LA HISTERIA EN EL ENTRE-DOS. Mónica Morales.

Tiempo de Lectura: 15 min.

“La histeria nos da la pista de cierto pecado original del análisis. Tiene que haberlo. El verdadero no es, quizá, más que éste: el deseo del propio Freud, o sea, el hecho de que en Freud, algo nunca fue analizado”. Jacques Lacán.

“Hubo una tal Anna 0. que algo sabía del asunto como maniobra de juego histérico, y que presentó toda su pequeña historia, todos sus fantasmas, a los señores Breuer y Freud, quienes se precipitaron sobre ellos como pececitos en el agua. En los Studien über Hysterie, Freud se maravilla del hecho de que en Anna O, no existía la menor defensa. Ella lo daba todo así. Ninguna necesidad de encarnizarse por obtener el paquete entero. Evidentemente Freud se hallaba ante una forma generosa de funcionamiento histérico. Y por eso Breuer como ustedes saben, rudamente lo sintió pasar; porque con el formidable cebo Breuer se tragó esa pequeña nada y puso cierto tiempo en regurgitarla. No quiso saber más del asunto. Felizmente, Freud era neurótico. Y como a la vez era inteligente y valeroso supo servirse de su propia angustia ante su deseo. A esto le debemos haber entrado por medio del fantasma en el mecanismo del análisis y en un empleo racional de la transferencia” .

También uno, como analista, puede “tragarse el cebo”, ¿o acaso tomar el lugar del semblante no se trata de algo de eso?

La neurosis es una pregunta planteada por el sujeto en el plano de su propia existencia. Esta pregunta adquiere en la histeria distintas formas: ¿Qué supone tener el sexo que tengo?. ¿Qué quiere decir tener sexo?. ¿Qué es una Mujer?.

Porque la dimensión simbólica hace que el sujeto humano no sea simplemente hombre o mujer según su anatomía, sino que deba situarse con respecto a algo simbolizado que se llama lado hombre, lado mujer.

La histérica necesita formularse la pregunta por procuración, a través de otros personajes. Así es que pone su yo en otro. Un otro hombre. Y desde ahí puede desplegar el enigma respecto de la Otra, La Mujer. Por eso, a la histérica se la encuentra a menudo en un entre-dos.

En los comienzos de un análisis esta pregunta puede aparecer cerrada para el propio sujeto, hasta que advengan los síntomas como los elementos vivos de esta pregunta articulada.

Voy a hablar de una joven sujeto. Una joven que traía una respuesta compacta, opaca frente a esta pregunta. La cura pudo hacer que el síntoma apareciera para horadar esa pregunta. Que el enigma se relanzara.

L. decía estar detenida. Estudios, trabajo, pareja, todo lo que comenzaba, rápidamente se interrumpía porque caía en el desinterés.

Es su madre quien concurre a una primera entrevista. Había pensado que podía ser yo, la analista de su hija de 18 años. Me conocía de los pasillos del psicoanálisis. Sabía más de mi estilo personal que de mi producción. Es decir tenía conmigo más “buena onda” que transferencia.

Esta entrevista con la madre llega de la mano de una confidencia: “tengo amantes, hace unos 10 años, desde que murió mi padre". “C., el papá de L. también hace lo suyo… estuvimos a punto de separarnos porque lo pesqué en una historia. Pero no me separaría de él, es muy “buscavida”, siempre tiene proyectos económicos... gana dinero… me siento segura con él…”

Luego me habla de L., su hija: "está bien, un poco confundida respecto de qué hacer... me gustaría que vos la atiendas... creo que le alcanzaría con un tiempo breve”.

A los pocos días, me llama L. La madre me había habilitado en la transferencia.

L. viene a hacer unas entrevistas por unos meses, hasta septiembre porque luego se irá con la abuela de viaje. Así comienza el análisis L.: con la prevención de la brevedad de su tránsito. De la brevedad de su tránsito por todos lados.

No puede sostener una carrera, se le hacen muy largas. Todo lo que estudia termina aburriéndola. En los primeros meses del análisis podemos situar que todo lo que empieza termina aburriéndola: estudio, trabajo, pareja.

Se recorta una frase: “No me imagino casada con hijos. No me veo grande, allá a lo lejos”. “Mejor quedarse chiquita, así como ahora a los 18”.

Entonces me cuenta que el padre tiene una hermana muerta. Muerta a los 20 años en un accidente de auto, una noche de fin de año. Hecho trágico que marca la vida de esta familia, y deja a los abuelos de L. en una depresión hasta el fin de sus días. El único remedio que los calmaba, el sentido de la vida que habían encontrado eran sus dos nietos, los hijos del hijo que les quedaba. Vivían para L. y su hermano, en especial, L. que les recordaba a Susana, su hija perdida. L. pasaba mucho tiempo con estos abuelos, siempre preocupada por ellos… “mamá dice que se apropiaron de mí”

L. había visto fotos de su tía muerta pero ahora empieza a verse parecida… Pero si ella es todo para sus abuelos.... cómo no ser la tía?

