Considerar el tema de las patologías para el psicoanálisis desde un abordaje clínico, plantea desde el inicio una cuestión ética.
En la medida en que no sólo invita a definir el campo de aquello que llamamos patológico, sino también y esencialmente centra nuestro interés en cuál ha de ser en nuestra intervención clínica el alcance y la finalidad que la gobierna.
He de tomar entonces una pregunta como eje de mi posición al respecto:
¿Cuál es el fin de un psicoanálisis en los tiempos de la infancia?
La formulo en estos términos pues permiten a mi entender circunscribir las cuestiones que conciernen tanto a la finalidad del acto analítico, como las referidas al momento de su conclusión.
Para ello me es preciso delimitar algunas cuestiones terminológicas en el marco teórico psicoanalítico.
Desde los primeros textos freudianos que ponían el acento en el cuantum de energía y la tendencia a la descarga como el Proyecto de una Psicología para Neurólogos pasando por otros no menos significativos como Tres ensayos para teoría sexual y Pulsiones y sus vicisitudes hasta Más allá del Principio del Placer es posible seguir un hilo en la teoría de Freud: al sujeto psíquico le es necesaria como causa de su existencia una falta. De ella dependerá la vida.
Ya sea falta de descarga absoluta como la nombrará en el Proyecto, o falta de satisfacción total como la menciona en Tres ensayos, o bien falta de ligadura o elaboración simbólica en los últimos textos la falta es inherente a una estructura, la humana, que se va estructurando en un derrotero divergente en las leyes de la naturaleza.
Su fundamento se aparta de la regularidad instintual encajando la vida misma de un niño aún antes de serlo en sentido estricto, al sitio simbólico que halle en el deseo materno.
En la dependencia radical al deseo el ser humano juega su carta esencial a vida o muerte.
Contrariando cualquier supuesto instinto materno, una madre sólo dará lugar a un niño en su economía libidinal si éste le hace falta... a su deseo.
En el Museo Sigmund Freud, en Viena, estaba el texto de una carta escrita por Freud...a las doce y media de la noche. En esa carta dirigida a Emmelina y Mina Bernays, sus cuñadas, el 16-10-1887, dice así: "Ya habéis sabido por nuestros telegrama que tenemos una hijita. Pesa casi 7 libras, lo que no deja de ser respetable; es feísima, se ha estado chupando el puño derecho desde el primer momento y por lo demás parece poseer buen carácter, comportándose como si se sintiera a gusto entre nosotros. Se llama Mathilde, naturalmente como Frau Doctor Breuer".
Y allí mismo se pregunta Freud: "¿Cómo puede uno escribir tanto de una criatura que sólo tiene cinco horas? El hecho es que ya la quiero mucho", se responde.
Pensaba al leerla que esta cita nos permite recordar algo que todos sabemos pero que hablando de niños, quizás, no esté de más recordarlo, justamente por lo equívoco que el significante niño propone y es, que el Otro del lenguaje es anterior al sujeto.
El Otro, por su deseo como en esta carta, aparece escribiendo, preguntándose, anticipando no sólo un cuerpo sino también un nombre al sujeto. El nombre al sujeto le viene del Otro y es justamente en la relación al Otro que ha de constituirse humano.
Niño es un significante complicado para pensar psicoanalíticamente algunas preguntas relativas al sujeto, porque es un lugar saturado de significaciones. En realidad si tuviéramos que circunscribirlo, diríamos que niño es un lugar en el fantasma del adulto y más específicamente en el fantasma neurótico.
Términos como niño, adolescentes y adultos nos envían a un brete, a un brete evolutivo. Ahora bien, si nos despojamos del ideal de progreso al que la cuestión evolutiva invita, podremos tal vez allí reconocer especifidades. Es decir, diferenciar tiempos, tiempos en la incorporación de la estructura humana. Podríamos decirlo así: el ser humano no nace, se hace. Este ser de humanidad, entonces, no es natural. Incorporar los rasgos humanizantes, dista de ser gratuito. El precio de adquirir la condición humana implica justamente una condición, algo se pierde, se pierde allí "la identidad", la identidad y la univocidad con ese ser. Su ser, un ser equívoco, el sujeto se lo debe al hecho de que su ser justamente, es un ser de lenguaje y esto tiene consecuencia. Implica desde el inicio que esa relación natural, exacta unívoca, sin resto, con el objeto de su satisfacción, se va a producir para él como pérdida.
