EL PSICOANALISIS CON NINOS PSICOTICOS. CONDICIONES PARA UN TRATAMIENTO. Ilda Sara Levín

Tiempo de Lectura: 34 min

1. Preliminar

Varias preguntas guían este trabajo: ¿Es posible el tratamiento psicoanalítico de las llamadas psicosis infantiles?. Y la forclusión, ¿es modificable, reversible?. ¿Desde dónde abordar esas estructuras?.

Sabemos: tanto Freud como Lacan no tenían expectativas respecto de una modificación de la estructura psicótica. ¿Qué pasa en este sentido con las de los niños?.

La preocupación por las psicosis o esquizofrenias infantiles no es nueva. Interesó a los fundadores de las psiquiatría moderna y a los psicoanalistas. Diferentes corrientes, entre ellas la de la psiquiatría dinámica y la antipsiquiatría emergieron fundamentalmente al discutir los postulados de la psiquiatría en relación a las psicosis infantiles, al menos respecto a tres cuestiones:

1. Si estaban ahí los orígenes de las psicosis adultas.

2. Si se podían producir en la infancia y por qué.

3. Si habría algún tratamiento posible.

El tema es vasto, las teorías múltiples. Sin embargo hay algo notable y que se desprende de la lectura de los ya hoy, numerosos y diferentes trabajos de psicoanalistas: no hay ninguno que no testimonie que aceptar a un niño psicótico, autista, delirante o alucinado y atenderlo, le ha sido verdaderamente conmovedor. Me he preguntado varias veces: ¿Por qué nos conmueve tanto un movimiento subjetivo en estos niños, no sólo durante las sesiones sino incluso en su transmisión?.

2. Algunos antecedentes

Kraepelin

Cuando en 1896 Kraepelin separó de las diversas locuras un grupo de estados morbosos mentales los llamó "estados de demencia precoz". Se refirió a pacientes adultos psicóticos tratados por él: habían padecido en la infancia: "debilidad mental".

Bleuler

Cuestionó profundamente a Kraepelin y fue más lejos: la esquizofrenia podía instalarse desde los 7 años. Delimitó un proceso psíquico y no el efecto de una debilidad mental. Así, planteó a inicios del siglo una diferencia esencial con la llamada psiquiatría clásica y, acorde con su propuesta, afirmó la posibilidad de una vía psíquica para el tratamiento.(1)

Bender

Bender discute a Bleuler y Kraepelin. Subrayó en sus antecesores una confusión al poner en la misma bolsa esquizofrenias y psicosis. Postuló: una "esquizofrenia no siempre significa psicosis". Distinguió tres cuadros clínicos. De su exposición, incluida en el Manual de Psiquiatría Infantil de Leo Kanner he tomado algunos aspectos.

1. Niños que presentan un cuadro del tipo seudoeficiente. Su maduración es retardada, en cuanto al contacto con el mundo. Después de un primer desarrollo normal o precoz, regresan a etapas anteriores. Son inhibidos, retraídos, apáticos, mudos. Tensos, ansiosos, temerosos, al afrontar nuevas pruebas fracasan. No admiten separarse de lo ya conocido: la madre. Indefensos, sucumben a enfermedades y tienen un tono muscular débil.

Conservan costumbres motoras infantiles: colgarse, mecerse y girar. Ahora bien: no son niños deficientes, en el sentido de Kraepelin; su maduración -constata Bender- se ha trabado por razones afectivas, familiares, sociales.

Evoco aquí a un niño de 8 años. Vino a mi consultorio con un problema de retardo madurativo grave para su edad: hablaba aunque no caminaba por sus propios medios. Jugaba sentado: si se paraba, caía. No tenía tono muscular: se enrrollaba sobre sí mismo en el piso como si fuera un muñeco de goma. No podía subir o bajar escaleras sin sostén. Si bien se relacionaba con los demás, no iba a la escuela, a una plaza, no subía a una hamaca. Tres escalones en el tobogán, eran una hazaña: mareado, caía.

Después de unos meses de análisis, en una entrevista, la madre alumbra el camino a seguir: Recuerda a un sobrino nacido muerto; ella sintió esa muerte en su cuerpo. A los pocos días su hijo nació, pero ella estaba muerta. ¿Y usted?, le pregunto al padre. Responde que estuvo de acuerdo en ponerle al hijo el nombre del muerto para poder evocar para siempre, al hijo del "amado hermano" de la esposa. Durante las entrevistas siguientes se habla de este tema: el duelo por el muerto; ¿por qué llevar el mismo nombre tendría que hacerlos uno?.

