AVATARES DE LA DESILUSION. Flora Salem

Tiempo de lectura: 10 min.

Para Freud, la ilusión es una creencia que se funda en la satisfacción de deseo y tiene por objeto hacer más soportable la indefensión humana.

Las primeras creencias surgen en los niños a muy corta edad y tienden a bordear simbólicamente los reales que se le imponen. Así se crean las teorías sexuales infantiles, son respuestas a lo enigmático y traumático que representan, la percepción de la diferencia sexual anatómica, el nacimiento, la muerte. Para la construcción de dichas teorías, el niño apela a su realidad yoica y pulsional. Las teorías sexuales infantiles parten del yo y surgen cuando este se ve amenazado, su fin es restaurar el narcisismo, esto es la imagen totalizada de sí.

El narcisismo tiene su origen en la prehistoria del niño y depende de las particularidades del deseo de hijo de cada uno de los padres. Al respecto dice el poeta:

A menudo los hijos se nos parecen

Así nos dan la primera satisfacción

Esos que se menean con nuestros gestos

Echando mano a cuanto hay a su alrededor.

Esos locos bajitos que se incorporan

Con los ojos abiertos de par en par

Sin respeto al horario ni a las costumbres

Y a los que, por su bien, hay que domesticar...

Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma

Nuestros rencores y nuestro porvenir.

Por eso nos parece que son de goma

Y les bastan nuestros cuentos para dormir.

La prematurez de la criatura humana hace, que esta sólo pueda vivir en tanto exista un adulto que ejerza en términos winnicottianos la función de sostenimiento. Así se irá construyendo una dialéctica particular entre el niño y el Otro primordial. En esta dialéctica, el niño va creando a sus padres y estos en función de sus deseos y a través de sus actos irán libidinizando el cuerpo de su hijo y construyendo su yo. Para el niño esta es la posibilidad de vivir, para los padres trascender en algo lo finito de la vida. Me parece importante resaltar este aspecto en tanto este deseo paterno queda a cuenta del hijo y marcará los avatares de su constitución.

Los deseos paternos crean, y es necesario que así sea, modos particulares de alimentarse, mirarse, higienizarse, protegerse; así el niño se irá constituyendo, como igual a los de su especie y diferente a la vez.

Las actitudes paternas fundan creencias, proponen valores, marcan modalidades de descarga.

En este período deseo resaltar dos hitos, el estadío del espejo y el tránsito por el Edipo-castración. El estadío del espejo funda la imagen unificada de sí que, junto con la significación fálica, constituyen el yo ideal.

Se configura así un "todo yo" normativo que funda la identidad yoica, matriz necesaria para las posteriores identificaciones constituyentes del yo. Para el niño no tendrá las mismas consecuencias, la mirada de los padres dirigidas a él como superficie o como envoltorio de un tesoro, o si la mirada cae sobre la imagen del espejo o sobre el niño que se mira en él. Tampoco es ajeno a este proceso, la significación fálica otorgada a este cuerpo, no es lo mismo ser el más lindo que el más feo.

Este yo en constitución cae en el campo del otro con el cual goza y es gozado. La función paterna acude a interdictar este goce de la madre y del niño; es en función de esta pérdida de goce que el niño se irá integrando a la cultura a la cual pertenece. Cada una de estas pérdidas de objeto pulsional abre paso a una identificación, cuya matriz es la imagen unificada del yo.

La castración edípica, hito en el cual, lo individual se entreteje con la cultura produce el desglose del yo ideal en las instancias de el ideal del yo y del superyó. El primero surge de las identificaciones con el padre en tanto donador del rasgo unario y de los emblemas paternos de los cuales podrá servirse para conquistar su futuro mientras que el superyó, heredero del padre autoritario observa y critica. En este clivaje se opera también una defusión pulsional, del lado del ideal del yo se aloja la pulsión de vida, del lado del superyó la de muerte, de ahí el sadismo, la crueldad y el imperativo al goce mortífero. El ideal del yo provee identificaciones tendientes a construir el modo particular en que cada uno, en función de su historia, se proyecta. En este contexto las ilusiones como las creencias infantiles tienden a velar lo real, lo angustioso o siniestro con la creación o la re-creación. Es así que la desilusión adviene cuando aquello destinado a velar lo real falla en su intento, esto es que aquello destinado a cubrir la angustia de castración y a lograr satisfacciones yoicas y pulsionales, pasa por la imposibilidad de su realización a ser causa de angustia.

Las fuentes de la desilusión provendrían de la naturaleza y de la relación con los semejantes, constituyen un impacto al yo en tanto conmueve sus ideales. En estas circunstancias el sujeto se anoticia de la distancia entre su yo actual y su ideal; en este desajuste y en función de las identificaciones que lo constituyeron el sujeto responderá al déficit de su imagen con la benevolencia, tolerancia o crueldad que fue mirada y signada su imagen real.

