ADOLESCENCIA Y CUERPO. Liliana Cohen.

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Adolescencia y Cuerpo: un caso de inhibición.

M. de 15 años, consulta derivada por su médica. Durante casi una década concurrió a ese consultorio por problemas de peso. Y aunque adelgaza, de todas maneras, sucede que se ve gorda.

Dice en la primera entrevista que aunque esté flaquita se ve gorda. Se ve mal, no le gusta mirarse al espejo. Y por eso no quiere mirarse por ejemplo, en el baño del colegio. Dice también que padece ahogos y se siente trabada para hablar. Siempre está callada, y sucede que quiere hablar, pero no puede, le gustaría poder modificar ese aspecto.

En la entrevista siguiente dice que come por ansiedad, que cuando está en su casa le da ansiedad y entonces come. Que esto le pasa cuando está adentro, en su casa. Se siente perseguida para andar por la calle porque le parece que los muchachos la miran para cargarla y para decirle cosas desagradables. Está siempre con el mismo tema: se ve gorda, “eso siempre está”. Con sufrimiento agrega que es muy tímida, que siempre se queda quieta, como paralizada, como si estuviera esperando que algo le suceda. Y además para que el otro no se enoje con ella, trata de agradar.

Es importante subrayar que sus palabras surgen con mucho esfuerzo y luego de largos y pesados silencios.

Detengámonos ahora en este fragmento de entrevistas preliminares para ubicar a Miriam en el contexto de la metamorfosis de la pubertad.

Subjetivar un cuerpo sexuado.

La adolescencia dice Freud, es “un túnel que no se ve”, que lleva de un lugar a otro lugar. Se trata de la iniciación del pasaje de niño a adulto. Por lo tanto, es válido decir que la adolescencia es un entre-tiempo que hace a una iniciación que habrá de llevar al sujeto a subjetivar y asumir su sexualidad, es decir, situarse como hombre o mujer.

Aquí conviene poner en claro que esta transformación no es sencilla, puesto que implica pasar por una serie de duelos efecto de la puesta en juego del nuevo despertar sexual. Lo traumático de un formidable empuje pulsional tendrá que ser elaborado y simbolizado, operatoria que concierne a vestir con imágenes, recortar y anudar por la vía significante ese real pulsional.

Dichos duelos tocan tanto al Otro como al sujeto, pues el pasaje implica abandonar el lazo infantil con los padres. La adolescencia es el momento lógico en que todo hablante pierde el sentido de ser que proviene del discurso parental.

A la vez, la imagen corporal que el Otro le reflejaba, ya no es apta para situar allí los cambios corporales que se están produciendo. La imago del cuerpo requiere en este tiempo rearmarse y operar la cobertura del nuevo real que irrumpe.

Ya en su trabajo “El estadio del espejo”, Lacán subraya la tensión que existe entre la realidad del cuerpo, la inmadurez y la imago ideal que el cuerpo asume por identificación con la imagen anticipada. A la vez, las zonas erógenas, bordes del cuerpo hacen fracasar el intento de representarlo en su totalidad.

Podríamos entonces considerar a la pubertad como una repetición de esta tensión entre la inmadurez y la imagen narcisista unificadora. La llegada de la madurez sexual paradojalmente llama a lo inmaduro, a lo que incesantemente cuestiona lo acabado. Lo que ya estaba no puede asimilar lo nuevo, esto es, el desarrollo de la madurez sexual puesto que no se sutura la separación entre lo pulsional del cuerpo y la imago corporal.

También es interesante señalar que la dificultad del adolescente para re-armar y re-asumir su imagen en el espejo, suele depender en lo real de la posición que el Otro tome en cuanto a legitimar las nuevas imágenes que ese adolescente, en tanto sexuado, se va dando.

En otras palabras podemos decir, que la metamorfosis de la pubertad, por estar aún sujeta a la mirada del Otro parental, varía según el lugar en el que el Otro se sitúe. Vale decir, que según esa mirada sea denegatoria del cambio, devenga voraz o acompañe y sostenga la travesía, no dejarán de producirse consecuencias que compliquen o faciliten en sentido propiciatorio la asunción de un cuerpo sexuado apto para la exogamia.