Entonces, una lectura se precipita: “mejor no llegar a los 20 años…” ¿cómo pensarse creciendo, haciendo proyectos, viviendo…?

L. estaba apresada a una identificación a esta tía muerta, que la llevaba a abandonar todo lo que hacía, y empezar algo nuevo. Siempre empezando, siempre chiquita. Deteniéndose se tiene la ilusión de que se ha detenido el tiempo. L. en el entre-dos de sus abuelos.

La frase “yo no me veo grande, allá a lo lejos...” quizás nos ponía en la pista de algún fantasma. Así, de este modo, L. se ofrecía a un Otro, dándole algo de alimento a su demanda.

El sujeto estaba oprimido bajo una identificación que pudo ser leída en sus efectos. Este análisis que prometía durar unos meses, siguió muchos años más.

El deseo de la histérica es esencialmente deseo de un deseo, un esfuerzo por mantenerse frente al deseo del Otro. Pero para mantenerse allí, ella pagará el precio de ser un objeto.

La cuestión con los hombres era especialmente ruidosa. L. tiene un novio. Pero siempre necesita de otra historia, traer otro hombre a la escena, y engañar al novio, y luego hacérselo saber. Entonces, se pelean, cortan, y al tiempo vuelven a empezar.

Durante varios años. Las peleas son cada vez más fuertes, más pública la escena: el novio de L. corre a las tres de la mañana a su casa a llamarla a los gritos desde la calle para continuar la pelea. Hasta que se torna insoportable, pero imposible de concluir. M. a esta altura era como un hermano para ella. Tan familiar que no se podía dejar, tan familiar que no se podía estar a solas con él.

Los fines de semana se emborrachaban, y L. coqueteaba con algún otro –delante de él, claro está- luego se peleaban... y así continuaba la relación.

L. decía que no podía enamorarse como sus amigas, como las demás mujeres que estaban pendientes de un hombre, sufrían por él... a ella le pasaba como a los varones, que no se enganchan, que tienen en vilo a las mujeres, las dejan esperando... ¿Cómo sería lo otro, lo que les pasa a las mujeres? Los hombres iban pasando por su vida. Uno a uno. Parecía jugar así esa identificación mediadora? Por medio de los hombres se sabe de La Mujer, sobre todo con estos hombres que son tan deseables para las mujeres.

¿Sería esta su manera de acercarse a la pregunta “¿Qué es una mujer?”

Me aventuro a decirle que “come hombres”. Se empieza a recortar el goce que estaba en juego en estas escenas: comer hombres, y mirar hombres, y agrego: mirar para ser mirada, “ser mirada”.

Había un tema que me preocupaba: L. decía que en estado de borrachera “se zarpaba”… ¿Qué podía hacer estando zarpada? Hacer algún strip-tease. “Tranzar” con algún tipo. Y al día siguiente no recordarlo claramente, y asustarse de ella misma.

L. recuerda entonces, un curioso acontecimiento en los comienzos de la pareja de sus padres, un mito familiar: el día del casamiento la mamá de L. pesca a su flamante marido besándose con su mejor amiga. Entonces arroja el anillo al inodoro.... y comienza una pelea con él, que dura ya unos 20 años. Siempre están a punto de separarse, siempre juntos pero cada uno por su lado.

“Mamá sale de noche con sus amigas, algo de trabajo, estudia, hace muchos años con un amigo… van a actividades juntos, también aconseja a veces a papá, o a nosotros. Es como un tío”.

“Papá se divierte histeriqueando en fiestas de amigos con las viejas que le revolotean. “Yo sospecho que papá anda con alguna mina... mamá en cambio, está con sus libros...” “Mamá duerme en otro cuarto, porque papá ronca mucho de noche....” “Son una pareja muy independiente en la que cada uno mantiene sus espacios”.

A estos padres les resulta grato... y necesario ir de vacaciones con los hijos, o salir todos juntos de vez en cuando. Compartir alguna salida de amigos con los hijos. “Mis viejos son muy divertidos... se ponen en pedo... histeriquean cada uno por su lado, y después vuelven juntos...” “Son una pareja libre”.

L. pensaba que el padre era mujeriego, y que la mamá gozaba con sus libros. L. no podía ser la mujer de un hombre, L. no podía estudiar. L. no podía armar una pareja que no se le cayera en cuanto se le volvía estable. El agobio, el aburrimiento llegaban rápidamente. “Yo quiero una pareja independiente, un hombre que no sea agobiante, que se divierta viéndome histeriquear con otros...”

L. había armado una respuesta compacta a la pregunta “¿qué es una pareja?” –Pienso- otro modo de preguntarse, ¿“qué es una mujer”? L. se había identificado a un trazo que le daba la pista de cómo situarse frente al enigma del Otro. Digo: “se había identificado” porque el sujeto no es simplemente pasivo frente a la identificación.

