ADIOS A LOS NINOS: ESTRUCTURA Y DESTINO. Liliana S. Donzis

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Por esos pliegues de la historia vieron la luz en el mismo año. Los antecedieron búsquedas y desencuentros. Creencias, mitos y alquimias en las que no fueron soslayados los sueños y los misterios. Como así tampoco la complicidad de su tiempo y el desconcierto que su llegada causó entre sus contemporáneos.

Tal vez fue una de esas raras casualidades en las que el surco de estas nuevas vidas se enlazó a lo real y jugó su carta, su apuesta, corriendo sus riesgos.

Nacieron sin saber el uno del otro, aunque cualquiera pudo haber notado que no era imposible su encuentro. Así fue que sus recorridos paralelos, como paralelas son en ocasiones las vías del ferrocarril, pasaron uno al lado del otro, se tocaron, se cruzaron y porque no también se amaron.
Destinos no idénticos en los que malos encuentros signaron episodios que merecen olvidarse. Ambos tejieron algo con el olvido y la letra; con la imagen y el movimiento. Con el dolor, el goce, el amor y la escritura.

Su año de nacimiento coincide: 1895.

Sus nombres: Psicoanálisis y Cinematografía.

Fue en 1895 cuando los hermanos Lumiére expusieron las primeras imágenes en movimiento ante un destacado grupo de personas en un sótano de un café parisíno. Estremeció al instante: Un tren se acerca a toda velocidad, el movimiento era inaudito. Quienes presenciaban el espectáculo gritaban mientras se sorprendían .La locomotora se les venía encima. Literalmente podía aplastarlos.

Asombro del cine que ha contribuido a transformar la estética.

En 1895, Freud soñaba su sueño freudiano, mientras que el inconciente mostraba sus primeras eficacias, escribía una nueva ética que tampoco dejó de escandalizar la moral victoriana de su tiempo.

Psicoanálisis y cinematografía dejaron sus huellas en este siglo. El primero, en trazos escogidos de la verdad; el segundo en tanto la verdad, cito a Lacan, no es demasiado bonita, lo bello de las imágenes vale no solo por su esplendor sino por su valor de cobertura.

Mérito del psicoanálisis advertir que algo se hará oir aunque sea más tarde, como retorno de lo reprimido hará de lo olvidado recuerdo inolvidable en el síntoma.

Louis Malle, cineasta francés, a partir de una pincelada autobiográfica nos transmitió algo de lo visto y lo oído. Adios a los niños, es el título con el que dió a conocer algunos trazos de historia, como asimismo este film es un fresco de un tiempo de la niñez. Tiempo que Freud denominó latencia.

A partir de la experiencia en la clínica con niños me servirá de este cruce cine y psicoanálisis para desplegar algunas consideraciones sobre la latencia, entendida en sentido lógico y estructural antes que como momento cronológico.

No se trata pues de aspectos madurativos, ni del desarrollo acabado, ni del punto de vista genético de las afecciones analizables sino de un tiempo de subjetivación dependiente de la estructura del lenguaje, lógica ligada a la dimensión significante de la estructura, del objeto "a" y su articulación al Otro.

Es con el niño que se evidencia la primacía de la relación del sujeto al discurso del Otro y la práctica analítica con niños nos testimonia la chance de casi asir en lo real la manera según la cual el sujeto surge de la masa significante del Otro. En diferentes grados el niño se halla en el borde entre objeto y sujeto. Asimismo en la clínica se puede localizar estos puntos de transformación.

No obstante, el significante niños en la clínica acentuó, a mi criterio fallidamente, un intento de homogeneizar un campo altamente heterogéneo. El conjunto niños se puebla de elementos diversificados siendo un requerimiento clínico y teórico reconsiderar sus diferencias según los puntos de torsión estrcturantes, pues "los niños" no son una bolsa de gatos. Una mínima observación nos permite diferenciar el niño que concurre al jardín de infantes de otro que asiste a la escuela primaria. Sus intereses y posibilidades difieren, así como también difiere su relación con los otros y su inserción social varía ostensiblemente.

La apuesta de una clínica del juego si bien es necesaria no resulta suficiente a la hora de desbrozar en ella las intervenciones del analista. Estas no pueden limitarse solo a jugar pues la importancia de lo lúdico radica también, en la posición transferencial en la que se juega el analista en el juego.

¿Es suficiente considerar el pasaje de la angustia al síntoma, como el modificador por excelencia de este cambio de posición subjetiva? ¿De un tiempo instituyente a otro tiempo?

