ANGUSTIA DEL NACIMIENTO: PRIMEROS ESTALLIDOS DE ANGUSTIA. Juan Carlos Cosentino.




Tal como ocurre con el historial del pequeño Hans en Inhibición retornan las fobias y, con ellas, el complejo de castración.
El yo debe proceder en las zoofobias contra una investidura de objeto libidinosa del ello (ya sea la del complejo de Edipo positivo o negativo), pues ceder a ella instalaría el peligro de la castración.
La brújula que orienta el trayecto freudiano es el vínculo de la castración con la angustia pues desde 1894 en las fobias el estado emotivo es siempre la angustia. En la imposibilidad en 1909 de volver a mudar la angustia en libido se modifica el estatuto del objeto: cae el objeto ansiado y su caída lo vuelve inquietante. Las investiduras de objeto del ello que ahora lo sustituyen, lo confirman.
“Tan pronto como distingue el peligro de castración, el yo da la señal de angustia e inhibe el proceso de investidura amenazador en el ello”; lo hace, hasta donde le es posible, por medio de la instancia placer-displacer. Al mismo tiempo se consuma la formación de la fobia.
La inesperada conclusión del capítulo IV del texto de 1926 sorprende: el motor de la represión, en el pequeño Hans y en el Hombre de los Lobos, es la angustia frente a la castración.
Así, con la formación de la fobia la angustia de castración recibe otro objeto y una expresión desplazada (entstellen): ser mordido por el caballo o ser devorado por el lobo, en vez de ser castrado por el padre. Este objeto no es el objeto anhelado, es el objeto fobígeno y vela la libido-resto, es decir, la investidura de objeto.
¿Cuáles son las ventajas de la formación sustitutiva? Sortea un conflicto de ambivalencia, pues el padre es simultáneamente un objeto amado, y le permite al yo suspender el desarrollo o irrupción de angustia.
En efecto, la angustia de la fobia — tal como aparece en Obsesiones y fobias — es facultativa: sólo emerge cuando su objeto es asunto de la percepción. Sin duda, sólo allí está presente la situación de peligro.
Con el valor que ya ha adquirido el peligro externo, la sustitución del padre por el animal simplifica las cosas: no hace falta más que evitar la visión, vale decir, la presencia del objeto fobígeno, para quedar exento de peligro y de angustia. “El pequeño Hans impone a su yo una limitación, produce la inhibición de salir para no encontrarse con caballos. El pequeño ruso se las arregla de manera aún más cómoda; apenas si constituye una renuncia para él no tomar más entre sus manos cierto libro de ilustraciones” en que aparece la imagen del lobo (1). Se reafirma así un nuevo vínculo, vía castración, de la angustia con el peligro exterior.
La angustia de la fobia no proviene del proceso represivo, vale decir, de las investiduras libidinosas de las mociones reprimidas, sino de lo represor mismo. “La angustia de la zoofobia es la angustia de castración inmutada, vale decir, una angustia realista, angustia frente a un peligro que amenaza efectivamente o es considerado real”.
Más allá del yo en la fobia y de la angustia realista racional y adecuada, la angustia no engaña: cuando están en juego las investiduras libidinosas del ello es “angustia frente a una castración inminente”. ¿Se trata de ese momento de inminencia del objeto?
En Lo inconsciente, por obra de la represión el representante de pulsión (Triebrepräsentanz) es transpuesto (entstellt), es desplazado (verschoben), en tanto que la libido de la moción pulsional — su otro componente — es mudada en angustia.
La indagación de las zoofobias, que retoma en Inhibición, no demuestra esa tesis, no la corrobora e incluso la contradice directamente. “La angustia de las zoofobias es la angustia de castración”. La de la agorafobia “parece ser angustia de tentación”, que ha de entramarse sin duda con dicha angustia de castración.
La mayoría de las fobias se remontan a una angustia del yo, como la indicada, frente a exigencias de la libido. Lo primario es siempre la actitud angustiada del yo que activa la impulsión para la represión.