Mientras, el niño empieza a recuperar su tono corporal. Se mueve, camina, sube y baja algunos escalones. Los padres me preguntan si pueden llevarlo a la plaza. Deciden hacerlo y el niño logra subir al tobogán. Juega. Meses después sale de campamento sin sus padres, esto es, sin su habitual sostén corporal: es que ya había para él tono, tono significante. El pediatra se sorprendió con el cambio logrado en pocos meses. Pero la más sorprendida fui yo. ¿Cómo podía ser que el trabajo de un significante mortífero: "el muerto está vivo en nuestro hijo muerto", tomara de ese modo su cuerpo hasta hacerlo de goma?.

Después del campamento, ya no lo trajeron más. De mi lado, esa suspensión me retuvo como para volver varias veces a reflexionar qué pasó ahí. También me dejó una enseñanza respecto de niños con graves retardos madurativos, con falta de tono muscular, propensos a enfermarse, o ya enfermos: puede muy bien producirse esa sintomatología a causa de significantes coagulantes, tal como, aunque sin fundamentar, planteaba Bender.

2. Los niños del tipo seudoneurótico. Son muy precoces, ansiosos, tienen fobias, miedos, hacen preguntas obsesivas, estereotipadas. Se trata de una seudo neurosis; un cuadro en parte aún no constituido, y susceptible de ser tratado por medio de la palabra.

3. Los niños del tipo seudopsicopático presentan conductas más maduras. Psicópatas, ajenos, antisociales, delincuentes, no los excluye de un tratamiento por la palabra.

Cuestiona la nosografía que soslaya la experiencia misma. Se explaya: "Hablan de niños psicóticos sin haberlos visto nunca". A su vez los psiquiatras cuestionaron: ampliar tanto el campo hace perder especificidad al concepto. Bender intenta cernir un real que para la nosografía se coagula en "cuadro". Y si bien lo cuestiona, se le escapa ese real, desbordando sus propios límites. Hasta aquí Bender.

Leo Kanner

En este panorama confuso se inserta Leo Kanner con una posición hoy ya clásica. En su libro se presentifican las vacilaciones que el campo de las psicosis infantiles proponen a la terapéutica psiquiátrica; y también el efecto que los fundamentos del psicoanálisis produjeron en la psiquiatría en lo referente a nuestro tema.

¿Qué hace Kanner?. Elabora un concepto en base a su amplia experiencia con niños. En 1943, introduce en la gnoseografía un nuevo término: "autismo infantil precoz". Relata casos de niños tratados por él, que "denotaron tendencia al retraimiento antes de haber cumplido el año de edad" (2). Luego especifica, en el mismo capítulo, otras características: "...niños con diagnóstico de intensa debilidad mental o de deficiencia auditiva. ...cocientes de inteligencia muy bajos y... falta de reacción a los sonidos, o... insuficiente...". Despeja así del campo de las esquizofrenias o psicosis y de los retardos y debilidad mental, una entidad clínica: la del autismo precoz. Los síntomas de debilidad mental o deficiencia encubrían que "...la capacidad cognoscitiva de los niños no estaba comprometida". Más adelante: "En todos los casos se estableció que no había deficiencia auditiva" (Id). En suma, no había compromiso orgánico.

Explicita el alcance de su concepto: Se trata de niños en relación a los cuales... "El denominador común (es)... su imposibilidad de establecer desde el mismo comienzo de la vida conexiones ordinarias con las personas y situaciones". Y continúa: Estos niños parecen ignorar a las personas que los rodean; "dan la impresión de sabiduría silenciosa... Casi todas las madres recuerdan el asombro que les producía el hecho de que sus hijos no adoptaran la posición propia de los niños que quieren que los tomen en brazos. Esta forma de adaptación se cumple universalmente en todos los niños a los cuatro meses de edad" (Id).

Manifiesta con buen criterio clínico, aunque en un nivel fenomenológico, la determinación familiar y del lenguaje en los síntomas psicóticos en la infancia.

