(*) Coloquio de Verano, EFBA 2008
En el Seminario de un Otro al otro dice Lacan: “uno aprende sobre el Otro que lo habita por poco que se tenga una experiencia del inconciente”.
Si uno supiera rápidamente, qué es la experiencia del inconciente tal vez ya no habría más psicoanálisis; se trata de una dimensión de lo inasible que sin embargo marca el campo de nuestra práctica, a pesar de que cualquiera de nosotros, a veces, se descubra buscando habitar el lado de lo correcto, de lo explicable.
Experiencia no es versus lógica, por el contrario una vez más, el psicoanálisis se trata de una retórica y de una lógica, y avanzando por esos andariveles, comenzaré deteniéndome en la noción de Inconciente.
Se trata de repensar lo fundamental que carga con el desgaste de lo habitual, porque sino, como ya nos advirtiera Freud, uno comienza renunciando en las palabras pero termina renunciando en las cosas.
No es lo mismo “lo” Inconciente que “el” inconciente, ni tiene las mismas incidencias en la clínica, pensarlo como profundidades petroleras, que habría que encontrar más allá de las capas superficiales de la conciencia, que en su dimensión de lo no realizado, o sea del retorno.
Me refiero por un lado a un Inconciente propiamente dicho, S2, inconciente como saber, un saber que no se sabe, por el que somos trabajados en el discurso analítico, que no es conocimiento sino un saber disarmónico y por otro lado a un Inconciente como producción, en el orden del S1.
En “La Apertura de la Sección Clínica”, 1977, el campo es definido como freudiano y el inconciente como lacaniano.
El inconsciente freudiano, ni romántico, ni afiliado a una voluntad oscura, ni anterior a la conciencia, refiere a aquello que le ha venido al sujeto por vía de las palabras, por las distintas identificaciones, aquello que ha sido reprimido y retorna sorprendiendo en el fallido, en los sueños…Si bien Freud, nos lega el hallazgo de algo preparado para esconderse de nuevo, discontinuidad y vacilación, en aquella metáfora: “ciudades, sobre ciudades de diferentes épocas, conviviendo sin suprimirse” el inconsciente queda equiparado al saber.
Pero ni Luxor es Báltimore, ni el inconciente freudiano es lo mismo que el lacaniano:“…La pulsación luminosa de los carteles de neón y las luces de los autos corriendo por la autopista en el amanecer: el inconsciente es Báltimore, temprano, al amanecer”.
¿Por qué para Lacan, el Inconsciente es Baltimore al amanecer?
No pareciera en la conferencia de Báltimore del 66, tratarse de un retorno al inconciente descriptivo ni romántico de Schelling. El inconciente lacaniano tensa la cuerda: por un lado, el titilante crepuscular de Báltimore, instante fulgurante y escurridizo, el despertar, espacio donde vigilia y sueño se confunden y por otro, esa lógica mínima rigurosa donde lo propio es también el discurso del Otro.
El inconsciente sorprende en el tropiezo, en el fallido, algo preparado para esconderse de nuevo, para volver a perderse como Eurídice, Lacan inventa un real nodal, en relación a un inconciente no sabido, un inconciente con estructura de pulsación que más que repetición de lo mismo, es producción de lo nuevo.
Formaciones del inconciente que se leen en Freud como retorno de lo reprimido, sexual, infantil y por lo tanto incestuoso, y que en Lacan, podríamos leer como retorno del trazo que representa al Sujeto. Efecto de sentido entre significantes y no revelación.
Me animaría a decir: Dime como piensas la lógica del inconciente y te diré hacia donde orientas las curas que diriges.
El Inconciente lo único que busca es retornar y retorna como trazo.
El retorno es un modo despojado de plantear la operación del Inconciente: saber inconciente: S2 y atravesando la barra: S1
S1 significante que representa al sujeto, ¿ante quién?...ante otro significante… ¿o acaso el horror del inconciente, no radica allí, en ese punto insoportable de que el sujeto es efecto entre dos significantes?
Producción de S1, de un trazo fuera del conjunto; apertura, que en un segundo tiempo, por una lógica de pulsaciones, devendrá cierre, coagulando con otros significantes. Pero que, coagulará por estructura y no como repetían los postfreudianos, por las “resistencias” del paciente. Por eso mejor alojar, leer las formaciones del inconsciente, ahí donde algo sorprendió, algo se abrió, ya que rápidamente volverá a cerrarse.
La novedad lacaniana es construir una lógica para dicho inconciente, una lógica débil que no refiere a un objeto discreto, agarrable, explicable en begriff, o sea en conceptos. (Tomo la idea de Carlos Ruiz de que a partir del seminario de la Identificación, Lacan construye una lógica para el inconciente).
Inconsciente estructurado como un lenguaje, conjunto de elementos discontinuos, lógica de incompletud que subraya esa magistralmente anticipada por Freud, noción de Sujeto, alejado de un Yo de la síntesis.
