, como aquello que queda por fuera del narcisismo.
La pelea con Jung marca al narcisismo, en realidad, como insuficiente. Esto es lo que Freud denuncia allí, eso es lo que confiesa allí como ese malestar. Insuficiencia que, como sabemos, no se resuelve en ese texto sino que queda pendiente, y abre toda una tarea para Freud que de alguna manera precipita en el Más allá....
Por otro lado, quisiera tomar otra vía en la relación de Freud con Jung que, si bien no tiene directa relación con el narcisismo, está en juego allí algo que creo que puede leerse en el mismo sentido de lo que acabo de plantear.
Como ustedes saben, la relación con Jung estaba absolutamente atravesada por eso que ellos mismos llamaban en la correspondencia “el complejo paterno”. Freud a poco de conocerlo empieza a llamarlo “querido amigo y heredero”.(24) Al poco tiempo, luego de su primer encuentro en Viena habla de esa “...noche en que lo adopté a usted formalmente como primogénito, como sucesor y príncipe heredero”.(25) Freud había encontrado un heredero, y lo sostenía contra viento y marea. Una anécdota: planeaban las diversas publicaciones psicoanalíticas: ya aparecía el Jahrbuch, que dirigía Jung, y a Freud se le ocurre la idea de editar una revista que hablara del “psicoanálisis aplicado”, que se llamaría Imago y se manejaría desde Viena, por lo que no estaría bajo la égida de Jung. Entonces Freud lo tranquiliza: “Cuento con su benevolencia con respecto a la recién nacida y asimismo su apoyo. Pues se incluye también está entre los bienes que he de legarle”.(26)
Hay un punto que es un poco más fuerte, más íntimo, si se quiere. En cierto momento Freud dice: “...es para mí un tormento pensar, cuando tengo actualmente alguna ocurrencia, que con ello le quito a usted algo o bien que me apropio de alguna cosa que fácilmente habría logrado usted por su cuenta”.(27)
En otra ocasión le dice: “No cabe duda de que vamos avanzando y usted, si es que yo soy Moisés tomará posesión, al igual que Josué, de la tierra prometida de la psiquiatría a la cual tan sólo puedo contemplar desde lejos”.(28)
A la luz de estas citas, y para precisar un poco más lo que decía sobre el “enamoramiento”, se podría decir que Freud pensaba que para Jung “enfermedad, muerte, renuncia al goce, restricción de la voluntad no han de tener vigencia”, y que por lo tanto él se convertía en el “centro y el núcleo del universo”. Jugando con el equívoco del apellido se podría decir que para Freud se trataba de His majesty the Jung.
Jung, por su parte, asume completamente este papel de hijo privilegiado, y además, algo díscolo: “... es demasiado necio que precisamente yo, el «hijo y heredero» de usted, trate tan desconsideradamente su herencia y la dilapide y actúe como si de ello no hubiese sabido nada”(29) (Freud lo había retado por algo que había hecho). Su “complejo paterno” era evidente: en 1908 estaban discutiendo qué publicar en el primer número del Jahrbuch. Freud dice: yo tengo un material clínico, bastante interesante, un chico de cinco años con una fobia a los caballos... Se trataba de Juanito. Y Jung dice: yo también tengo un artículo interesante. ¿Cuál sería el título? “La significación del padre para el destino del individuo”...
Pero además Jung aporta de su cosecha cierto matiz particular a esta relación: “Lo admiro a usted ilimitadamente como persona y como investigador. (...) mi veneración por usted posee un carácter «religioso»-entusiasta”.(30) “Mi religiosidad, anteriormente muy viva, se ha creado en usted, bajo cuerda, una compensación”.(31) (Jung era hijo de un pastor y había tenido una pasado religioso muy fuerte). Freud se asusta un poco con esto: “...a mí no me ha de considerar usted como fundador de una religión. Mis intenciones no llegan tan lejos”.(32) Y le advierte: “...la transferencia a partir de la religiosidad me parece especialmente fatal, y podría terminar tan sólo en apostasía. (...) Haré, por tanto, lo posible por revelarme como inadecuado como objeto de culto...”.(33) Podría discutirse si logró revelarse como inadecuado como objeto de culto. Pero lo que es seguro es que Jung no se libró nunca de esta actitud de hijo herético. Aun después de la apostasía que Freud le predijo quedó ubicado como “el disidente”. Aparentemente mantuvo su transferencia religiosa toda la vida y, es más, por lo que se puede deducir de su clínica —aunque confieso que no soy un especialista en Jung— no sólo mantuvo su transferencia religiosa sino que mantuvo a la transferencia como religiosa. Jones, que echaba leña al fuego, le comenta a Freud algo que había escuchado, un chimento de una ex‑paciente de Jung: “Usted estará interesado en conocer el último método para manejar la Übertragung. La paciente la supera al aprender que en realidad no está enamorada del analista, sino que por primera vez está luchando para comprender una Idea Universal (con mayúsculas), en el sentido platónico; una vez que lo ha logrado, lo que parece ser Übertragung puede seguir existiendo”.(34) Al igual que para Platón la Idea, para Jung la transferencia es eterna. Parece haber allí cierto sostenimiento indefinido de la transferencia, una no caída. Alicia Majul me comentaba que en un programa de televisión de divulgación en donde le hacían un reportaje a otra ex-paciente de Jung, esta mujer decía que Jung le expresaba que ojalá él pudiera vivir cien años para continuar con su tratamiento...
