NEUROSIS DE TRANSFERENCIA. Benjamín Domb.

Tiempo de Lectura: 23 min.

Vamos a iniciar el último día de las Jornadas que la Escuela Freudiana de Buenos Aires cada dos años ofrece a quienes quieran saber del trabajo de sus miembros.

Como podrán apreciar hay trabajos para todos los gustos; no sé todavía qué va a resultar lo mío, pero de lo que no quedan dudas es de este acto y de los trabajos producidos que habrá que leer con detención. Cada uno realizó su camino y el conjunto determina un vector que es la dirección de la Escuela.

Constituyen las Jornadas un momento de conclusión sobre una temática que aparece como predominante en la marcha de la Escuela y entonces ésta se hace conocer a través de la producción de sus miembros.

No dejo nunca de preguntarme cómo es posible que un domingo de primavera los psicoanalistas nos reunamos a seguir nuestro trabajo.

Es evidente que hay en esto algo, algo que puntualicé hace muy poco en un acto que coincidía con la fundación de la Escuela Freudiana de Montevideo, hay en esto algo que responde a nuestra práctica y que corresponde, decía, a la ética psicoanalítica. Es sorprendente, que de todos modos estemos aquí queriendo saber de nuestra práctica.

Se han dado cuenta la cantidad de poemas o fragmentos de poemas que han acompañado a una gran parte de los trabajos aquí presentados; indudablemente recurrir al lenguaje poético es intentar una aproximación mayor a aquello que se nos escapa, ya que son los poetas los que de mil maneras intentan decir lo indecible.

El título de mi trabajo, de mi exposición ya lo conocen: "Neurosis de transferencia", este es el título que se me impuso para decirles lo que quiero decir.

Ustedes saben que en un sentido amplio, con este nombre se denominó a cierto tipo de pacientes, que a diferencia de los psicóticos, eran capaces de transferencia. A los otros se los denominó, en contraposición, neurosis narcisistas.

En un sentido más estricto Freud llamó neurosis de transferencia a la neurosis que se producía, a modo de reproducción, en el interior de un análisis y que tomaba como objeto de esa neurosis al analista. La llamó también neurosis artificial.

Si bien en términos generales podríamos concordar y mantener estas afirmaciones, será necesario, con los elementos con que hoy contamos, hacer unas cuantas precisiones que apuntan a un replanteo y tal vez una nueva perspectiva. Perspectiva ésta no ajena a nuestra práctica y por supuesto a las enseñanzas de Lacan.

En primer lugar digamos que: si sostenemos que el psicoanálisis es una teoría de la práctica analítica, si construimos una teoría del ser hablante, es decir de la constitución del sujeto, ésta es segunda con relación a qué: a eso que en nuestra práctica transcurre entre el diván y el sillón. Ahora bien, esta teoría constituye a la vez a la clínica como real, como aquello que resta en ese decir de la teoría. En otros términos, nosotros en tanto analistas no tenemos que vérnosla con otros neuróticos más que aquellos de la transferencia.

Esto viene a cuento del término artificial con que se caracterizó a las neurosis de transferencia, lo que en una lectura rápida haría suponer que la neurosis de entrecasa, la infantil, sería la neurosis natural u original como se la llamó en alguna oportunidad.

Es de suponer que cuando Freud usaba un término sabía lo que decía. Artificial se deriva de arte, manera como se hace o debe hacerse una cosa. Se opone a naturaleza por la intervención del hombre.

El arte implica el acto y lleva implícita la habilidad, es decir un saber hacer -por lo tanto no se trata en la transferencia, de no tener arte ni parte ni que las cosas ocurran por arte de magia-.

Se podría decir que se trata de un artefacto, es decir, un dispositivo adaptado a un determinado fin: el fin del análisis, caída de la transferencia. Donde lo artero deja lugar a la artesanía, esto es uno por uno, de lo particular a lo particular, cada paciente como si fuera el primero. Donde el artesano aparece como el artífice, excluido, caído de su producto. Es decir artificial, se contrapone a lo natural.