Entonces la entrada al lenguaje determinará, un pasaje de un cuerpo biológico a un cuerpo de goce y también si ha de producirse o no, la separación de un goce unificador, absoluto. Que este goce se pierda será también disparador para su búsqueda, para su redistribución.
Podríamos decir que para que un cuerpo tome tono, tenga tonicidad, se levante, se enderece, levante la cabeza, se eleve del suelo, tome estatura humana, camine, suba, trepe, corra, toque objetos, se toque, toque a otros, es necesaria una operación que no es natural, alguien debe operar.
Ahora bien, la realización de este destino humano como me gusta llamarlo, requiere tiempo y el tiempo es solidario de esta pérdida de identidad.
Pérdida de identidad que es aquello que, justamente va a permitir que haya identificación. El destino del ser humano se va a producir entonces en una dinámica que se juega si hay juego, es decir, si hay movilidad.
El primer juego que juega el niño es a desatarse. Lacan lo recuerda en el Seminario de la Angustia (1) y este juego es paradigmático del de presencia-ausencia: toma la teta, luego la deja, lo cual se realiza por la vía de la demanda del Otro, lo que por la inversión de la demanda hará que las madres digan: "tomó...la teta hasta los nueve meses".
Su estatuto por equívoco, deja un resto a la satisfacción de esa demanda, el deseo es su ganancia.
Bien sabemos, la gravedad de algunos casos nos los muestra, qué ocurre si se equivoca el estatuto de la demanda y se otorga una respuesta colmante, equivocando justamente este estatuto. El sujeto puede quedar sin recursos o bien apelar al recurso de la acción: "comer nada".
A propósito de esto, recordaba el caso de una nenita de cinco años que había sido internada con una probable intoxicación salicílica (2) en el Hospital de Niños.
La madre le administraba las aspirinas y a su vez la nena se encerraba a tomarlas. Ya padecía una intoxicación crónica que le había producido una gastritis sangrante. Era hipo acúsica por un antibiótico mal dado y en esta oportunidad podría haberse muerto.
La madre durante la internación sigue administrando aspirinas a su hija diciendo que ella "se las pedía", que en realidad "se le cayó un poquito" en el vaso de la nena, o que, "le dio un beso y que le quedó polvito en la boca". La nena muda abría la boca y recibía aspirinas.
Los analistas intervienen de la siguiente manera: por un lado con la madre, ésta debe permanecer afuera durante los encuentros con la nena y por otro lado con la niña, introduciendo un juego: sacar punta a un lápiz y llenar un recipiente con el polvillo de la madera. Cuando la analista levante la cuchara, la nena abre la boca dispuesta a ingerirla realmente. "¡Estamos jugando!" -dice la analista y le da de comer un muñeco. A partir de aquí será la niña quien alimente muñecos.
No se trata de un psicoanálisis pero sí de una intervención analítica, allí donde en los primeros tiempos, los recursos simbólicos son pocos. La dependencia real deja al bebita, cachorro humano, sujeto acéfalo en manos del Otro y aún cuando se inicia el juego, por virtud de la falta que opera en la dialéctica de la relación del sujeto y el Otro, la distancia no está asegurada. Durante bastante tiempo el niño necesitará de esos pequeños objetos reales para recrear con ellos algo de la pérdida del objeto, crear el objeto como perdido, recreando la relación al Otro como imposible.
Tiempo para producir nuevos recursos simbólicos que renueven la distribución productiva del goce, pues en la escena misma del juego se enmarca, se delimita esa relación, en tanto fantasmática.
El niño no reproduce en el juego la recaptación de una escena. El juego no es reproductor, sino productor de un a diferencia. Allí se pierde la identidad al objeto. En este sentido podríamos decir: si algo reproduce el juego es la reproducción que no hay.
A mí me sirve para pensar la cuestión del juego, una referencia que hace Lacan en el "Seminario de la Angustia", a los tiempos de la escena. Allá plantea que la primera escena, es la que se da en el mundo. El segundo tiempo de esta dimensión es la escena sobre la que hacemos entrar, montar ese mundo. Una vez que está montado sobre la escena ya todo ocurre como esa puesta en escena que tiene que ver con la historia.
