LAS INTERVENCIONES DEL ANALISTA. Isidoro Vegh.

Tiempo de Lectura: 13 min.

Conferencia dictada en el Hospital Borda el 7/6/93

Publicado en "Actualizaciones de la problemática de la clínica", (Buenos Aires: Interlinea; 1994).

Estamos en un hospital psiquiátrico, en un servicio que parece un oasis; indica que la creatividad del ser humano no tiene límite. Es un placer del desafío que se haya construido este espacio donde la psicosis se conjuga con la miseria y la desolación más extrema.

Que un servicio de psiquiatría acuda al psicoanálisis no deja de sorprenderme. No dejo de reconocer que el psicoanálisis no siempre se ubicó bien en el ámbito de la psiquiatría; lo decía Freud: el error es cuando se le pide al psicoanálisis lo que no está en condiciones de brindar.

Otra posibilidad es que el psicoanálisis se interrogue acerca del límite de su saber; puede ser, entonces, que aún en el campo de la psiquiatría logre respuestas pertinentes. Es lo que ha intentado, con mucha prudencia, Lacan.

La psicosis y las intervenciones del analista pueden encontrar la eficacia que anhelan siempre y cuando acepten la humildad del científico.

Interrogamos así, a qué objeto nos dedicamos. Proponer intervenciones sin decidir primero dónde pretenden aplicarse, sería arriesgarnos por el camino del error.

Podemos decir que el psicoanálisis se dedica al ser humano. Pero qué es ese ser humano al que se consagra el psicoanálisis?. Con Freud, decimos que se trata de un ser que acude a nosotros desde un sufrimiento que aguarda una respuesta. El sujeto sabe hasta cierto límite su razón pero advierte que es un saber que no le alcanza.

Hoy nos limitamos al sujeto que se encuentra en el campo de la neurosis. Para decirlo en términos menos sofisticados, los que se asemejan a nosotros.

Se trata de un ser que sufre de algo con lo cual no puede aunque lo reconoce como propio. Porque si pusiera su causa en el exterior ya estaríamos en otro campo, cabría intuir que la cosa viene más pesada. Cuando el sujeto puede decir aunque sea un poquito, de esto que sufro tengo algo que ver aunque no alcanzo a ubicarlo, entonces tiene otra chance. Existe capacidad de re-flexión sobre lo que le sucede.

Sujeto que acude con un sufrimiento del cual admite una razón que se le escapa, implicado en su gestación, se muestra dividido en su ser y sus circunstancias entre lo que sufre y lo que ignora de la causa.

Pese a todo el sujeto reconoce que es Juan Pérez, tiene Un nombre, admite que forma Uno. Lacan lo dice así: Il y a d'l'Un. Hay Uno que no excluye, más bien nombra, un sujeto dividido, escindido. Si esa escisión la reconoce como propia, demanda análisis.

También la imagen que persiste tiene algo de misterioso, por lo menos nos advierte que algo no es natural, que la imagen es distinta a la equivalencia absoluta con el cuerpo. El otro nunca es idéntico a si mismo, sin embargo decimos que es tal.

Si avanzamos por el lado de la ciencia, las células de nuestro cuerpo cambian. Sin embargo decimos que ese cuerpo que va variando es el mismo. Cuestión de lo mismo, tiene sus límites. Es el mismo cuerpo, sin embargo, no es exactamente el mismo.

Hay una persistencia y una diferencia en cada uno de esos planos, del nombre, la imagen, el cuerpo. Se me ocurrió que hoy podríamos comenzar tomando el que llamaré nudo de Freud.

Freud nos invita a reconocer la eficacia de la dimensión de la imagen. Hay una imagen en la que es imprescindible que nos podamos reconocer, es instituyente. Cuando el sujeto la pierde, sufre. Es clásico el ejemplo de la psicosis cuando el sujeto frente al espejo, no se puede reconocer. Es difícil para el neurótico que cuando lo intuye no lo quiere enfrentar.

Les puedo sugerir algunas pruebas que se pueden lograr por breves instantes. En una noche de lluvia, a oscuras y solo, uno puede pararse frente a un espejo y detener la mirada en la mirada que devuelve el espejo. Habitualmente no lo hacemos porque lo que hacemos automáticamente es una función biyectiva.

