EL DESEO DEL ANALISTA Y EL AMOR. Esther Romano

Tiempo de Lectura: 14 min.

Quiero ese amor que cicatriza su propio desamor y sabe renacer de sus ocasos, desoyendo amenazas, indiferente a los desasosiegos. Un amor que distinga en medio de la niebla poblada de imposibles, su nota singular aunque desafinada. El pentagrama capaz de renovarlo. Quiero un amor luciérnaga. (Nilda Prados)


La apuesta fundada en un creer circunscripto

El analista escucha la falla del inconsciente que produce el analizante, no cree en el signo de amor que esta falla produce. No cree porque el signo viene a obturar alguna cuestión del deseo del analizante. El analista no lo toma en cuenta, se sustrae de ese amor aunque lo tolera. Al no tomar el signo y en la medida en que hay discurso, relanza a la producción inconsciente. Del lado del analista, la falla del inconsciente implica que el saber comportará siempre un fracaso, dada la caída del sujeto supuesto saber y con él, del signo de amor allí fundado.

Cuando hablamos de signo de amor, consideramos la definición avanzada por Lacán en el Seminario 4, en términos de “... algo que sólo vale como signo y como ninguna otra cosa. O por ir todavía más lejos, no hay mayor don posible, mayor signo de amor, que el don de lo que no se tiene”. Si bien este abordaje se modifica en los Seminarios 8, 9, y 20, tomamos esta referencia por considerar que es la más amplia y a la vez ajustada a la cuestión clínica que nos interesa.

Después de haber trabajado durante mucho tiempo el concepto de inconsciente como discurso del Otro, Lacán finaliza el Seminario 21, refiriéndose al deseo del analista y dice entonces: “... quien no está ‘enalmorado’-enamorado de la alteridad irreductible- de su inconsciente, está en la errancia”; ese lazo de amor respecto de la alteridad se da a través del interés por los lapsus, los sueños, los enigmas del goce y la manera según la cual se enlazan, en lo singular de cada sujeto: amor, deseo y goce.

Me surge una pregunta: ¿De qué modo articular el amor y el deseo del analista en el motivo por el cual éste tolera lo que se presenta como in-mundo del goce en juego, en el discurso del analizante?

Habíamos dicho que el analista no toma en cuenta el signo de amor que viene a obturar alguna cuestión del deseo del analizante, aunque no está exento de amar algo en el dispositivo; pero sucede que ese deseo, según la lectura que avanzo aquí, tiene el recurso de llevar al amor, como una derivación, hacia las letras que emergen del inconsciente; vale decir, el amor acompaña al deseo del encuentro con la letra.

Esta derivación es fundadora de un saber.hacer.ahí.con, pensado en la perspectiva del sinthôme. Se trata del amor hacia las letras que emergen del inconsciente.

De ser así, ¿cuáles son las condiciones del sinthôme?

Una primera e ineludible, es aquélla que hace a la experiencia del análisis atravesada por el analista, donde viene a encontrar apoyo su creencia en el inconsciente, un creer puntual que requiere una y otra vez ser recorrido, interrogado.

Una segunda condición supone admitir el estatuto del saber del que se trata, un saber siempre en fracaso y por consiguiente, inseparable de la falla y de la falta.

Como tercera condición planteamos la que ya fuera señalada por Freud, cuando designó en términos de “ombligo del sueño” aquello que permanece inaccesible, respecto de lo cual todo cuanto cabe hacer es admitir el límite que traza. En estos términos, se vincula con la falta. En síntesis, como lo establece Lacán en el Seminario R.S.I., ese saber hacer comportaría un creer puntual, acotado a los bordes del síntoma, creencia que apuesta a la posibilidad de que éste diga algo acerca del inconsciente y del goce allí en juego; hay entonces una palabra que cobra valor y viene a despejar la vía de acceso para descifrarlo.

Sabemos que el síntoma lleva siempre por el camino de la repetición de un goce que produce dolor de existir, lo inmundo, lo hostil de la vida, la falta de sentido de lo que la aqueja. En la dirección de la cura intervenimos para que se dé un pasaje que habilite algún sentido en la propia vida del analizante, al margen del impasse, del callejón sin salida al que condujo la construcción del síntoma.

En el Seminario Encore Lacán nos dice: “El sujeto no es el que piensa. El sujeto es propiamente aquél a quien comprometemos, no a decir todo... sino a decir necedades, ahí está el asunto.”

Lacán deja bosquejado este saber-hacer-ahí–con en diversas ocasiones; en una de ellas afirma: “En el discurso analítico, se trata siempre de lo siguiente: a lo que se enuncia como significante se le da una lectura diferente de lo que significa”, es decir en las intervenciones se construyen nuevas metáforas.