Si en 1909 Freud hubiera señalado que tras la represión aparece cierto grado de angustia en lugar de la exteriorización de libido que sería de esperar —descripción correcta pues señala la correspondencia entre el vigor de la moción por reprimir y la intensidad de la angustia resultante—, en 1926 no surgiría esta modificación, no le haría falta retractarse de nada.
Entonces, cree estar proporcionando algo más que una mera descripción; supone haber discernido el proceso metapsicológico de una transposición (Umsetzung) directa de la libido en angustia. Empero, no puede indicar el modo en que se consuma una trasmudación (Umwandlung) así.
¿De dónde extrae la idea de esa transposición? Del estudio de las neurosis actuales, muy lejos aun de distinguir entre procesos que ocurren en el yo y procesos que ocurren en el ello.
Determinadas prácticas sexuales ‑siempre que la excitación sexual era inhibida, detenida o desviada en su decurso hacia la satisfacción‑ provocaban estallidos de angustia y una disposición general a la misma. “Y puesto que la excitación sexual es la expresión de mociones pulsionales libidinosas, no parecía osado entonces suponer que la libido se mudaba en angustia por la injerencia de esas perturbaciones”.
¿Cómo recupera esta vía en 1926? Con la libido de los procesos-ello. Si dicha libido experimenta una perturbación incitada por la represión, puede seguir siendo correcto que a raíz de la represión se forme angustia desde la investidura libidinal de las mociones pulsionales.
En esta división entre procesos que ocurren en el yo y procesos que ocurren en el ello, por ahora, la fobia queda del lado del yo y la antigua neurosis de angustia del lado del ello.
No obstante, se han producido dos modificaciones en relación al tiempo de las neurosis actuales. Aparece la pulsión, no la sexualidad genital, y con ella la diferencia entre la satisfacción esperada y la hallada.
¿Cómo armonizar este resultado, que la investidura libidinal lleva a la angustia, con el otro, que la angustia de las fobias es una angustia yoica, nace en el yo, no es producida por la represión, sino que la provoca? “Parece una contradicción, y solucionarla no es cosa simple. No es fácil reducir esos dos orígenes de la angustia a uno solo”. El análisis de las fobias, reanudado desde el peligro de castración, no parece admitir una enmienda. (2)
En Lo inconsciente la fobia ya ha adquirido el carácter de una proyección. Sustituye un peligro pulsional interior por un peligro de percepción exterior. En Inhibición vuelve lo facultativo: del peligro exterior uno puede protegerse mediante la huida y la evitación de percibirlo, mientras que la huida no vale de nada frente al peligro interior.
Con la segunda ruptura en 1920 del principio de placer la observación de 1915 es correcta, pero se queda en la superficie. (3)
“La exigencia pulsional no es un peligro en sí misma; lo es sólo porque conlleva un auténtico peligro exterior, el de la castración” (4). Por tanto, en la fobia, en el fondo sólo se ha sustituido un peligro exterior por otro también exterior: la “inminente castración” por, aquello que vela e indica el objeto fobígeno. En el pequeño Hans, el pánico auditivo (5).
Que el yo pueda sustraerse de la angustia por medio de una evitación o de un síntoma‑inhibición armoniza muy bien con la concepción de que esa angustia es sólo una señal‑afecto, pero nada ha cambiado en la situación económica.
Hace falta revisar dicha situación, introducir con el capítulo VIII de Inhibición la perturbación económica y señalar el momento de horror, incluso en la fobia, más allá del yo y de la angustia señal.
¿Cuál es la particularidad de la angustia (de castración) en la fobia? ¿Cuál es la diferencia respecto de la angustia realista que nos permitió, muy temprano, un punto de exterioridad para dicho peligro? ¿Cómo ubicar ese doble origen de la angustia, que como origen insiste desde el Manuscrito E?
El “objeto” de la angustia —la angustia para Freud carece de objeto— permanece inconsciente, y sólo deviene conciente por un desplazamiento (Entstellung).