Es conocida y muy difundida la carta que envía Lacan en respuesta a las preguntas de Jenny Aubry, publicadas con el título: "Dos notas sobre el niño". En ella Lacan sitúa dos posiciones de afección en la infancia. Una ubica al cuerpo del niño como soporte de objeto del fantasma materno, y la segunda refiere el síntoma del niño como respuesta a lo que hay de sintomático en la estructura familiar, en este contexto representante de la verdad. Ahora bien, respecto de esta última posición, ¿la localización del síntoma concierne al retorno de lo reprimido del sujeto del inconciente?. ¿Síntoma que al tiempo que vele haga texto en su desciframiento?.

Dicho de otro modo, ¿adviene el campo del sujeto eslabonado al deseo, respuesta del sujeto a la interrogación promovida en el significante de la falta en el Otro?. ¿Tejido en la trama que del Eros hace del deseo presencia de la falta?.

En la actualidad la pregunta por el síntoma parece a contrapelo de las preocupaciones analíticas del momento, por el contrario los analistas manifiestan interés por aquellos padecimientos en los que no se recorta el síntoma en el discurso.

En la niñez el armado del síntoma es crucial, pues su presentación evidencia el entramado de lo simbólico, lo imaginario y lo real. Mientras que destaca los efectos del nombre del padre.

El período de latencia brinda la escenografía del despunte sintomático, la emergencia del lapsus que interroga el pas-de sens. Tiempo de apertura de sentido, florecimiento de sentido, entre imaginario y simbólico. Mientras que permite ese efecto de lo simbólico en lo real que concierne al síntoma.

Los tiempos instituyentes indican que en las primeras marcas fundadoras del sujeto se escriben los eslabones de origen, que por vía de la identificación primordial harán estructura de nudo borromeo.

No obstante, es en la latencia, tal como se verifica en la clínica, que se despliegan en acto los efectos del anudamiento y los modos en los que opera el nombre del padre.

Lacan puntualiza en el Seminario RSI, que el nudo se soporta en la metáfora no sin anclar en la versión del padre.

Eficacias patentizadas en el lazo social, modo en el cual el sujeto se entronca al discurso, inaugurando en la latencia, Lacan dixit, su entrada en el concierto del mundo.(1).

En este período el niño configura la escena del mundo, tejida con fuerte textura imaginaria, tintes del fantasear que colorean sus primeros sueños y que por efecto del significante esa escena del mundo ahora es dibujada y mapeada con rutas y veredas por las que se puede o no pasar. Tiempo, entonces, del "elige tu propia aventura", en la película que cada quien se inventa, pero que aún no es llevada al acto. Sin embargo, contituye la trama imaginaria y simbólica necesaria en la cual el adolescente se refugiará y se "acolchonará"... cuando en ese otro tiempo entre en acción.

Si esta entrada en acción propia de la adolescencia se anticipa, se convierte en fuente de actings, sufrimientos e inhibiciones. Acaso, ¿no son estos los motivos más frecuentes de consulta al analista, en ese momento de la niñez?.

El latente, sujeto en souffrance, esta a la espera de un goce sexual y en interrogación al goce del Otro, del otro sexo.

En el trabajo clínico con latentes se pone de manifiesto que en este período se produce una acumulación de imagen e historia. De carácter preconciente, que como tal se enlaza a la serie de las huellas mnémicas. Huellas de las Wortvorstellung, representación de palabra, que funcionan al modo de restos diurnos, construyendo una escena donadora de sentido, posible de ser recordada a posteriori y en retroacción. Escena forjadora del fantasma , que en un trabajo previo denominó: "La orilla del fantasma". (2)

Escena a la que se puede volver en los impasses de la sexualidad. (3).

"Lo que nos hace progresar de una significación del mundo a una palabra que pueda formularse, la cadena que va del inconciente más arcaico hasta la forma articulada de la palabra en el sujeto, sucede entre percepción y conciencia, como se dice entre cuero y carne y allí es en Aufbau-construcción, estructura, en la medida en que la estructura significante se interpone entre percepción y conciencia, ahí el inconciente interviene por medio de las Bahnungen. La estructura de la experiencia acumulada yace y queda inscrita allí." (4).

El latente lleva la marca de este primer andar por el mundo entrelazado a lo semejante, al semejante y enfrentado también a lo Fremde, lo extraño, lo extranjero.