Mahler

Separó de los niños esquizofrénicos aquellos cuyas afecciones "giran sobre el desesperado esfuerzo de evitar la catastrófica ansiedad producida por la separación de la madre y el hijo".(2) Deja atrás la concepción demasiado general de Bender. Crea el concepto de "psicosis infantil simbiótica" poniendo el acento en términos de la relación catastrófica con la madre: el conflicto psicótico se produce por un vínculo patógeno, y no por una falla orgánica. El vínculo simbiótico no soporta la separación que se torna catastrófica. Hasta aquí su aporte.

Vale preguntarnos: ¿Qué es la simbiosis? Digo: se trata de un nudo de goce sin pérdidas; de una letra que fija y retiene al sujeto en el Otro real de las primeras dependencias: en él no incide o es inexistente el significante del Nombre-del-Padre.

Paradojalmente, el descubrimiento de Mahler, relativo a una modalidad del goce entre algunas madres y sus hijos se trastoca en un obstáculo: la vía terapéutica que propone es interesante pero insuficiente. Encuentra un tope en su concepción misma: la simbiosis materna. ¿Por qué? Porque pone la causa en la madre concreta y cotidiana y no en la relación de esos padres a su Otro. No se llega a clivar a la madre de sí misma culpabilizándola hasta extremos increíbles. Este método terapéutico lleva paradojalmente a una fijación en esa simbiosis patógena.

A pesar de los obstáculos señalados, Kanner, Bender y Mahler entre otros, posibilitaron avances clínicos. Produjeron sus concepciones ya muy alejados de Kraepelin y Bleuler. Mientras -y desde bastante tiempo atrás- avanzaba el trabajo de la psicoanalista Melanie Klein.

Melanie Klein

Presenta su concepción sobre psicosis infantiles en varios lugares. En un trabajo de 1930, llamado "La psicoterapia de las psicosis", incluido en Contribuciones al psicoanálisis y editado por Hormé, prácticamente extiende el concepto a la estructura propia de la primera infancia: "...no es exageración decir que el mundo es un pecho y un vientre lleno de objetos peligrosos a causa del impulso del propio niño a atacarlos". El Psicótico, dice, padece, precisamente, de la relación a esos objetos peligrosos.

Melanie Klein, no incluye la escucha de los padres; sin embargo, se producen modificaciones al analizar los fantasmas paternos y objetos primarios deducidos de los relatos y juegos de los niños en la sesión. Kanner, en cambio, dice: "parecen tener cierto éxito las terapias que se ocupan al mismo tiempo de los adultos que rodean al niño". No, en cambio si se le dan drogas o electroshock. Ahí, afirma, el fracaso es total.

Otto Fenichel

También Fenichel incursionó en las esquizofrenias infantiles a las que llama indistintamente esquizofrenias o psicosis infantiles. Después de plantear que se trata de un tema donde las posiciones son controvertidas, afirma: "Desde el punto de vista psicoanalítico... las psicosis infantiles representan, más que 'regresiones', perturbaciones graves en el desarrollo del yo, el cual conserva... un número mayor o menor de características arcaicas...".(3)

La cuestión se centra -según Fenichel- en el desarrollo yoico y no tanto en una actualización a posteriori de las fijaciones patógenas. Se acerca así al planteo psiquiátrico en lo relativo al desconocimiento de la estructura del sujeto en la que el yo, es un efecto imaginario, necesario. Pero, el fortalecimiento del Yo planteado por Fenichel, lleva en cambio, a un ensanchamiento narcisista; parece desconocer en parte el descubrimiento freudiano: el deseo circula, precisamente, donde el yo vacila.

Jacques Lacan

A partir de Lacan se inicia otra historia. Fundamenta la emergencia del sujeto a partir del significante. Dice Lacan: "Son necesarios muchos estragos cometidos por el significante para que la realidad entre en cuestión". "Esos estragos hay que asirlos muy atemperados en el status del fantasma..." (4. pág. 156). Es decir que los fantasmas vienen a atemperar, remendar incluso, los baches significantes. Cooper, en una frase ya clásica apunta al linaje. Dice: "Para obtener un niño psicótico hace falta por lo menos el trabajo de dos generaciones, ya que él mismo es el fruto en la tercera"(Id).

Ya Kanner confirmó que en muchísimos casos no se trata de que sea sordo, mudo, débil mental o retrasado. Por el contrario, presenta muy tempranamente, casi desde los primeros días de vida, una sensibilidad peculiar para el lenguaje paterno, cuyo efecto es una tenaz oposición, un negativismo persistente en el nivel mismo del lenguaje. Se produce tanto en relación a las palabras, como hacia el vínculo de amor y las caricias paternas. También se produce este efecto en relación a los juguetes y la comida ofrecida.

