EL DUELO DE LA MADRE. Mariel Alderete de Weskamp.

Tiempo de Lectura: 17 min.

EL título del trabajo que hoy propongo, "El duelo de la madre", permite al menos dos lecturas: Una, el duelo que la madre realiza por sus hijos, duelo del objeto falo que el niño es para la madre. Tal duelo no es de una vez y para siempre. Serán los sucesivos desprendimientos: el nacimiento y la sensación de vacío corporal que éste determina en el cuerpo de la madre, el destete, la escolaridad, la adolescencia, los que irán marcando una y otra vez la pérdida de ese objeto que encuentra alojamiento en su fantasma.

De este duelo se sabe en los análisis, se conoce en la vida.

Otra lectura posible que la partícula "del" permite, es la del duelo por la madre. Duelo por la madre, necesario y no tan fácil de transitar.

Pero no es uno sin el otro. Se entrelazan, se superponen, uno es condición del otro, sin que haya una continuidad temporal.

Es del duelo por la madre que hoy quiero hablar.

La clínica me ha mostrado que para poder efectuarlo, es condición haber transitado el camino que hace posible que una hija se haya despojado del odio y de la decepción, profundamente reprimidos y olvidados, que alguna vez tuvo con relación a su madre.

Es el momento en que muchas analizantes abandonan sus análisis, a veces bajo la apariencia de una cura sintomal. La resistencia en este punto es muy intensa, toma la forma de "allí me quedo, no quiero avanzar". Avanzar sería reconocer la castración del Otro primordial, producida por un "desprendimiento de lo Real del cuerpo de la Madre", con lo que el propio cuerpo de la hija aparecería agujereado, vaciado. No ya aquel vacío corporal del nacimiento, sino reconocimiento de un vacío constitutivo, estructural.

La clínica también me ha mostrado, en algunos casos, que esto se produjo- varias vueltas en el análisis mediante- con la muerte real de la madre, y que este reconocimiento había sido posible por estar sostenido en la relación transferencial con una analista mujer, que prestó su cuerpo y su posición femenina. Aclaro que pienso que no sería imposible que esto sucediera con un analista hombre, pero todo parece indicar que no es ìndiferente el soporte de las formas de un cuerpo de mujer.

Lo hasta aquí descripto, se refiere a la muerte de la madre producida en el tiempo de la adultez del hijo.

¿Pero qué pasa cuando esta muerte se produce en un "destiempo", en épocas de la infancia, de la latencia?.

Hace ya algunos años, tuve la oportunidad de conducir dos análisis que me enseñaron acerca de los efectos de la muerte de la madre, cuando irrumpe en momentos en que la hija –inducida por la decepción y el odio hacia la madre– debería haber producido un viraje hacia el padre. Tal parece que si así acontece, se produce una clausura de esta posibilidad, con efectos a leer en el futuro.

Relataré ahora las coordenadas de aquellos dos análisis, intentando dibujar a grandes rasgos lo que allí pasó.

Se trataba de dos adolescentes, que habían sufrido la muerte de la madre a la edad de diez años. En cada caso hubo diferentes modalidades con relación al duelo, diferentes posturas de los padres, y diferentes efectos posteriores.

Nadia es derivada por una colega, a quien llamaré María, quien me dice "creo que podes hacer algo por ella". Se trata de una joven de 19 años, amiga de sus hijas, y a quien quiere mucho. Le apena ver que Nadia "no encuentra su camino en la vida". Me anticipa que la madre de Nadia murió cuando aquella tenía 10 años y que el padre ha hecho muy poco por ella.

Cuando Nadia aparece en mi consultorio, me llama la atención su aspecto: un cuerpo casi sin formas, muy delgada; una vestimenta muy extraña, ninguna prenda combina con otra. El cabello tan mal cortado que parece mutilado.

Dice: "no tengo ganas de nada. Desde que terminé el secundario, no he podido hacer nada, ni estudiar, ni trabajar. Vengo porque entiendo que así no puedo seguir, y porque María me pidió que lo hiciera".

Al pedir más detalles de su vida cuenta que vive con su padre. El hermano mayor vive solo desde hace unos años.