En el andén de una estación ferroviaria de Paris, en tiempos de la Resistencia Francesa, Louis Malle del mismo modo en que los Hermanos Lumiére iniciaron las primeras escenas del cine, comienza su "Adios a los Niños".

Una despedida se vislumbra en la imagen de una locomotora que aún está detenida, mientras que los soldados alemanes hablan en su extraña lengua, Julián y su madre dialogan.

"Solo piensas en mi, te voy a extrañar, hijo" Me gustaría disfrazarme de muchacho e ir a la escuela contigo, -Ese será nuestro secreto- El tiempo pasa rápido.."

Julián: "El tiempo pasa lentamente".

Una pequeña ciudad de la campiña será su nuevo albergue, allí Julián se encuentra con sus antiguos compañeros. En el frente de una casona de piedra se lee en su fachada: Convento del Carmen. Escuela San Juan de la Cruz.
Será en el ámbito escolar donde transcurre y se desarrolla el film.

El director del establecimiento, el Padre Jean presenta a tres nuevos alumnos. Entre ellos Felician Bonnet, quien cruza inmediatamente miradas y palabras con Julián. En el pabellón- dormitorio sus camas están una al lado de la otra.

Tal como expresó al comienzo de este trabajo, estos dos niños: Julián y Bonnet nacieron también en el mismo año, sin saber el uno del otro, sus senderos se cruzaron como se cruzan en ocasiones las vías del ferrocarril.

La vida de escuela transita entre lecciones de matemáticas, clases de geografía e historia, matizadas en recreos con juegos y mercado negro de mermeladas.

Bonnet rechaza la carne que le ofrecen, tampoco reza antes de ir a dormir como lo hacen los otros niños. Todo indica en ese amplio espacio católico en el que no escasean vírgenes y Cristos, que Bonnet, el nuevo, no es uno de ellos. "Bien parece un Judío"; comenta uno de los niños.

Cualquiera pudo haber notado que no era imposible su encuentro, Julián y Bonnet se hacen amigos. Semejantes entre semejantes. Los juegos, las chanzas y los cuentos que circulan en la escuela transmiten de escena en escena lazos de discurso , palabras que los niños intercambian en las que se modulan amores, odios, rechazos, traiciones y silencios.

"La latencia es la fuente en el sujeto de los puntos de construcción de todo su mundo objetivo. Llega allí a no ocuparse más de la trama incestuosa que restará inconciente". Esta frase pronunciada por Lacan en el seminario de 24 de abril de 1959, corresponde a uno de los pocos lugares en los que Lacan trabaja este tema y que me permite comentar lo siguiente.

En este período diferenciable en la infancia, el niño ya no es el de antaño, los ecos de esta distinción en la subjetividad generan consecuencias en la clínica evidenciables en el movimiento transferencial, en el juego y en el trabajo pulsional. Respecto de la actividad lúdica en esta se patentiza el juego como función de un retorno, producido en relación a la falta, en ocasiones se configura la posibilidad de su lectura al modo de una formación del inconciente. En esta línea es factible coincidir con lo postulado por Melanie Klein, para quien el juego es retorno de lo reprimido y con valor fantasmático, aunque a mi entender el error kleiniano fue considerar el juego con este valor sintomático en todo el recorrido de la niñez. 

Considero que solo concierne al desciframiento, en la latencia, pues lo reprimido no esta escrito más que al nivel de su retorno.

Las viscicitudes pulsionales sufren el impacto de una transformación, que Freud ilustró con justeza en la frase: "Trono y altar tambalean". Los destinos pulsionales encuentran el camino de la sublimación que en el planteo freudiano es una de las raíces de la ética en la niñez. La otra faz de la ética Freud la articula al surgimiento de la instancia del Superyó. Para Freud las primeras sublimaciones están subtendidas en la desexualización de los objetos primarios e implica un pasaje de cargas de los objetos endo a exogámicos. "Las tendencias libidinosas quedan en parte desexualizadas y sublimadas, cosa que sucede probablemente en toda transformación en identificación y en parte inhibidas en su fin, transformadas en tendencias sentimentales. Así comienza el período de latencia.". (6)

El mecanismo sublimatorio, nos dice Lacan en el seminario VII, debe buscarse en una función imaginaria, especialmente aquella del fantasma, que es la forma en la que se apoya el deseo del sujeto.

Es así que la pulsión accionada en el borde erógeno en su enlace a la demanda del Otro viabiliza la eficacia que la castración aporta, delimitando una orilla entre pulsión y fantasma.