La teoría del espejo marca el inicio de las primeras concepciones lacanianas. Nos sirven como instrumento teórico para cernir las patologías del estadío del espejo clinicamente detectables en los materiales clínicos.

En octubre de 1967, un grupo de profesionales convocados por Maud Mannoni se reúne en torno a un coloquio cuyo título era: "La infancia alienada". Los resultados, en su momento novedosos y fecundos, se reunieron en el libro "Psicosis infantiles" ya mencionado. Hubo allí, ponencias de valor actual. Se cuestionó la psiquiatría clásica en sus fundamentos revelando una preferencia por referirse al sujeto que habla y no a las clasificaciones que lo desvanecen. (4. Pág. 9).

3. ¿Qué nos aporta la clínica

Del lenguaje ofertado por el Otro nace el sujeto. Algo está jugado esencialmente para cada uno desde antes del nacimiento en el nivel que ofrece el deseo del Otro. Un niño puede muy bien ocupar allí el lugar de una falta, incluso con su retardo, con su autismo, con su "problema", puede en la madre realizar un deseo. El niño psicótico se ofrece al goce del Otro. Uno se retira a una soledad autística; otro repite un movimiento incansablemente; un tercero se nombra como si fuera otro; un cuarto no juega. Fijado, un rasgo se repite eterna e incansablemente para el goce o el fastidio del Otro.

Un niño, sus síntomas, pueden caer muy bien en ese lugar, apelotonándose para ser consistente, aunque sea devaluadamente consistente para su madre. Niños retardados, niños monstruosos, pequeños delincuentes, también pueden sustentar y retener el goce de la madre o el padre patógeno. Esa situación podemos nombrarla con Freud con el concepto de fijación. Si alguno de los padres llega a cansarse verdaderamente de ese algo "por el cual -dice Lacan- el otro es fijado en un punto de la significación" de un goce mortífero" (4. pág. 22), entonces, con suerte, tal vez consulten con un analista.

"Para Lacan, el problema que el niño debe abordar y en el cual el psicótico ha fracasado se plantea, de algún modo, en la relación del niño con la PALABRA de los padres" (Id.). "Lacan delimita la entrada en la psicosis alrededor del momento en que, desde el campo del Otro, llega el llamado de un significante esencial que no puede ser recibido" (Id.). Se trata de la forclusión del significante paterno -en la madre-. Surgen palabras que parecen provenir de un imaginario cruel, de un imaginario no mediatizado por lo Simbólico. El estadío del espejo no termina de constituirse. Lo real se impone a la manera de significantes crueles. A ellos el sujeto se aferra porque le significan lazos que le posibilitan no perder al menos en parte su deseo.

No quiere decir que por la forclusión el sujeto esté en lo preverbal. Precisamente no, a tal punto no, que Lacan dice en la "Clausura" del coloquio comentado: "Pero lo que yo pido a todos los que hayan oído la comunicación que cuestiono, es que respondan por sí o por no, si un niño que se tapa los oídos, ¿ante qué? ante algo a punto de expresarse, no está ya en lo posverbal, ya que del verbo se protege" (Id.).

Se protege del verbo quedando petrificado como objeto sin metaforizar: hace signo de su posición de objeto. Una pregunta clínica que retoma las del inicio: ¿Puede llegar a producirse una metáfora allí donde había una letra petrificada como signo del objeto?.

El masoquismo sufriente, también es goce. Puede al día de hoy, situar en un momento preciso muchas suspensiones de análisis y es este: ese momento en que el niño empieza a desidentificarse de una posición masoquista en relación al fantasma y comienza a no desear uno con la madre. Ese es el momento, en que si el analista está advertido, tal vez, operar con los adultos responsables del niño, pueda posibilitar continuar la vuelta. Ese momento es riesgoso -también para el analista- por que implica avanzar en esos puntos que según Freud ponen en juego las resistencias más extremas del sujeto: me refiero a las torsiones de la pulsión de muerte en la reacción terapéutica negativa, y que se engendra en las fuentes del masoquismo, del super-yo, del ideal del yo petrificado, incluso, a veces, enclavado en el super-yo.

