ADOLESCENCIA: "UN ENCUENTRO CON LAS FALLAS DEL PADRE SIMBÓLICO". J. Marcelo Esses.

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LA Adolescencia es una construcción histórico–social de un nuevo actor social producida durante la modernidad; donde desde el avance de la burguesía, y los discursos de la ciencia, la tecnología, el derecho ciudadano y el auge de las ciudades; subvierte la primacía del valor de la ascendencia de la aristocracia por el de la descendencia de la clase burguesa. La impronta de la sangre azul se sustituye por los anhelos de ascenso social, como intentos de inscripción del nombre desde el prestigio y el status, junto con lo que se pone en juego con la acumulación del capital y su transmisión vía la herencia.

La adolescencia se va generando en la zona creada por la puesta en suspenso del joven en el ingreso al sistema productivo, como por la postergación de su paternidad y maternidad.

La pubertad por el contrario alude al gatillamiento de la genitalidad desde el propio organismo, que vía sus metamorfosis, quedará impelido el sujeto a reubicar. Tiempos de reempuje pulsional, de reedición edípica y de ratificación de la prohibición del incesto.

En este durante de la adolescencia se tramita la pubertad en tanto encuentro con lo real de la sexualidad, propiciando el encuentro con lo real del Otro sexo. Como también en base a la puesta en suspenso aludida se desencadenaría un otro encuentro, pero este con las fallas del padre simbólico, con sus títulos, mandatos y con lo que del padre no pudo ser dicho. Trabajo de tramitación del adolescente que nos permite centrarnos no en lo que hace a su figura desde una perspectiva sociológica sino a lo que de operatorias psíquicas específicas se pone en juego desde el Psicoanálisis.

Tiempos de constitución subjetiva y de inscripción del falo:

Es posible pensar los trayectos de la inscripción del falo como significante a través de los tres registros del padre recorridos por Lacan en el cuadro de las tres formas de la falta de objeto del Seminario IV. Recorrido que abarcaría desde la entrada al lenguaje; marcada por la Urverdrängt, la represión primaria y su registro de un efecto redoblado en la marca–trazo unario y en el precipitado de un objeto perdido, la cosa–das Ding; hasta la operación de la castración.

El padre imaginario registra al falo simbólico como marca de la misma entrada al lenguaje, lugar de la excepción, de la incompletud, del agujero, de la privación que será suturado a posteriori con los mitos del padre ideal.

La madre simbólica precipita la puesta en juego del falo imaginario vía los sucesivos cortes en lo real de los objetos de la pulsión, transitando los circuitos de la demanda, la frustración, los daños imaginarios y los trabajos de inscripción de la ausencia.

El padre real agente de la castración instalará la deuda simbólica negativizando el falo imaginario.

Del padre simbólico Erik Porge dirá: "El padre simbólico es un significante no representado en ninguna parte e inaccesible, salvo edificando una construcción mítica

como la de Tótem y tabú. Lacan expresará en el Seminario IV: "El único que podría responder absolutamente de la función del padre como padre simbólico, sería alguien que pudiera decir como el Dios del monoteísmo Yo soy el que soy. Pero esta frase que encontramos en el texto sagrado no puede pronunciarla nadie literalmente".

Padre simbólico como lo éxtimo de cada una de las tres figura dichas, lo operante estructuralmente allí, redoblado por el nombre del padre, indicando lo que de él no alcanza. Padre simbólico quién se encuentra en todos los lugares y en ninguno a la vez.

En De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis, Lacan nos dirá: "Para ir ahora al principio de la forclusión (Verwerfung) del Nombre–del–Padre, hay que admitir que el Nombre–del–Padre redobla en el lugar del Otro el significante ternario simbólico, en cuanto que constituye la ley del significante".

El significante fálico, significante impar, comanda la dialéctica de la significación, da la razón al deseo, instala un ordenamiento del goce a través de la metáfora paterna tallando la operación de la castración, en los términos de la inscripción de la incompletud del Otro.

En la Subversión del Sujeto y la Dialéctica del Deseo se expresa: "La castración quiere

decir que es preciso que el goce sea rechazado, para que pueda ser alcanzado en la escala invertida de la Ley del deseo."

Rechazo del Goce del Otro para ser recobrado vía el goce fálico por medio de la cadena significante y la constitución del fantasma.

La función paterna como aquella que en–marca, en tanto marco del fantasma, escrito lógicamente como losange à y como borde cerrado, marco legal de la interdicción. Muro de la consistencia.