En esa lectura la resistencia del analista está siempre en juego: tiene que ser aquél que recibe el impacto y por otro lado el que soporta una letra que no se dice al paciente sino llegado el momento, por esto creo que Lacán nos enseña que el analista debe ser al menos dos.

A través de la ficción de lo verdadero, sabiendo que la verdad se apoya en el discurso, se produce un deslizamiento a otro sentido; queda habilitada así la instancia de una metáfora nueva que permite amar de otra manera, algo de lo que da cuenta en primer término la transferencia y más tarde su resolución. Todo lo cual supone admitir que lo verdadero sólo se alcanza a medias, esto es, apelando a una ficción.

Un ejemplo clínico

Se trata de un niño que llamaremos Ismael y que tiene cuatro años cuando llega a la consulta con dos síntomas: dificultades en la articulación de la palabra y de un objeto pulsional pregnante como es el objeto anal. El trayecto referido a estos objetos pulsionales había sufrido diferentes avatares.

Pertenece a un medio social y cultural en el que la religión practicada constituye un referente mayor para ambos componentes de la pareja parental. En ese contexto, tiene un valor primordial evitar toda impureza y mantener lazos firmes con quienes comparten las mismas creencias.

La madre acude a la primera consulta y se muestra atenta respecto de lo que está ocurriendo, a la vez que manifiesta un sentimiento penoso, en la medida en que el síntoma de la encopresis, esa analidad que chilla en el cuerpo del hijo, ha llegado a un punto en el que resulta insoportable y ya no sabe qué hacer al respecto.

A su vez relata que si bien ella manifestó su preocupación al observar que a una cierta edad en la que es de esperar que los chicos hablen, su hijo aún no lo hacía. El pediatra le había indicado que espere.

Recién hace un año ubicaron una dificultad en la audición por la cual el niño sólo llegaba a escuchar tonos altos; sólo a partir de una operación comenzó a oír con nitidez.

El retraso que comportó esta circunstancia determinó que a la edad que tiene cuando llega a consulta, sólo se hace entender con monosílabos, de modo que la marca en lo real suma su peso propio, en el sentido de obstruir el pasaje de la pulsión invocante al habla.

Aun así, el mayor desvelo materno se situaba en la imposibilidad de sustraer el goce anal instaurado en el niño, aunque sus demandas para que renunciara a él fueron formuladas de una y mil maneras. Agrega entonces que el niño del que nos ocupamos es adoptado y que el síntoma por el que consulta cobró cuerpo cuando le avisaron, a ella y a su esposo, que podían adoptar otro bebé, que sería la futura hermana de nuestro paciente; éste, por su parte, afirma con insistencia que quiere ser un bebé.

El padre de Ismael, que acudió sin previo aviso sólo a una de las entrevistas, se muestra abiertamente descreído en cuanto a los resultados que podrían obtenerse en el alivio de los síntomas por la vía del análisis.

Su trabajo determina que esté presente en el hogar de manera discontinua. Cuando se encuentra allí, se hace cargo de limpiar las deposiciones de Ismael por una parte y por otra juega con su hijo procurando hacerlo enojar.

Vemos aquí dos elementos de importancia a destacar en el perfil de la función paterna en la medida en que, sobre ese horizonte de una presencia discontinua, el padre viene a cumplir tareas habitualmente realizadas por la madre; por otra parte estimula en su hijo la agresividad imaginaria ubicándose en un plano de igual a igual, una agresividad que Ismael no está en condiciones de significar simbólicamente. Se instala así en la línea de reforzar el erotismo anal, obstaculizando la tramitación que el chico podría hacer al respecto por la vía edípica.

Consagrándonos a situar el síntoma, encontramos que presenta la particularidad de manifestarse sólo en el ámbito de la casa familiar, no es así, por ejemplo en el jardín de infantes, donde aparece la posibilidad de retener, de controlar esfínteres como ordena la cultura. Tenemos aquí una pista sobre el carácter electivo del síntoma en el niño.

Al respecto, la madre nos cuenta lo ocurrido en una oportunidad: el niño se había escondido debajo de una mesa y hacía su deposición; la madre lo sorprende y lo mira, su hijo le devuelve la mirada y afirma: “A mí me gusta”.

Leemos aquí una buena escenificación del modo según el cual goza el niño: bajo la mirada del Otro; ubicado en ese lugar desde donde se ofrecía a ella, en cuya demanda no había operado efecto de sustracción alguno. Precisamente allí reside uno de los obstáculos por los cuales la sustracción no se cumplió y el niño no pudo hacer el viraje hacia la posición de objeto de intercambio.

Se plantea el enigma de saber cómo se instaló aquello que le impide tolerar como pérdida ese objeto cesible, ese pedazo separable del propio cuerpo, situable en el límite entre lo externo y lo interno.

