I had a new tricycle, red and yellow and with a bell… do you think they have destroyed my tricycle too? (-Nedim, 5 años. Refugiado de Sarajevo)
Violencia, maltrato, grandes golpizas. Abusos sexuales, prostitución infantil, niños dealers.
Estos son algunos de los nombres del malestar en la infancia.
Mundo infantil que los románticos catalogaron de angelical e inocente. Sin embargo desde los albores de la historia la infancia también fue sitio de hostilidad, odio y también cuerpo en el cual el erotismo encuentra lugar para su despliegue.
El andamiaje en el que advendrá el sujeto en tanto es fuente de erotismo queda marcado por una fijación que fue antes fijación ajena , es decir del Otro.
No es sin consecuencias para el niño, sujeto al fin , las maniobras amorosas ,eróticas u hostiles de las que fue objeto. Al niño lo atraviesan las marcas que el Otro le infringe escribiendo consistentemente su cuerpo, demarcando zonas erógenas que sensibles al lenguaje dicen y dirán de las fijaciones pulsionales .
En la niñez se dibuja y contornea el cuerpo que será el mapa en el que se desplegarán los itinerarios de la pulsión y sus derivas de goce.
El cuerpo del infans se presta a la demanda del otro, incluso a las manipulaciones y maniobras sean estas amorosas u hostiles. De odio y de ultraje.
Ahora bien, estas son algunas de las coordenadas por las que el cuerpo de los niños, los niños como cuerpo, cobran valor fálico y por esto mismo, en la degradación de la cultura , toman valor de mercancía.
La pedofilia es el ejemplo paradigmático que el campo de las posiciones perversas nos ofrece para repensar el lugar emblemático que toma el cuerpo de los niños.
El cuerpo sin tiempo, siempre niño, es el objeto erótico del pedófilo. Este ama y goza de y del cuerpo sin tiempo, ese en el que la castración no tiene efecto. La fugacidad del instante es el marcador a través del cual entre el antes y el después constatamos la eficacia del corte. Por el contrario, para el pedófilo no hay corte ni paso del tiempo.
La renegación de la castración opera a la hora de gozar de un cuerpo pues estos, los cuerpos, deben mantener para el pedófilo una condición, siempre la misma: su estado intemporal, detenido en lo impúber en tanto sustancia gozante del Otro. Eclipsando la chance del niño como sujeto deseante ya que en el acto del perverso no importa el nacimiento del deseo del niño.
Otras degradaciones conoce nuestra cultura, el robo de bebes, el tráfico de niños nos ilustra esta barbarie de todos los tiempos a la que puede sumarse la apropiación de bebes nacidos en el cautiverio y desaparición forzada de sus madres quitándoles su legítimo derecho a la identidad y al conocimiento de su historia.
Desde otra arista el brillo fálico del niño invita al despliegue de la mirada, los cuerpos niños se consumen públicamente en los films publicitarios. Venden y se venden.
Se transforman a causa de la impronta fálica que reciben del Otro en el resto que es a su vez causa de diferentes apetitos sexuales, por efecto de la misma resultan ángeles y portadores de deseos, es así que el mercado les pone precio a cuerpos victimizados por la explotación.
Los niños han sabido del trabajo a destajo tanto en la minas como en las misas, tanto en las canteras como en los burdeles. También en la calles contrabandeando porro , merca y "queta" .Rápidos y agiles despliegan alas que como los personajes de Chagall los hacen volar por entre los techos y maltrechos de alimentos también vuelan con pasta y poxirrán.
Los niños han sabido del trabajo a destajo tanto en la minas como en las misas, tanto en las canteras como en los burdeles. También en la calles contrabandeando porro , merca y "queta" .Rápidos y agiles despliegan alas que como los personajes de Chagall los hacen volar por entre los techos y maltrechos de alimentos también vuelan con pasta y poxirrán.
Indiferencia, abandono, silencio
Con Freud hemos aprendido que de las raíces de la infancia pende la posición del adulto. La condición de prematuración expone al infans a una dependencia estructural y estructurante al Otro, condición humana que nos hace sensibles a los ecos del decir de los padres, de quienes transmiten la lengua y que al mismo tiempo son soporte de diferentes identificaciones.
La transmisión de la lengua fabrica los eslabones que hacen al pasaje generacional, la lengua que nos parasita lleva el gérmen de lo traumático, que es en si un hecho de lenguaje.
El trauma puede o no entrar en discurso, Freud calificó una u otra de estas alternativas como trauma positivo o negativo con consecuencias también diferentes entre sí. Tanto los excesos amorosos como asimismo los hostiles inciden a la hora de los padecimientos que en el mejor de los casos se escriben discursivamente.