Hace una descripción muy pobre de su vida, en la cual se ve que no hacer nada es nada. Duerme hasta muy tarde y cuando se despierta se da cuenta que ya no vale la pena hacer nada, entonces escucha música, eso le da placer. Mata el tiempo hasta volver a dormir.

Los fines de semana transcurren en boliches durante la noche y luego duerme todo el día.

Supone que esto que le pasa tiene que ver con la muerte de su madre.

En relación a este suceso, en ese momento entiendo que quiere contar muy poco, pero luego descubro que puede contar muy poco, ya que casi no hay recuerdos.

Sabe que la madre tuvo cáncer, que estuvo muy enferma. Un día la tía la sacó de la casa y, cuando volvió, la madre ya no estaba. No la dejaron verla. No se habló de la muerte. No se lloró.

Nunca pude llorar – dice.

El padre no habló nunca de la muerte de la madre y la vida siguió su curso.

Volvió a la escuela. Con su hermano casi no hablaban. El padre se ocupo de la casa como pudo. El lugar donde se sentía bien era la escuela, allí estaban las amigas.

En la casa no había nada que a la madre recordase. Ella sentía que se las arreglaban bien con su padre.

Al poco tiempo, menos de un año, el padre se vuelve a casar, con una mujer separada con hijos.

Una de las primeras cosas que hace esta mujer es reprenderla por "pasearse" en bombachas por la casa, delante de su padre. A partir de ese episodio para ella fue "la bruja".

Nadia se hace amiga de las hijas de la bruja y se amolda a esta nueva vida, compartiendo el cuarto con ellas.

De esa época recuerda la dificultad para vestirse. No sabe que ponerse y a la bruja no le pregunta. Sus amigas empiezan a ser su modelo, modelo bastante incierto ya que estaban pasando por el mismo problema.

También por esa época comienza el consumo de marihuana, consumo que hacía ostensible para que se lo prohibieran, y que sin embargo el padre no veía.

Finalmente, al terminar el secundario, el padre se separa de la bruja y vuelven los dos a vivir en la casa que habitaban en la época de la muerte de la madre. Lo poco de familia que pudo construir en relación a estas hermanas de adopción, se terminó muy pronto.

En la casa no hay fotos, no hay objetos, no hay ropa, solo la presencia de nada. Están las amigas, la música, nada más.

La relación con el padre distante, por temor a tanta cercanía.

Allí es donde comienza a no desear nada, no estudiar, no trabajar.

De su madre tiene muy pocos recuerdos: el cabello abundante y enrulado, y que la hacía jugar, le inventaba trucos, hacía magia.

Es difícil hablar con Nadia, con su falta de recuerdos y su resistencia a concurrir a las sesiones. Sin embargo concurre, porque siente que está en el límite ¿de qué?. De experimentar deseos de nada. Quizá la muerte. Tiene miedo de recordar, como sí hacerlo fuera asomarse a la nada.

Al cabo de un tiempo comienza a hablar un poco más, y finalmente dice su preocupación: teme que le atraigan las mujeres.

Enunciarlo la alivia, y recuerda un pequeño objeto, un osito, algo así. Insisto y recuerda una escena. Ella saliendo del baño, la madre envolviéndola, abrazándola, en un toallón grande, suave, calentito. Era su momento de mayor placer, ella era el osito.

Al tiempo sueña: "Soñé que encontraba a mi mamá, corría hacia ella y me abrazaba. La tiraba al piso y la abrazaba. De repente me angustìé mucho, era un abrazo sexual". Llora en el sueño, llora cuando lo cuenta –un pequeño llanto– y eriseguida se compone.

Sigue un período de análisis muy complicado, de mucha resistencia. A medida que se acentúa la transferencia, más miedo le da acercarse.

Le propongo una relación muy laxa: puede venir cuando quiera, con la frecuencia que ella elija. Yo estoy allí, ella puede ir y venir. La condición es que si yo decido que es necesario que venga, ella tiene que hacerlo.

Lo que más le preocupaba era esta sensación de que le gustaban las mujeres. Un día dice: "una amiga me dijo que yo busco en las mujeres a mi mamá".

Le pregunto qué piensa de esto, y me responde que no sabe qué pensaba la madre, no sabe que podría haberle dicho de esto que le pasaba, no sabe que le podría haber dicho de la ropa, de la marihuana.

