EL SER SEXUADO: VELEIDADES DEL OBJETO A. Elena Jabif.

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Cada niña está confrontada a las imágenes, a los ideales del sexo que la sitúan en el lugar del objeto, ella está destinada a ser poseída con todas las resonancias que tiene esta palabra, un lugar que está condicionado por la falta fálica, la contradicción que impera en esta identificación al objeto, es ¿cómo un sujeto puede querer asumir este lugar del objeto?.

Freud sitúa varias condiciones para explicar el cambio de nota pulsional, el pasaje de pulsiones activas a pasivas y como broche fundamental como un sujeto puede ser situado como efecto del cuerpo del Otro, en el lugar de objeto.

El niño en su llegada al mundo es la erección de un ser vivo, adviene como objeto real, en lo real del Otro real, sin ignorar el deseo que ha precedido a su nacimiento, está allí como un objeto desprendido del cuerpo de la madre, como plus-de-gozar de ella. La crianza atravesada por la fantasmática parental, el crecimiento y su educación apuntará a engendrar una metáfora y a constituir al sujeto de la palabra, él mismo se sustituye al objeto que fue y que a partir de allí estará perdido.

El goce de ese objeto que el niño fue, sólo puede alcanzarlo la madre, es decir que Lacan solo ubica un goce en plus o suplementario para la mujer, es decir hay goces para la mujer y para la madre que un hombre no tiene.

En las notas a Jererny Audry dice Lacan les es dado a una mujer, en tanto madre, lo que no es jamás dado a ningún hombre---, el surgimiento real de su niño le presentará un espejo real del objeto, que el sujeto madre fue y que es imposible alcanzar para todo sujeto.

Situemos el camino de una mujer que implica la resignación a la metáfora subjetiva para semblantear el señuelo de la verdad, para hacerse objeto causa, y ser- el plus de gozar del otro, esto a veces la conduce a ubicarse en el lugar del síntoma de su partennaire.

Para una mujer repartida en su identificación al objeto del fantasma masculino y su parte femenina, su división la dirige al significante de la falta en el Otro, materna que describe muy bien como la femineidad no cae bajo el atributo fálico.

Esta posición particulariza al síntoma femenino que en relación al síntoma del hombre se sitúa a nivel del ser y no a nivel del tener.

En un hombre la avidez por obtener bienes, lo conducen a una afirmación fálica donde las mujeres y su belleza participan de la serie de los objetos del amo. Les recuerdo la clase del seminario compartido con Haydee donde varias generaciones de amazonas romanas, se vengaban de este fantasma masculino envenenándolos El crimen era el camino para extraer del feudo del amo a estos seres femeninos, esclavizadas bajo el dominio de la sentencia... Tú eres mi mujer.

En una mujer los síntomas al nivel del tener suelen no acuciarlas, solo se les presenta como interesante alternativa cuando a falta de ser amadas las posesiones las consuelan

El sacrificio es inherente al sujeto en general, ya que para que haya un sujeto es necesario que el ser se sacrifique al significante, esto implica que acepte la pérdida de un sacrificio original y presubjetivo, un sacrificio ligado a la cesión del momento constitutivo del objeto a, traducido por el sujeto ensombrecido por la angustia, como amenaza de castración. El término cesible implica la renuncia de alguna acción o derecho en favor de otro.

Ceder implica hacer abandono de una cosa de la que se goza a la que se estaba apegado, recibiendo a cambio una indemnización; premio consuelo es la herencia de un resto revelador como es el objeto a, al cual Lacan lo lee en el destete. No es cierto -nos dice- que el niño sea detestado, él se desteta, él se separa del pecho, el niño juega a separarse y retomarlo, esto permite que el pecho no sea sólo el mero lazo con el Otro que hay que tener sino que se erija como un signo de ese lazo que puede adoptar la función del objeto transicional siempre y cuando, como dice Larrouse, el sujeto resigne un encandilante goce y adopte como contrainderrinización al objeto transicional de Winnicott.

Este objeto muestra de manera ejemplar la -función dé un objeto cesible, una puntita arrancada a algo, casi siempre un pañal, una puntita que dará cuenta del soporte que encuentra el sujeto en ese objeto, una puntita que testimonia la posición de caída en relación a la confrontación significante, es el corte que proporciona que el sujeto, no se disuelva junto a su objeto, sino que su carácter cesible lo instituya como un pedazo separable del cuerpo del Otro y del cuerpo propio, cual ¡dad que lo declara apto para acuñarse en cada modalidad del objeto fantasmático.

Pero Lacan nos advierte que el fracaso de la propiedad cesible del objeto nos conduce a la función urriheinilich, como en el cuento de Hoffman (Copelius) donde el objeto pasa de un ser vivo a un autómata, momento de máximo terror cuando el sujeto se confronta descaradamente, con que el deseo que lo constituye es, en este caso, el mismo ojo.