La radicalidad de Lacan, consiste en sub¬rayar la división, la no-unidad, la esencial Otredad del sujeto. Hablar de inconsciente es hablar de castración. Nos ocupamos, del sujeto del Inconciente, no del individuo. Nos interesa, no el sujeto que hace el discurso, sino el que está tejido, entreverado, el que es efecto de ese discurso: sujeto de la enunciación, lo llamamos.
Pero una cosa es el Inconsciente y otra, es la Experiencia del Inconsciente.
En la conferencia de Báltimore, de 1966 leemos: “…Marcél Proust muchas veces se acercó a cierta experiencia del inconsciente”..
Cito a Proust en El tiempo recobrado: - “…la memoria… es como una cuerda para salvarme, del abismo de no ser”-.
Detengámonos entonces, en ese enigma de la Experiencia del Inconciente.
Desde la experiencia como transmisión de lo particular, de lo de cada quien, que ya desvelaba al mismo Montaigne, a la "pobreza de la experiencia" para Walter Benjamín,
al “desfallecimiento de la experiencia” en nuestros días según Agamben, hasta la experiencia del inconciente como una cuestión que hace a la dirección de la cura., pero también como algo de lo que pasa en el dispositivo del Pase en una Escuela de Psicoanálisis, lo cierto es que el término experiencia supone un relato, y algo indefectiblemente singular.
Tomaré una frase del testimonio de un jurado de pase: La Experiencia del Inconciente pasa, por lo que del Inconsciente habla en los decires y por lo que del Ello muestra.
Compartiré con ustedes una pregunta que me está trabajando en estos tiempos: ¿cuando decimos Experiencia del inconciente, aludimos a ese crepúsculo de las luces de neón, esos significantes del Otro que titilan en el despertar, o a la experiencia de Marcél Proust, o restringiremos la idea de experiencia del inconciente, para referirnos al efecto de la experiencia analítica, donde eso habla y se ordena en discurso, o sea como un producto de la experiencia analítica que supone en transferencia al sujeto barrado y su relación al goce,? :”…que el sujeto… advertido, a través de la experiencia del análisis sepa de algún modo tocar como un instrumento, la caja del violín, del cual por otro lado posee las cuerdas... Es un inconsciente suavizado, un inconsciente, más la experiencia de este inconsciente”.
La experiencia del inconsciente introduce un Uno de la hendidura, del corte, de la ruptura. (Seminario de los Cuatro Conceptos)
En el discurso analítico eso trabaja y cuanto más abonado esté un analista al inconciente, más podrá como un buen actor, ofrecerse para soportar el lugar de semblante de objeto que le posibilitará conducir una cura con otra orientación, que no sea la de la identificación con el analista, en el lugar del ideal.
Tal como el mismo Freud, nos anticipara en el malestar en la cultura, estamos tejidos por materia gozante y nuestra clínica va más allá del desciframiento del saber inconsciente: es decir, lleva al encuentro con el objeto pulsional, que aloja para el sujeto la causa de su deseo.
Desde que empezamos a pensar la estructura anudada, ubicamos la experiencia del inconciente enlazada a lo imaginario y a lo real, pero vale la pena subrayar que así como
dicha experiencia del inconsciente no es sin un borde imaginario y uno real, una clínica de lo real no podría ser sin el Inconsciente.
Es cierto que se han planteado nuevos modos de pensar la estructura del sujeto, pero lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario, no son sin el Inconsciente, todo lo contrario, el Inconsciente está allí anudado. Entre la subversión de la razón cartesiana de Freud, y el anudamiento a lo real y lo imaginario en Lacan, como un mástil, un mojón, “no me repito pero digo siempre lo mismo” el Inconciente sigue siendo una noción nodal del psicoanálisis.
Nuestra clínica es de lo real y se hace sobre el borde de un objeto inalcanzable.
Vía la lectura a la letra, en un análisis realizamos intervenciones en que se acentúa la transferencia simbólica; y en otro tiempo se apunta al lugar de fijación, al goce que retiene al sujeto.
Sin embargo ocurre que el analizante, identificado al objeto de su fantasma, sigue ofreciéndose como objeto para el goce del Otro, goce parasitario, sacrificial. Algo de su estructura persiste como goce ilimitado. Hay marcas que son de lo real, fixirum freudiana, repetición que requiere entonces otro tipo de intervenciones.
Cuando no alcanza la intervención en la dimensión simbólica, apuntamos al encuentro con ese objeto pulsional, cuando se requiere una incidencia desde el registro imaginario para alcanzar lo real del objeto, o intervenimos desde lo real, o buscamos operar un corte de goce, tomamos otros caminos que no son los de la vía significante, clásica vía regia de acceso al inconciente.