La relación del hablanteser a su sexualidad es del orden de lo fácticio, es decir artificial. Y esto por el hecho de que habla, y desde que habla no se le ocurre ir a oler al sexo opuesto para saber que está en celo y desencadenar la relación sexual. Que para aproximarse a la relación sexual, que no hay, deberá poner arte, mucho arte para no caer en este sentido vulgar del término artificial que lo emparenta con lo sintético, lo contrario al análisis, y no caer en el error en que algunos caen, ya que sabemos que con el plástico se construyen aparatos que intentan lograr la relación sexual. Por lo tanto artificial se opone a natural en el sentido en que el hombre es un hablanteser.

El término de neurosis de transferencia resulta apropiado para designar lo que ocurre a nivel del neurótico en el análisis, es decir a nivel del analisante: único sujeto en un análisis, será esta cuestión un solo sujeto en un análisis, una de las cuestiones fundamentales para concebir el concepto de transferencia, del que me ocuparé.

No se tratará entonces en la transferencia únicamente de la reproducción de conductas infantiles que no pueden ser recordadas, sino fundamentalmente de una repetición en acto, de la repetición de la imposibilidad de la inscripción.

Mi propuesta es la siguiente: la transferencia es la puesta en acto de la división del sujeto.

El concepto de transferencia ha recorrido la teoría psicoanalítica prácticamente desde sus inicios a nuestros días. Recordamos algunas de las formulaciones freudianas, por ejemplo aquella del cap. VII de la Traundeuntung,donde se trataba del desplazamiento -la transferencia- del deseo inconsciente al resto diurno indiferente. Más adelante se tratará de la relación que se establece en el análisis entre el paciente y el analista, donde poco a poco éste va atrayendo cada uno de los elementos de la enfermedad haciéndolos entrar en el campo de acción de la cura.

Lacan a su vez trabaja en un comienzo el concepto de transferencia como resultado de la intersubjetividad, hasta que más adelante postula la transferencia precisamente como obstáculo de la intersubjetividad. El establecimiento del sujeto supuesto saber como fundamental en la transferencia y en los Cuatro Conceptos plantea a la transferencia como la puesta en acto de la realidad del inconsciente. Es en esta formulación que me detendré: transferencia como puesta en acto de la realidad del inconsciente -como se darán cuenta mi propuesta se deriva de ésta-.

Podríamos preguntarnos si todas estas formulaciones son equivalentes, qué relación hay entre todas ellas -y no he mencionado a todas-.

Será preciso consignar que si bien todas ellas corresponden efectivamente al concepto de transferencia, se trata de la manifestación a distintos niveles del mismo fenómeno, es decir, que en y entre los tres registros de lo real, de lo simbólico y de lo imaginario se manifiesta la transferencia, en que anudándose no se confunden.

Todo el desarrollo posfreudiano de la transferencia ha puesto el énfasis a nivel del fenómeno imaginario, reduciendo el mismo a una situación dual, dejando de lado por un lado la relación del sujeto a su saber inconsciente y por otro la relación radical del sujeto, S con el objeto a, lo que se expresa en la fórmula del fantasma S a.

Tenemos dos términos y una relación; tenemos cada uno de estos dos términos y establezcamos esta relación.

Digamos en principio que son dos términos simples aunque producto de operaciones de corte sumamente precisos.

Habíamos dicho que en el análisis hay un solo sujeto en cuestión -el analisante-. Esto que Lacan ha establecido no es siempre fácil de admitir. En principio implica que el analista en tanto sujeto no cuenta en el análisis.

Por lo tanto adhiero a la fórmula que en el trabajo sobre el Acting Out, Victor Iunger y Sofía Nadel plantearon, la contratransferencia, es la contra a la transferencia. Para lo que sirve es para hacer obstáculo a la transferencia del único sujeto en cuestión: el analisante.

