LOS PADRES, SU LUGAR EN LA CLINICA CON NIÑOS. Cristina María Calcagnini

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Hace unos años atrás en ocasión de un seminario que llame "Escuchar a un niño", planteaba que escuchar, analizar a un niño no es ético considerarlo una especialidad dentro del Psicoanálisis. Pero si es válido pensar que es una práctica que nos confronta con ciertas especificidades.

En primer lugar si hablamos de niños estamos operando en lo que llamamos los tiempos instituyentes subjetivos, tiempos de la estructura en los que se juega la alienación y separación al deseo y los significantes del Otro primordial.

Esto implica, entonces, que los niños no vienen solos sino que son traídos, o a veces traen a sus padres.

El "que hacer con los padres reales" de los analizantes suele ser una de las dificultades por la que no todos los analistas se autorizan a escuchar a un niño.

Si hablamos de autorización la primera cuestión que pongo en juego es el deseo del analista, que es lo que a mi entender da cuenta de que haya quienes se animen y se hayan animado a poner el cuerpo para trabajar en espacios no clásicos o no tradicionales del psicoanálisis.

Interrogar el lugar de los padres me pareció un tema interesante y muy pertinente para avanzar en la clínica, y voy a intentar tomar por el eje de la transferencia.

Freud decia en el material publicado sobre Juanito que tratándose de niños la situación ideal es que converjan en el mismo personaje la autoridad paterna con la del médico.

El dice que de esta manera se conseguirá del niño las confesiones mas intimas.

Aquí yo planteo una pregunta, que no voy a abordar hoy simplemente la dejo planteada . Es el lugar de confesor que debe sostener el analista cuando de escuchar a un niño se trata.?.

Sin dudar diria que Freud apunta a la confianza que el supone que siempre hay entre un hijo y su padre.

Que el padre haga hablar al niño, suele ser una situación esperable y hasta me atrevería a decir es una situación ideal, en el sentido de favorable. Así podemos acomodarnos en la posición de escuchando al padre, dejar que el niño siga cursando su infancia neurótica, sin que tenga que analizarse.

Todo depende de la problemática que se plantee, del nivel de sufrimiento en juego pero básicamente si se articula o no una demanda hacia el analista.

Los padres, entonces sostienen la posibilidad concreta de que un niño pueda ser escuchado por un analista.

Ellos son los que suponen en primer lugar un saber al analista sobre el sufrimiento del niño. De hecho, no hablan con cualquiera sobre lo que le pasa a su hijo y sobre lo que les pasa a ellos con él.

En el primer tiempo de entrevistas se puede recortar en lo que dicen, porque consultan ahora, porque nos elijen, cual fue el desencadenante.

También podemos hacer el esfuerzo de situar en que lugar transferencial nos han ubicado.

Podemos recortar algunas preguntas: De que niño hablan? Cual es la fantasmática paterna que se despliega?

Ahora bien, interroguemos nuestra posición de analistas: Escuchamos padres?

Retomare luego la pregunta, ahora quiero interrogar por ejemplo la posición kleiniana.

En un texto de l932, El psicoanálisis de niños, de M. Klein en el capítulo 4 , ella sitúa que en tanto el niño depende de los padres, ellos están incluidos en el campo del análisis. Pero no son ellos quienes son analizados, y solo pueden ser influenciados por medios psicológicos comunes.

La relación de los padres toca muy de cerca los propios complejos de ellos y por lo tanto la neurosis del hijo pesa sobre el sentimiento de culpa de los padres si bien se hacen responsables del tratamiento.

Ella sitúa que para los padres revelar sus conflictos familiares es penoso, y que por sus conflictos inconcientes, su relación con el analista es ambivalente. Además la madre suele ponerse celosa de la analista del hijo.

Ella sugiere que el analista debe lograr que los padres colaboren pasivamente con el trabajo analítico. Considera conveniente que el analista vea poco a los padres, aunque acota que dependerá de cada situación.

Ella prefiere dejar a a los padres fuera para evitar rozamientos con la madre.