La misma concepción —señala— también es válida para las fobias de adultos: en el fondo es lo mismo. En la fobia a la soledad, enteramente unívoca, el sujeto en la profundidad quiere escapar a la tentación del onanismo solitario. El agorafóbico impone una limitación a su yo para sustraerse de un peligro pulsional: la tentación de ceder a sus caprichos o antojos (Gelüsten) eróticos, lo que convoca, como en la infancia, el peligro de la castración o uno análogo. “El caso de un joven que se volvió agorafóbico porque temía ceder a los atractivos de prostitutas y recibir como castigo la sífilis”.
El agorafóbico no se conforma con una renuncia; hace algo más para quitar a la situación su carácter peligroso. ¿Qué hace? Una regresión temporal. Así, puede andar por la calle si una persona de su confianza lo acompaña como si fuera un niño pequeño. “Idéntico miramiento le permite salir solo siempre que no se aleje de su casa más allá de cierto radio ni entre en zonas que no conoce bien y donde la gente no lo conoce”. Se evidencia, para Freud, “el influjo de los factores infantiles que lo gobiernan a través de su neurosis”. Se trata, en verdad, de lo familiar que protege de lo extraño.
¿Cómo se establece la fobia a los espacios? Se instala por regla general después que en ciertas circunstancias ‑en la calle, en un viaje por ferrocarril, por avión, en la soledad, en un ascensor‑ se vivencia un primer ataque de angustia. Con la neurosis se suspende la angustia, pero renace toda vez que no se puede observar la condición protectora.
El mecanismo de la fobia llamada por Freud común, presta buenos servicios como medio de defensa y exhibe una gran inclinación a la estabilidad por medio de la respectiva formación sustitutiva. Empero, por el estado de equilibrio algo precario que mantiene con el objeto fobígeno puede sobrevenir una continuación de la lucha defensiva, que entonces se dirige contra el síntoma. Los intentos de huida, vale decir, las evitaciones fóbicas. (6)
En ambas, comunes y típicas, pueden confluir muchas otras mociones pulsionales reprimidas que sólo tienen carácter auxiliar y las más de las veces se han puesto con posterioridad (nachträglich) en conexión con el núcleo de la neurosis: el peligro de castración (Kastrationgefahr).
¿Qué ocurre en la neurosis obsesiva?
No es difícil reducir la situación de la neurosis obsesiva a la de la fobia. En ella si bien falta todo asomo de proyección, pues el peligro está enteramente interiorizado, los síntomas son creados para evitar la situación de peligro señalada mediante el desarrollo de angustia, y ese peligro es el de la castración o algo derivado de ella.
¿Qué ocurre con la neurosis traumática?
Si la angustia es la reacción del yo frente al peligro, ¿la neurosis traumática, tan a menudo secuela de un peligro mortal, es una consecuencia directa de la angustia de supervivencia o de muerte (Lebens- oder Todesangst), dejando de lado los vasallajes del yo y la castración?
La mayoría de los observadores de las neurosis traumáticas de la última guerra proclamó triunfalmente —escribe Freud— que una amenaza a la pulsión de autoconservación podía producir una neurosis sin participación alguna de la sexualidad y sin miramiento por las complicadas hipótesis del psicoanálisis.
Lo lamentable —pues hace ya tiempo que esa hipótesis la canceló la introducción del narcisismo, que puso en una misma serie la investidura libidinosa del yo y las investiduras de objeto, y destacó la naturaleza libidinosa de la pulsión de autoconservación— es que la falta de un solo análisis utilizable de neurosis traumática “ha hecho perder la más preciosa oportunidad de obtener informaciones decisivas acerca del nexo entre angustia y formación de síntoma”.
La estructura de las neurosis más simples le ha posibilitado descubrir que una neurosis no sobreviene sólo por el hecho objetivo de un peligro mortal. Hace falta que participen los estratos inconscientes más profundos del aparato anímico.
Ahora bien, en lo inconsciente no hay nada que pueda funcionar como representante icc de nuestro concepto conciente de la aniquilación de la vida. Solo la castración que se sostiene en la premisa universal del falo y, tal como va a proponer Freud en el texto, vale como separación.
