GUERNICA: OTRAS POSIBILIDADES EN EL ABORDAJE DE LAS TOXICOMANIAS. María Eugenia Gabes

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Aquel hombre es grave y lo que evita confesar es grave. Su mutismo ha conocido las peripecias del naufragio. Edmond Jabés. (El libro de las preguntas).

El arte pareciera transmitir un mensaje, dejar para otros su comprensión y la interpretación de los diferentes momentos históricos, de las encrucijadas de la subjetividad humana y de sus enigmas.

Encuentro que el psicoanálisis y el arte tienen un especial modo de relacionarse con lo que no tiene remedio, la vida, la muerte, el sexo, el amor, la belleza, la violencia, el desamparo, en fin, lo imposible de curar sobre todo si a ello lo acompaña una ética.

Lo que no tiene solución es atractivo, convoca a la creación, a la filosofía, a la literatura, a la poesía a la política y a la educación, convoca a la innovación, al desafío.

Los filósofos no se dedicarían a pensar sobre los enigmas del ser, de dios, de la verdad, si éstos fueran fáciles de hallar.

Las ciencias del pensamiento no tienen la respuesta, sino la pregunta y eso permite entonces que se amplíe el círculo del conocimiento aún cuando no se encuentren soluciones, por eso en este campo se trabaja con los paradigmas que son útiles para ciertos períodos y que luego caen para dar lugar a otros.

Tal vez, sean las religiones las que se ofrecen como respuesta y solución a los males que nos aquejan. En nombre de sus creencias han pretendido y aún pretenden sobre todo los fundamentalismos, resolver el problema de la violencia con más violencia. La religión promete amparo y una vida después de la muerte a aquel que por su fé se acerque a ella, algunos quedarán a resguardo del mal, en el más allá. La religión intenta darle un lugar al desamparo primordial del sujeto, un consuelo frente a los desasosiegos de la vida. Pero por suerte la creatividad, la poesía, la contemplación son capaces aunque sea transitoriamente de apaciguar ese malestar.

La violencia siempre existió, y el desamparo acompaña al hombre desde el preciso momento de su nacimiento. Es en los momentos catastróficos que el hombre siente el mayor desamparo.

Pero catástrofes hay muchas, las que nos proporciona la naturaleza o las que crean los hombres, como la guerra, el hambre, la miseria, y aquellas a las que estamos sujetos por el hecho de haber nacido.

Cambian el modo de manifestarse estas "afecciones" pero no su "esencia".

La obra de Picasso, "Guernica", no se hace esperar para trasmitir la desolación y el espanto de la guerra, en sus imágenes todo es a pérdida, desde las figuras desgarradas, desarticuladas hasta el oprimente espacio y la falta de color. El predominio de los grises no da tregua a la mirada que queda atrapada en esa inmensa superficie desvastada, desolada, para dar cuenta de los efectos de la violencia desatada. Esta creación se caracteriza además porque es una representación intemporal de la violencia.


La guerra es una destructora de culturas, es decir del esfuerzo del hombre por dominar sus impulsos destructivos.

Lacan dirá que la violencia es el fracaso de la vía discursiva. En su escrito "La agresividad en psicoanálisis" adhiere a la postura aristotélica del diálogo afirmando que éste parece constituir una renuncia a la agresividad. Sin embargo es harto frecuente que ocurra lo contrario, que la palabra caduque en su poder dando lugar a acciones agresivas o violentas.

La agresividad, es constitutiva de la subjetividad, es principio de liberación del sujeto a advenir que atado a otro poderoso, puede transformarlo en rival y por la vía de la identificación ir más allá y convertirlo en su semejante. En ese sentido la agresividad está al servicio del impulso vital, pero bien sabemos que es causa de estragos cuando se halla al servicio de la pulsión de muerte.

En la práctica psicoanalítica, la reacción terapéutica negativa es una demostración de ese real. En ella no hay lugar para la palabra, muchas veces un cuerpo que sufre, empeora o silenciosamente se precipita a la muerte.

Recordemos que para Freud la pulsión de muerte era muda.

¿Podemos entender a la violencia como la agresividad desatada, desatada de la experiencia significante, del complejo de Edipo, del pasaje por la castración?