Le propongó entonces, que imagine respuestas posibles de la madre. Lo primero que imagina es que le diría que no fume marihuana. Lentamente, algunos recuerdos reaparecen.

Pregunta, insiste, conversa con sus tías. Del padre, ni una respuesta: de eso no se habla. Recupera una madre jovial y divertida, con un hermoso pelo, el que ella no cree tener, el que mutila.

Intenta hacer algo con su cuerpo: gimnasia, acrobacia, malabarismo. Tiene varios accidentes, algunos muy serios. Entiende que por ahí no es el camino.

Deja de venir un tiempo –unos meses– y reaparece, esta vez sí desesperada. María, a quien ahora ella descubre en el afecto su segunda madre, está muy enferma, se va a morir.

Acompaña la enfermedad como puede, y cuando muere, llora los duelos largamente retenidos, el dolor de la pérdida, el desamparo y la desolación.

A partir de ahí, esto es lo que puede hacer con su vida: decide que le gustan las mujeres y busca una compañera, pero no puede llegar al acto sexual, esto la horroriza. Asomarse a un cuerpo femenino es asomarse a la madre, al incesto, a la nada.

Después de un tiempo, encuentra casi sin darse cuenta, un camino. Se dedica a organizar fiestas, y lo hace con bastante éxito. Junta su gusto por la música con la necesidad de estar rodeada por amigos, la familia sustituta que puede construir.

Virginia tiene 18 años y víene por una urgencia: está embarazada y no sabe si tener o no ese hijo.

Quisiera tenerlo, siempre soñó con tener un hijo, pero esto aparece en el terreno de la fantasía.

De hecho, decide no tenerlo, no es el tiempo para ella todavía.

El padre se ocupa poco de ella, vive sola con una hermana menor. Su aspecto es de total desamparo. Es muy linda, con buenas formas femeninas, pero su vestimenta es extraña, como si fuera la exageración de una mujer.

Su madre se enfermó cuando ella tenía 8 años. Virginia acompañó a la madre durante la enfermedad, la cuidó, la veló. Se sentía la preferida de la madre y, por eso, la depositaria de una herencia.

Acompañó la muerte y el entierro de su madre. Habló con su padre de la muerte.

Sin embargo, a los pocos meses, muy pocos, sin que hubiera terminado el duelo, el padre tenía una nueva mujer, y embarazada, quien decidió que el duelo debía terminar. Y así se hizo.

Virginia guarda de su madre los objetos, los libros, los recuerdos. Se hace cargo de ellos, sintiendo que si su madre volviera le haría cargos por no haber sabido guardarlos. Su madre había muerto, lo sabía, pero renegaba de ese saber.

Más fuerte que una fantasía, ella seguía conversando con su madre, esperándola, recreando su cuerpo. Es así que, al comenzar la adolescencia, viste las ropas de su madre, reinventa su cuerpo una y otra vez frente al espejo. Recuerda que cuando ella era chica, miraba a su madre vestirse, la admiraba, le decía qué ponerse.

Inicia un curso de modelaje, viste las ropas de otro.

Durante el transcurso del análisis, se verá que la fantasía era casi alucinatoria. La presencia de la madre era muy fuerte, y ella sostenía conversaciones, aunque no escuchaba respuestas.

Ella tenía muy claro que era una fantasía, y la corporeizaba diciendo que era muy parecida a su madre.

El trabajo pasa por los sueños. En ellos encuentra a la madre, una dirección, una calle en la que ella estaba, luego la imposibilidad da hallarla, luego el reconocimiento de la imposibilidad de encontrarla. Lentamente horada la fantasía.

Intenta el camino del modelaje, es modelo, hace publicidad. Camino que le depara una y otra vez decepción y dolor.

Se acerca a lo que queda de la familia materna, de quien estaba separada.

A través de los relatos de aquellos, recupera escritos, poemas escritos por su madre. Comienza a estudiar literatura, y escribe. Lo hace muy tímidamente, con el miedo que le produce la sensación de desamparo, sentimiento que siempre la acompaña.

Después de años de análisis, Virginia puede soportar no demandar insistentemente a su padre una mirada de reconocimiento, ese padre que de ella quería saber muy poco. Es así que produce un viraje y puede enamorarse.