“La castración se vuelve por así decir representable por medio de la experiencia cotidiana de la separación respecto del contenido de los intestinos y la pérdida del pecho materno vivenciada a raíz del destete; empero, nunca se ha experimentado nada semejante a la muerte, o bien, como es el caso del desmayo, no ha dejado tras sí ninguna huella registrable” (7).
Dos conclusiones pues.
En primer lugar, la angustia de muerte debe concebirse como un análogo de la angustia de castración. El yo reacciona frente a ser abandonado por el superyo protector ‑los poderes del destino‑, “con lo que expiraría ese su seguro para todos los peligros”.
En segundo lugar, tal como escribe en Más allá, a raíz de las vivencias que llevan a la neurosis traumática es quebrada la protección —segunda ruptura— contra los estímulos exteriores: en el aparato anímico ingresan volúmenes hipertróficos de excitación —el ruido inasimilable que ha provocado la bomba que destrozo, muy cerca del sujeto dañado por el trauma, a su compañero—. En los sueños, tiempo después, irrumpe, en el momento del despertar, lo oído freudiano.
Novedad que sorprende: en 1926 la angustia crea a la represión y no ‑ como leímos en el historial del pequeño Hans ‑ la represión a la angustia. Se reordena a partir de este viraje, como veremos, la angustia de nacimiento que ha ingresado en 1916. (8)
Este primer viraje que Freud produce invierte la relación: la angustia, como en 1894, es anterior a la represión. El segundo giro, con la neurosis traumática, señala que la angustia no se limite a ser una señal-afecto. También es producida como algo nuevo —una segunda posibilidad— a partir de las condiciones económicas de la situación, tal como fue anticipado para la histeria de angustia: a pesar de la angustia señal nada cambia en la esfera económica.
A partir de la neurosis traumática pues, se redefine el peligro exterior para la fobia y, en tanto tal, el peligro de castración. Existen otros casos de neurosis agorafóbica que muestran una estructura más complicada que el presentado por Freud. Lo retomaremos, junto con la redefinición del doble peligro exterior. (9)
Que la angustia nazca como algo nuevo con un fundamento propio —“el yo se pondría sobre aviso de la castración a través de pérdidas de objeto repetidas con regularidad”—, permite alcanzar en 1926 una nueva concepción de la misma. Si hasta allí Freud la consideraba una señal del peligro, ahora puede afirmar que se trata, en ese momento de indefensión, del peligro de la castración como de la reacción frente a una pérdida o frente a una separación.
Tercera modificación: la angustia es la reacción frente a una pérdida o frente a una separación. Es necesario pues que sea producida —segunda posibilidad— como algo nuevo, es decir, más allá de la señal-afecto y del principio regulador.
Con esta última conclusión salta a la vista una notabilísima concordancia. La primera vivencia de angustia del ser humano es la del nacimiento, y como este objetivamente significa la separación de la madre, podría compararse a una castración de la madre, de acuerdo con la ecuación hijo = pene.
La castración de la madre nos remite, allí donde se activa su propio complejo de Edipo, vía ecuación, a la separación o a la pérdida: el hijo a cambio del falo. De nuevo se le plantea la tarea de habérselas con la referencia de la castración a su propia persona. Y, al mismo tiempo, dicha castración (de la madre) resignifica fálicamente las anteriores separaciones.
Se ha aducido —comenta Freud en una nota agregada en 1923— que el lactante no puede menos que sentir cada retiro del pecho materno como una castración, vale decir, como pérdida, tampoco apreciará de otra forma la regular deposición de las heces, y hasta el acto mismo del nacimiento, como separación de la madre, sería la imagen primaria de aquella castración. Admitiendo aun todas esas raíces del complejo, el nombre de «complejo de castración» sólo se limita a las excitaciones y efectos enlazados con la pérdida del pene. Vale decir, “sólo puede apreciarse rectamente la significatividad del complejo de castración si a la vez se toma en cuenta su génesis en la fase del primado del falo” (10).
