LAS PSICOSIS Y LOS NINOS. Elsa Coriat

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Los niños llegaron tarde al reparto de diagnósticos.

Cuando la investigación científica, desde Linneo en adelante, comenzó a empeñarse en clasificar, desde lo simbólico, los datos que alcanzaba a percibir de lo real, el investigador no dejó de encontrarse con su propia especie, a la que autodenominó homo sapiens.

El trazado de la geografía interna del cuerpo del investigador no se distanció en mucho del trazado de la cartografía del globo terráqueo.

Le llegó también el turno al estudio de la dinámica y funcionamiento de ese cuerpo y sus conductas, así como de sus alteraciones, enfermedades físicas y menta-les. Pero tanto la medicina como la psiquiatría hicieron sus primeros cuadros en base a un modelo terminado de homo sapiens: el adulto. Los niños queda-ron para el final, ...y esto no fue sin consecuencias para la clínica que los implica.

La categoría de psicosis, tanto en psiquiatría como en psicoanálisis, en todas sus distintas versiones, se recortó primero según las características que presentaba en los adultos; a posteriori se pretendió hacer entrar a los niños en el cuadro, tal como estaba previamente definido. Los chicos, tal como es habitual en ellos, se portaban mal: no presentaban ordenadamente la lista de signos necesarios como para ubicarlos con tranquilidad en algún lado.

Pero el campo de las psicosis es tan amplio, tanto en sus maneras de presentarse ¾del lado de los pacientes¾ como en cuanto a los criterios con que se las define ¾del lado de los profesio-na-les¾ que se hace necesario ubicar una posición al respecto.

Cuando digo "el campo de las psicosis" explícitamente utilizo "psicosis" en plural porque son múltiples sus formas de presentación clínica: ¿qué tienen en común un catatónico, un paranoico o un esquizofrénico?

Entre fines de 1955 y comienzos de 1956 Lacan dicta su seminario sobre Las Psicosis(1)

En 1957 escribe De una cuestión preliminar...(2). A partir de allí, el campo de las psicosis queda definido en función de la forclusión del Nombre-del-Padre, significante primor-dial y específico.

Toda categoría nosográfica no es más que un conjunto de significantes desde los que se intenta dar cuenta ordenada de las distintas maneras en que lo real aparece en la clínica. Esa definición de Lacan es mi punto de partida, tanto en el trabajo con adultos como en el trabajo con niños.

El problema que quería plantear al respecto es el siguiente: en la medida en que el ser humano no nace con los significantes ya inscriptos en su cuerpo, sino que más bien los tiempos lógicos referidos a la constitución del sujeto van dando cuenta de las operaciones necesarias para que se realice esa inscripción, ¿a partir de qué momento, en el transcurrir de la vida de cada uno, corresponde decir que el significante del Nombre-del-Padre ha quedado forcluido? ¿A la entrada o la salida del estadio del espejo..., o del complejo de Edipo, ...o de la pubertad?

Tanto en nuestra cultura en general, como en el medio lacaniano en particular, lo habitual es considerar que el diagnóstico de psicosis tiene carácter de irreversible. Este sello es tal vez el que genera los principales obstáculos al trasladarse ¾sin más¾ a la infancia, una categoría diagnóstica elaborada a partir de la investigación en pacientes adultos.

Psicosis e irreversibilidad son significantes que están soldados, quiero decir que cuando los usamos así estamos holofraseando. Lo hago notar porque quisiera separarlos.

Bachellard ubica como obstáculos del pensamiento científico, hábitos puramente verbales. Y dice más adelante: Para el espíritu precientífico la unidad es un principio siempre deseado (...). No se puede concebir que la experiencia se contradiga y tampoco que se separe en compartimientos. Lo que es ver-dad para lo grande debe ser verdadero para lo pequeño e inversamente. (...) Esta exigencia de unidad plantea un montón de falsos problemas. (...) Siempre se encuentra un orgullo en la base de un saber que se afirma general y más allá de la experiencia (...) donde podría sufrir contradicción(3)

La experiencia nos muestra que la psicosis, en la infancia, es pasible de remitir, incluso sin dejar consecuencias en el devenir de la estructura del sujeto implicado. Esto no quiere decir que sea sencillo, ni tampoco que en todos los casos el mejor trabajo clínico se vea coronado con la entrada en la neurosis, pero, a diferencia de los adultos, hay multitud de ocasiones en las que incluso hasta una breve intervención consigue modificar un destino que se veía obturado.