Pero ¿Cómo se toca lo real, ese real que golpea? Cuando alguien entra en análisis, allí donde sancionamos un comienzo, lo invitamos, a pesar de la imposibilidad, a que diga todo lo que se le ocurra. Sólo donde no piensa advendrá el sujeto del inconciente al cual se dirige nuestra operatoria, y es por los pliegues de la “letra”, litoral entre saber y goce, donde podremos alcanzar algún real.
Para finalizar quiero compartir con ustedes una cuestión:
Algo, en mi propia práctica analítica, en las supervisiones que sostengo y en re análisis de algunos analistas, comenzó a hacerme pregunta respecto a cómo se va atravesando una y otra vez la “Experiencia del Inconciente”.
Una intervención del analista puede tocar lo real, porque está hecha en transferencia y el analista guarda en su presencia algo de la eficacia del objeto. Pero, quisiera compartir hoy con ustedes una preocupación: pienso que a veces nos puede habitar cierto apresuramiento, olvidando que la dirección de la cura implica una lógica de los tiempos. Lógica del tiempo, que contempla el apres coup. Instante de ver, tiempo de comprender y momento de concluir.
Mi impresión es que en esas intervenciones que cualquiera de nosotros puede hacer en lo cotidiano de su clínica, a veces apuramos los tiempos, y que en vez de abrir un tiempo de comprender, podemos confundir el instante de ver con el de momento de concluir, en un apresuramiento, falsa ilusión de claridad, que finalmente no hace más que portar el límite de la ceguera de lo intuitivo. Como ya sabemos, no es lo mismo el apresuramiento que la prisa lógica en que el sujeto apura su juicio, y empujado por una premura que es amiga de la conclusión podría llegar al acto.
Estoy planteando el problema de que, a veces, nuestras mismas intervenciones podrían producir el indeseado efecto, de suturar la hiancia.
¿Habrá allí, una cierta banalización, de la nombrada experiencia del inconciente? ¿Cómo retomar, cada vez de nuevo, los caminos trazados por Freud?... o es que
¿…habremos de colocar esa discontinuidad en que algo vacila, inaugural en el descubrimiento freudiano otra vez, sobre el telón de fondo de una totalidad?
Me pregunto, y quisiera ponerlo en discusión con ustedes, si en los avatares de la Dirección de una Cura cuando intervenimos buscando tocar un real, a veces no hay ciertos
excesos, que se convierten en callejones sin salida para el analizante, si interfieren en vez de propiciar y sostener, el despliegue de lo que llamó Lacan: la experiencia del Inconciente.
¿Será que a veces nuestras intervenciones abonan la obscenidad supeyoica, esos mandatos obscenos del Superyo, que en su paradoja, siempre pide más y más, generando culpa, y alimentando más que descontando algún elemento a la compacidad de la roca
melancolizante, o que muchas veces dejan al analizante del lado del acting, tan propio de nuestros días, transferencia sin análisis que sabemos nos confronta a las resistencias del
lado del analista, en que ese algo no escuchado en transferencia es puesto en escena, como demanda de interpretación?
Riesgo, en la travesía de un análisis, de que se instale una situación de masa de a dos, si avanzamos por las vías del Superyo y su lógica de completud y si el analista no está dispuesto a la caída.
El pensamiento está del lado del mango de la sartén… nos advirtió Lacan en Ancore, y sin embargo, a veces, sin quererlo, en cierto apuro por el corte, pareciéramos manejarnos con una teoría yoica del sujeto, como si le dijéramos “usted puede…” convocando más al yo autónomo, unitario, que al sujeto del inconciente, lo cual no sería mala palabra si se tratara sólo de un tiempo lógico en la dirección de una cura, un tiempo que propiciara la rotación de los discursos, y no un apresuramiento del analista desconociendo quizás la indicación freudiana de saber esperar.
Freud más de una vez nos enseñó que la hipótesis del inconciente produce horror, genera rechazo, pero ya en 1910 termina El porvenir de la terapia psicoanalítica indicándonos que “hemos de saber esperar” y en Psicoanálisis Silvestre nos enseña que el poder es de la transferencia, y que por eso el psicoanalista tiene que “saber esperar que la transferencia haga su trabajo” y podríamos agregar: Cronos hace lo suyo.
O acaso el "destino" de Edipo -su anánkê, su "maldición" no se podrían inscribir en algo de su arrogancia, de su "soberbia" su hybris, de su apuro en resolver el enigma, sin poder escuchar que la pregunta de la esfinge encerraba en su enunciación, un interrogante fundamental para el ser humano, que lo implicaba, justo a él, que venía de matar a su padre…
Entre poesía y matemática, entre intelectuales de la talla de Derridá, Lucien Goldman y Foucault, Lacan dijo en aquella americana tarde, en el simposio de Baltimore, que “…la vida es algo que va a la deriva, corre río abajo, tocando una orilla de vez en cuando, varado aquí y allá sin que se comprenda nada…”
La experiencia del inconciente, tal vez nos marca el camino.
Graciela Jasiner.