Bien, teníamos dos términos y una relación. Qué queremos decir cuando decimos sujeto y lo escribimos así: S.

Los invito a mantenernos cerca de nuestra práctica.

Alguno -es decir, no todos, no estamos aquí a nivel del universal- solicita, pide, demanda un psicoanálisis. Tampoco digo sujeto, S, porque estamos a nivel de la contingencia, el sujeto podría o no advenir. Tampoco por el hecho de solicitarlo ya está en el análisis, muchas veces transcurre mucho tiempo hasta que esto ocurre.

Pero partimos de donde hay que partir para que algo se entienda, es decir, del comienzo de un análisis, para apreciar como se instala la transferencia; aunque sepamos que hablar de transferencia es hablar del comienzo, del transcurso y del fin del análisis.

Entonces, alguno decide analizarse, por supuesto tiene que quererlo, busca un analista, otro que pueda ocupar el lugar de sujeto supuesto saber.

Digamos un poco rápidamente, que no deja de tener importancia preguntarse qué es lo que decide a alguien a iniciar un análisis, qué fractura se juega en ese momento.

Pero avancemos. Supongamos que ya encontró -el encuentro tiene una significación importante en psicoanálisis, hay algo del orden del accidente en este encuentro- a ese que resulta el analista, en definitiva un desconocido, con quien tratar lo que se desconoce de sí mismo.

Ya en esta afirmación ustedes podrán apreciar el uso de ciertos términos, lo desconocido. Por un lado el analista de quien, de últimas, no se quiere saber nada porque podría obstaculizar la cura, se quiere preservar lo desconocido, y por el otro eso desconocido de lo que se trata de saber a través de ese desconocido que resulta el analista.

Comienza la partida. La regla fundamental ordena la jugada.

Silencio que invita a hablar. El único sujeto en juego, el analisante, despliega su discurso que, dirigiéndose al otro, intenta decir algo de lo desconocido -es decir que englobando al otro, incluso si ahí está el analista- vuelca algo desconocido de él mismo a través de un decir que implica la verdad.

S ------> otro_

x <------ x

Volviendo por un momento a nuestro punto de partida, la relación del S con el a, en este nivel el sujeto a través de su discurso intenta, volcándose sobre sí mismo, decir algo de a, es decir que el sujeto y el a están del mismo lado. Podemos escribirlo así: S a

El objeto es lo que está oculto y el medio para tratar de alcanzarlo es la lengua. Sin embargo allí también está el analista. Como podrán apreciar, las flechas así lo indican, hay una circularidad que en este discurso parte del S y se dirige, pasando por el otro al a, que como decimos está del mismo lado. Hay a nivel de este discurso, y a medida que lo voy exponiendo, algo así como una cierta superposición de estos dos términos que no hace más que revelar la dificultad en la que se encuentra el neurótico, queriendo apresar desde su subjetividad el objeto que él mismo es, digamos, al mismo tiempo.

Voy a realizar un pequeño salto ya que, llegado a este punto, se me plantean algunas cuestiones: por un lado la del sujeto supuesto saber -desde el momento en que éste se establece hay transferencia-, por otro lado el analista como objeto -amado, odiado y también deseado-; no son lo mismo, se trata de distintas posiciones del objeto.

Es preciso que articulemos las distintas posiciones posibles del analista; en tanto sujeto supuesto saber, como la de semblante del a, así como la de i(a) (yo ideal) manteniendo nuestra formulación inicial de que en el análisis hay un solo sujeto, el analisante.

Sigamos con nuestro analisante que intenta saber algo desconocido que lo implica (todavía y a nivel de este discurso eso de lo que se trata aparece de su mismo lado, no caído, sino todo lo contrario oculto y guardado como su verdad). Entonces, algo desconocido que trata de saberlo siguiendo la regla fundamental: la asociación libre.

Desde el momento en que se postula el concepto del inconsciente, es decir estructurado como un lenguaje y que en el análisis se ordena en discurso, las asociaciones no son libres sino necesarias, es decir que no cesan de escribirse.