Supongan que ustedes están ante un espejo. Hacen una equivalencia inmediata punto a punto, entre el espejo y la superficie de su cuerpo. Hay una segunda operación de identificación entre la imagen y la superficie del cuerpo por la que se ven lindos o se ven feos. Se identifican con esta imagen automáticamente, sin pensar. Pueden darle un corte si se detienen en algo que habitualmente no registran, un punto ciego, una mancha: es la mirada. Entonces pueden tener, fugazmente, el sentimiento de lo que se llama el fenómeno del doble.

La imagen especular coincide con lo que Freud llama Yo como instancia psíquica. Imprescindible para la vida, uno necesita verse agradable para ofrecerse al amor del Otro. El problema es que esta imagen propiciatoria puede cristalizarse. Cuando cristaliza y se convierte en una estatuaria a la que el sujeto demanda que se le rinda culto, le quita movimiento. Es la clínica del narcisismo.

Vamos a otro plano, el del nombre. Los invito a una ficción, podemos jugar un poco. Qué sería de ustedes si sus padres hubieran olvidado ponerles nombre. Quieren anotarse en este curso, lo primero que les van a preguntar: cuál es tu nombre?. Van a hacer una reserva en un hotel, a nombre de quién?. Imaginen cuando eran pequeños, imposible anotarlos en el jardín.

Si no tienen un nombre, no existen. Un nombre significa un lugar en la trama social. Cuando se dice hijo de tal o cual, implica una multiplicidad de relaciones sociales establecidas. Con cláusulas prescriptivas y cláusulas restrictivas.

Veo que predomina entre ustedes la clase media. Cuántos amigos obreros tienen, cuántos que habitan en castillos? Hay cláusulas restricticas rigurosas de la circulación, marcadas en vuestros nombres; deciden una obligación en la trama social. Propiciatoria, también abre un problema: nos fija mandatos. Cuando el Otro nos ubica con un nombre viene con un paquetito extra que dice: cuánto me gustaría que fueras doctor, verte con guardapolvo!. Si engarza con el deseo del sujeto va mejor. El problema surge si no se articula.

El otro día hablando con un adolescente en pleno tiempo de angustia, de desesperación, le pregunto a qué se quiere dedicar. -Odio las matemáticas (tiene un hermano que es participante de las olimpíadas de matemáticas, ese lugar está clausurado), la música me gusta porque me divierte pero no para vivir. Entre matemáticas, física y humanística lo que me gusta es humanística. Más allá de eso, ciertas cosas de ciencia política. -Algo que ver con la abogacía?. -Ah! mi mamá me ve abogado, pero yo no quiero saber nada con la abogacía, ella dice que me ve abogado.

Este chico, por suerte tiene la chance de decir: -mi mamá me ve abogado, pero yo no quiero ser abogado. Si no pudiera decir eso sería un candidato firme a la neurosis.

En esta dimensión instituyente cuando el nombre cristaliza en el Superyó como mandato de goce, el sujeto queda anonadado, a merced del Otro.

La dificultad surge cuando esto que es instituyente, valioso, puesto de cierto modo se convierte en causa de la desgracia. Que los malos son malos y los buenos son buenos de punta a punta de la película, no nos va. La instauración del narcisismo es imprescindible, pero la alienación narcisista nos deja en una estatuaria invalidante.

Los psicóticos que en cambio sufren la carencia imaginaria, desencuentran el mundo cuando muchas veces preguntan: "-me levanto, voy a trabajar, cuido a mi familia; ¿para qué?. No le encuentro sentido". Allí acudimos para que ese sujeto reencuentre el gusto por la vida. Si aceptamos que el ser humano tiene la referencia a un nombre, a una imagen, a un cuerpo que goza, somos llamados a intervenir en cada una de esas instancias.

"Mi madre me ve como abogado": interroguemos el sentido que para el Otro tiene ese abogado para que el sujeto lo pueda horadar, no quede comandado por esa imagen que lo dejaría en un goce que no es el suyo. Intervenimos en el sentido para producir, como lo hace también el arte, una diplopía que otorgue movimiento a la forma coagulada.

Otra dimensión por donde el analista interviene es la palabra, para alcanzar la solución del síntoma. Allí el analista acude con la interpretación que revela que eso que al sujeto lo detiene y lo hace sufrir, tiene una trama significante, que guarda un goce. El equívoco es el eje de su eficacia.

Hay un tercer modo de intervención que nos reclama un cuerpo que es asiento de goce. Aquí encontramos algo más complicado a lo que se oponen marcas de las cuales es difícil sustraerse.