Lo imaginario -amor, identificaciones, cuerpo- es necesario en tanto no envuelva el sujeto en una burbuja inatravesable por la palabra del Otro (superincastrable, masoquismo, ideales mortíferos). De un corte en esa burbuja -también llamada por Lacan cross-cap o plano proyectivo- depende la separación entre el sujeto y su posición de objeto de goce del Otro. La cura, en las psicosis infantiles, abre un camino, si una palabra, significante, toca en algo esa burbuja hasta entonces, inatravesable. Ese momento es crucial.

Tal vez de esos momentos cruciales en el tratamiento, surge esa conmoción que encontramos en nuestro trabajo. Creo que juegan funciones del fantasma y de la castración significante. Al tropezar con bordes muy reales, se tensan los límites del análisis... del analista. Interrogar esa conmoción, hacer letra de eso, puede llevar a cernir algunas fuentes de la función de transmisión y la escritura para un analista.

4. De la clínica

Quiero mostrar cómo se produjo algo de eso en un paciente. Trastornos producidos en los primeros años de vida actualizaron sintomalmente tramas enmarañadas y densas de goce tejidos a lo largo de varias generaciones. El niño padecía de autismo. Descubrí en su análisis que quedó mudo a consecuencia de un fantasma que momificaba al sujeto que habitaba en él.

En ese momento del tratamiento se reveló frenéticamente contra un cambio producido en su vida. (Su autismo también se produjo después de un cambio muy violento en su vida producido en parte por su madre y por otra accionado por el padre). Comenzó a gritar, su grito era casi un vómito; fue como tirar al centro del consultorio su odio, su rabia; lo situaría como del orden de una expulsión muy primordial: vomitaba, se estremecía, temblaba como si se estuviera desprendiendo de algo que le dolía, que lo hacía sufrir y cuyo soporte se lo brindó esta nueva situación que para él fue violenta, aunque apostaría, por vivirse en análisis, de modo diferente que la anterior, en tanto posibilitó una apertura, una vía a su palabra.

Por otro lado, parecía no haber libidinización de ningún objeto hasta que de alguna manera con esa expulsión comenzó a tener una relación diferente con los objetos. Empezó a jugar.(5).

Cuando se vió en una situación en la que creyó que algo le era arrancado violentamente, es decir, con una pérdida, pudo empezar a reclamar. Es que algo había comenzado a libidinizar y así, empezar a aflorar una punta de deseo por un objeto que hasta entonces me pareció que le era absolutamente indiferente.

A partir de ese momento comenzó a haber tratamiento. Hubo un despertar al deseo por la vía de un grito. Ese grito, fue al mismo tiempo ocasión para hablar y mostrar que era sensible a una pérdida, es decir que se inscribió para él, el registro de una pérdida que ahora, con el sostén que le daba la transferencia, podía soportar.

Tenemos otros ejemplos analíticos. Como el que nos da Rosine Lefort, caso "El lobo, el lobo", que se expone en el Seminario 1 de Jacques Lacan; en el proceso de su cura, el niño empieza a gritar esas dos palabras que son al mismo tiempo los significantes que lo constituyen: ¡El lobo!¡El lobo! El grito habla.

"El niño que creía ser de vidrio"(5) también pasó por un proceso por el cual empieza a poder producir ciertas metáforas que sin embargo no podía soportar. Las palabras siempre habían tenido para él un solo significado y encontrarse con que podrían tener varios era algo que lo enloquecía, lo llenaba de furor: en una sesión estaba dibujando en una hoja de papel. En ese momento, entraron hojas provenientes de un árbol vecino, por la ventana abierta. Eso lo enloqueció. Le pregunté que pasaba. Comenzó a gritar: ¿qué es? Comienzo a decirle: "son hojas...". No pude seguir. Señalando alternativamente ambas hojas, la del árbol y la de papel, gritó: "no, no, no, mismo nombre, no". Le dije entonces que se había dado cuenta de que una palabra podía tener varias significaciones y que por ahora eso lo angustiaba un poco, pero era un descubrimiento importante para él. Se tranquilizó y siguió dibujando: ¡hojas de árboles!.

Este tipo de explicaciones eran bienvenidas, porque luego permitían la posibilidad de alguna metaforización. La vertiente de la transferencia se abrió a partir de esas explosiones: eran expulsiones de letras muertas, signos congelados. A veces, en cambio, volvía a quedar paralizado.