Bueno, empiece por cualquier lado, proponemos a nuestro paciente, ya que eso tiene relación.

Sale una bolilla del bolillero, digamos, permítanme decirlo así, un significante, y esta bolilla está en relación con el conjunto de las bolillas que quedaron, y entre una y el conjunto existe entonces una relación que podemos escribir como el 1 en relación con el -1 del conjunto, siendo la que salió la que nombra, condensa, actualiza al conjunto. Dicho de otro modo: siguiendo la regla fundamental se producen los significantes que conducen al saber, decir inconsciente es redundante, es el único saber que nos interesa en un análisis. No se trata de erudicción sino de un saber que no se sabe.

Estamos en condiciones de volver a nuestra pregunta anterior: ¿qué quiere decir sujeto y por qué lo escribimos S?; pregunta que para muchos resultará obvia, sin embargo es una buena práctica preguntarnos cada tanto por aquello que parece obvio.

Por otra parte esta pregunta por el S nos permitirá poner en evidencia una de las caras de la transferencia.

Bien, el sujeto, decimos, es efecto del significante; allí donde hay un significante podemos asegurar hay un sujeto, pero no se termina aquí, porque allí donde hay un significante, este significante, ¿qué representa frente a sí mismo?. Del significante podemos admitir cualquier cosa menos que pueda representarse a sí mismo, es decir que no hay universo del discurso, cada significante se relaciona al conjunto de los significantes que llamamos Saber. Esto se sabe, lo que no se sabe es cuál de los significantes va a venir a caer en el lugar del primer significante, el que representa al sujeto para los otros significantes.

Bien, cualquiera puede venir a ese lugar por eso: "diga usted lo que se le ocurra".

Es decir, el sujeto se encuentra supuesto, puesto debajo del significante, y en relación al conjunto de los significantes (S2), eso se escribe así: S1 -----> S2

S

Es en esto que el sujeto se encuentra dividido entre el significante que lo representa y el resto de los significantes que implican el saber condensado, actualizado en ese significante, en ese dicho.

Encontré una fórmula hace poco que me pareció esclarecedora, cuando se dice de alguien que es capaz de decir cosas sabias -se encuentran de estos personajes con poca frecuencia- son verdaderos maestros, a mi se me representa como la figura de un anciano -un viejo sabio-. No se trata en este personaje de erudición, no es una enciclopedia andante, no es un universitario, puede serlo o no, eso no importa, sino que cuando dice en eso que dice hay saber, es un dicho sabio. Otro ejemplo es el del dicho popular. Este dicho condensa, actualiza el saber popular, en definitiva siempre se dice más de lo que se quiere decir, siempre se sabe más de lo que se cree saber, por eso este Saber no comporta ningún conocimiento ni erudición, ni siquiera el sujeto sabe que lo sabe.

Entonces ahora se puede decir que el sujeto se encuentra dividido entre lo que dice y lo que sabe y es en esto que se produce uno de los fenómenos llamados de transferencia.

La respuesta en acto de esta división del S donde es al analista al que se le supone el saber; ¿el Saber que está dónde?: en los significantes que allí se producen, los significantes de la asociación libre, en el texto del paciente. Este Saber es transferido, supuesto al analista.

Está claro que no se trata de lo que sabe el analista se trata del Saber inscripto en el discurso del único sujeto en cuestión: el analisante. Lo único que se le debería suponer al analista es saber leer el saber inscripto en el discurso del analisante.

De esta manera podemos determinar para la fórmula S.s.S. dos caras: una de su realización simbólica o sea la que supone -sub-pone- al sujeto, es decir lo pone abajo de los significantes que conducen al Saber (S2) y que el discurso Amo se escribe de esta manera:

S1 ------------> S2__

S <------------- a

Y la otra cara, su efecto imaginario, en la que supone el saber en el analista y coincide con el discurso histérico.

