CLINICA DEL CRIMEN Y DE LA VIRTUD. Elena Jabif

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Elena Jabif. El Sigma

El desesperado es un enfermo de muerte. De esta enfermedad se puede afirmar que ha atacado las partes más nobles; y, sin embargo, el desesperado no puede morir. La muerte no es aquí el último trance de la enfermedad... Es imposible quedar curado de esta enfermedad mediante la muerte, ya que aquí la enfermedad y su tormento... y la muerte, consisten cabalmente en no poder morirse. (Enfermedad Mortal, Sören Kierkegaard)

Una investigación realizada en el College de France dirigido por Michel Foucault, motivada en un caso criminal de matricidio y fratricidio, se instituye como acto de juntura entre el discurso psiquiátrico y el derecho penal.

El título completo de la obra analizada por diferentes discursos políticos, filosóficos, psiquiátricos, jurídicos, es “yo, Pierre Rivière, habiendo degollado a mi madre, a mi hermana y a mi hermano...”. La experiencia de Foucault cuestiona entre otros vértices, al derecho penal por los limitados recursos que posee para administrar justicia, al no alcanzar a comprender la riqueza fantasmagórica de la mente paranoica de un criminal.

La presentación del texto aclara en los expedientes publicados en los Anales Publicación Jurídicas, que el núcleo central del drama es el discurso tanto oral como escrito del autor del hecho.

Redactado antes de cometer el crimen, al acto asesino Rivière lo convierte en una virtud para ser contada, garantía de alcanzar la gloria divina en la transmisión pública del relato.

El affaire Rivière despierta un interés fuera de lo común quizás porque toca el punto sensible del matricidio, y un paso más: el fraticidio. Son tiempos donde la sanción tenía valor de espectáculo, la pena de muerte, el dolor corporal, el cadalso daba marco a los castigos infligidos por los Justos, para aquellos que han injuriado la condición humana del No Matarás.

El crimen regicida de Rivière era una batalla singular entre los médicos y los jueces ya que Rivière con certeza los engañaba diciendo que había fingido la locura, los pobladores de Aunay salvaban el honor del pueblo desestimando un sofisticado crimen que los salpicaba a ellos; finalmente el relato del acusado preparado antes del crimen y durante el mismo, ponía en acto una loca contradicción, por un lado afirmaba a los médicos su locura y a los investigadores y jueces les disipaba esa flagrante mentira, e invocaba para si la pena de muerte como sanción capital.

Relato algunos acontecimientos del asesinato del cantón de Aunay en la tarde del 3 de junio de 1835. El criminal había producido un triple asesinato, el de su madre y los hijos de ella con su padre, la alevosía era la traza del crimen, el corte de manera salvaje lo comparten de manera en común cada víctima.

Dos testimonios recuperan dos frases de Rivière, uno con la cuchilla ensangrentada grita “vigile que no le ocurra nada malo a mi madre”; el segundo... “acabo de liberar a mi padre de todos sus males. Se que me condenaran a muerte pero no importa. Le ruego que se cuide a mi madre”.

Tranquilo sin rasgos de anormalidad, en el distrito de su filiación sus 20 años de mirada torva, lo conducen a autodenunciarse, para esgrimir el papel de un místico religioso que obedece la orden impartida por Dios. Ninguna muerte fue fortuita, todo estaba filosamente preparado, el crimen debía “ser así” para “El."

Rivière solo se reconoce en la pureza de su derecho a reparar las ofensas que su madre le realiza al padre “hice lo que hice para liberarlo de una mala mujer... ella lo conducía a la desesperación, a veces él intentaba suicidarse. Maté a mi hermana Victoire porque se puso del lado de mi madre. Maté a mi hermano porque quería a mi madre y a mi hermana”... “aunque mi padre estuviera horrorizado pensé, tendrá un tal horror de mi que se alegrará de mi muerte, vivirá feliz sin remordimiento alguno”. A los ojos de los dioses el mal debe ser expiado, “los crímenes que no se sancionan, se asemejan mas a un cataclismo que a una empresa humana."

Rivière habría mostrado una profunda soledad desde la infancia, su carácter sombrío lo conducía a huir de los otros, presentaba un particular terror por la idea del incesto, temía a las mujeres y creía que un fluido fecundante emanaba sin cesar de su persona y podía hacerlo culpable de monstruosos crímenes. Cuando su madre, abuela y hermanas se acercaban demasiado, él buscaba reparar los daños que había producido el pretendido fluido.