Me preguntaba si sería posible la transformación de los signos petrificados en juegos pulsionales, en deseos. Lacan en la "Respuesta a Hyppolite" se refiere a la eficacia de una "letra muerta" (Escritos, pág. 386) y realmente en ese tratamiento se podía llegar a discernir muy bien que podría querer decir en psicoanálisis "eficacia de una letra muerta".

Tornar ineficaz esa letra muerta, posibilitaba la emergencia de alguna metáfora donde antes había nada. Hace recordar la figura de la palingenesia; acción de engendrar. Y la del palimpsesto: manuscrito antiguo que conserva las huellas de una escritura anterior, ¿borrada para escribir de nuevo?.

¿Cómo borrar lo que había sido escrito bajo la forma de signo no metafórico?. Bien. Creo que en las denominadas "psicosis infantiles", no es que no haya nada escrito, sino que el significante degradado de la función de Nombre del Padre, forcluido, retorna conflictivamente en la madre o el padre patógenos. En cuanto al sujeto que habita el niño, aún no está solidificado el mecanismo de forclusión del Nombre-del-Padre, aunque está inscripto un signo que solidifica al sujeto como objeto incestuoso. propongo que: ahí, en lo aún no solidificado del mecanismo de forclusión se plantea, una posible vía de tratamiento psicoanalítico. Y, por cierto, que el analista no se anticipe en un diagnóstico psiquiátrico, antes del posible despliegue de la estructura, en la transferencia.

Intentaré formular lo planteado hasta aquí como condiciones de un tratamiento.

Condiciones de un tratamiento

Ya habíamos anticipado: según Leo Kanner -autor del concepto "autismo infantil precoz"- las esquizofrenias infantiles (en plural) pueden ser detectadas durante el primer año de vida. Si se escucha a los padres, ellos mismos lo manifiestan sintomalmente: durante los primeros meses, un niño, según la madre, quería aislarse, no levantaba los brazos hacia los padres, permanecía en soledad.

Kanner propone en 1949 la posibilidad de un tratamiento en base a tres puntos: (2)

1. En la temprana infancia, un diagnóstico pesimista del terapeuta incide tanto más negativamente en el tratamiento que el problema mismo. Evitar diagnósticos pesimistas abre una chance independientemente de la patología en juego.

2. El tratamiento se va a desarrollar si el terapeuta lo sostiene con su cuerpo.

3. También es necesaria una modificación en los vínculos con la familia. Caso contrario que el niño habite con una familia sustituta.

Por cierto, los tres puntos de Kanner, podemos considerarlos como tres condiciones si los reformulamos:

1. Un analista que ponga el "cuerpo" de su deseo, y no calme la angustia apresurando un diagnóstico. La "opinión" del analista es significante para el paciente y un diagnostico de psicosis infantil causa más estragos que la posible psicosis del niño.

2. La transferencia: condición de la cura. Dejar que la estructura se despliegue es previo a cualquier diagnóstico.

3. Y un movimiento en la familia que vale resituar: se trata de un movimiento en la distribución libidinal de los goces. esto se hace posible si podemos abrir vías que posibiliten interrogar la trama significante del discurso familiar sintomal y desplegar los fantasmas paternos del cuerpo real del niño.

Por cierto, muchos terapeutas no ignoran la incidencia de la palabra en el niño y la función terapéutica de la palabra en la cura. Pero, para avanzar en la dirección de la cura, hace falta algo más: cernir el fantasma, el objeto pulsional en juego en la estructura que habita el niño. Los vínculos se metaforizan -y por lo tanto se modifican- si es posible extraer el objeto que los causaba como simbióticos.

Se inicia el tiempo de la demanda de análisis si de alguna manera en la familia las formas de enlace empiezan a ser intolerables. Y avanzamos algo, si los padres, además de no tolerar, están también dispuestos a interrogar su relación al Otro primordial, hasta que algo ahí haya sido perdido.

Cuando Freud despeja las funciones inhibidas en su fin, se refiere a aquellas en relación a las cuales el objeto se ha perdido. Ahí comienza el autoerotismo, podemos decir, tiempo primero del fantasma, importante, en tanto el fantasma es soporte del deseo. Es que "la estructura del fantasma es estructura de lenguaje" dice Lacan en el Seminario llamado con razón "La lógica del fantasma".