En nuestro medio, cuando esto acontece, lo que se suele decir es: "Esto nos muestra que no era psicótico". Así definida, no me parece que la nosografía que se acostumbra manejar sea productiva para la clínica. Pareciera que los psicoanalistas, antes que cometer la "herejía" de establecer un corte entre los significantes "psicosis" e "irreversible", preferiríamos no extraer las conclusiones que nos posibilita un trabajo eficaz.

Lo que tal vez sea verdad para lo grande no necesariamente es verdad para lo pequeño. Propongo separar el campo de las psicosis en dos grandes compartimientos: psicosis (en relación a los adultos) y psicosis infantil. Esta no es una novedad, por supuesto; pero propongo adosar, al significante psicosis infantil el sello de pasible de ser modificada.

Como se ve, en esta clasificación interviene el tiempo como factor diferencial. La población del compartimiento psicosis infantil tiene menos años de vida que la de su ad láter. Lo que trazaría la línea divisoria entre ambos sería la conclusión del pasaje por la pubertad ¾con el estatuto que Freud le asigna a este concepto¾, en la medida en que es alrededor de esa época que la clínica indica que se completa la construcción de la estructura.

Pasado ese tiempo, la posibilidad de transformación de las bases de la estructura ¾el pasaje de psicosis a neurosis o viceversa¾ es prácticamente nula. Esta observación es coherente con otro dato que arroja la experiencia clínica con niños: cuanto más pequeños, más posibilidades hay de operar una transformación, encontrándose más dificultades a posteriori del pasaje por el Edipo.

La forclusión del Nombre-del-Padre queda definitivamente instalada con la conclusión de la infancia, pero no antes. ¿Cómo reconocerla entonces?; e incluso ¿a qué llamamos forclusión del Nombre-del-Padre en la infancia?

Es parte del abc del psicoanálisis saber que la función paterna opera la separación entre madre e hijo. Tal vez esté menos extendido saber que para que la prohibición simbólica pueda llegar a operar la castración, es condición necesaria que toda una serie de efectuaciones se hayan producido antes, en los registros de frustración y privación.

Al niño pequeño, la Ley (con mayúscula), la Ley que hace corte, le llega primero encarnada en un otro (con minúscula), un otro que cumple función de tercero. Para que un tercero pueda aparecer es condición necesaria que primero se haya esbozado la experiencia de que él no es Uno ni con el universo ni con su madre, es decir, que se haya introducido en el estadio del espejo, que durante su transcurso haya pasado por la angustia del 8º mes, y que además los haya sorteado con éxito(4)

El Nombre-del-Padre es el significante que se va escribiendo en cada una de estas pequeñas o grandes experiencias de separación. Mejor dicho: será significante cuando el niño se apropie de la palabra; mientras tanto, es la marca que va quedando como saldo del corte ejercido por la función paterna, condición necesaria para que se transforme en significante alguna vez (5) "El significante entonces está dado primitivamente, pero hasta tanto el sujeto no lo hace entrar en su historia no es nada; adquiere su importancia entre el año y medio y los cuatro años y medio. El deseo sexual es, en efecto, lo que sirve al hombre para historizarse, en tanto que es a este nivel donde por primera vez se introduce la ley".

Cada paso previo es condición necesaria para el siguiente, sí, pero no suficiente. Cada uno de estos pasos iniciales requiere de un acto de corte ejercido por el otro, de naturaleza distinta al anterior; y no todos los otros que se hacen cargo de un bebé o de un niño pequeño están en condiciones de efectuar adecuadamente todos y cada uno de los pasos.

Dentro de la patología, es típica la situación de una madre capaz de libidinizar a su bebé como para que éste se introduzca con júbilo en el estadio del espejo, pero que ¾ya con menos júbilo¾ jamás salga de allí. Es esta tal vez una de las condiciones necesarias para producir una psicosis infantil.