En el caso de Miriam, ella había dicho en el espacio de las entrevistas preliminares que no le gustaba mirarse y verse en el espejo. Y además que se sustraía a la mirada del varón, allí se perseguía. La satisfacción narcisista de tipo primaria de ofrecerse como objeto a la mirada del Otro primordial, era el enclave en el que la libido se encastillaba para evitar la castración del Otro y la del sujeto.

Se miraba desde la mirada de su madre, que la quería chiquita, adentro y gordita. Desde esa posición, identificada a esa mirada, no había lugar para la mujercita que empezaba a despertar en ella. No podía restarse de allí y “se quedaba”. Lo exogámico cobraba entonces, un tinte persecutorio.

Miriam relata en su análisis que de chica era vergonzosa, y trataba de pasar desapercibida, no hacerse notar tanto. No jugaba con los otros “se quedaba”. Por su trabajo de análisis pudo saber que se escondía de la mirada materna sacando el cuerpo, como un intento fallido de quitarle consistencia, de hacerle falta y a la vez faltarle. Lo armaba a la manera de “brillar por su ausencia”.

En este punto podemos arriesgar una hipótesis en cuanto a la estructura subjetiva. Se trata de una fobia, estructura en la que el sujeto es presa del deseo del Otro.

Estaba encerrada en el espacio de la demanda y el deseo materno, reprimida bajo la barra para disimular la falta del Otro.

Cabe aquí una pregunta: no había sido significada fálicamente por su madre? Un niño significado fálicamente se hace representante de la falta materna. En el caso de Miriam, el modo de configuración yoica que el Otro le reflejó devenía inepto para albergar la imagen corporal de la ahora mujercita.

Entonces estamos en condiciones de decir que aceptar devolver la imagen de “hombre” o “mujer” lleva al Otro parental a volver a perder al niño como objeto de su goce y su deseo.

Ahora bien, desde la lógica de los tres registros del lenguaje, simbólico, imaginario y real, podemos decir, que enla segunda vuelta por el Complejo de Edipo tiene lugar un des-anudamiento y re-anudamiento de la dimensión del amor, del goce y el deseo, por la vía fundamental de la inscripción de la castración del Otro y del sujeto.

La castración implica el rechazo del goce absoluto para ser alcanzado en una posición invertida de la ley del deseo. El goce vendrá entonces a ordenarse de modo legal.

“El falo entrará como ordenador pero también como carencia, desmintiendo lo absoluto, en tanto la sexualidad no cabe más que un poco en la existencia. La metáfora paterna viene a temperar el goce por la vía de la medida y la carencia, y, hace soportable lo insoportable de un goce absoluto”.

Habrá también que subjetivar la diferencia entre el goce esperado y el goce obtenido, puesto que la satisfacción, a pesar de la adquisición de la función sexual, no deja por ello de ser parcial. Podemos decir, a modo de capitón, que se anudan sexualidad y muerte, y se produce la reescritura de la falta en cada uno de los tres registros.

En cuanto concierne al campo simbólico, el adolescente pone en cuestión las identificaciones que sostenían el armazón de la estructura subjetiva hasta ese tiempo. De esta forma podrá apropiarse de las marcas que recibió del campo del Otro. Podemos decir entonces que el adolescente se enmarca desmarcándose.

Por otra parte, en el tiempo del segundo despertar sexual se genera una nueva economía libidinal que habrá que sostener para circular por el circuito exogámico. Dicha economía, implica la entrada del sujeto en un nuevo tipo de intercambios en la escena de lo público.

El cuerpo pasará así a tener un nuevo valor de cambio puesto que el goce se jugará en relación a otros cuerpos, fuera de la escena de lo familiar. Y a la vez modificará la manera en la que el sujeto obtenga su satisfacción sexual.

El sujeto deberá ceder la satisfacción obtenida hasta entonces al modo infantil con su propio cuerpo y abordar el goce sexuado desde el fantasma, involucrando el cuerpo del otro.

En el tiempo de la adolescencia se inician los encuentros sexuales con un partenaire, y a esto debemos agregar que la aparición de la menarca y el desarrollo de la sustancia seminal, confrontan al adolescente con una ahora posible maternidad y paternidad.

Todo esto pone en movimiento un importante y arduo trabajo de Durcharbeit para elaborar y simbolizar el nuevo real que irrumpe, como decíamos al comienzo, en forma oculta y misteriosa, en la vida sexual de cada sujeto. En el caso de Miriam, ella se presenta y se muestra detenida sin poder poner en juego su cuerpo en tanto sexuado fuera de la escena familiar.