En la dimensión simbólica el significante adquiere todo su alcance pues es imposible sin su intervención distinguir el retorno de lo reprimido de la sublimación como otro modo posible de satisfacción de la pulsión.
El latente puede presentarse como un artesano, un pequeño poeta, un constructor y director de películas de difícil realización.

Ahora bien, nada de esto sería factible sin no mediara inaugurando la entrada en latencia una perdida , un vacío central. Pérdida inscrita como pérdida de goce que no es sin duelo. El duelo por el falo.

En esta operación de torsión estructural y estructurante, el falo cae destronado como privilegio del Otro, como aquello que en calidad de objeto representaba en el campo fantasmático del Otro. Esta pérdida correlativa al significante de la falta en el Otro, arroja en esta entrada y en segunda vuelta ese resto, motor de la causa del deseo. Este duelo que abre el descenso edípico, será una peripecia decisiva para lo que vendrá, en la pubertad, nueva vuelta en la que se remodelará la posición sexual.

A la operatoria de inicio de la latencia, Freud la designó con el vocablo: Untergang. Ruina, declinación cuya clave la significación fálica es marca de la unión y del retorno que promueve el pasaje del plano de la demanda al plano el deseo. Esta clave, el falo, en su doble vertiente, menos þ y falo simbólico que arranca, extrae de esas ruinas una renuncia de caríz narcisistica, según la óptica freudiana y desde el ángulo simbólico abre la brecha de la cadena significante formadora del piso de la enunciación. Efectos que se desprenden de lo que el sujeto aportó en sacrificio, en holocausto a la función del significante faltante.

El falo restará velado, no aparecerá sino como resplandor, reflejo al nivel del objeto. "Será pura sombra".

La función de este duelo no solo implica que los fragmentos, los detritus más o menos incompletamente realizados del complejo, van a resurgir en la pubertad bajo la forma de neurosis o de perversión. Sino que ya en este período, en ocasiones se producen una variedad de afecciones, incluso psicosomáticas correlatos patológicos de este duelo no duelado, corolario de una retención de goce.

Lo expuesto puntúa el camino a la variedad de la neurosis, si consideramos la latencia como una operatoria de torsión subjetiva, allí prescribe la flexibilidad de la estructura y precisamente cuando no son evidenciables sus articulaciones el futuro subjetivo es incierto.

En el adios a los niños se conjuga el primer adios a los padres, de sus marcas queda la nostalgia de una cita para la que ya no habrá encuentro.

En los enigmas promovidos por lo contingente, sexo y muerte se resitúan.

Julián, en su estadía en la Escuela San Juan de la Cruz, escuchará en cierta ocasión los acordes de un piano, que brotan de las manos de su compañero Bonnet, Julián parece no advertir que es la música que prefería su madre. Son esos acordes los que brindarán la intermediación necesaria para el disfraz que la madre le hubo prometido. Ella aparece, según lo prometido, en el cuerpo de un muchacho ,de un compañero. Allí lo espera el dolor de otra muerte.

En la última escena del film, marco de la ultima cena, se denuncia la presencia del niño judío en la escuela.
Pese a los esfuerzos del Padre Jean, la requisa se produce. La ejecución de la orden de exterminio que como tal es irrepresentable, ya que es de lo real, atravesará de una modo indeleble a Julián. Despedida de su amigo Bonnet así como también del Padre Jean quienes son transportados para la llamada: solución final.
Dioses de la noche que Julián recordará a lo largo de sus días. La cámara vuelve en la escena final sobre el rostro de Julián niño en el patio de la escuela primaria. La voz en off de Julián adulto dice: "Recordará esa mañana de enero hasta mi muerte".

Sera por vía de la segunda muerte, primera en sentido lógico, la del significante, que Julián como otros niños ,aún que cada quién con su propias escenas, delimitará en la acumulación de imagen e historia sus cuotas de goce.
Para concluir, comentará las frases de un niño llamado Federico: "Los grandes cuando ven una película, la pueden creer o no , pero cuando sos un pibe una película te puede cambiar la vida."

Liliana S. Donzis. Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis: Buenos Aires; 1995.

Notas
(1) J. Lacan "El deseo y la Interpretación", Seminario IV/ Clase 24/ 4/ 59
(2) Liliana S Donzis "El análisis de niños y sus fantasmas" Biblioteca de la E.F.B.A.
(3) Interlocución con Enrique Millan
(4) J. Lacan Seminario "La ética"
(5) Liliana S Donzis "El juego en un carretel"