Lo que no ocurre con el pequeño Hans. En la fantasía del 2 de mayo la operación es incompleta. Solo se le ha dicho que enseñe el hace-pipí (Wiwimacher). No le ha sido separado, no lo ha perdido. “En efecto, si tras haber estado tan cerca la cosa no llegó más lejos, es que no podía ir más lejos, porque si hubiera ido más lejos no hubiera habido fobia” (11). Su manera de inscribir, con el resto que deja esa neurosis, el complejo de castración.
Con la angustia del nacimiento “sería muy satisfactorio que esa angustia se repitiera como símbolo de una separación a raíz de cada separación posterior; pero algo obsta, por desdicha, para sacar partido de esa concordancia: el nacimiento no es vivenciado subjetivamente como una separación de la madre. (12)”
¿Cómo situar esta separación? Como señalamos, con el primado del falo que la resignifica a posteriori.
La libido de la madre se desliza de nuevo, como en la niña, a lo largo de la ecuación simbólica, a una nueva posición. “Resigna el deseo de pene para reemplazarlo por el deseo de un hijo y con este propósito toma al padre como objeto de amor”(13). Su complejo de Edipo culmina en el deseo de recibir como regalo un hijo del padre.
Pero surge otro reparo. “Las reacciones afectivas frente a una separación nos resultan familiares y las sentimos como dolor y duelo, no como angustia” (14).
¿Entonces, de que separación o pérdida podría tratarse?
La sustitución, que pertenece al complejo de Edipo, reintroduce lo que ya estaba lógicamente antes: la castración en la madre.
La castración en la madre es un momento lógicamente anterior a la propia constitución del sujeto como sujeto sexuado.
Y esa angustia (del nacimiento) anterior a la represión es ese momento estructural de indefensión donde la castración como desamparo alcanza al Otro.
Se comprende pues la comparación que realiza Freud. Se inicia en la castración de la madre, de acuerdo a la ecuación, pero se sostiene en el desvalimiento del Otro, ese momento en que interviene la castración en la madre. Es decir, ese lugar de hiancia que se sitúa en el núcleo de la estructura y se conecta con el núcleo de la neurosis.
La angustia del nacimiento —como indicamos— vale como separación. Retroactivamente vuelve como pérdida. En el capítulo siguiente de Inhibición, “la angustia de castración que sobreviene en la fase fálica es una angustia de separación”: el peligro aquí es la separación de los genitales. La posesión del falo contiene la garantía para una reunión con la madre y su privación equivale a “una nueva separación de la madre” (15).
Un momento lógicamente anterior, la castración opera a nivel de la estructura, y un momento de retroacción, de nuevo el sujeto se confronta con su propia castración. En su diferencia, esta “nueva separación”, podría compararse a una castración en la madre.
Ese momento previo a la constitución del sujeto como sexuado, retroactivamente —insistimos— se ordena alrededor del falo. La inscripción particular de la castración, como núcleo de la neurosis, es lo que Freud va a llamar el complejo de castración. La indefensión alcanza al sujeto, el sujeto se confronta con su propia castración. No opera la castración. Como ocurre con el pequeño Hans y con el Hombre de los Lobos, hay castraciones.
La revisión de ambas zoofobias, le permite a Freud, 17 años después de haber formulado su segunda versión de la angustia, descubrir el lugar central de la angustia en la estructura: la angustia produce (machen) la represión.
En el capitulo II de Inhibición retoma, en paralelo con el complejo de castración, la represión primaria (Urverdrängung). “La mayoría de las represiones con que debemos habérnoslas en el trabajo terapéutico son casos de pos-represión (Nachdrängen). Presuponen represiones primarias producidas con anterioridad, y que ejercen su influjo de atracción sobre la situación reciente”, tal como ocurre con esa operación de la angustia primordial (16).