Una manera de poder encontrar esto mismo en Freud es cuando, por ejemplo, hablando de los recuerdos, dice que en realidad los recuerdos, no son reproducciones de acontecimientos vividos, sino que son producciones sustitutivas. Y agrega que una de las maneras en que se presenta ese recuerdo es con imágenes plásticas similares a las que nos ofrece el teatro. Sólo que allí lo llamativo es que el sujeto se ve, se ve en la escena.
Esta referencia es útil para pensar la cuestión del juego, porque el tercer tiempo es la dimensión de la escena sobre la escena, el teatro mismo. Allí el personaje trata de dar cuerpo a algo, a algo que no es él y a su vez a algo de él. Uno podría decir que efectivamente, ubicarse en el lugar del personaje requiere dejar de ser uno, por eso decía que allí se trataba de una pérdida de identidad, de identidad con uno mismo. Jugar a ser el personaje, jugar a no ser él implica un lugar de desprendimiento. Un lugar de diferencia.
Fíjense por ejemplo, en las líneas teóricas que se han propuesto desde el ámbito teatral mismo. El teatro tradicional plantea que en realidad, el movimiento de aquello que llamamos "puesta en escena" va, de lo que sería el texto a su reproducción en la escena. Es decir, se parte del texto y se va de allí a la escena. El teatro de la muerte (3) plentea un movimiento inverso, es a partir de la escena que se produce el texto. Esto tal vez permite pensar el lugar del analista en relación al movimiento de este tercer tiempo, el de la escena sobre la escena.
El niño para jugar juega con objetos reales, es con ellos creándose como objetos simbólicos, que va a simbolizar la privación. En el juego creará un argumento que si bien no desconoce su lugar de ficción requiere una verosimilitud, una relación a la verdad que implica para él, una inmensa carga afectiva.
Ahora bien, cuando el juego se inicia para todo sujeto, se va a iniciar perturbando el campo de Otro. Esto condice con que el sujeto halla ligar justamente, en el lugar de la falta del Otro. Dialécticamente del sujeto al Otro que implica la dimensión del a. De la tolerancia que el Otro presente a esta perturbación de su campo, dependerá la continuación o su detención, es decir, la posibilidad para el sujeto de jugar...su cifra.
Digo tolerancia a la perturbación de su campo porque un nuevo ser nunca será lo esperado, más bien será algo nuevo que lo familiar, algo introduce de lo inesperado, de lo desconocido.
Me gusta decir entonces, que "si todo anda bien", como decía Winnicott, el niño tendrá "perturbadoras costumbres" como decía Freud. Si todo anda bien entonces, la relación entre el niño y el Otro se incomoda, en nuestros términos diríamos, el goce fálico incomoda el goce del Otro. Entre el Otro y el niño como objeto no hay "enteridad".
Si todo anda bien aparece la perturbación: el niño llora y no se sabe qué le pasa..., el niño come...de más o de menos, el niño tira los chiches al suelo donde es difícil e incómodo encontrarlos, rompe los hermosos juguetes bien armados que le regalamos, en fin, rompen...los esquemas; introduciendo su marca diferencial. Introducción del rasgo del sujeto en el lugar donde el Otro con su presencia también ofrece su falta.
La infancia se cursa con síntomas, es decir, con desajustes. Las manifestaciones sintomáticas de la infancia dicen de una dialéctica en la constitución de la neurosis. Su movilidad entonces, va a condecir con los desajustes propios de una estructura que requiere de un reanudamiento dinámico en el camino de su constitución. A partir de esto y dado que aquello que nos ocupa hoy es el psicoanálisis y su relación a los niños, podemos plantearnos la siguiente pregunta atinente a nuestra clínica: ¿Cuándo el desajuste es soporte en la constitución misma y cuándo entra en el orden del perjuicio subjetivo? Es decir, ¿cuándo es parte del juego, del juego de la estructura, y cuándo es síntoma de su detención? ¿Cuándo apunta a que el juego se ha detenido? Esta pregunta es por la ética del psicoanalista, en tanto decide su intervención.
Quisiera recortar algunas especificidades.