La misma función cesible es lo que permite que la voz a partir de perfeccionamientos técnicos pueda constituirse en un objeto que se ordena en los estantes de una biblioteca, en forma de compact, pero además de este orden se pueden escuchar los matices de una voz, que puede conducirnos a la nostalgia de un viejo episodio, es decir, que puede deslizarnos del placer melódico a la incomodidad de la angustia y una vez más mostramos la singular relación, que el objeto puede tener en la coyuntura con la angustia.

Más tarde otro objeto, el anal viene a cumplir esa función cuando el otro lo demanda, Lacan toma por ejemplo a las comadronas que velan la llegada al mundo animal del humano, viejas que se detienen ante el singular y pequeño objeto que fue el meconio, un resto que funciona como un primer soporte en la relación con el Otro de la subjetivización, el bebe puede dar cuenta de lo que él es, a partir de que su pasaje al mundo lo realiza de la mano de un resto, en este punto Lacan es teri-ninarite, si acepto y me aceptan como un objeto cesible, tengo garantizado el acceso a la falta.

La prueba es irrefutable la cesión como sacrificio del sujeto me garantiza que no estoy hecho a la medida del goce del Otro, esto implica que la función del objeto a en tanto cesible, está articulada a esa béance o abertura fantasmática que tiene la función de separar el deseo del goce espurio, esta operación de sacrificio nos confronta a una curiosa figura que Lacan nombra como deseo de castración.

El pecado de Edipo es que quiso saber más de la cuenta y eso se paga con horror, ya que son sus propios ojos los que son echados por tierra, en la neurosis el sujeto se las arregla bien, ya que tiene ojos para no ver, no es necesario que se los arranquen y por este motivo el drama humano no es siempre tragedia si no también comedia.

El significado del sacrificio en la cultura lo muestra en el corte salomónico, que expone que el objeto real cuando asume su condición de cesible instituye al deseo materno como la función de la verdad, prefiere perder a su hijo antes que verlo cortado en dos (recordemos a Isfigenla).

La ética del sacrificio Kantiano se la puede interrogar en 2 niveles, a) objeto sobre el cual recae el sacrificio y b) La condición es que valga, su valor ligado a la cuota de goce que implica sacrificar la pulsión a los ideales, para gozar de la idea de que él es alguien, en el lazo social.

Ser alguien a los ojos del otro y ocasionalmente ante sí mismo, implica el sacrificio, de tener que negativizar el plus de gozar de cualquier objeto privilegiado en la erótica del sujeto, esto quiere decir que el objeto debe valer para aquél que lo deja, este sacrificio condicional se lo encuentra de manera cotidiana en la vida, en tanto que lo real nos conduce a la existencia del lenguaje, el goce por estructura es incompleto.

A nivel de las mujeres hay una figura patognomónica que es el desistir femenino, en favor de su objeto. Esta posición descripta por Helen Deutch consiste en no desarrollar ninguna aspiración personal en post del objeto masculino elegido, por procuración buscan hombres de excepción para descansar sobre esta elección una identificación narcisista al objeto,.

Situemos que renunciar a un goce pulsional o sublimatorio por el sacrificio en si mismo, es gozar de la privación apuntando a darle consistencia de oscuridad al deseo del Otro. Por ejemplo tanto en la ley moral Kantiana como Sadiana queda un puro sujeto que les permite gozar de un objeto voz, muchas veces encarnado en el partenaire o en la pareja de turno o a veces puesto en el bramido del totem de turno o en una fratria homosexual que goza de la privación de las mujeres, por la vía del superyó.

Medea sacrificó a sus hijos que le eran muy queridos al goce supremo de la venganza hacia el hombre que la había traicionado. La satisfacción que ella tenla al ver sus niños crecer es resignado frente al goce de la venganza.

El amor para ellas queda situado como un objeto agalmático en si mismo, pertenecer a un conjunto incompleto, ser una entre otras las sitúa en una exigencia femenina del amor de su hombre, que no está en relación a la carencia fálica sino que clínicamente está vinculado a cuestiones de su identidad, además ese Otro goce llamado suplementario, no es un goce identificatorio, no identifica por experimentarlo a una mujer como una mujer, por tener orgasmo femenino una fémina no se identifica a su sexo, sino que más bien el goce suplementario las coloca en posición de fading subjetivo ante el objeto, por eso Lacan observa que ellas soportan mucho mejor la frigidez que los hombres su impotencia, ellas no identifican su femeneidad a sus orgasmos.

Las mujeres se identifican por el amor de un hombre, exigen ser las únicas, esperando que el amor y el deseo masculino les brinden un valor de felicidad, un particular brillo que devuelve el deseo del Otro, y que les brinda el significante de la diferencia con respecto a las otras, este significante tiene su efecto pacificador sobre un sentimiento de terror, de quedar homogéneas y fusionadas a un conjunto universal, desconociendo x ni la neurosis femenina que de ellas, en tanto Otro sexo, tal operación es imposible.