Del cuerpo y la inhibición.

La analizante se muestra detenida en lo que concierne a los pasos que quiere dar y no puede.

Está inhibida de producirlos. Inhibición viene de “impedicare”, vale decir detenido, entorpecido, impedido, y también, entrampado. Cabría preguntarse, entonces cuál es la trampa de la que se trata en este caso. La trampa narcisista?

La inhibición como forma clínica hace evidente el callejón sin salida del narcisismo: el sujeto se encuentra atrapado en la tensión especular erotizante y está así interrumpido en relación al circuito de la satisfacción. Miriam, absorbida en tanto Yo ideal para su madre, no puede desear.

El brillo fálico cuenta como amurallamiento de una imagen de sí, que en verdad le viene del Otro, de su oscuro poder obtenido en el lenguaje mismo.

Se trata entonces de un cuerpo apartado y cubierto por la imagen. Es también a-partado en el sentido del objeto “a”. Es decir que en “i de a” la imagen unificante de sí, se cierra pero encierra un cuerpo en tanto real.

La inhibición indica de esta manera lo real de lo imaginario. Lo real de la inhibición precisará ser tocado por la operatoria analítica y anudado de otra manera.

La permanencia de la identificación al falo imaginario, esto es, la supuesta integridad fálica de la imagen del yo ideal que la inhibición da a ver, concierne al yo-cuerpo que permanece como un todo, ofrecido a hacer Uno con la imagen de la madre en tanto fálica.

La imagen corporal que como dijéramos anteriormente, encierra el real del goce y los bordes pulsionales, precisa entonces del trabajo de análisis. Precisa ser tocada por el filo de la palabra para cernir los bordes de las zonas erógenas y horadarlas a fin de que el sujeto pueda poner en su cuenta y disponer del goce de su propio cuerpo, jugándolo, si lo desea con el cuerpo de un partenaire.

Esto a Miriam le resultaba imposible, quedaba como resto en el lugar de la impotencia sufriente como manera de sostener al Otro. Sin saberlo, aún, se encontraba satisfaciendo la demanda materna de comer. La madre le pedía que comiera porque de lo contrario decía, se sentiría mal.

Esas palabras habían tomado valor de mandato, se habían convertido en palabras signo, y Miriam quedaba dentro del circuito incestuoso ofrecida como objeto para el goce del Otro bajo el peso de dicho mandato.

Entonces se abre una nueva pregunta en relación a la condición de sujeto deseante de Miriam, que queda más del lado de una poseída pulsional que del lado de un sujeto deseante, porque algo de un deseo congelado le impide avanzar.

“Si la angustia orienta respecto de la ubicación del deseo, la inhibición es dialéctica hipostasiada del deseo. En nuestra lengua, hipóstasis señala la unión de la naturaleza humana con el verbo, y al mismo tiempo, cierto cuerpo filamentoso ubicable en estado embrionario. El deseo es congelado en su nacimiento mismo, es decir, en el lugar del Otro. Se detiene así la dialéctica del deseo. Por la vía del cortocircuito imaginario, el deseo retorna a la esfera del Yo, esa superficie o precipitado de formas, reflejo a partir del espejo que es el Otro”, tal como afirma Cristina Marrone.

Entonces nos referimos a un movimiento deseante que no se produce, que está detenido e impedido. El sujeto quiere avanzar, pero no dispone de los recursos que lo hagan posible. Se encuentra “hilflos”,desamparado frente al acto que no puede llevar a cabo.

Freud nos enseña, y la clínica cotidiana da cuenta de ello, que este avatar concierne al Yo, pues algo de lo incestuoso pulsional lo retiene como objeto en la relación con el Otro primordial quedando entonces más de lado del poseído pulsional que del de sujeto deseante, como veníamos de decir.

Cuando de inhibición se trata, y considerando la lógica de los tres registros del lenguaje que Lacán propone, podemos decir que se trata de una pregnancia de la articulación entre lo Imaginario y lo Real.

La operatoria analítica que conviene, concierne a entrar por cuerda simbólica para re-anudar lo imaginario y lo real. A la vez, la falta que la castración opera deberá re-escribirse en cada uno de los tres registros, allí donde la intervención de la metáfora paterna y la castración han resultado insuficientes.