La consulta por el niño siempre la hace el Otro. El niño llega porque es Otro quien se inquieta. Cuando hay quietud, cuando todo está quieto no hay consulta. Es decir que los otros, los que demandan, los que legan a la consulta no son un obstáculo en nuestra práctica, sino una razón de estructura. Porque en el niño no hay sustitución de la neurosis ordinaria por la neurosis de transferencia, y es que la neurosis de transferencia se juega con los padres, a ellos se les otorga el saber. Como Freud recuerda en su texto sobre Teorías Sexuales Infantiles: "los padres son fuente de todo saber". Es por la vertiente del saber que los padres nos suponen sobre niños, que llega el niño a la consulta.
Su lugar en la estructura no es contingente, y no se trata entonces de responder a la consulta de los padres con teorías neuróticas que hallan la causa en las insuficiencias paternas. Por ejemplo decir que el problema del niño es por mucha o poca madre, por mucho o poco padre, o bien porque la madre no da lugar al padre.
Ellos consultan en el límite de su función y le otorgan un supuesto saber de niños al analista de niños, es decir, el analista está supuesto saber por los padres que ubican en él la forma hipotética del Otro, allí donde no se sienten capaces de sostenerlo en el intercambio con el niño. Dicen de su incapacidad de autorizarse en una función, creo que lo importante es tener en cuenta la transferencia con ellos en el sentido de devolverlos a su función. La cura en ese sentido estaría terminada, cuando el niño y sus padres pueden retomar esta constitución del Otro entre ellos, sin analista.
Desde ya podemos decir, que el niño demanda, pero no hay demanda de "verdad" en el sentido que Lacan nos enseñó a pensar en el inicio del análisis. A pesar de poner en cuestión que haya analizante en un tiempo instituyente, eso no impide que allí haya analista, es decir, que pueda haber acto analítico.
Otras veces la demanda no viene de los padres, puede venir de otros campos como por ejemplo, los escolares, los recreativos, los judiciales. Terceridades que intervienen a veces donde los padres no hacen lugar al juego, para ellos "todo anda bien" y entonces la campana la hace sonar otro.
Propondría que una de las primeras tareas que corresponden al analista de niños sería distinguir el lugar que el niño ocupa en el discurso de aquel que hace la consulta, en el discurso del Otro, distinguirla decía del síntoma del niño. Con esto romperíamos una creencia de continuidad, al considerar que aquello que le pasa al niño es una prolongación directa de lo que escuchamos en el discurso de los padres.
Justamente hablando de tiempos, creo que es tiempo de plantear algunas conclusiones. Pero para concluir es necesario el recorrido de tiempos, tiempos en la constitución, desde el campo del lenguaje al que el sujeto debe su advenimiento al mundo y hasta su ser biológico, a la articulación de la palabra hasta el sujeto del discurso.
Todos estos son momentos diferentes y hace falta tiempo. Tiempos de la infancia que determinan la diversidad de nuestras intervenciones en el reconocimiento de una estructura que se estructura, es decir, no viene estructurada. Desde el sujeto del lenguaje, "el parlètre", desde que habla al aprendizaje de la escritura, podemos reconocer diferentes momentos. Asimismo en lo que hace a la distribución del goce desde el goce masturbatorio hasta el tiempo en que puede disponer del acto sexual.
Desde el juego de la infancia hasta el juego contingente del amor y los juegos amorosos, el juego se juega toda la vida, sólo que los objetos con los que se va a recrear nuestro destino siempre son otros que los de la satisfacción. Este juego por lo tanto se juega en los desajustes.
¿Qué justifica entonces, nuestra intervención? El punto donde el juego se detiene. En este sentido podemos decir que el niño no se analiza, él juega y nuestras intervenciones serán diferentes según los tiempos. Jugar en ese movimiento de la escena sobre la escena, en el sentido de jugar a que jugamos y saberlo.
Una última cuestión para terminar.
Quisiera decir que hay un punto en el que me parece importante que estemos advertidos, porque corresponde a nuestra ineludible humanidad; es revisar una y otra vez el ideal propio de nuestra constitución humana. Ese en el que Freud no por recordarlo, pudo evitar enredarse los pies allí y es el ideal del niño feliz, el del paraíso perdido de la infancia.
Alba Flesler
NOTAS:
(1) Jaques Lacan, Seminario de la Angustia (clase del 12/12/62).
(2) Psicoanálisis y el Hospital (Publicación de practicantes en Instituciones Hospitalarias).
(3) T. Kantor, El teatro de la muerte, Ediciones de La Flor.