La psicosis infantil, en esta concepción estructural, es un monstruo de infinitas caras, de múltiples posibilidades fenoménicas. Incluye desde desaforadas hiperkinesias, hasta angustiadas e inhibidas inmovilidades; desde floridas verborragias, hasta mutismos permanentes; desde brillantes capacidades para cálculos numéricos precoces hasta idioteces extremas, sin causa orgánica; desde niños "maleduca-dos", que atraen obligadamente sobre sí todas las miradas, hasta niños tan prolijitos cuya existencia muy bien puede pasar desapercibida.

Cualquie-ra de estos índices conductuales, por supuesto, puede encontrarse también en un niño no psicótico; pero lo que determina la inclusión de un niño en nuestro cuadro es simplemente que real, simbólico e imaginario, no se anudan en articulación borromea por carencia de inscripción del Nombre-del-Padre. Carencia no es lo mismo que falla: en la neurosis la inscripción es siempre fallida, pero le posibilita al niño el ordenamiento necesario para orientarse en este mundo humano y llegar a tener su propio deseo.

La vía regia para acceder a la lectura del incipiente deseo de un niño es el juego. El factor común observable entre las múltiples manifestaciones fenomenológicas de la psicosis infantil es que allí no hay objeto que juegue el papel de objeto transicional, es decir, no hay objeto que desempeñe el papel de juguete sosteniendo el despliegue de una historia inventada. Aquí las posibilidades van desde actividades mecánicas y formales con los objetos, hasta simplemente no tocar los chiches o no utilizarlos como tales, pasando por la posesión de un amuleto ¾aparente objeto transicional detenido en el tiempo, que no hace transición a nada. Si hay una historia con juguetes, aunque sea mínima, en ella está el esbozo del sujeto.

Sería necesario y posible desarrollar mucho más acerca de nuestra concepción estructural de la psicosis en la infancia, acerca de sus diferencias con la psicosis en los adultos y por qué, pese a ellas, nos resulta productivo utilizar la categoría de psicosis en la clínica de niños, pero prefiero dedicar el espacio que me queda a trabajar algunas de las hipótesis fundamentales que sostienen este trabajo:

La psicosis no es un atributo del ser; ni se nace con ella ni necesariamente acompañará al individuo que lo porta para toda la vida, por más que a partir de cierta edad y en ciertas condiciones sea prácticamente imposible modificar la estructura, es decir, escribir lo que no se escribió en el tiempo que le correspondía. En esta concepción, carece de sentido decir que un niño es psicótico; en todo caso, un niño está psicótico, sabiendo que podrá dejar de estarlo si tenemos la habilidad o la fortuna de encontrar la intervención adecuada(6). Esta formulación me parece coherente con un comentario que hace Lacan en relación al caso de Roberto (El lobo! ¡El lobo!): Ciertamente no se trata de una esquizofrenia en el sentido de un estado, en la medida en que usted [Rosine Léfort] nos muestra su significación y movilidad. Pero hay allí una estructura esquizofrénica de relación con el mundo (...) No hay ningún síntoma de ello en sentido estricto, sólo podemos pues situar el caso en este cuadro (...) para situarlo de modo aproxima-tivo. Pero ciertas deficiencias, ciertas carencias de adaptación humana, abren hacia algo que, más tarde, analógicamente, se presentará como una esquizofrenia. (...)Después de todo, no tenemos ninguna razón para pensar que los cuadros nosológicos están delimita-dos y esperándonos desde la eternidad. Como decía Péguy, los tornillitos siempre entran en los agujeritos, pero existen situaciones anormales donde los tornillitos no corresponden ya a los agujeritos. Que se trata de fenómenos de orden psicótico, o más exactamente de fenómenos que pueden culminar en una psicosis, no me cabe duda.

Precisar un buen diagnóstico es crucial en la infancia en relación al destino del tratamiento, tanto en cuanto a cómo nos ubicamos nosotros frente al niño como en cuanto a qué buscamos producir en los padres.

Tomemos, a manera de ejemplo, el caso de padres que consultan porque el nene jamás se ata sólo los cordones de las zapatillas. Claro está que jamás me ha ocurrido que nadie me consulte por semejante tontería, pero es frecuente que aparezca en la lista de reclamos que los padres hacen a sus hijos y, al mismo tiempo, es, en tanto ejemplo, metáfora de todo lo que el nene no hace, o sí hace, pero de manera extravagante.