Era esta una respuesta fálica al enigma de la feminidad, respuesta histérica: “armar una pareja libre”. Claro, con qué objeto pagaba?

L. estaba retenida en una posición de goce, pero disfrazada de “libertad”, de disfrute de la vida.

Durante las sesiones se desplegaban relatos de los divertimentos de sus padres. Yo misma me sentía detenida. Me preguntaba ¿cómo horadar esta respuesta que para L. era tan “normal”?. Me encontraba en una situación complicada, no sabía cómo operar: mis intervenciones me inclinaban a la censura. Cuestionar este particular modo de vida, me hacía parecer tan moralista frente a los papás tan piolas. Pero si no lo hacia quedaba en una situación complaciente respecto a lo que sucedía. Había un obstáculo que impedía mi accionar.

Decidí sostener la tensión que me tomaba situándome en abstinencia y esperar el desarrollo del discurso. Ahora pienso a la abstinencia no como mera pasividad, sino del lado del deseo del analista. Parafraseando a Lacán: El inconsciente es lo único de lo que uno puede esperar como analista. (Radiofonía y Televisión).

La espera rindió sus frutos: un relato vino a poner luz.

L. pasa un fin de semana en el campo con sus padres y unos amigos que invita. Los padres de L. participan de la reunión de los jóvenes. S. -la mamá muy sexy- coquetea con los chicos, y Carlos -el papá- hace chistes, toma con ellos, se sitúa como un par. Y hablando de las mujeres dice que no hay amistad entre el hombre y la mujer, “todas son minas”, a ninguna se le puede “perdonar la vida”. Los varones se ríen, las chicas observan.

Más tarde los padres se van a dormir, y los chicos se quedan divirtiéndose. Se ponen a “chupar”, L. se emborracha, y baila mostrando las tetas. Se le ofrece a Juan, amigo de su novio.

Al día siguiente no recuerda lo que pasó. Él le cuenta: “estabas en pedo, te me tiraste encima, pero yo no te hice nada”. Le digo: “te perdonó la vida”.

En esa escena con los amigos el papá quedó incluido como uno más entre ellos… no hay amigas, no hay hijas... “todas son minas”, había dicho su papá… Frente a la caída del significante de la excepción se daban las coordenadas para el acting out: turbación e impedimento, tal como lo formula Lacán en La Angustia. Si el conjunto de los hombres ahora incluye al papá, ¿quién queda por fuera?

Es así que ella terminó convocando, al modo del acting, a un hombre que pusiera límite al goce diciendo: conmigo no.

Le digo que había montado una escena en la que actuaba de la manera en que supone que ellos se calientan.

Se sintió muy avergonzada. La mirada se había puesto en juego. La vergüenza da cuenta de un sujeto hendido por la mirada. El sujeto surge del recorrido de la pulsión, y la pulsión entra así en la retórica del inconsciente y del síntoma. La vergüenza adviene cuando el sujeto se descubre frente a la mirada, “siendo mirada”, y de ahí el giro de la gramática permite situar el “haciéndose mirar”, que ya queda del lado del sujeto. Aquello que se encallaba en la inhibición o estallaba al modo del acting se vivificó al modo del síntoma. Se pudo recortar el objeto privilegiado de esta ocasión: la mirada. Se revela que para situarse en el entre-dos se paga siendo objeto mirada.

El discurso histérico permite que al lugar de la verdad, advenga el objeto. El analista en el lugar del semblante posibilita un saber en el lugar de la verdad: saber sobre el objeto que soy para el Otro.

De esa escena algo más se desprendió. Se descubrió cómo se situaba entre sus padres: “mamá aplaude que me divirtiera con los tipos, que no me comprometa con nadie, que disfrute la juventud…así una se mantiene siempre joven....” Pero ellos se aburren, entonces mamá me lo deja a papá....”

Ambos padres participaban juntos de una tenaz lucha por evitar la castración bajo una de sus caras: el envejecimiento. Ambos se resistían a que el tiempo dejara sus marcas, a que el tiempo transcurriera. L.estaba en el entre-dos de estos padres aprisionada en el goce pactado por ellos.

“Parece ser para ella una oferta tentadora quedarse siempre con estos padres tan piolas, tan juveniles, tan zarpados...” le digo. “Pero entonces, yo soy la Zulemita de papá...” L.en el entre-dos. Lugar de goce, el entre-dos.

Aquella escena que recortó el objeto, dejó caer el semblante. Semblante que me había tomado inadvertidamente. Desde aquella “confesión de la madre” yo me había quedado mirando a estos padres como expresión de ese primer momento donde el analista queda bajo la impronta del semblante que el discurso le impone. Resistir esto es rechazar la transferencia, pero quedarse en esto es detener el discurso del inconsciente.

Yo ocupé el lugar de la mirada, hasta que la mirada cayó.

Mónica Morales