Se trata entonces, hasta aquí, de una apuesta a la que el analista ofrece su deseo, cuyo fundamento: la transferencia y el movimiento libidinal hace a las condiciones del tratamiento.

Cuarta condición

En el caso de "El niño que creyó ser de vidrio" se había producido un fracaso en el mecanismo de expulsión que producía como efecto un apelotonamiento de goce que lo petrificaba. Se trataba para él de una carencia significante primordial que llegó a anonadar toda inscripción significante: el mecanismo de la afirmación primordial (bejahung) estaba petrificado.

A partir de ese tratamiento y otros, he llegado a la convicción de que en un análisis muy temprano puede llegar a producirse una expulsión significante y cierta reversión de la forclusión paterna. De todos modos, no sabemos hasta qué punto puede ser definitivo el destino de un sujeto.

De estar situado como falo absoluto, como objeto, por el mecanismo de la expulsión de un real anonadante, empieza a haber cierta hiancia, cierta apertura en el sujeto. esa apertura posibilita la transferencia.

Freud habló de "afirmación" (Bejahung) y "expulsión primordial" (Ausstosung). Y también de "forclusión". Son conceptos distintos: la expulsión primordial posibilita la emergencia de lo real, y se enlaza a la afirmación primordial: no hay sujeto sin real. Mientras que la forclusión impide el funcionamiento del significante del Nombre-del-Padre en el lugar del Otro; forcluido, retorna en lo real. La forclusión significa en acto un fracaso o una inexistencia en la afirmación primordial. La carencia de Bejahung produce un desgarrón en la estructura donde la forclusión retorna desde lo real.

Afirmación y expulsión instituyen el sujeto: no hay emergencia del sujeto sin la expulsión instituyente cuyo camino es preparado por la afirmación primordial. La forclusión, en cambio, significa el fracaso de los mecanismos instituyentes. El significante forcluido retorna en lo real como alucinación, como delirio.

Me parece que la separación entre esos mecanismos ocurrió en acto en la sesión del niño que "dejó de ser de vidrio": se produjo una expulsión primordial del significante patógeno; se abrió así cierto hueco en el cual inscribir un real no aterrorizante. Pudo empezar a metaforizar: donde era objeto vidrio comenzó a haber sujeto.

Sitúo entonces, en la emergencia de un real y un registro de pérdida no catastrófica una cuarta condición. Su mecanismo: expulsión primordial. Cuando ocurre, se trata para el analista de no confundir esa explosión con un escandaloso acting, sino de otorgarle su valor significante: se trata de la emergencia en acto, en la sesión, de un primer vacío, de una incipiente hiancia, de una escisión entre el sujeto que nace y lo Real excluido.

Con estas cuatro condiciones articulo la posibilidad de un tratamiento psicoanalítico en niños con riesgo de psicosis. Se funda en una clínica del deseo, del deseo del analista. Supone no intentar un reforzamiento yoico, o una modificación en los vínculos a nivel fenomenológico sino apostar a la palabra, al sujeto. Este -como dice Lacan- emerge a partir de un corte en la estructura misma, de un vacío, de una inscripción significante como camino de la cura.

Conclusiones

Cuando la psicosis habla -porque la psicosis habla- si somos tomados como analistas en nuestros lugares y puntos de no saber, escucharemos no tanto desde el diagnóstico y el pronóstico, como desde un no saber, no poder leer un enigma que yace ahí, petrificado. El sujeto, alienado al Otro forcluido, a un real que emerge como inconmovible, incastrable, pone en juego, en jaque, al analista.

La mayor parte de los autores habla de esquizofrenias en plural. Es relativo, en el caso de los niños pequeños, a lo siguiente: desde que se comenzó a intentar clasificar las esquizofrenias infantiles, nunca quedó delimitada una entidad. Más bien, psicosis infantiles, esquizofrenias, autismos, se oponen en general a psico-neurosis, y también muchas formas de retardos mentales ya entraban en la categoría de esquizofrenias o psicosis infantiles.

Pero de lo que ya no me cabe duda, en lo que respecta al tratamiento, es que: en primer lugar, el niño -cualquier niño- depende absolutamente de las palabras obscenas o no que los padres le ofrecen amenazando el nacimiento del sujeto. Y, en segundo lugar, un tratamiento avanzará en la medida que el niño soporte que el sujeto que lo habita, se desprenda del goce del Otro.