De todos modos, esto es cuestión de Jung. Pero Freud ¿qué hizo con el problema del padre? ¿Qué hizo con esa transferencia paterna? ¿Para qué le sirvió atravesar por esa encrucijada?
Vuelvo a la correspondencia porque hay allí algunas cosas bastante interesantes. En la época en que ya Jung estaba con sus preocupaciones mitológicas —ya la disidencia estaba un poco avanzada— Freud le dice: “Desde que se han despertado de nuevo mis energías mentales trabajo en un campo en el que quedará usted sorprendido de encontrarme. He revuelto en cosas extrañas e inquietantes y estoy casi obligado a no hablar con usted acerca de ello”.(35) Se hace el misterioso, y Jung, por supuesto, se intriga, y pide explicaciones. “Le redimo a usted de las tinieblas comunicándole que mi trabajo durante estas semanas se refiere al mismo tema que el de usted: al origen de la religión”.(36) Freud empezaba a escribir Tótem y tabú. Los cuatro ensayos de Tótem y tabú son escritos en el mismo momento en que transcurre la pelea con Jung. Los tres primeros, todavía en relación con Jung, y el cuarto, después de la ruptura (el cuarto ensayo, el del asesinato del padre). Freud tenía además mucha conciencia de que ese cuarto ensayo precipitaba la ruptura con “los suizos”. Le dice a Jones que escribir esto era “la más osada empresa en la que me aventuré jamás”.(37) Y le confía a Abraham: “El [cuarto] ensayo (...) servirá para amputar limpiamente todo lo que haya de ario-religioso. Ésta y no otra será la consecuencia”.(38)
Creo que también en Tótem y Tabú puede leerse la discusión con Jung. Habitualmente pensamos a este texto desde el sostenimiento del lugar del padre, desde la tesis de que la religión, la sociedad y la eticidad se fundan a partir de “ese único punto concreto” que es el lugar del padre, del padre muerto. Esto es, lo pacificante, el ordenamiento que surge a partir de allí, a partir del mito. Siempre enfatizamos que no se trata de un relato histórico o antropológico. Pero aquí Freud insiste con lo mismo que insistía con la escena primaria del Hombre de los lobos y con el tabú del incesto. No termina de afirmar la no existencia del asesinato. Esto es, para Freud no hay un padre muerto desde siempre, sino que hubo un asesinato, hay un cadáver. No es pura fantasía.
Yo creo que también allí Freud intenta sostener un cierto real en relación al padre, una cierta dimensión real del padre, que es, me parece, esa dimensión de la que Jung nunca quiso saber nada. Para él el padre es sólo un símbolo.
Obviamente me parece que esto en Freud tiene idas y vueltas. Es demasiado osado afirmar taxativamente que tenía clara esta dimensión. Una última anécdota: en ese mismo septiembre de 1913 en que estaba en Roma escribiendo el Narcisismo, Freud iba continuamente a ver una estatua que le interesaba mucho, la estatua del Moisés de Miguel Ángel, y ese texto ­—El Moisés de Miguel Ángel— también fue escrito en Roma. Recuerdan ustedes cuál es la hipótesis de ese texto: Miguel Ángel habría representado a Moisés en una actitud de refrenar la cólera, habría suavizado al Moisés bíblico que se encolerizó y rompió las tablas, habría “cristianizado” a Moisés. Es muy interesante. Pero ahí hay un pequeño síntoma de Freud: no quiso firmar el texto, lo publicó anónimamente en Imago. Adujo como excusa, cuando lo interrogaron, que él no era un especialista en arte, que sólo era un divertimento, etc, etc... Y hablaba de ese artículo como de un “hijo ilegítimo”.
No carece de interés que exista una vacilación en reconocer ese hijo justamente en ese punto en el que se debate la cuestión del padre. Jones arriesga una interpretación un poco psicologista para esa reticencia: que Freud, encolerizado, se debatía entre romperle o no las tablas de la Ley por la cabeza a Jung...(39) Pero quizás esto haya que pensarlo en relación al otro Moisés, al de la década del 30. Me refiero al momento en el que Freud sí puso su firma, y no a un texto cualquiera, sino nada menos que a Moisés y el monoteísmo. Ponerle la firma a ese texto en un momento histórico tan particular como fue el del surgimiento del nazismo —esa firma que por otra parte ya tenía un peso muy fuerte— no carece, me parece, de cierto valor de acto.