Las teorías del amor en la Edad media sostenían dos corrientes:

A) El amor físico

B) El amor extático.

En la teoría del amor físico Santo Tomas encuentra una convergencia entre el amor de Dios y el bien de la criatura. Por más absoluto que sea el amor de Dios no entrarla en disonancia con el bien de la criatura, esta es una teoría de la armonía entre el don de si a Dios y el regocijo del individuo humano.

El amor extático se diferencia en que al darse a Dios, uno se pierde como criatura del mundo, en este punto el goce femenino es extático, porque a la mujer la divide, la causa en su deseo y finalmente la deja sola ante el sexo y la muerte.

En las variables clínicas nos encontramos con damas que arman un universal deseo de encontrar el hombre de su vida, que haría de ellas La Mujer. Esto las sitúa en un terreno supuestamente ilimitado, sacrificar todo por amor a un hombre se premia con un amor unificante e identificante. Etemizan los tiempos de su vida detrás de un sueño de convertirse para el hombre en el señuelo de su verdad, constituirse en su síntoma, y encamar sin dificultad ser el objeto de su fantasma.

Esta aspiración está ligada a una diferencia estructural claramente definida por Lacan en su texto Televisión. El hombre desea La Mujer, el hecho de que La mujer no exista, no le impide desearla pero solo encuentra en este camino fantasmático una aunque de esas unas haga una serie de varias.

No se trata de inventarlas ni listas, ni anárquicas, ni libres de toda demanda al padre o al hombre, sino de que la cura las conduzca a poder soportar lo posible de la relación con un hombre, a que dejen de sufrir ante las exigencias de amores que no garantizan, por más locas que se pongan la fusión de los sexos.

Quizá se las conduce a resignar el resguardo que les brinda, la ilusión de que su hombre es responsable de todo el malestar que padecen, por efectos inevitables de la estructura que las habita. Aceptar que no se es más que un síntoma del inconciente del otro requiere de cierta resignación narcisista que pone en juego su división subjetiva.

Una figura que viene muy bien a la neurosis femenina es encarnar las preciosidades del Superyó del partennaire; ella se niega a él mientras que él la reclama; o ella lo exige tomando el rostro gozoso de una frase digna de Madame Bovary "Nunca me olvides".

Situemos que en la relación sexuada del sujeto macho con su objeto, La Mujer no puede ser encontrada, así el síntoma que sustituye el imposible encuentro con la diosa, es sustituido por una serie de varias donde alguna siempre cuenta distintivamente.

En la ética del soltero, el cortocircuito con el Otro sexo es evidente, en la ética Kantiana el rechazo generalizado al síntoma se traduce en que la única ley válida es el sacrificio, cuya práctica es la abstinencia. Otras veces el síntoma para un hombre es una mujer cuando ella habla, ella se hace sujeto y él es un servil objeto que la escucha y cree en ella. Finalmente, tanto bla bla bla se le convierte en una alucinación mental que muestra que lo cómico del amor se puede homologar a lo cómico de la psicosis.

La realidad clínica la sitúa en la voz de su inconciente, ama a su prójimo en ella, ama en ella al inconciente que la habita. Quizá la infidelidad de algunos caballeros es introducir en las voces de ellas una división, que por otro camino les resulta fallido. La supremacía fálica que va, del poder a la gloria, en los hombres entra en cortocircuito al narcisismo femenino. La bella imagen de una mujer instalada en el complejo de masculinidad freudiano se desmorona cuando su hombre les falta- (Le sugiero clase de Haydee Henrich, La mujer rota, donde una mujer convocada al duelo del desprendimiento de un mando que gira su amor hacia otra, se rompe).

La tendencia que Lacan subraya es que las mujeres tienen menos aptitud para gozar de la privación, cada duelo las reenvía a su origen materno filial, ellas tienen el privilegio de gozar en lo real de un objeto que las representa, condición de estructura a la cual los hombres no acceden. Los duelos a las mujeres las golpean en el ser es decir, en el corazón. Ellas son convocadas a actos que cortan con la dialéctica significante y que se pueden deslizar a la morada de un amor infinito (sugiero lectura del Vicio Absurdo de Virginia Wolft).

La lógica del acto que golpea al ser de una mujer en un momento de duelo, puede conmoverla hasta disolverla melancólicamente en el sentimiento de no ser amada, en ese caso la castración le retorna sin velos de la manera más cruda y real.

Pero en tanto no toda, el matiz irreversible de lo perdido puede relanzarla vivificada en su dolor, una mujer que aprendió rápidamente desde su carne, en tanto hija mujer que el don de la cesión del objeto compensa los dolores de la castración, puede heredar la enseñanza de aquella, que desde un cuerpo materno y femenino alguna vez y en otro tiempo la parió para la vida.

Elena Jabif. Seminario de la EFBA sobre conceptos fundamentales del objeto "a". 2000.