Si la agresividad no se ha anudado a la vía significante queda limitando la posibilidad de ser subjetivada, dicho de otro modo, la castración le ofrece bordes a la violencia que a todos nos habita.

Si volvemos a "Guernica", y sin ánimo de interpretar a su autor, sino como elemento demostrativo de nuestro tema, podemos observar las figuras fragmentadas, desarticuladas que nos ofrece. Por un lado es claro que representan el universo social y violento de ese momento histórico que a la vez nos permite leer allí, por el estilo que le imprimió Picasso la fragmentación propia del sujeto infantil cuya máxima representación se halla en los niños pequeños, en sus juegos y sus fantasías que Lacan nos explica de este modo: "Hay aquí una relación específica del hombre con su propio cuerpo que se manifiesta en la generalidad de una serie de prácticas sociales como los ritos de tatuajes ( tan comunes en la actualidad), circuncisión y modos un tanto diferentes en las sociedades avanzadas".

Lacan avanza un poco más y se detiene en "El jardín de las delicias" de Jerónimo Bosco y dice. " No hay más que hojear un álbum que reproduzca los detalles de la obra para reconocer en ellos el atlas de todas esas imágenes agresivas que atormentan a los hombres". Sin embargo me permito agregar a esta observación de Lacan que "El jardín de las delicias" trasunta un goce que es difícil hallar en "Guernica". No hay en este cuadro un solo rostro que denote sufrimiento, sí elementos que lo provocan.

Otra particularidad que diferencia a Jerónimo Bosco en su obra es que en casi todas ellas encontramos alegorías del bien y del mal, del cielo y del infierno y de ese mundo intermedio al que todos pertenecemos.

En Guernica en cambio, todo se asemeja a un infierno.

Estas dos obras me permiten pensar que si en el terreno verbal la máxima agresión es la injuria, pues apunta directamente al yo moral del sujeto con una clara intención de destruirlo, en el campo de los actos, la violencia apunta al cuerpo mismo, morada del sujeto.

No perdamos de vista que muchas veces el acto de violencia puede ser una respuesta al intento de liberarse del poder de un Otro

Pero los humanos no sólo somos hijos del rigor, también lo somos del desamparo.

Me pregunto si el desamparo más allá de la propuesta freudiana del desamparo original que marca el trauma del nacimiento es constitutivo del sujeto o si proviene de una falla en su constitución de elementos que no han podido ser enlazados a la cadena significante, que no encontraron un lugar en la vía discursiva.

Dicho de otro modo, sería algo así como que el sujeto queda desamparado por un exceso de real.

Si pensamos que el sujeto se constituye gracias al significante que lo representa para otro significante, freudianamente podemos decir que se constituye gracias a la experiencia de la castración, acompañada de fantasías violentas y de ciertas experiencias agresivas reales. De este modo el sujeto quedaría al abrigo de una configuración yoica que lo ampara de vivencias inevitablemente traumáticas, que le permitirán asumir las identificaciones y constituir sus ideales.

En nuestra práctica con pacientes adictos nos encontramos con personas que tienen un estilo de respuesta donde la palabra no antecede al cuerpo, no hay mediación de ella en la escena que se presenta. Muchos de estos pacientes son o han sido víctimas de la violencia familiar y del desamparo pero no sólo del social sino de otro tipo de desamparo, solidario con el social.

Un paciente con graves problemas desde niño, comentaba en las entrevistas, "cuando agredía a alguien me prendia al cuerpo del otro con mis manos como garras, no me podían separar, tenía una fuerza tremenda. Me dejaba crecer las uñas para poder atacar a los que me molestaban, mi cuerpo era como un arma, como un proyectil", este niño había sido transformado en un puro objeto lanzado por otro.

En muchos de los relatos que escucho de mis pacientes no puedo dejar de pensar, " aquí pasó la guerra", con todas las secuelas de destrucción e intolerancia que ella produce.

Casas desordenadas, muebles y objetos rotos, paredes descascaradas, golpes, palizas, cuerpos dañados, internaciones, urgencias, sobredosis, borracheras, vómitos, un mundo gris y desarticulado que se ofrece a la escucha y al imaginario. Este es el "cuadro" piccasiano, el paisaje más habitual de quienes padecen esta forma de relacionarse con la vida, de ellos y de sus familias

Como psicoanalistas no podemos renunciar a buscar la cuestión del desamparo en los avatares de la vida psíquica del sujeto.