Caminos de la constitución subjetiva donde se trazan una demarcación de límites acompañados de un amor al padre, quién a–mura vía el superyó lo que de la voz aún no cayó, ni calló. Lo imposible de demostrar lo verdadero quedará regido por una lógica de la incompletud desplegada en este cuadro.

Osvaldo Couso nos dirá en su artículo Identificación y Metáfora Paterna: "Acerca de este imposible voy a mencionar dos aspectos que creo sintetizan la operatoria: circunscribir y excluir."

Adolescencia: tiempos de retorno de significantes, goces y fallas:

Es en estos tiempos donde desde el reempuje pulsional el sujeto a advenir apela a las marcas y títulos de la metáfora paterna no sin los tropiezos y los avatares del encuentro con sus mismas fallas y excesos de goces. Es así que los caminos del padre tomarán senderos que se bifurcan: por un lado lo que la metáfora soporta y aporta y por otro donde sus fallas se hacen presentes en campos de condensación de goce.

Tiempos de puesta a prueba de la consistencia de la figura del padre tallada desde diferenciadas formaciones envueltas en las investiduras del amor al padre. Serie configurada por el ideal del yo, el superyo y la versión fantasmática de pegan a un niño.

Versiones de lo que del padre ha quedado inscripto o no.

El reempuje pulsional conmueve la consistencia del padre en los términos de lo que del saber del mismo no alcanza para sostener el goce pulsional, ni el enfrentamiento con el mundo. Ruptura del ilusorio marco protector de saber y legal.

Desdibujamiento del marco del fantasma, fallas del losange, como garante de lo éxtimo del objeto. El fantasma fixiona por cuanto fija un algo de goce focalizado y localizado, construye la ficción de una verdad a medio decir.

Lacan en el Seminario de la Angustia nos dirá: "Hoy sólo quiero acentuar que lo horrible, lo equívoco, lo inquietante, palabras con las que traducimos en francés, como podemos, el magistral unheimlich, se presenta como a través de tragaluces: el campo de la angustia se sitúa, para nosotros enmarcado. Reaparece, así, lo que mi discusión introdujo para ustedes: la relación de la escena con el mundo…

…El fenómeno de la angustia es este surgimiento de lo Heimlich en el marco…"

La angustia como fenómeno de borde se hace presente con su certeza, cuando la escena fantasmática situable en la pantalla se des–corre, permitiendo que emerja lo que a–terra en el marco, esa inquietante extrañeza de lo siniestro, la intrusión abrupta de lo familiar, en un encuentro sin mediación con el deseo del Otro.

El marco puede ubicarse como la condición de posibilidad de la escena, el escenario, el límite, entre la escena y el mundo.

Esta conmoción de la consistencia del Otro y de la pérdidas de sus garantías no puede sino estar en correspondencia con el des–corrimiento del padre ideal, en tanto mítico obturador de la falta en el Otro, leida esta vez no como incompletud sino desde su faz de inconsistencia.

En la Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente se puede leer: "Se llama Goce y es aquello cuya falta haría vano el universo….Ese goce cuya falta hace inconsistente al Otro".

El S(A), escritura de la inconsistencia, escribe como letra lo innombrable, pudiendo ser nominado como un paradójico significante a–fónico, quién conlleva el signo de la inexistencia del Otro y de sus garantías, lo que nos arroja a que no haya verdadero de lo verdadero, ni universo de discurso.

Retorno de la inconsistencia del Otro como lo que hace caer a lo que salva al padre, a su sueño, en su impostura de ideal. Vacilación del discurso del amo y de lo que su amor amura: goce pulsional, amparo de las inclemencias del mundo e inconsistencia del Otro.

El discurso amo, aquel que alude y se construye desde lo fundante de la inexistencia irreparable de un padre ideal, que junto con das Ding, produce una otra versión de la pérdida del referente, siendo esta vez la de un otro orientador en los deambuladores desiertos del destino, como de otorgador de sentido en su doble acepción: en cuanto a significaciones como a direccionalidad. ¿Será en este punto de hiancia donde irán al abordaje a alojarse los amos de turno, líderes para Freud, constituyendo formaciones de lo histórico–social?

Inexistencia de un padre ideal, que desde su versión numeral remite al 0 que viene a ser encubierto por el 1 del impostor, amo de la verdad que queda al descubierto como tal en la imposibilidad de prolongarse y extenderse hasta el infinito del espacio y el tiempo en su anhelo de eternizarse, erigiéndose restitutivamente en lapidario monumento.

