POSICION DEL ANALISTA. Diana Rodríguez.

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EL DESENCUENTRO DE FREUD Y LA JOVEN HOMOSEXUAL

El testimonio freudiano sobre el análisis de la joven homosexual despertó en mí un profundo interés desde los inicios de mi práctica.

Recientemente se publicó en Buenos Aires el testimonio biográfico dado por la paciente de Freud poco tiempo antes de cumplir cien años de edad. La lectura de ese testimonio es pretexto para reflexionar acerca de las consecuencias del fracaso de este análisis que Freud dejó caer.

Freud asume con cautela lo que llama investigación del caso. Nos advierte que la muchacha no demanda nada y que a su criterio, no se trata de una enferma.

Poniendo el énfasis en la homosexualidad afirma que en este análisis se trata de reconducir “una variante de la organización genital sexual a otra”.

No se le escapa que la joven se precipitó en un intento de suicidio que no duda en juzgar serio. ¿Por qué pierde de vista este sesgo y el eje del trabajo analítico esta puesto en la homosexualidad? ¿Porqué el análisis no se orientó considerando que se trataba de una adolescente en riesgo?

Recorrer el texto desde esta perspectiva es una invitación a reflexionar sobre las modalidades de intervención del analista en la clínica con pacientes graves.

Recuerdan, un matrimonio consulta por su hija de dieciocho años.

La joven mantiene una relación amorosa con una mujer de mala fama.

Se exhibe con ella. Frecuenta los senderos cotidianos del padre hasta lograr toparse con él.

En una secuencia vertiginosa todo se precipita y la muchacha se arroja a las vías del tren. Seis meses más tarde los padres consultan con Freud.

La joven es la única hija mujer de una familia de la alta sociedad vienesa y tiene tres hermanos varones. La llegada del último hermano varón en plena adolescencia de esta muchacha vino a complicarlo todo.

Desinterés, frialdad e indiferencia son moneda corriente del vínculo entre esta mujercita y su madre. Una madre que disfruta con marcada ternura la relación con sus hijos varones y trata con demasiado rigor a su única hija mujer.

La presencia del nuevo bebé la aleja aún más de su madre quien la envía lejos luego del parto.

La relación con su madre está teñida por el desencuentro.

Sobre este desencuentro la joven ha hecho su lectura. Ha ubicado en la visión de la diferencia anatómica la razón del desamor materno. Ha visto los genitales de su hermano mayor e interpreta su carencia fálica como la causa del desinterés materno.

En función de esta lectura imaginaria de la falta, la joven habrá de esperar como compensación, un hijo. En eso ve a mamá entretenerse.

La actitud de la madre, nos dice Freud, era difícil de penetrar. Mujer aún joven que acostumbra disfrutar de las miradas masculinas. Se muestra en los salones vieneses, se hace ver ante la mirada de su hija.

En una intimidad promiscua disfruta de las confidencias que la hija le confía sobre el amor que siente por la “coccote”.

El padre es un respetable hombre de negocios. La situación lo exaspera, la cólera lo habita. Su único recurso... las amenazas. El antídoto que propone: un rápido casamiento.

La relación de este hombre con su hija, está interferida por demasiados miramientos hacia su mujer quien procuró siempre mantenerla alejada del padre.

La llegada del nuevo bebé, este regalo que una vez más el padre ofrenda a la madre le genera una decepción profunda y deseos de venganza. Venganza hacia este padre de quien esperaba reparara la falta que cree portar.

Si ya no puede esperar la ofrenda paterna ¿hacia dónde habrá de orientar su condición deseante?

Hacia otra mujer, claro subrogado materno, esto Freud agudamente lo señala. Otra mujer, sustituto materno a condición de rescatar del padre lo que está disponible, una identificación.

El padre está capturado por demasiados miramientos hacia su mujer.

La mirada será la coordenada que estructure su relación con la dama.

Devorar con los ojos, así define sus relaciones con las mujeres a lo largo de sus cien años de vida.

Devorar con los ojos, preeminencia pulsional de un objeto que no pudo enhebrar la función paterna en tiempos de tránsito adolescente. El padre no la identifica mujer brindando esa mirada que le posibilite el ser femenino.

Todas las miradas son para la madre, quien aparece así demasiado colmada.

Dueña de todos los bebes, dueña de todas las miradas.