El primer tiempo del análisis de Miriam giró en torno a reconocer la posición subjetiva que la dejaba paralizada en tanto sujeto deseante, entrampada en una posición narcisista de objeto.

Comenzó a saber del “gusto que le quería dar” a la madre. Ella lo decía bien, “no como por gusto, cuando estoy adentro” .Una cosa era estar adentro de cierta imagen para el gusto de su madre, y otra distinta era comenzar a preguntarse por lo que a ella, a Miriam, le daba gusto. En tanto persistiera en una posición de objeto para la satisfacción del Otro, daba consistencia al ser y al Otro.

Con sorpresa, asociación libre mediante, descubre que se quedaba callada, respondiendo a la demanda del Otro, llenando su boca con las palabras del Otro.

Un equívoco, situado y leído, produjo en Miriam mucha gracia. En el curso de una sesión dice: “Estoy con la papa en la boca”.

Estar con la papa en la boca remitía para ella a estar callada, con la boca llena de “papa”. Este significante fue asociado con comida que comen los bebes, que “le dan las mamás”.

La multivocidad del significante hizo posible la sistematización de un punto de inhibición, producto de la liberación del texto reprimido por la vía del equívoco.

El goce incestuoso que llenaba su boca comenzó así a ser horadado e inscripta su pérdida. Esta operación constituyó un punto de partida para desalojar la posición que retenía al sujeto siendo la niña obediente de su madre, objeto pasivo al servicio del goce del Otro.

La falta en ser barró y alivió entonces, lo pesado y pleno de sus silencios, y las palabras comenzaron a surgir con fluidez, y con mucha risa.

Hacía chistes con respecto a la dureza de sí misma, a su dificultad para hablar, a la vez que nuevas palabras, las ahora propias, surgían.

Podemos conjeturar que el peso del superyó se acotaba con el juego significante. La metáfora paterna iba tallando el Uno, liberando placer y elaborando a la vez, el goce superyoico.

El equívoco y la polisemia del significante iban agujereando el goce que la ligaba a la consistencia unívoca de la palabra materna. La operatoria analítica intervino así en lo pulsional por vía de la palabra y la castración.

Continuando con la pregunta por la inhibición, dijimos que Freud propone que se trata de una restricción funcional en el Yo, vale decir que el Yo no puede disponer de la energía pulsional, pues su capital se encuentra inmovilizado. A diferencia del síntoma, la inhibición será un proceso sin texto.

Como ya dijéramos, el trabajo de análisis hizo sintomatizar la inhibición por la vía significante, y es entonces por la vía de la puesta en juego de lo Inconciente, que se pasó de la palabra con valor de signo, al síntoma.

Ahora bien, en la inhibición predomina la vertiente del mostrarse, del darse a ver. En este sentido, Lacán nos dice que la inhibición se trata de un síntoma puesto en el museo, o también de un almacenaje de ruinas. El objeto está reservado, conservado en el museo, ya que la libido asegura la ligazón al objeto, pero detiene su pérdida.

Miriam con su trabajo de análisis, pudo hacer el duelo de una posición de identificación a ser el objeto que se reserva para la mirada materna, y comenzó a salir fuera del pequeño circuito incestuoso y a ocupar un lugar con su cuerpo que la situaba en relación al cuerpo y a la mirada de los varones.

Ya no se vestirá con las vestimentas de la madre. Así surge un primer encuentro sexual con Ariel, a partir del cual empieza a vestir su cuerpo con otras vestiduras. Se presentará cuidando su arreglo personal, con polleras cortas, sus uñas pintadas de rojo, el borde de sus ojos coloreado con azules, provocando la mirada de los otros. Podía empezar a contarse teniendo un sexo. Ya no se trataba de ser, sino de tener un cuerpo sexuado. Comenzó a disfrutar de poder circular por el circuito exogámico, y al mismo tiempo revisaba lo que había perdido para que este pasaje hubiera sido posible. Finalmente dirá con gracia y risa: AHORA ME COMO LA VIDA!

Liliana Paula Cohen. Trabajo presentado en el Seminario sobre Adolescencia en el Servicio de Adolescencia del Hospital Fernández. Jefa: María Eugenia Vila. Junio 2008.