Y probablemente recién en ese momento Freud haya arreglado algunas cuentas pendientes con el padre.
DISCUSIÓN
Dr. Cosentino: Y ese Moisés... hacía años que lo venía escribiendo y no lo publicaba.
Integrante de la cátedra: En Lacan hay algo que, cuando vos dijiste esto de que el padre no está muerto desde siempre, que en un determinado momento, según la lectura que se acentúe en Lacan, uno se puede perder también en la cuestión de lo simbólico, si no acentúa la cuestión real. Estaba pensando concretamente en el Seminario 11, hasta el Seminario 11, donde aparece como más acentuado, si uno se descuida, la cuestión del padre simbólico, donde el padre no sabía que estaba muerto, por lo tanto uno podría decir “estaba muerto desde siempre”, y no implicaría lo real del deseo incestuoso. Es un deslizamiento que a uno se le puede producir. Quizá a nosotros no nos afecta tanto en lo que tenemos que transmitir a los alumnos pero sí me parece que nos ha marcado en algún momento también esta cuestión en Lacan, como una especie de olvidar lo real.
Carlos Escars: Por eso tomé lo de “la vida es sueño”, pensando específicamente en el Seminario 11, donde Lacan discute con quienes podrían acusar al psicoanálisis de idealismo.
Silvia Migdalek: Ahora, Carlos, en esa proyección que vos hacés como resolviéndose recién en Más allá..., el problema que vos ubicás como la defensa que Freud hace de la noción de libido, en la cual no está dispuesto a ceder un ápice y la cuestión del lugar que le da entonces a esto no sexual ¿cuál es el estatuto que va a tener entonces esto no sexual? Ahora, en esa proyección, eso no sexual, o el lugar que tiene lo no sexual ¿vos pensás que se lo podría pensar como el lugar que después va a tener la pulsión de muerte? Porque después eso sexual que Freud defiende en la época del narcisismo no es lo real de la sexualidad, no sé si eso es lo real de la sexualidad, esta sexualidad de la cual Freud se ocupa fervientemente de defender, esta noción de libido que aparece en Introducción del narcisismo.
Carlos Escars: Me parece que el problema está en el término libido. En Introducción del narcisismo para Freud libido quiere decir dos cosas: la libido yoica, en el sentido de esta libido que tiene que ver con esta oposición del narcisismo y la elección de objeto, y lo que él sostiene como esencial del psicoanálisis que es la libido pero no en el sentido del narcisismo sino en el sentido de la pulsión.
Silvia Migdalek: Como autoerotismo.
Carlos Escars: Como autoerotismo. Me parece que el malestar que tiene es que él no puede despejar eso, y por eso apela a esa otra cuestión no sexual... para poder sostener alguna diferencia. Pero me parece que el problema está en “libido”.
Integrante de la cátedra: Que quedaría más del lado de energía no sexual.
Carlos Escars: La tentación de ceder a lo de Jung es muy fuerte, ¿cómo sostener que no es una energía global? Bueno, precisamente en ese punto hay que separar entre “libido fálica”, diríamos en otros términos, y “libido resto”, como dice Juan Carlos. La idea de que no todo es narcisismo.
Silvia Migdalek: Claro, sí, el punto más fuerte quizás del texto es ese punto no transferible, de no reversibilidad total de la libido, y que en su fondo persiste, dice él.
Alicia Majul: Una cuestión que me pareció interesante, que cuando empezamos a dar narcisismo, por lo menos las complicaciones que siempre tenemos, tienen que ver con que “llegó el amor y acá se solucionó todo”. Uno puede sostener libido yoica-libido de objeto. Por lo general me parece que se piensa que la ruptura con Jung tiene que ver justamente con “libido yoica - libido de objeto”, todo libidinizado. Hay algo que me resultaba interesante en lo que decías, incluso para despejarlo de lo que sería el fantasma personal de Freud que es esto de, cuando vos planteabas: Bueno, ¿por qué no se amigaron Freud y Jung, justamente cuando va a dar cuenta del narcisismo? Es decir, si en ese mismo texto parece que hay algo, no sé cómo decirlo, no amigable. Contrariamente a que era que todo quedaba libidinizado lo que hacía lugar a la ruptura, es más bien lo que decía Silvia, lo complicaba ahí la libido irreductible. Digo como para poder rescatar lo que en ese mismo texto, tomando algo que ya me olvidé pero era interesante, —me olvidé pero fue un olvido fecundo...—. Pero para tomar esto que es lo pulsional en ese texto, Introducción del narcisismo. Yo no me acuerdo bien pero después de la pregunta que vos situaste: “¿Por qué no pensar una libido unificadora?” viene otra pregunta ¿Podés leer?. Hay dos preguntas juntas.