Mirada del padre, señal de reconocimiento, búsqueda de un signo que le permita identificar que él es testigo y sanciona su metamorfosis adolescente.

Avidez, demanda de ser vista, a la espera de la ofrenda de mirada que el padre entrega como vía de acceso a la femineidad.

La mirada de la joven se ubica vía identificación al padre sobre la “coccote”.

¿Por qué la mala fama de la dama es condición de amor? La dama no tiene hijos, carece de reputación. Carencias que posibilitan estructurar la condición amorosa en torno a la falta. Es un recurso al que apela el deseo para barrar La mujer.

Logra ubicar allí la falta que falta en la estructura.

La da a ver a la opinión pública, la muestra desafiante ante los ojos del padre a quien le arroja en la cara la escena especialmente gestada para él.

Es la estructura del acting-out: donde el deseo impedido de reconocimiento sube a escena y produce su espectáculo. Enigmático montaje a descifrar, donde el deseo para revelarse como verdad se embarca en un camino singular. En la escena lo que se muestra, se muestra como otra cosa. De qué se trata, esa será la lectura a producir.

El encuentro con el padre no se hace esperar: la varonil postura de su hija cortejando a la dama, a la “coccote” de indudable mala fama sólo genera en él una mirada irritada, furiosa, colérica. El padre no interviene, sigue su camino, la deja a la deriva. En territorio materno.

La muchacha en el punto de máxima dificultad advierte a la baronesa de la presencia paterna. Esta pone súbitamente fin a la relación. No debemos vernos más.

La escena se desarma y el pasaje al acto se precipita. Con velocidad inesperada la precaria estructura en que la joven se sostenía cae.

En ese encuentro con la mirada colérica del padre donde se genera el máximo embarazo con el aditamento de la emoción frente a la escena que le hace su amiga se precipita el desenlace.

La joven sale de la escena, pasa al acto, se deja caer.

Es el momento de máximo colapso subjetivo, circunstancia en que el sujeto aparece borrado al máximo por la barra.

“Lo que llega en ese momento al sujeto es su identificación absoluta a ese “a” minúscula al cual ella se reduce.”

Identificación al pequeño “a” en su función de deyecto, de resto, “de lo que es este objeto, el nuestro, el “a” del que hablamos, en la apariencia de lo deyectado, de lo arrojado al perro, a la basura, al tacho, al desecho del objeto común, a falta de poder ponerlo en otra parte”

Identificada al “a” en su función de deyecto, en su función de resto, la joven cae fuera de la escena.

La coordenada en la que se sostenía, esa relación imaginaria con la “coccote”, le brindaba al menos laposibilidad de mantener despierta la condición deseante.

Al derrumbarse el soporte especular, frágil por cierto, que le posibilitaba la relación con la dama, el desalojo materno vuelve a ella con sus consecuencias catastróficas. El estrago del desamor materno que signó su vida la arroja a un abismo mortífero.

En esta posición de arrasamiento subjetivo se inicia el análisis.

En el seminario de la angustia Lacán se detiene en el relato de este análisis precisamente cuando está desplegando el concepto de objeto “a” y en función de ese objeto, reformula su definición de transferencia.

En este análisis el “a” está tan presente, ocupa el centro de la escena.

Este “a” desenlazado pone en riesgo la vida del sujeto y es lo que Lacán nombra transferencia salvaje.

Allí donde Freud, tomado por la demanda paterna de “normalización” ubica el obstáculo en reconducir una elección sexual a otra, Lacán se pregunta ¿cómo hacer entrar el elefante salvaje en el cercado? ¿Cómo poner a girar el caballo en el picadero?

Dimensión real que en el inicio de la cura nos ubica ante un sujeto que no sólo está retenido en el lugar de objeto, sujeto a la demanda del Otro, sino que está radicalmente identificado al objeto.

La cura avanza con una alerta participación intelectual de la joven. Sin embargo “La impresión que daba su análisis se asemejaba a la de un tratamiento hipnótico en que la resistencia se ha retirado hasta una determinada frontera donde resulta inexpugnable”.

Freud indica precisamente el nudo de la hipnosis al formular que en ella el objeto es un elemento difícil de captar, pero indiscutible: la mirada del hipnotizador.

Si el análisis se detiene en ese punto es porque el analista está ubicado en esa posición.

En lugar de privilegiar el “a”, que todo el tiempo le hace señas y alojarlo en el espacio transferencial para interrogar desde allí su enigmática presencia, intenta conducir a la joven por el camino del Ideal.