Encuentra esta vez un camino posible: se dedica a fabricar ropas y accesorios femeninos , actividad en la que tiene regular éxito.

En ambos casos el duelo, duelo retenido, se tramitó en el curso del análisis. Son evidentes las diferencias que en cada caso hubo.

En relación a la elección de objeto, pienso las siguientes modalidades:

Nadia queda fijada en una posición homosexual, buscando una mujer, pero sin realizar una elección de objeto.

Virginia incorpora las formas de una mujer. Esto le permìte realizar un viraje al padre, quedando en una posición histérica, y con la posibilidad, tal vez, de la asunción de su femineidad.

En las dos se observa gran dificultad en la manera de vestirse, en la forma de mostrarse: en una nada combinaba con nada, otra exageraba esa forma , la imagen era todo.

Virginia prosigue su análisis y puede sostener una relación transferencial.

Nadia no puede hacerlo en forma sostenida. Pareciera que falta intermediación simbólica. Una relación más intensa sería volver al incesto.

En relación al duelo que los padres no realizaron, la pregunta que surge es acerca del deseo del padre, ya que lo que se duela es el objeto amado. Si no deseaban a la madre de estas hijas, si las mujeres aparecían como intercambiables. ¿A quién identificarse?

Esto agrava la decepción acerca de la madre, quien no tiene, pero tampoco es falo... para nadie.

¿Cómo ser mujer?

En el caso de Nadia, buscando una mujer.

En el caso de Virginia, recreando una mujer, vistiendo los ropajes que la envolvían. La respuesta a la pregunta por la mujer pasa por la imagen y sus envolturas.

Pero el a, el carozo, ¿dónde buscarlo?

Algo de esto se tramitó en el análisis. Sostenidas en la relación transferencial, pudieron recuperar algo de la madre en las charlas con las familias maternas, quienes devolvieron algún brillo fálico a estas mujeres que no fueron dueladas. Tales charlas posibilitaron la transmisión necesaria, aquella que se da de abuela a madre, de madre a hija, en las que el deseo suspendido indica la falta. Esto les permitió descubrir, con las diferencias que hay en cada caso, en que "eran su falta".

Vuelvo al principio para llegar a un posible final:

En el duelo de la madre hay varias vueltas, de las cuales marco dos: una constitutiva, el duelo del falo que se fue, necesario para duelar los otros objetos, y otra, el duelo de la castración del Otro primordial,."desprendimiento de lo Real del cuerpo de la madre", que haría posible el fin del análisis.

Muchos de los asistentes a esta Reunión me preguntaron por qué es que figuraba en el pre–programa con dos trabajos y dos nombres: Mariel y María Elvira.

Yo también lo pregunté y me dijeron que fue por la computadora.

Descubri, entonces, que tal computadora se debe haber analizado.

Mi nombre para los papeles es María Elvira. El nombre según el deseo de mi padre fue y sigue siendo Mariel.

Pero da la casualidad que el nombre de mi madre era María Elvira, y mucho más, Elvira.

De eso se trataba. La letra E fue, en mi caso, la letra que descubrí inscripta en el cuerpo, como recuerdo de aquella entrañable y primera relación de amor.

Una colega y amiga, Gloria Pandolfi, me donó una poesía de la cual es autora, que dice mucho mejor lo que hoy intento transmitirles. Se titula "Acontecimiento" y dice asi:

Salen despacio resignadas

Las sombras adheridas al cuerpo

Allí están sus huellas

Cayendo

Piel seca rajada

Mirada opaca vacía

Se hace reflejo y

Nace

Nace el encuentro

Las manos transparentes enjamiznadas

Se convierten

Ya húmedas y sedientas

Esperan

Un telón pesado que cierra abre

Haciendo marca de luz

En ella

Mariel Alderete de Weskamp. Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis; Rosario; 1999.

BIBLIOGRAFIA

Alderete de Weskamp, Mariel. "Escrituras del cuerpo IV: memorias de un pasador".1998.

"Hay vacantes.Cuentos y poesías.Antología"-1990.

Interlocución con Clara Cruglak, Líliana Donzis, Adriana Misoricci, Elena Jabif.