Dos viñetas...

José, 55 años, fue ejecutivo de varias empresas, hace cinco años se le declara el mal de Parkinson a partir de lo cual debe jubilarse y padece una profunda depresión durante cerca de un año. Sale de la misma con tratamiento medicamentoso. Luego de esto es derivado por el médico que lo atiende a un grupo de pacientes con Parkinson que yo coordino. En el grupo José dice poder dominar la enfermedad, "cuando vienen los temblores o la rigidez me calmo y espero que pase". Llama la atención los reiterados accidentes que sufre, choques con el auto, caídas en la calle o en las escaleras de su casa, descargas de electricidad sobre su cuerpo. A las reuniones José acudía con su mujer que, cuando el paciente hablaba de su enfermedad o de su angustia por la misma, ella rápidamente lo interrumpía o minimizaba sus conflictos. Finalmente José pide que su mujer no lo acompañe más y abre así un espacio en el cual comienza a hablar de su dolor por estar enfermo, del malestar que siente cuando lo miran en la calle, o cuando en su casa todos están pendientes de él. En una de las reuniones dice: "De todos los dolores el más grande es no poder alzar a mi nieto".

María, 60 años, es derivada a la consulta psicológica por su traumatólogo. Ella lo consulta porque está padeciendo dolores a la altura lumbar, similares a los que sufrió hace varios años y por los cuales debió ser operada. Ni el examen clínico ni los estudios que se le realizaron podían dar cuenta de la aparición de este dolor. En la consulta con la analista se muestra desganada, refiere no poder dormir y que no hay nada que la haga sentir mejor, siente que esto se debe a su dolor físico. El mismo comienza cuando uno de sus hermanos, necesitado de dinero, propone vender la casa que era de sus padres, fallecidos hacía varios años.

El psicoanálisis propone un método que va de lo particular a lo general sin descuidar el caso por caso; a partir de estas viñetas me propongo situar diferentes aristas que hacen a los avatares de la desilusión.

    • Lo real irrumpe desde el cuerpo o a partir de la relación con los otros. Provenga de donde provenga lo real constituye un acontecimiento traumático, no lo es en sí mismo, sino en función de la fantasmática que abre.
    • La problemática en juego deriva del deseo narcisista de inmortalizar a los padres.

El yo se funda por lo Imaginario como borde de lo Real, lo Simbólico

agujerea ambos registros creando una escritura que incluye algo de ellos. Lo Imaginario propone un destino único y unívoco, lo Simbólico abre a la polisemia.

El proceso ilusión-desilusión es inherente al ser humano, crea caminos, como modo particular de creación de la propia historia, la ilusión hace más soportable la vida, en tanto propone modos de bordear reales y trascender las amenazas sentidas como desamparo infantil. La desilusión representaría una pérdida en el yo, la ubico como el complemento de toda pérdida en tanto que la pérdida de un objeto implica necesariamente pérdidas en el yo y la imposibilidad de realizar aquello que se deseó con dicho objeto.

El trabajo de duelo, indispensable frente a cada pérdida necesariamente debe tocar este aspecto, la imposibilidad de abordarlo deja un resto que más que servir de guía, terminan sometiendo al sujeto a frustración y melancolización, en estos casos el ideal del yo, representante del padre simbólico, troca al superyó, padre de la horda, cruel y culpabilizador, que dictamina con dureza que "si no se es de acuerdo a los ideales familiares no se puede ser’’ y es por eso que grandes porciones del yo actual son sometidas al menosprecio.

En su obra "Duelo y melancolía", Freud nos advierte que el melancólico sabe que ha perdido, pero no lo que con él ha perdido, es decir esto es, que deseo o ilusión ha perdido con la pérdida.

En la melancolización "la sombra del objeto recae sobre el yo" maltratándolo con accidentes, ofensas o autorreproches, hostigando sobre los bienes o sobre los objetos de amor, otras veces hace recaer sobre el yo corporal la sombra del objeto. En estos casos este proceso se refleja en síntomas correlatos de angustia (Angor, palpitaciones) y/o reactivando viejas dolencias que hasta ese momento fueron asintomáticas, como en el caso de María. Dichas viejas dolencias funcionarían como vía facilitada o de complacencia somática para la expresión del dolor del duelo, este mecanismo imaginario anquilosa el síntoma, no se trata de una conversión sino de un modo de expresión del dolor. A mi criterio muchos de los tratamientos médicos de dolor no darán los resultados esperados a menos que se acompañen de intervenciones analíticas que permitan crear la vía de la palabra para la expresión del dolor y su delimitación. Para concluir recreo las estrofas de Serrat:

Nada ni nadie puede impedir que suframos

Que las agujas avancen en el reloj

Que decidamos, nos equivoquemos

Que crezcamos y digamos adiós.

Flora Salem. Mayo 1999