La clínica con niños nos testimonia de hostilidades menos evidentes que las mencionadas en el apartado precedente pero también son del orden de lo cotidiano y de difícil elaboración. Entre padres e hijos observamos la instilación de odios, de productos no discursivos que muerden la estructura del infans. Ambos padres o alguno de ellos que maltratan sin ejercer violencia directa sino que ésta es encubierta y silenciada .En ocasiones se ponen en escena odios ancestrales, es decir de generaciones anteriores que pasan sin solución de continuidad a la generación siguiente.
El odio es de lo real , reniega de la diferencia y en ocasiones funciona como la injuria : ataca el cuerpo y lo esclaviza a un goce que hace falta que no. Uno de los nombres de este odio es la crueldad ; Fernando Ulloa suele plantear que se trata de un odio primordial que no se amarra a lo simbólico y que no hace par con la ternura que humaniza .Acuerdo con su lectura , es más la niñez se amasa entre estos odios y ternuras que deben enhebrarse al discurso, de lo contrario producen inhibiciones y angustias .
Quienes trabajamos con niños advertimos que muchas de las dificultades por las que los padres de un niño consultan a un analista se tejen con los hilos del odio y la hostilidad entre ellos y para con el niño. Odio pasión del ser, hostilidad como contracara del amor cubren silenciosamente las sintomatologías más variadas .Los padecimientos en la infancia están poblados de abandonos y desalojos ocurridos por efecto del desenlace del amor y del deseo, es así que el niño queda a merced de goces mortíferos.
En ciertas circunstancias, nos encontramos frente a emergencias, esas que se despliegan en las guardias pediátricas, que surgen como correlato de escenas de la vida conyugal que sin más trámite subjetivo que el pasaje al acto pasan al cuerpo del niño desatando una dramática que ataca sin pasar al discurso. Asimismo hostilidades lascerantes despojan al niño del necesario y mínimo sentido que aporta el juego. Nada para dibujar ni decir de lo inconmensurable de ciertos goces que empujan al niño a pasajes al acto, intoxicaciones y accidentes .Urgencias cotidianas efecto del desalojo en el Otro.
No es nueva la pregunta que nos formulamos acerca de la posición del niño, no solo como objeto de un fantasma, sino como objeto bien real en la contienda de los objetos de la separación de bienes matrimoniales. En el "esto es mío, esto es tuyo" los niños padecen de ocupar el lugar de los objetos de la pulsión. Son escupibles, mordibles, desechables, excrementos con valor de cambio.
De quién son los niños en estos casos? Se ha escrito y debatido en abundancia sobre los hijos del divorcio, no me extenderé en ello ni es mi intención bregar por el bien, sino recordar que más allá de la voluntad de los padres queda claramente expuesto en algunos casos que el odio muestra que el niño representa el producto de la cópula sexual de los padres y que la disputa concierne a mantener un dominio sobre el goce, que es en si imposible. Los niños representan ese poco de sentido de un goce que no termina de caer.
A veces los hijos son el lugar de una exhibición obscena de las respuestas del odio, se convierten en la afirmación yoica que manifiesta que no se ha podido destituir al otro de la pareja conyugal. Lo que era compartido, quien era un lugar común del lenguaje cotidiano se torna en espacio de un goce devastador.
De quién son los niños en estos casos? Se ha escrito y debatido en abundancia sobre los hijos del divorcio, no me extenderé en ello ni es mi intención bregar por el bien, sino recordar que más allá de la voluntad de los padres queda claramente expuesto en algunos casos que el odio muestra que el niño representa el producto de la cópula sexual de los padres y que la disputa concierne a mantener un dominio sobre el goce, que es en si imposible. Los niños representan ese poco de sentido de un goce que no termina de caer.
A veces los hijos son el lugar de una exhibición obscena de las respuestas del odio, se convierten en la afirmación yoica que manifiesta que no se ha podido destituir al otro de la pareja conyugal. Lo que era compartido, quien era un lugar común del lenguaje cotidiano se torna en espacio de un goce devastador.
Hostilidades de la vida cotidiana nutren al niño con la derrota del lazo social.
La derrota de la palabra, el pasaje a la brutalidad del odio sindica al niño como el objeto de una reivindicación gobernada por la pasión que al mismo tiempo lo ignora como sujeto.
Nedim, el niño refugiado de Sarajevo que cité en el epígrafe, le podrá preguntar al psicoanálisis, ¿quién ha destruido mi bicicleta, también?
Liliana Donzis. Noviembre de 2003.