El Goce del Otro tomará aquí la versión del protopadre freudiano, lugar de la excepción, un postularse a ser El Referente del Saber absoluto como de la Fuerza ilimitada; figuras ilusorias dadoras de protección y seguridad; ilustradas por Freud en las paradigmáticas masas artificiales de la Iglesia y el Ejército.

Puede, ser dicho, entonces, el padre ideal, en tanto configuración de un entramado mítico, un ensamblaje entre Edipo y pulsión, entre Ideal del yo, superyó y la fantasmática de pegan a un niño.

En Observación sobre el informe de Daniel Lagache, Lacan nos dice: "Pero ese lugar original del sujeto, ¿cómo lo recobraría en esa elisión que lo constituye como ausencia?

¿Cómo reconocería ese vacío como la Cosa más próxima, aun cuando lo excavara de nuevo en el seno del Otro, por hacer resonar en él su grito? Más bien se complacerá en encontrar en él las marcas de respuesta que fueron poderosas a hacer de su grito llamada. Así quedan circunscriptas en la realidad, con el trazo significante, esa marcas donde se inscribe la omnipotencia de la respuesta.

No es en vano si se llama insignias a esas realidades. Este término es aquí nominativo.

Es la constelación de esas insignias la que constituye para el sujeto el Ideal del Yo".

En tanto en la Subversión del sujeto, expresará: "Lo dicho primero decreta, legisla, aforiza, es oráculo, confiere al otro real su oscura autoridad…Tomemos solamente un significante como insignia de esa omnipotencia …y tendremos el trazo unario que por colmar la marca invisible que el sujeto recibe del significante, enajena a ese sujeto en la identificación primera que forma el Ideal del Yo".

Bernard Nominé en La voz y el superyó dirá: "S1 mas la voz y S1 menos la voz, éste lleva al Ideal del yo. La voz, a su vez, consta de dos caras, por lo tanto el camino se divide. Si se trata de la voz como algo que no está extraído del Otro, tenemos el vozarrón del melancólico; pero, si se trata de la voz como algo que resuena en el vacío del

Otro, tenemos el superyó indulgente".

El Ideal del yo en tanto S1 cristalizado en la fijeza de un S2 de saber, promueve las detenciones del discurrir en el discurso del amo, donde el S1 insignia hace signo para alguien, en el campo de la dialéctica de reconocimientos amorosos. Mientras que lo que resta del S1 de hacer lazo significante, opera como marca de lo insensato y lo compulsivo, enviando a los tormentos feroces de la voz, presente en la figura del superyó. S1 bifásico dando una cara al S2 configurando la trama simbólica del Ideal

del Yo y dando otra al objeto a en su modalidad de voz, impronta de lo que de la identificación primaria al padre se ha incorporado, mas sin cesar de inscribirse.

El superyó nos vocifera en cuanto goce mismo de la marca del lenguaje encarnada, de la pulsión invocante, de la privación, imperativo de la renuncia pulsional como tal.

Mientras los entramados de la voz y el cuerpo del padre son puestos en escena en la fantasía de paliza, montaje de los golpes de la voz en pegan a un niño, erótica de un masoquista castigo reverso del amor al padre.

La adolescencia como encuentro con las fallas del padre simbólico nos remite a lo que se tiende a des–correr del padre ideal en tanto sutura del simbólico, promoviendo la insoportable pérdida de la consistencia de la figura del padre, tanto por las contra–dicciones propias de su saber como por su insufiencia.

Retorno de la inconsistencia propulsora de la reedición de la castración en el joven sujeto reenviándolo, en cuanto se constituye como agente de discurso, a incansables trabajos: de sustituciones de ideales, emblemas e insignias por unos de su propia cosecha, operaciones de sucesión en la serie significante, encadenamientos del linaje y corte generacional. Pasaje del uno unificante al uno contable.

Intentos de reinscripción y reenlace significante de lo que retorna en tanto voz, lo peor del padre, su real pulsional.

J.Lacan expresará en Respuesta: "Estoy más que sorprendido de escucharlos hablar de lo real pulsional….Es decir lo que hace que la pulsión esté ligada a los orificios corporales….Parte de una especie de idea, de la constancia de lo que pasa por ese orificio….;que en matemática se defina lo que se llama una constante rotacional, que es un beneficio para nosotros significar ahí que se trata de aquello que se especifica del borde del agujero…".