Tanto de lo que se escucha en el discurso como de lo que se puede leer en lo observable es necesario discriminar 1º) si el nene, pudiendo hacerlo, no se ata los zapatos porque es la mejor y más cómoda manera que ha encontrado de tener atados a sus padres, padres que previamente lo han tenido atado a él, a fuerza de mimos y sobreprotección; o, 2º) si el nene no se ata los zapatos, a pesar de sus 7 años, porque alguna disfunción neurológica que afecta el área motriz y que hasta ahora pasó desapercibida, le trae como consecuencia que le lleve más tiempo que a otros niños adquirir la destreza para poder hacerlo; o, 3º) si el nene no se ata los zapatos porque ni siquiera sabe que es un cuerpo y en realidad no hay ninguna razón para que lo sepa, puesto que está en su interior(7), o sea que no ha habido inscripción del significante del Nombre-del-Padre discriminando interior y exterior, propio y ajeno, ubicando un incipiente compromiso con la responsabilidad de sus actos en función del pacto con los otros.

Cada una de estas tres situaciones nos invita a intervenir de manera distinta, según la composición de lugar que nos vamos haciendo en cada caso. Hay todavía una 4º y una 5º posibilidad, que surgen de la combinación del déficit orgánico planteado en el segundo caso con la dificultad neurótica planteada en el primero, o con la estructura psicótica planteada en el tercero.

La importancia de establecer el diagnóstico es, antes que nada, para ubicar nuestro propio quehacer; el qué y el cómo de nuestra intervención con los padres no pasa por si les informamos o no de la psicosis de su hijo.

Pero volvamos a la tajante línea temporal que establecimos entre el compartimiento de psicosis (en los adultos) y el de psicosis infantil. Hasta cierto punto, para fundamentarla bastaría con la observación empírica de que la posibilidad de remisión de una psicosis aumenta en función inversa a la edad cronológica; sin embargo, hay algo más que, desde otro registro que el del psicoanálisis, contribuye a explicarlo y fundamentarlo.

El concepto de forclusión del Nombre-del-Padre es equivalente a decir que no hay inscripción de tal significante. En mi trabajo Proyecto de neurología para psicoanalistas(8), presentado en la última Reunión Lacanoamericana, propuse la metáfora de que el papel donde la mano del Otro escribe los significantes fundantes es el sistema nervioso central

No deja de ser una metáfora, pero tampoco deja de tocar lo real.

La investigación científica de las últimas décadas ha comprobado fehacientemente hasta qué punto lo de la prematuración no es tan sólo un mito del psicoanálisis, construido para explicar la diferencia entre instinto y pulsión o dar cuenta de la constitución del aparato psíquico.

Nacemos con un cerebro prête-a-porter, es decir, fabricado por la maquinaria biológica de la especie, según el programa indicado en el código genético. Ese cerebro prête-a-porter no está concluido. A partir del momento en que llegamos al mundo, las terminaciones le son efectuadas... a mano, me refiero a la mano del otro que se ocupa de ejercer la función materna. Sobre la página en blanco, apta para ser escrita, se van escribiendo las primeras huellas mnémicas, las primeras letras. El cerebro del bebé es increíblemente plástico; esas marcas de las primeras experiencias son, de hecho, el armado mismo de una serie de conexiones neuronales que no vienen dadas desde antes sino que se van conformando de acuerdo al acontecer postnatal.

Cambiemos ligeramente los elementos de mi metáfora y en vez de papel imaginemos que se está escribiendo sobre masilla. Aunque no sepamos nada de alfarería, sí sabemos que los trazos que son inscriptos mientras la masilla está fresca son fáciles de hacer; a medida que el tiempo pasa, la masilla se va secando y es cada vez más difícil establecer alguna marca en ella. A partir de cierto momento del proceso, a lo sumo se puede pintar su superficie, pero ya no modificar la textura básica que ha quedado impresa. La masilla se encuentra inhabilitada para cierto tipo de inscripciones.