S -------------> S1__

a <------------- S2

Hay aquí una trampa que es preciso señalar, trampa en la que cayeron y sigue cayendo cierto psicoanálisis; trampa que la histérica tiende al amo, y no olvidemos que las condiciones del análisis histerizan el discurso.

Decíamos que la transferencia hace obstáculo a la intersubjetividad. Cito a Lacan: "La transferencia es el fenómeno constituído por el hecho de que no existe traducción posible -por lo tanto es del orden de lo imposible- para cierto deseo reprimido por el sujeto". Esto es de 1953 en los comienzos de su enseñanza, a esta altura no tenía rigurosamente conceptualizado el objeto a, y continúa esta cita: "Este deseo del sujeto está vedado a su modo de discurso y no puede hacerse conocer porque entre los elementos de la represión hay algo que participa de lo inefable. Hay relaciones esenciales que ningún discurso puede expresar suficientemente, sólo puede hacerlo a medias".

Hoy podemos decir que es algo que participa de lo inefable -que quiere decir no hablado, indecible, inexpresable, no es ni lo infalible ni lo infame-, entonces, eso inefable, es lo que llamamos objeto a, objeto causa del deseo, que en el discurso del analisante está en el lugar de la verdad, aquello desconocido de sí mismo que sólo puede expresarse a medios.

El discurso de la histeria representa la posibilidad de entrada a nivel discursivo de ese mal entendido fundamental: la relación sexual imposible, es decir real.

Pero si la condición de la transferencia es ese algo inefable, imposible de ser dicho, lo que resta en cada dicho como lo no dicho, provocando, incitando a seguir diciendo, infinitesimando al dicho, encontramos entonces a este nivel una otra cara de la transferencia, entre ese real imposible y el dicho en el que intenta vanamente decirse. En tanto sigue allí como imposible de decirse es que aún seguimos hablando.

Digamos nuevamente que se trata de la repetición de la imposibilidad de la inscripción, entonces, la imposibilidad de la repetición funda la serie de las repeticiones de la imposibilidad.

Entonces en el discurso del analisante, del paciente, se trata de un dicho amo (S1), que proponiéndose en el otro, produce un saber (S2) en definitiva impotente sobre el sexo.

Se trata aquí de la transferencia que va de lo inefable, de lo imposible de ser dicho a lo que se dice y del Saber que ese dicho actualiza.

En un análisis lo que se despliega es esa división del sujeto que es más bien un uno dividido en dos, que dos que se hacen uno. Es como si se desplegara esa división no sólo entre lo que se dice y lo que se sabe, sino también entre esos significantes que lo constituyen como sujeto y ese real que cae, que se separa de ese decir desplegado en la sesión, entre ese cuerpo caído en el diván y esos dichos que condensan, metaforizan, actualizan a un saber impotente sobre el sexo.

En ese discurso hay un lugar para ese otro allí presente, el analista, todo discurso se dirige al otro, más allá de quien esté presente, podríamos decir utilizando un sentido más amplio del concepto de transferencia que ésta se encuentra presente en cada discurso, entre la verdad a medio dicha y su producción. Pero la transferencia específicamente psicoanalítica, debemos articularla como aquello que va desde el discurso del analisante hasta el discurso del analista, que implica, de últimas, la caída de la transferencia.

Decíamos que en ese discurso del analisante hay un lugar para el otro; allí está el analista; ¿como qué, cómo otro sujeto que intentará decir su verdad? ¿su verdad en tanto objeto a?. Evidentemente no. ¿Hacen tal vez dos que unidos en el amor de transferencia devendrán uno? ¿Uno del amor?. Tampoco.

Insistimos, de lo que se trata en el analisante es de su verdad en tanto objeto a. La histérica cree que necesita del otro para sostenerlo y sostenerse, y hacer entre los dos uno, y esta es la trampa de la que les hablaba, se le otorgará a ese otro -el analista en la ocasión- todo el saber y se le demostrará su impotencia: "Ud. es un genio pero yo ando de todos modos tan mal"; sólo unido a ella, apoyándose supuestamente el uno en el otro harían ese uno inseparable.