¿Cuál de los aspectos de la demanda de la madre no operó allí? ¿Cómo se ubica la función paterna en este niño?

El relato de los distintos avatares por los que fue atravesando este niño, tal como lo trae la madre, da cuenta del hecho que ella estaba muy apegada a él, algo que relaciona con el largo tiempo durante el cual tuvieron que esperarlo antes de lograr la adopción. Por otra parte, como habíamos dicho, el padre de nuestro paciente viaja con mucha frecuencia por cuestiones laborales y el modo de jugar que tiene con su hijo consiste en hacerlo enojar.

En el curso de este primer tiempo de la entrada en análisis, hacia la cuarta entrevista, le propongo a Ismael que la madre quede fuera del ámbito donde lo recibo; llorando da a entender que no acepta entrar en esas condiciones y me mira con cara de pocos amigos; accedo entonces a su demanda y la madre todavía permanece en la consulta junto a él.

Después de este intento fallido de acotar un espacio tiempo propios para Ismael, comienza uno de sus juegos predilectos: el de cortar con las manos la plastilina en varios trozos, que así transformados en palotes, desparrama por el suelo, con expresión gozosa en su cara; de inmediato los lanza lejos de él, siempre en una misma dirección, a un tiempo que me mira.

Podemos decir que el objeto pulsional excremencial, a partir del momento en el que operó en él una sustracción de goce, por vía de la transferencia, puede dar lugar a una sustitución cuyo testimonio es el juego con la plastilina; se trata de una forma de puesta en circulación como objeto de intercambio que lo habilita a él mismo, al menos de manera incipiente, para circular.

Procedo entonces a una intervención, según entiendo, en lo Real. Dispongo en esta ocasión un recipiente destinado a recibir los trozos de plastilina lanzados. Ismael se enoja y me dice: ‘mala’, a un tiempo que me los lanza con fuerza a mi cara.

Registro el desprendimiento de la plastilina como el germen de un encuentro amoroso, por vía transferencial, en la medida en que las palabras de amor se dicen en la cara, golpean en los ojos y en el alma; recordemos que Cupido, Dios del Amor en la mitología romana, equivalente de Eros en la mitología griega, procede a lanzar flechas dirigidas al corazón de los humanos y es por esa vía que logra despertar el amor en algunos de ellos.

La vía de mi deseo como analista buscará circunscribir la falla en su estructura singular; encuentra un soporte en las variantes que introduzco en el campo de juego, de cuyo registro dan cuenta, por ejemplo, la expresión de enojo o el odio contenido en la palabra ‘mala’. Al respecto, facilitando mi lectura de este enojo sin enojarme, cuento por mi parte con el antecedente del tipo de juego que el padre realiza con él.

El representante del objeto pulsional entró en el discurso por la vía de la palabra ‘mala’, que nos reenvía al odio; éste es, como sabemos, previo al amor y sin embargo comporta ya una cierta elaboración. Mis intervenciones lo propiciaron aquí cuando se orientaron en la perspectiva de facilitar la separación del niño y la posibilidad del hallazgo de significaciones sustitutas.

En una entrevista ulterior, la madre relata que su hijo siempre llora cuando tiene que separarse de ella; de común acuerdo decidimos esta vez que Ismael habría de ingresar solo al consultorio, mientras la mamá lo espera fuera de ese ámbito.

La intervención pasó por decir ‘no’ a la demanda del niño, vale decir, en esta ocasión, que su madre se retire, para introducir que alguien haga falta. Queda habilitada así una vía, apoyada en la transferencia, para ubicar a Ismael como objeto cesible, capaz de desprenderse. Se produce entonces el efecto de sustracción de goce en el punto donde opera el representante de la pulsión, enlazado en la significación ‘mala’ y en el juego con la plastilina.

Esa intervención se fundamenta en poder leer cuál es la lógica a la que responde el síntoma;apuntando a un movimiento de sustracción respecto del goce donde está instalado el niño; ese movimiento, sostenido en el efecto separador del odio, procura despejar la vía para que el sujeto se deje atravesar por el deseo, liberándose del lugar de objeto al que está identificado y desde el cual sostiene al Otro. Esto no excluye la presencia, por vía transferencial, de ese germen del amor que se hace evidente en el juego de arrojar los trozos de plastilinas.

Planteamos así que el deseo del analista debe operar para promover la interrogación de aquellos puntos de identificación con el ideal que pueden llegar a estar funcionando como obturadores, del lado del analista, esto es, determinando que su saber se instale en el lugar de la verdad. Es reportándose a su propio deseo como el analista logra sustraerse a los aspectos engañosos del amor e impide que estos hagan signo, se cristalicen.

Esther Romano. Coloquio de Verano “El amor y sus variantes clínicas”, Escuela Freudiana de Buenos Aires, 6 y 7 de Enero de 2006.