Carlos Escars: La primera es: “¿qué relación guarda el narcisismo de que ahora tratamos con el autoerotismo, que hemos descrito como un estado temprano de la libido?” Y la segunda es: “si admitimos para el yo una investidura primaria con libido ¿por qué seguir forzados a separar una libido sexual de una energía no sexual de las pulsiones yoicas?”
Dr. Cosentino: La libidinización jugada en términos, como decía Carlos en relación a Jung, jugada en términos de borrar la especificidad de la sexualidad, que ya es sexualidad pulsional.
Silvia Migdalek: Recordaba recién que en una oportunidad dando este texto hice referencia a una frase que me gustaba que era que “en el amor se tropieza siempre con la misma piedra”. Y entonces un alumno me contestó: “Sí, uno mismo”. Esa era la piedra: uno mismo.
NOTAS
(1) Sigmund Freud, Presentación autobiográfica, en Obras Completas, Amorrortu Editores, XX, pág. 67.
(2) William McGuire, Correspondencia Sigmund Freud - Carl Gustav Jung, Taurus, Madrid, 1974, Carta de Freud del 1/1/07, pág. 52.
(3) Ibíd., Carta de Freud del 7/4/07, pág. 62.
(4) Ibíd., Carta de Freud del 18/8/07, pág. 115.
(5) Ibíd., Carta de Freud del 13/8/08, pág. 211.
(6) Ibíd., Carta de Freud del 11/11/09, pág. 310.
(7) Ibíd., Carta de Jung del 9/3/10, pág. 358.
(8) Ibíd., Carta de Jung del 5/10/06, pág. 38.
(9) Ibíd., Carta de Freud del 6/12/06, pág. 47. Subrayado mío.
(10) Ibíd., Carta de Jung del 8/11/09, pág. 309-10.
(11) Ibíd., Carta de Jung del 30/11/09, pág. 322.
(12) Ibíd., Carta de Freud del 19/12/09, pág. 330.
(13) Ibíd., Carta de Jung del 14/11/11, pág. 527.
(14) Ibíd., Carta de Freud del 30/11/11, pág. 536-7.
(15) Ibíd., Carta de Jung del 27/4/12, pág. 571.
(16) Ibíd., Carta de Jung del 8/5/12, pág. 572.
(17) Ibíd., Carta de Jung del 17/5/12, pág. 575. El subrayado es mío.
(18) R. Andrew Paskauskas, The complete correspondence of Sigmund Freud and Ernest Jones 1908-1939, Harvard University Press, Cambridge, 1995. Carta de Jones del 25/6/13, pág 207.
(19) Esto se discute en el punto VIII del historial.
(20) William McGuire, Op. Cit., Carta de Jung del 11/11/12, pág. 585-6.
(21) Ibíd., Carta de Freud del 14/11/12, pág. 587-8.
(22) Hilda Abraham y Ernst Freud, Correspondencia Sigmund Freud - Karl Abraham, Gedisa, Barcelona, 1979, Carta de Freud del 26/10/13, pág. 179.
(23) Sigmund Freud, Introducción del narcisismo, en Obras Completas, Amorrortu Editores, XIV, pág. 74. Subrayado mío.
(24) William McGuire, Op. Cit., Carta de Freud del 15/10/08, pág. 216.
(25) Ibíd., Carta de Freud del 16/4/09, pág. 266.
(26) Ibíd., Carta de Freud del 14/11/11, pág. 530.
(27) Ibíd., Carta de Freud del 12/11/11, pág. 525.
(28) Ibíd., Carta de Freud del 17/1/09, pág. 242. Subrayado mío.
(29) Ibíd., Carta de Jung del 12/6/09, pág. 281.
(30) Ibíd., Carta de Jung del 28/10/07, pág. 134.
(31) Ibíd., Carta de Jung del 8/11/07, pág. 135-6.
(32) Ibíd., Carta de Freud del 13/2/10, pág. 350.
(33) Ibíd., Carta de Freud del 15/11/07, pág. 137.
(34) R. Andrew Paskauskas, Op. Cit., Carta de Jones del 27/7/14, pág. 296.
(35) William McGuire, Op. Cit., Carta de Freud del 20/8/11, pág. 502.
(36) Ibíd., Carta de Freud del 1/9/11, pág. 505.
(37) R. Andrew Paskauskas, Op. Cit., Carta de Freud del 9/4/13, pág. 198.
(38) Hilda Abraham y Ernst Freud, Op. Cit., Carta de Freud del 13/5/13, pág. 167.
(39) Ernest Jones, Vida y obra de Sigmund Freud, Ed. Hormé, Buenos Aires, 1981, Tomo II, pág. 385