Importante distinción de dos tipos diferentes de retornos de lo real en tanto pulsional, como lo que vuelve siempre al mismo lugar y lo real concebido desde la lógica en cuanto imposible.

Pudiéndose decir que mientras que el a, lugar del calce, escribe la incompletud del Otro, delimitando lo imposible de un Goce absoluto anunciando un no hay relación sexual; por el otro lado el S(A), escribe la inconsistencia del Otro tallando lo imposible de un Saber absoluto, dicho en el no hay universo de discurso.

Desde otro sesgo posible por donde transitar la inconsistencia es ubicar al S(A) en términos matemáticos como V–1 lugar de lo imposible de resolver, símbolo de lo indefinido, que adquirirá el nombre de número imaginario, escrito con la letra i, para poder seguir operando. Opción aquí de las aritméticas por la inconsistencia ante la incompletud eligiendo darle escritura de letra a lo irresoluble, haciendo a su sistema de signos completo.

Notable diferenciación con el objeto a, propuesto como marca de la incompletud, ya que en tanto número de oro, proporción aúrea, Lacan lo ubica dentro de los números irracionales, números reales, lugar de lo continuo, de las cifras decimales infinitas no periódicas, signo del pequeño infinito. Resto irreductible e inconmensurable.

Javier Aramburo dirá: "Es así que la lógica del no–todo se propone como escritura misma de la inconsistencia del Otro, en su radicalidad de Otro real".

En R.S.I se puede leer: "Si hay un Otro real no lo hay en otra parte que en el nudo mismo, es por eso que no hay Otro del Otro".

"Identifíquese usted con lo real del Otro real y obtendrá lo que yo he indicado del Nombre–del–Padre, donde Freud designa eso que de la identificación tiene que ver con el amor".

¿Estaremos aquí ante un lugar de viraje desde los tres registros del padre del lado del falo, la ley de la cadena significante y la incompletud escrita topológicamente en el toro, en tanto escritura de un Otro simbólico a una otra escritura que desde el nudo borromeo inscribe a un Otro real y sus tres registros como quehacer con la inconsistencia y escritura de los diferentes goces?

El des–corrimiento del padre ideal, la vacilación del discurso del amo y fantasmática configuran una específica operatoria desde donde el adolescente procura barrar al Otro y a las figuras que lo encarnan, no sin ejercitarse en algunas coloridas tretas que intentan dejar afuera el mortificante goce del Otro: la humorada, la jerga, los públicos grafitis, los hackers, el heroico líder fuera de serie, el sucesor, la degradación de la vida erótica matizada de masturbación y de lo pornográfico.

Trayectos del sellado fantasmático, de reinscripción pulsional, de relectura significante, de un giro discursivo, de una nueva transferencia de saber a un otro ideal productor de un nuevo lazo social.

Un ir más allá del amor al padre y sus añoranzas, un desandar pecados y culpas, no sin dejar de restituir una nueva consistencia. Errantes pasos por los nombres del padre, marcado por lo estructuralmente fallido del padre simbólico. El adolescente se cruza al encuentro con lo incierto de este padre, versión del azar, a ser transitado por un recorrido que va desde lo necesario y garantizado hacia una apuesta a lo posible de un proyecto propio, como hacia lo contingente de la puesta en juego amorosa. Signos de un relanzamiento y reorientación deseante, reinscripción de la hiancia entre I(A) y a.

Donde si el a es la apertura a lo real, se podría entrever que el S(A) es su horizonte, delimitado en los marcos de la inexistencia. Arrojo a caminos solitarios, exilio errante por los des–siertos del des–ser. Un saber hacer allí con la falta como acto creador de lo increado aún. Mas en este durante de la adolescencia nuevas suturas son reclamadas siendo el “a” fixionado en el fantasma, mientras el S(A) lo será desde nuevas insignias del Ideal del Yo, reubicando desde otras perspectivas lo insituable de la voz y la mirada.

Fines de análisis con adolescentes que en la suposición a que un sujeto ha allí a advenir, considero que estos análisis se detienen en un cierto punto, dejando para otras épocas el poder ir más allá del nombre del padre, no así de su figura, como del atravesamiento del fantasma no así de su sellado. Tiempos para renunciar a ellos y dejarlos ir.

J. Marcelo Esses. Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis; Rosario; 1999.