La película "El juego de las lágrimas", parece al cuentito de la rana y el escorpión. La ranita está al borde de un charco y el escorpión que no puede cruzar le dice que si lo lleva le da un premio. La rana le contesta que no va ser tan tonta, de correr el riesgo que le clave el aguijón. El escorpión le recuerda que si lo hace no solo muere ella, también él. La rana le da la razón, lo sube, lo lleva. Todo va bien hasta que en medio del charco el escorpión le clava el aguijón. La rana sorprendida le pregunta por qué lo hizo. El escorpión le asegura que le dijo la verdad, tan solo que no pudo resistir la tentación.

La película ejemplifica que nadie puede sustraerse a ciertas marcas inexorables. Marcas de un cuerpo gozante. Marcas que son de lo real, desconocerlas arriesga que retornen peor. Someterse no es la solución, se trata de darles cause. Sino el sujeto se empobrece, queda en posición de falsedad.

Este lugar del cuerpo como lugar de goce alude al concepto de fijación en la teoría freudiana. Cuando un análisis avanza en su dialéctica, progresa cuando el analista como el analizante pueden aceptarlo. Fijación que decide que uno tienda a repetir las escenas que requieren otro tipo de intervención.

En ellas el analista acentúa la dimensión de la presencia. Heidegger en "Identidad y diferencia" dice que el ser humano es el único al que le es dada la posibilidad de encontrarse con el ser; el ser nos llama como presencia. Qué quiere decir el ser?. Para nosotros, analistas, es el ser del objeto. Objeto de la pulsión, en terminología de Lacan se nombra objeto a. Es el objeto en tanto guarda un paquetito de goce. Cuando el análisis avanza, el analista se convierte en una presencia que guarda un intervalo de goce.

Lo implica en dos tiempos: primer tiempo pasional en el cual tiene que sostener la presencia del objeto. Tiempo clínicamente identificable por pacientes y analistas, coincide con lo que Freud asemejaba con destapar la caja de Pandora. Si avanza será a su caída, cuando el sujeto advierta el artificio que el analista sostenía. Acto del analista, lo convoca con su intervención, que desde lo Real, alcanza en su caída, la dignidad que su función le reclama.

INTERVENCIONES DEL PÚBLICO

PUBLICO: en relación a estas tres instancias, en lo referente al cuerpo, es necesariamente al final del análisis?.

ISIDORO VEGH: Lo real no se deja domesticar por un esquema, esto es una acentuación; cualquiera de las tres instancias puede dominar la escena en cualquier momento. Preferentemente, es un tiempo avanzado del análisis en que comienza a jugar el analista como presencia. Pero a veces sucede en la primera entrevista.

PUBLICO: cómo se articula con la transferencia?

ISIDORO VEGH: es la transferencia en uno de sus tiempos. En un primer tiempo se acentúa la transferencia simbólica; un segundo tiempo subraya una dominancia real. Diferentes tiempos del análisis, con acentuaciones. Cualquiera puede darse en cualquier momento del análisis. Es un buen indicio, que se avanzó bastante lejos, que se llegue a ese encuentro con lo Real.

PUBLICO: a qué se debería que esto se dé en un primer momento?.

ISIDORO VEGH: Depende de la estructura que esté en juego y de las condiciones en que se gestó esa transferencia. La transferencia puede empezar tiempo antes, después o nunca del momento en que el sujeto formuló su demanda.

PUBLICO: puede ser parte de la estructura del paciente pero puede también ser parte de la estructura del analista, decir, yo llegué hasta acá y más no puedo, es suficiente.

ISIDORO VEGH: La finalidad de esta exposición es darles ánimo, decirles que si esto se produjo es porque ustedes se animaron a llevar lo suficientemente lejos el análisis.

Lo peor que les puede pasar es que venga alguien y les diga: "yo estuve en análisis diez años pero estoy igual que siempre". Es una desgracia porque perdió diez años de su vida. En cambio si esto sucede es un buen indicio, quiere decir que ustedes han podido acompañar a su paciente hasta ese tiempo. Freud decía que el lugar del analista es un lugar imposible, es un lugar centrífugo que continuamente nos invita a irnos de la cita a la que nuestro objeto nos convoca.

Isidoro Vegh

(*) Conferencia dictada en el Hospital Borda el 7/6/93

(**) Publicado en "Actualizaciones de la problemática de la clínica", (Buenos Aires: Interlinea; 1994).