Saben ustedes que tipo de derrumbe se produce en las histéricas cuando ese soporte falta; también saben que cuando está presente que tipo de impotencia acarrea.

Por lo tanto no se trata en el análisis que esos dos hagan uno, sino insisto, de la puesta en acto de la división del sujeto. Si la verdad se dice a medias es que hay otra mitad que no se dice, el analista es el soporte de esa otra mitad que no se dice, es en esto que el analista no es un sujeto en el análisis, sino que viene al lugar del objeto declinando ese lugar de amo sabio pero impotente.

Veamos, a partir de lo ya producido por el psicoanálisis, y siguiendo nuestro recorrido, cómo surge esta otra cara de la transferencia, cómo el analista, llegado cierto momento y desde el discurso del analisante, cambia de lugar.

Habíamos dicho, que el analisante, único sujeto en cuestión, despliega un discurso que dirigiéndose al otro, intenta decir algo de eso desconocido que no aparece caído sino oculto como su verdad. Dijimos también que por otra parte ese otro -el analista- es de últimas un desconocido.

Se tratará, por lo tanto, que estos dos lugares de lo desconocido, del objeto a, coincidan, que el analista haga las veces de semblante de a, al que el discurso del analisante lo conduce.

A medida que avanza en sus asociaciones -siempre y cuando el analista no asuma el saber supuesto- a medida que su discurso se aproxima a ese núcleo, a ese centro que aquí denominamos lo desconocido y que a lo largo de sus distintos desarrollos Freud denominó núcleo patógeno -que aprovechando las iniciales denominaré "no palabra"- que también denominó trauma, trauma sexual, ombligo del sueño, sexo, muerte, a medida que el discurso se aproxima a ese núcleo, inefable, surge con mayor intensidad la resistencia, el discurso huye, no cesa de no escribirse, entonces en el momento de máxima resistencia, nos va a decir Freud lo que surge es la presencia del analista, se instala la transferencia. El discurso se vuelca hacia el analista y este se convierte en el objeto de las meditaciones del paciente.

Hemos arribado a la presencia del analista, ubicado en el lugar del objeto, acosado por el discurso, aquí como en el caso del sujeto supuesto saber hay que distinguir dos caras, si para el S.s.S. se trataba de lo imaginario y lo simbólico, , a este nivel la cosa se juega entre lo imaginario y lo real, habrá que distinguir entre la transferencia imaginaria, el analista en el lugar del objeto amado, idealizado, como yo ideal, i(a), espejo del analisante, coincidente con la cara imaginaria del S.s.S. y otra cara por momentos más angustiante, más cercana a la verdad del único discurso que allí se despliega: el analista encarnando el objeto a, este es el momento de la escanción, de la caída del analista.

Decíamos el momento de más resistencia, resistencia se entiende de lo real a pasar a registro de lo simbólico, en tanto que eso no puede decirse, que el decir encuentra su tope, su causa, la presencia del analista no se reduce a la envoltura imaginaria sino que fundamentalmente presentifica el trauma, el objeto causa del deseo y en tanto que implica lo inefable es que a este nivel tocamos el límite de la interpretación, la caída del analista es intervención en lo real.

Es en esto que el analista ocupa el lugar de lo desconocido, del objeto a del único sujeto en cuestión, el analisante.

Transferencia, entonces, puesta en acto de la división del sujeto, donde el analista viene a ocupar uno de los términos de esa división. División imaginaria entre el yo y el yo ideal. División a nivel simbólico entre lo que se dice y el saber que no se sabe implicado en el dicho. División, de últimas, entre el sujeto ex-sistente a la cadena significante y el objeto a donde la transferencia encuentra su límite, es decir su caída, su fin.

Benjamín Domb. Presentado en las Jornadas de la Transferencia de la EFBA. Octubre 1982. Publicado en Más allá del falo, Buenos Aires. Lugar Editorial. 1996.