Pero este sujeto que llega a nuestros consultorios no sólo es producto de una problemática familiar, también participa en su subjetividad el Otro de la cultura, el Otro social y éste también ofrece su desgarro.

Podemos pensar al desamparo como original, pero, ¿es constitutivo del sujeto?

O justamente ese es el lugar que quedó al margen de una estructura?. Es decir por fuera del límite, tal vez en un vacío, como un objeto que queda descentrado, fuera de todo lugar y esto se convierte en intolerable para el sujeto.

Una paciente comenta sobre su hijo toxicómano lo siguiente: "Desde chiquito siempre tuvo problemas, ansioso, nervioso, nunca estaba quieto, parecía que tenía hormigas dentro de él. Lo echaban de todos los colegios, era insoportable".

Sabemos que el sujeto se constituye en relación a otro a un Otro que devendrá luego un otro fallido, castrado y que permitirá al sujeto poner en juego su propio deseo.

Sin embargo avatares en la vida de algunas personas nos hacen enfrentar con lugares arrasados de la condición subjetiva que al estilo de una catástrofe dejaron al sujeto en casi un total desamparo.

Sylvie Le Poulichet atribuye a la catástrofe no solamente un lugar sino a un momento donde el yo no tiene posibilidad de reacción, y lo llama, parafraseando a Descartes, "el espanto de la falta en el tiempo", y dice: "Cuando la catástrofe comienza, aquel de quien se apodera ignora todavía su principio y su fin. Está tan librado al instante catastrófico que no conoce límites ni superficies donde reflejarse: el instante pasa a sí mismo, se reduplica, y el yo no se sostiene ya sino de la punta de ese instante, sin un espejo que en el mundo pueda aún reflejar su imagen y hacerla familiar".

"El punto de vista, que articulaba y acomodaba las formas reales y las formas imaginarias de los objetos, no está ya en el mismo lugar". Como al estilo de un ciclón, de un derrumbe, de un terremoto, de un bombardeo. Como en Guernica donde las miradas de cada una de las figuras del cuadro se encuentran descentradas, sin tener un punto donde apoyarse.

" Ese punto o esa serie de trazas simbólicas desde donde el yo se veía, se ha desplazado por efecto de un encuentro y se confunde ahora con la punta del instante, sin distancia. "

Un joven consulta porque una idea lo obsesiona, lo persigue desde hace cuatro años. En una oportunidad estando totalmente alcoholizado se despertó en la cama de otro joven, éste, gay, que concurría a bailar al mismo lugar donde el paciente iba a entablar relaciones con chicas. La idea consistía en pensar que él había sido penetrado analmente, lo torturaba pensar que se había prestado a esto estando dormido.

A partir de allí comenzó a drogarse para evitar la angustia que ese momento le produjo. La angustia no se anudó a un síntoma sino que desencadenó un acto violento hacia sí mismo y hacia otros.

El acto agresivo resuelve la construcción delirante, dice Lacan.

En relación a la violencia ejercida sobre sí mismo, había tenido varios episodios, en una oportunidad cerró los ojos en el momento en que yendo en su moto un coche frenó delante suyo y él chocó contra el mismo.

Estando ya en entrevistas ocurrió un episodio parecido, un coche lo rozó y cayó al suelo, lo que más le importó fue que la moto no había sufrido daño alguno. En varias oportunidades manifestó su deseo de matarse pues no soportaba la angustia que sus pensamientos le causaban.

Este paciente además fue abusado por mayores cuando era niño, golpeado ferozmente por su padre, con el silencio cómplice de la madre y además tuvo la visión terrorífica de la muerte de su hermano atropellado por un tren.

El único movimiento deseante que tuvo fue arrasado por el padre.

Lo propio de la catástrofe, dice Le Poulichet es que nadie está suficientemente ahí para sentirla: ella ocurre sin mí, sin yo, es decir sin el sujeto y sin la participación del yo, el cuerpo queda para otro.