¿Cuál es el papel del superyo como heredero del complejo de Edipo en la represión? Es necesario para Freud no sobrestimar su papel en dicho proceso. “Por ahora no es posible decidir si la emergencia del superyo crea, acaso, el deslinde entre represión primaria y represión secundaria”.
Pero lo curioso es nuevamente la relación angustia-represión. Si bien, en 1926 es aún demasiado poco lo que se sabe acerca de esos trasfondos y grados previos de la represión, “los primeros ‑muy intensos‑ estallidos de angustia se producen antes de la diferenciación del superyo”.
Como anticipamos, las condiciones económicas de la situación intervienen en el peligro de castración, de pérdida o de separación pues a ese nivel opera como momento estructural la angustia del nacimiento. Se comprende entonces que para Freud sea “enteramente verosímil que factores cuantitativos como la intensidad hipertrófica de la excitación y la ruptura de la protección antiestímulo constituyan —como tiempo mítico— las ocasiones inmediatas de las represiones primarias” (17).
Los primeros estallidos de angustia(18), ocasión inmediata de la Urverdrängung, constituyen ese momento fundante de indefensión: la castración en la madre. El desvalimiento en la explosión de angustia alcanza al Otro. Como marca de la castración: divide al sujeto, excluye lo cuantitativo hipertrófico y deja como prueba una libido-resto que en el momento de horror renueva la ruptura de la protección antiestímulo. El complejo de castración es esa operación de inscripción del sujeto como falta en el campo del Otro, en cada caso, en las distintas neurosis.
NOTAS Y REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
1. S.Freud, Inhibición, síntoma y angustia, A.E., XX, cap. VII, 118.
2. Idem, cap. IV, 102-5.
3. J.C.Cosentino, “Las rupturas del principio de placer”, Ficha, Facultad de Psicología / UBA, Bs.As., 1996, págs. 13-33.
4. S.Freud, ob.cit., cap. VII, 120.
5. Ver infra: “3. La irreversibilidad de la angustia”, págs. 42-3.
6. En Lo inconsciente Freud describe tres fases en la formación de una fobia. Una primera que suele descuidarse: la angustia surge sin que se perciba ante qué. Una eventual repetición del proceso hace posible un primer paso para dominar ese desagradable desarrollo de angustia. La investidura prcc fugada se vuelca a una representación sustitutiva que, por una parte, se entrama por vía asociativa con la representación rechazada y, por otra, se sustrae de la represión por su distanciamiento respecto de aquella (sustituto por desplazamiento), permitiendo “una racionalización del desarrollo de angustia todavía no inhibible”. La representación sustitutiva juega ahora para el sistema prcc el papel de una contrainvestidura: lo afirma contra la emergencia de la representación reprimida. A su vez, es el lugar de donde arranca el desprendimiento de afecto, ahora no inhibible, o al menos, se comporta como si fuera ese lugar de arranque. En la segunda fase de la histeria de angustia la contrainvestidura desde el sistema prcc lleva a la formación sustitutiva. El mismo mecanismo encuentra pronto un nuevo empleo: el proceso de la represión no está todavía concluido. Tiene pues una nueva tarea: inhibir el desarrollo de angustia que parte del sustituto. ¿Cómo ocurre? “Todo el entorno asociado de la representación sustitutiva es investido con una intensidad particular, de suerte que puede exhibir una elevada sensibilidad a la excitación. Una excitación en cualquier lugar de este parapeto dará, a consecuencia del enlace con la representación sustitutiva, el envión para un pequeño desarrollo de angustia que ahora es aprovechado como señal a fin de inhibir el ulterior avance de este último mediante una renovada huida de la investidura prcc”. La mayor distancia con que operen del sustituto temido las contrainvestiduras sensibles y alertas, tenderán a aislar la representación sustitutiva y a coartar nuevas excitaciones desde ella. Estas precauciones sólo protegen contra excitaciones que se dirigen a la representación sustitutiva desde fuera, por la percepción, “pero