La demanda del padre de la joven orienta el análisis hacia el horizonte de la “normalización”. La resistencia es del analista que coagula el avance del análisis. Descuida el lugar del “a” y no puede abordar la escena del deseo.

Espejo que no rota e impide el acceso a la estructura. Mirada que no cae y reedita la dificultad paterna para vehiculizar la falta.

La posición femenina no podría ser abordada sino a posteriori de la lectura del acting-out.

Cada día la joven al salir del consultorio de Freud va a encontrarse con la “coccote”.

Como el paciente de Kris que sale de sesión con ganas de “sesos frescos”.

Se muestra al analista como una dama de mundo llevada a un museo observando a través de un monóculo unos objetos que le son por completo indiferentes.

Son los objetos que el Otro le propone los que no le interesan. Los objetos que el ideal familiar considera adecuados: marido, bebes.

Freud descuida el lugar del “a” en el espejo del Otro. Hipnotizador hipnotizado, no puede interrogar la escena donde la joven se eternizará con las mujeres: devorar con los ojos.

Finalmente Freud se da por vencido. “Transfirió a mí esa radical desautorización del varón que la dominaba desde su desengaño por el padre. Interrumpí, entonces, tan pronto hube reconocido la actitud de la muchacha hacia su padre y aconsejé que prosiguiese con una médica”

¿Por qué el analista no acepta la jugada que la transferencia propone? ¿Por qué la deriva a una mujer? ¿Por qué la deja caer?

En todos los testimonios que Freud nos brinda la caída de este análisis es única.

“Dejarla caer es el correlato exacto del pasaje al acto de la joven”, propone Lacán.

El analista capturado en el lugar de la mirada paterna al que lo promueve la transferencia, ubicado en el centro de la escena, no puede sostenerse en su función.

La posibilidad de que irrumpa la transferencia salvaje que está allí agazapada lo hace retroceder. Identificado a la mirada del padre, ve venir angustiado la repetición del pasaje al acto.

No se equivoca. Hoy sabemos que poco tiempo después el pasaje al acto se reedita. En una ocasión la joven toma veneno y tiempo más tarde intenta matarse con un disparo en el pecho.

Sobrevive pero ni ella ni sus padres volverán a consultar a un analista.

La instalación de estos análisis que se inician con avatares extremos de la subjetividad como un pasaje al acto suicida requiere de ciertas condiciones para que se instale la transferencia.

Las maniobras iniciales no apuntan a la rectificación subjetiva, dijimos que el sujeto está arrasado, identificado al “a”, resto caído, y se tratará en los primeros tramos de la cura de orientar las intervenciones que permitan rearmar el andamiaje imaginario. Recuperar las cubiertas yoicas, rearmar las consistencias.

Alojar al sujeto, en realidad esta promesa de sujeto a la que el analista apuesta en tanto es él quien supone allí un sujeto.

Alojar en el espacio transferencial que la presencia del analista ofrece, propiciando que en esos pasos iniciales se instale, como me decía una muchachita, “un lugar para mi locura”.

El mecanismo de la operación analítica es el mantenimiento de la distancia entre el ideal y el “a”. Para recuperar la distancia coagulada entre el sujeto identificado al lugar del deyecto y la emergencia de la subjetividad.

Si logramos que la transferencia se instale tengamos presente que tarde o temprano la transferencia salvaje entrará en escena.

Cuando el sujeto se muestra ante el analista orillando la ribera entre la vida y la muerte, la angustia que no aparece en el sujeto, la angustia eludida en el acting y en el pasaje al acto, la angustia bordeada, agazapada, puede aparecer en el analista.

La dirección de estas curas no es sin la angustia del analista que es lo que podemos suponer paralizó a Freud.

La angustia del analista no debe dirigir la cura, puede sin embargo orientarla.

¿Cómo situarse entonces en el recorrido de un análisis que nos enfrenta a un sujeto que se desliza de acting en acting por una pendiente mortífera?

¿Cómo orientar la cura para evitar que la angustia presente en el analista dirija su acto? Es lo que les propongo debatir.

Diana Rodríguez

Presentado en el segundo Congreso Argentino de Convergencia. “Vigencia del psicoanálisis. Incidencia política y social del acto analítico”. Buenos Aires, Agosto del 2005.