¿Cómo volver entonces- continúa- de ese instante que no tiene comienzo ni fin? Una manera de terminar con él es pasar al instante del acto y saltar al agujero, ese agujero del tiempo que ya no está recubierto por la superficie del yo y que, por el contrario lo aspira a un precipicio. El acto suicida sería muchas veces una tentativa de detener el instante catastrófico y de impedir el hundimiento completo del yo. Sin embargo es posible que en este momento el sujeto dirija un llamado al otro en el momento en que comienza a sentir la catástrofe que se ha producido y en el que la angustia de desintegración del yo se vuelve intolerable.

Este paciente solicitó tratamiento pero lo primero que le dijeron fue "sos homosexual", justamente era aquello de lo que él huía.

"El instante catastrófico puede durar meses y no suscitar ninguna llamada, sobre todo si lo envuelven ciertos accidentes somáticos o ciertos usos de tóxicos.

Las toxicomanías, suelen tener el poder de restablecer una forma de continuidad. El pánico que desencadena la falta de droga evoca esa amenaza que ataca a la trama del tiempo y vuelve a situar el cuerpo en un instante catastrófico: en la urgencia de escapar a esta experiencia de la ruptura y del puro desvalimiento, se lo intentará todo. "

Un paciente ex cocainómano dice: " No sé que nos pasaba en esos momentos, tomábamos y tomábamos, nos poníamos duros, nos parecía que ya no íbamos a aguantar más, lo único que queríamos era bajar, pero una vez que lo lográbamos nos volvíamos a dar, qué locura ¿no?. Hubiera podido morirme.

Estos instantes catastróficos a los que Le Poulichet hace referencia muestran una prevalencia del estado de desamparo en que algunos sujetos se encuentran es decir del tratamiento de la angustia, que no tiene que ver con lo constitucional sino con aquello que no se constituyó en el sistema de identificaciones del yo por un lado y en relación a la formación o no del trauma, la no formación de éste deja al sujeto verdaderamente desprotegido dando lugar no a lo sintomático, sino a una caída del sujeto en estados de pánico incontrolable que suelen precipitar en actos de violencia, intentos de suicidio o enfermedades graves.

La toxicomanía no es casual en la sociedad actual pues a las características propias de los sujetos consumidores, es decir a un montaje anterior que abre el camino para que elijan la droga como estilo de goce, se agrega una facilitación social y cultural. Muchos de ellos crecidos bajo condiciones verdaderamente siniestras, que no han podido conformar un yo que los salvara del peligro de un superyó sádico y poderoso.

El peligro está afuera, sin lugar a dudas pero no podemos desconocer que también lo llevamos dentro nuestro.

Agresividad como constitutiva, necesaria siempre que anude a la conformación discursiva que produce al sujeto o que implica su advenimiento. Dicho de otro modo agresividad como liberadora, exogámica, como apertura para ingresar a un mundo deseante.

La violencia desanudada, reniega de la ley, es la imposición del poder de Otro que no admite semejantes, que no se reconoce fallido.

El desamparo es no saber nada del deseo del Otro, es estar a su merced.

Si insisto en el arte como proceso creativo es porque pienso que además de constituir la forma de sublimar las pulsiones, es una vía deseante activa que acota la angustia, y la desazón que nos habita. También podemos pensarlo como un intento de darle cuerpo a aquello que no siempre encuentra forma en el interior del sujeto.

Así como el psicoanálisis apuesta a la palabra, el arte escribe por otra vía que no solo es simbólica, pues además se dirige al terreno de los sentidos, es un camino más antiguo para expresarse y producir un goce acotado, enmarcado, donde se presenta la escena de un deseo, algo que representa al sujeto que lo realizó y que muchas veces, como Guernica alcanza para interpretar el dolor de los pueblos sometidos a la violencia en un intento de destruir y de aniquilar ideales.

María Eugenia Gabes. Noviembre de 1998

Bibliografía consultada

Bosco, Jerónimo. El Jardín de las delicias:

Carsten-Peter Warncke Ingo F. Walther. PICASSO

Lacan; J. La agresividad en psicoanálisis. Escritos

Le Poulichet. S: El instante catastrófico, La obra del tiempo en psicoanálisis.

Picasso, Pablo. Guernica.