jamás contra la moción pulsional que alcanza a la representación sustitutiva desde su conexión con la representación reprimida”. Entonces, ¿cuándo producen efectos? Sólo cuando el sustituto subroga lo reprimido, mas nunca, pues también opera la conexión pulsional, pueden ser del todo confiables. De allí que “a raíz de cada acrecimiento de la moción pulsional, la muralla protectora que rodea a la representación sustitutiva debe ser trasladada un tramo más allá”. El conjunto de esa construcción lleva el nombre de fobia. La huida frente a la investidura prcc de la representación sustitutiva introduce las evitaciones, renuncias y prohibiciones que permiten caracterizar a la histeria de angustia. La tercera fase repite el trabajo de la segunda en escala ampliada. El sistema prcc se protege ahora contra la activación de la representación sustitutiva mediante la contrainvestidura de su entorno, como antes se había asegurado contra la emergencia de la representación reprimida mediante la investidura de la representación sustitutiva. “Así encuentra su prolongación la formación sustitutiva por desplazamiento”. Con lo cual, ese pequeño lugar que servía de puerta de entrada para la invasión de la moción pulsional reprimida (la representación sustitutiva), al final es ocupado por todo el parapeto fóbico, un enclave de la influencia inconsciente. Pues bien, con todo el mecanismo de defensa puesto en acción se ha logrado proyectar hacia afuera el peligro pulsional. “El yo se comporta como si el peligro del desarrollo de angustia no le amenazase desde una moción pulsional, sino desde una percepción, y por eso puede reaccionar contra ese peligro externo con intentos de huida : las evitaciones fóbicas”. Empero, los intentos de huida frente a las exigencias pulsionales —la inminente castración— son infructuosos, y el resultado de la huida fóbica sigue siendo, a pesar de todo, insatisfactorio. A.E, XIV, 179-81.
7. S.Freud, ob.cit., cap. VII, 123.
8. Ver infra: “4. El peligro externo: angustia, miedo, terror, págs. 56-8.
9. Ver supraFobias”, págs. 126, llam. 20, y 137-8.
10. Las pérdidas repetidas remiten a Inhibición. Ver: S.Freud, ob.cit., cap. VII, 123. Para el significado del complejo de castración, ver: S.Freud, La organización genital infantil, A.E., XIX, 147.
11. J.Lacan, El Seminario, libro 4, La relación de objeto, Paidós, Bs.As., 1994, pág. 368.
12. S.Freud, ob.cit., cap. VII, 124.
13. S.Freud, Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos, A.E., XIX, 274.
14. S.Freud, ob.cit., cap. VII, 124.
15. Idem, cap. VIII, 131.
16. Ver infra, en “4. El peligro externo … ”, pág. 57: ese nexo importante entre la angustia y el nacimiento, puesto certeramente en descubierto por la sabiduría popular, referido a ese singular y pequeñísimo objeto que, con la aparición del niño, es el meconio.
17. S.Freud, ob.cit., cap. II, 90. Ver también Análisis terminable e interminable, A.E, XXIII, 229-30. “¿Acaso nuestra teoría no reclama para sí el título de producir un estado que nunca preexistió de manera espontánea en el interior del yo, y cuya neo-creación constituye la diferencia esencial entre el hombre analizado y el no analizado? Veamos en qué se basa ese título. Todas las represiones acontecen en la primera infancia; son unas medidas de defensa primitivas del yo inmaduro, endeble. En años posteriores no se consuman represiones nuevas, pero son conservadas las antiguas, y el yo recurre en vasta medida a sus servicios para gobernar las pulsiones. En nuestra terminología, los conflictos nuevos son tramitados por una pos-represión (Nachverdrängung). Acerca de las represiones infantiles, acaso valga lo que hemos sostenido con carácter universal, a saber: que dependen enteramente de la proporción relativa entre las fuerzas y no son capaces de sostenerse frente a un acrecentamiento de la intensidad de las pulsiones”.
18. Ver también: S. Freud, Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa, A.E., III, 174; Carta a Jones del 18-II-1919, en E. Jones, “Vida y obra de S. Freud”, Nova, Bs.As., 1960, pp. 271-2.