Lo mismo ocurre con la plasticidad neuronal. Si el significante del Nombre-del-Padre no hizo la marca que le correspondía antes del año, hay bastantes chances de conseguir retocarlo a los 3 y bastantes menos a los 6, mientras que, a los 25 digamos, ya resulta prácticamente imposible.

A lo largo de los distintos tiempos de la infancia puede ir siguiéndose, por sus efectos, cómo marchan las sucesivas inscripciones o reinscripciones del Nombre-del-Padre. Si no hay angustia de los ocho meses; o si la hay pero no se sale de ella; o si se sale de ella pero no hay interés en jugar al fort-da o a las escondidas; o si se sigue diciendo "yo" por "vos" o "vos" por "yo", más allá de las primeras semanas de ensayo en el uso del lenguaje; o si se sigue viviendo todo el tiempo en el espejo; o cuando no hay juego propio intentando construir un sentido; o cuando uno se encuentra con un robot, que sólo funciona si el otro le da cuerda... No hace falta encontrarse con un delirio sistematizado o con una sistemática incoherencia discursiva para diagnosticar psicosis en la infancia. Muchos de los chicos llamados "sobreadaptados" están psicóticos porque sus actos no se sostienen en la elaboración y anudamiento de las propias marcas, sino en la mirada y en el goce de un Otro encarnado en cualquier otro.

Concluyo dejando abierta una pregunta cuya respuesta seguiré trabajando en alguna otra oportunidad: ¿por qué, si en tanto psicoanalistas consideramos que la psicosis nada tiene que ver con una etiología orgánica, es tan abundante la frecuencia con que encontramos alguna patología de ese orden en los niños que padecen de psicosis?.

Elsa Coriat. Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis: Buenos Aires; 1995.

NOTAS:

1) Jacques Lacan: Seminario III: Las psicosis, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1984.

2) Jacques Lacan: De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis, en Escritos 2, Sigloveintiuno Editores, Argentina, 1985.

3) Gastón Bachellard: La formación del espíritu científico, Sigloveintiuno Editores, México, 1946, pág. 87 y 103.

4) Ver, por ejemplo, el Seminario IV: La relación de objeto y también el Seminario V: Las formaciones del inconsciente, de Jacques Lacan.

5) "El significante entonces está dado primitivamente, pero hasta tanto el sujeto no lo hace entrar en su historia no es nada; adquiere su importancia entre el año y medio y los cuatro años y medio. El deseo sexual es, en efecto, lo que sirve al hombre para historizarse, en tanto que es a este nivel donde por primera vez se introduce la ley". Jacques Lacan, en Seminario I: Los escritos técnicos de Freud, clase del 15/2/56, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1981, pág. 225.

6) Esta formulación me parece coherente con un comentario que hace Lacan en relación al caso de Roberto (El lobo! ¡El lobo!): Ciertamente no se trata de una esquizofrenia en el sentido de un estado, en la medida en que usted [Rosine Léfort] nos muestra su significación y movilidad. Pero hay allí una estructura esquizofrénica de relación con el mundo (...) No hay ningún síntoma de ello en sentido estricto, sólo podemos pues situar el caso en este cuadro (...) para situarlo de modo aproxima-tivo. Pero ciertas deficiencias, ciertas carencias de adaptación humana, abren hacia algo que, más tarde, analógicamente, se presentará como una esquizofrenia. (...) Después de todo, no tenemos ninguna razón para pensar que los cuadros nosológicos están delimita-dos y esperándonos desde la eternidad. Como decía Péguy, los tornillitos siempre entran en los agujeritos, pero existen situaciones anormales donde los tornillitos no corresponden ya a los agujeritos. Que se trata de fenómenos de orden psicótico, o más exactamente de fenómenos que pueden culminar en una psicosis, no me cabe duda.

Seminario I: Los escritos técnicos de Freud, Ed. Paidós, clase del 10/3/54, págs 164/6.

7) Jacques Lacan: Seminario I: Los escritos técnicos de Freud, clase del 5/5/54, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1981,

pág. 253.

8) Elsa Coriat: Proyecto de neurología para psicoanalistas, en Atas da Reuniao Lacanoamericana de Psicanalise de Porto Alegre, Brasil, 1993