Dice Foucault con ironía que el discurso del siglo 19 no podía tomar la palabra sobre este affaire, pero lo que no era posible decir en ese tiempo, sí se podía decir a partir de Lacán, donde el psicoanálisis podía decir de este caso, que era la ilustración misma de la paranoia.

Con las luminarias de París se logra conmutar la pena de muerte de Rivière por perpetua, la alienación mental del preso lo mostraba creído muerto ya que no quería saber nada de su cuerpo, deseaba que le corten la cabeza pues no le causaría el menor daño, estaba muerto.

“Protágoras en el año 324 Antes de Cristo decía que la virtud puede enseñarse y reconoce el enlace de la misma con el vicio del crimen”, plantea que si la virtud no fuese digna de preocupación, sería imposible comprender la sanción de aquel a quien se castiga. En este punto Protágoras da razones para enseñar la virtud cuando expone una teoría del crimen, “si quieres reflexionar, Sócrates, sobre el efecto encarado por el castigo del culpable, la realidad misma te mostrará que los hombres consideran la virtud como una cosa que se adquiere... castigando a un culpable... no golpea la causa del pasado -pues lo que está hecho es irrevocable- sino en previsión del porvenir”.

En el personaje de Buñuel, de su película Él, estrenada en el año 1953, la forma virtuosa e iluminante se toca con violencia, en el alma del virtuoso. Sensaciones, sentimientos, pasiones afectan el lenguaje pero también muestra la prevalencia de la forclusión del Nombre del Padre y el trastocamiento del registro imaginario, en su relación con lo real.

La imagen especular es una cuestión de fe, en la celotipia el sujeto se identifica en sus sentimientos con la imagen del rival, pero también padece la vivencia fantástica de una intrusión destructora, de parte de el.

Una elección narcisista de objeto cautiva, la imago del sujeto amado envilece los sentidos, el acto criminal suele ser el pasaje al acto por excelencia, última reacción defensiva ante intuición invasora, de la imagen del objeto narcisísticamente adorado.

La cautivación erótica que produce el semejante en la celotipia paranoica, va acompañada de una fuerte tensión agresiva, ya que la lógica es de exclusión: soy yo o es el otro en términos de suprimir al contrario, como una cuestión de vida o muerte.

En 1964 Lacán sitúa 3 puntos, el orden simbólico introduce la falta gracias al Nombre del Padre el neurótico puede aceptar y protegerse bajo el techo de la ley de la prohibición del incesto con la madre.

El crimen recae también de manera virtuosa tanto en Rivière como en Federico, el protagonista de la película de Buñuel, en el semejante fraterno.

El amor fraterno, fundamento de enlace social como observa Freud, sitúa al yo como escenario del amor al otro y el amor de sí, este amor social anudado en el Nombre del Padre promueve serenidad al sujeto.

En la paranoia el complejo fraterno se despliega en la dramática del ser, la pureza amada en el semejante, la virginidad como condición amorosa muestra que el yo ideal sin ser atravesado por la castración simbólica, es el reino de los pleitos. El padre injuriado, engañado, reinvidicado por Rivière dan cuenta desde Lacán a partir de 1975 en Le sinthome, que un padre ha sido indigno y carente de la función paterna para la cual ha sido convocado.

Este camino de redimir a un padre deficiente para transmitir su Nombre produce la Peste entre la relación del sujeto y el Otro sexo.

La piel de Joyce se desprende como un objeto extraño, su cuerpo agredido desfallece, la piel de los cuerpos del incesto de Rivière se cortan en lo real del crimen, el cuerpo especular de la amada de Federico, debe caer bajo el exterminio de un odio enloquecido.

Desde arriba del campanario Federico ve a sus semejantes como inmundos gusanos, la diferencia del semejante, es Mancha en la mirada oblicua del Fürer. Desde la pulida pantalla plana del 2006, el lobo del hombre expulsado de lo simbólico, retorna en la amenaza atemporal de un ataque atómico sobre los pueblos del Mal.

La rivalidad y la codicia degenera en la muerte universal, de generación en generación, de padres a hijos, la filiación al Nombre del padre en el lazo fraterno colectivo, recuerda la dignidad repetuosa al extranjero.

Una respuesta paranoica sobre el ser, produce en lo singularmente compartido por las colectividades la omnipotencia de la pulsión homicida de Caín. Cito: “cuando el hombre no tiene ningún lazo inmediato con el mundo... quiere lo que el otro quiere o posee, su mujer o su asno -para usar las palabras de la biblia- o también su pozo sea de agua o de petróleo (Moustapha Safouan).”

Elena Jabif. el Sigma. 2004