Finalmente dice que debido a la ambivalencia de los padres hacia el analista , los tratamientos exitosos no reciben mayor reconocimiento de los padres. El analista puede renunciar al reconocimiento ya que el trabajo se dirige al niño y no a la gratitud del padre o de la madre.

Resulta interesante comprobar como sitúa Klein la vertiente imaginaria de la trasferencia. Ella habla desde su teorización de la culpa, los celos, la falta de reconocimiento de los padres.

Entonces ahora retomo mi pregunta: ¿Es que escuchamos padres?

Yo prefiero plantear que en realidad escuchamos como un hombre o una mujer dicen de la imposibilidad real de sostener, soportar el significante padre, o madre, sin síntomas.

Quiero decir que, sin ofender a los padres se trata de apuntar al sujeto. Recordemos que padre, madre , hijo, son significantes.

Se t rata entonces de hacer lugar al síntoma. Siguiendo esta línea se trata de situar si se articula o no una demanda de análisis y quien sostiene esa demanda.

Esencialmente se trata de poner en juego quien sufre y padece.

Si, decido que el análisis se va a desplegar del lado del niño es porque escucho una insistencia para que eso pase. Eso que puede ser angustia, inhibición o síntoma. Pedido de ayuda que podrá o no transformarse en demanda de análisis.

Algunas problemáticas pueden resolverse sin que medie el despliegue del análisis en el niño. Otras efectivamente ponen en juego el inicio y el fin del análisis. En estas últimas situaciones el discurso de los padres se va dando a leer a través de las notas, o llamadas telefónicas o en la sala de espera o en la puerta del consultorio.

En ese marco que se despliega en ese espacio límite de la sesión del niño.

Son demandas de escucha, son llamados a la escucha del analista, a las que hay que hacerles lugar.

Dar espacio discursivo para escuchar qué se esta jugando. Es un tiempo para comprender y a veces también para producir alguna intervención según convenga.

Es decir que la posición analítica que propongo es la de escucha activa, que no implica querer comprenderlo todo, ni tampoco darle sentido a todo lo que sucede. Sino que se trata de hacer lugar a lo real que se precipita en la transferencia para que el decir produzca corte.

Apunto a intervenir de acuerdo a como la circunstancia lo requiera, para acotar lo real del goce que puede presentificarse.

Si se trata de reconocer algo , yo lo diría así: Si el análisis opera con eficacia en el padecer del niño, quiere decir que ha sido sustraído el goce en el que estaba retenido en la fantasmática del Otro. En la orilla del Otro, ese goce depositado en el padecimiento del niño seguramente ha de transferirse al analista. Se jugara si el oficio del analista así lo propicia para buscar otro destino.

Esta es la vertiente real de la transferencia. Se trata de un real que debe simbolizarse. Este es uno de los momento mas difíciles porque se juega la resistencia del analista. Ya sea que no pueda escuchar, o que escuche pero se quede en posición pasiva y no pueda operar una intervención a tiempo.

Recientemente en la Jornada de Carteles en la mesa sobre encrucijadas de la clínica con niños, yo trabaje este tema puntuando un material clínico de M. Manoni. Ahí se lee en detalle como la posición que ella sostiene es la de comprender lo que sucede.

Se trata del discurso de una niña y del decir de su padre. Llega un momento en que se interrumpe el trabajo con la niña y viene el padre a hablar con Manoni, a plantearle que esta obsesionado con el despertar sexual de la hija, que lo lleva a tener conductas obscenas con ella.

Manoni, dice que solo pudo escuchar lo que pasaba. No pudo intervenir. A pie de página aparece un dato, este padre era una autoridad policial. Sin duda se jugó cierto límite, la resistencia del analista.

Empecé hablando del deseo del analista, y termino diciendo que frente a lo real nuestra apuesta es a intervenir produciendo texto que barre, que acote ahí donde el goce hace estragos.

Cristina María Calcagnini. Coloquio de Verano de La EFBA. Enero 1998