Esa letra petrificada, esa letra loca que yace en la psicosis, está en juego de alguna manera también para el analista. Quiero decir, se trata del sujeto y esto nos concierne. Los bordes de la psicosis tocan límites en nuestra práctica. Esos límites que pone en juego el borde, cuando se trata del sujeto, son relativos a lo erógeno, a la economía libidinal, al sexo, y también a la muerte. La razón, el ser, quedan conmovidos, subvertidos, cuando se trata de la psicosis: nos suponemos autónomos independientes en nuestras decisiones. Pero, cuando atendemos un psicótico, tropezamos con límites que nos ponen a prueba. Nuestros ideales, y nuestro narcicismo, se muestran insuficientes para soportar lo real ahí donde se presenta.

Al hablar en sesión, y comenzar a elaborarse los excedentes de goce, se abre un tiempo diferente en el movimiento pulsional ligado inexorablemente al surgimiento de angustia.

El analista, función de deseo, soporta el surgimiento de la angustia, revestimiento a su vez de lo imposible, real. Si el analista puede soportar esa transferencia, su acto funcionará permitiendo separar del deseo el goce que lo aprisiona.

No hay sujeto sino gracias a la dependencia significante y la oferta desde el Otro. En el caso que el niño sea objeto del fantasma paterno,(6) de una manera masiva, y se acomoda a esa posición, estaríamos en el caso de psicosis infantiles muy primitivas. En el caso del hospitalismo en cambio, ni siquiera hay esto, sino una privación total de significantes.

La cura implica cierto corte en la atadura patógena al Otro primordial. Eso funda el tema de los vínculos familiares introducidos por Kanner en los tratamientos de niños psicóticos: en nuestros términos significa pasar por la angustia del desprendimiento del cuerpo de goces adultos y atroces, de mandatos superyoicos aterrorizantes.

Por medio de expulsiones de objetos incestuosos instintivamente el sujeto puede emerger. Si esas expulsiones son inscriptas en su valor significante hay chance de poder continuar. A veces ocurre que esas situaciones son consideradas como acting, lo cual detiene de inmediato la emergencia del deseo en el niño produciendo suspensiones o eternizaciones del tratamiento.

En relación al mecanismo de forclusión propio de la psicosis, la pregunta resitúa la forclusión diferenciando la que es propia de la subjetividad paterna de los alcances que puede tener en la estructura incipiente del niño. Es preferible plantear las estructuras infantiles en una dimensión, digamos, preformacional.

Una conclusión provisoria, entonces, es que las planteadas son condiciones para un inicio de tratamiento y su despliegue. Son condiciones esenciales y sin embargo, preliminares: no nos permiten aún anticipar si va a haber alguna modificación, algún despertar. En cierto sentido son condiciones de posibilidad para la emergencia de un sujeto. Son condiciones que juegan a una chance: la emergencia y la inscripción del mecanismo de expulsión instituyente donde sólo había objeto, puede favorecer un fracaso en el mecanismo de forclusión, al menos, en lo relativo a la estructura incipiente del niño.

Intento articular así, con estas cuatro condiciones, la posibilidad de un tratamiento en niños con riesgo de psicosis. Implica una apuesta con pronóstico incierto: donde hubo goce petrificante, que una metáfora advenga en su función de deseo. Cuestión que, por lo que tiene de incalculable el goce,(7) torna el tratamiento de un niño psicótico en una aventura cuyo final no puede ser escrito de antemano.

Ilda Sara Levín. Publicado en Cuadernos Sigmund Freud Nro 17 (1994).

Notas:

(1) Bleuler, Eugenio / Demencia Precoz: El grupo de las esquizofrenias, Colección Psiquiatría, Editorial Lumen.

(2) Kanner, Leo / Manual de Psiquiatría Infantil, Editorial Paidós.

(3) Fenichel, Otto / Teoría Psicoanalítica de las neurosis, Biblioteca de Psicología profunda, Editoril Paidós.

(4) Mannoni, Maud y otros / Psicosis infantil, Ediciones Nueva Visión, Colección Psicología Galerna, 1971.

(5) Levín, Ilda Sara / El niño que creyó ser de vidrio, EFBA.

(6) Lacan, Jacques / Seminario IV, Las relaciones de objeto, Clase 1. EFBA

(7) Lacan, Jacques / Seminario XXI, Les non dupes errent, Clase 2, 20 de noviembre de 1973.