UN FANTASMA EN QUIEBRA. María del Carmen Meroni.

Tiempo de Lectura: 18 min

Se trata de una mujer que consulta en el punto crítico de una situación matrimonial hasta entonces bien tolerada. La escucha, y algunas preguntas e intervenciones, la conducen a relatar fragmentos de sus historias.

La primera capa se refiere a la actualmente declarada quiebra del marido. Hombre que soportó llevar adelante la tiránica y torpe conducción paterna de una empresa de la familia de él, avalando en los últimos años un movimiento caótico de compras, ventas, préstamos y garantías con su propia firma bancaria y responsabilidad personal. El padre se encontraba patrimonialmente inhibido y no figuraba como titular de nada. Recibía, eso sí, una renta mensual igual a la que retiraba el hijo para sí, cada vez con más dificultades. Además, este hombre se rehusaba desde hacía años a aparecer como titular de cualquier cuenta o patrimonio, porque estaba perseguido judicialmente por su segunda ex -mujer, que pretendía más bienes que los recibidos en el proceso del divorcio. De hecho, vivía solo en el sur del país, desde donde había seguido hasta ese momento dirigiendo los movimientos del hijo.

El naufragio había consumido en el último año y medio, además, gran parte de la herencia de ella originada en su padre (fallecido a sus l6 años), además de algunas joyas propias y una hipoteca sobre la casa de la madre de ella, hasta que ya no quedó nada más que un sobrepeso importante de ese marido, y un preinfarto bastante serio en esas semanas previas a la consulta de ella, en las que se le estaban cerrando las cuentas bancarias, inhabilitándosele todo crédito, teniendo que esconder el dinero para vivir, debiendo mudarse de casa, cambiar de línea telefónica, comprar con tarjetas prestadas, y finalmente convocar a los acreedores inevitables, para frenar la inminencia de causas penales. Estaban claras para ella dos cosas, por lo menos: que él no era un estafador deliberado, y que la desastrosa quiebra acumulada no encontraba su causa en las vicisitudes económicas generales de la moneda, los créditos o el mercado, que desde luego también habían formado parte de los acontecimientos. Al marido le faltaban desde hacía años tres materias para su graduación en Ciencias Económicas, y había desestimado cuanto consejo o advertencia le acercaron los amigos acerca del desastre que se avecinaba.

Se muestra permeable ante una primera advertencia que la ubica como sujeto de este drama: ¿ella no se daba cuenta de nada, en el curso de esta historia de varios años, que ahora reconstruye con claridad?. Ella no entiende de esas cosas y nunca preguntó nada.

Muchacho de barrio, pibe de la calle, con amigos, rebusques y esquina, casado con una chica de buena familia; el padre de ella (ya fallecido) era el patriarca intocable: el buen terrateniente con bronce y pueblo con su nombre, generoso con los parientes, benefactor de sus empleados, padre ejemplar que controlaba a los hijos sin palabras, con una mirada, desde la cabecera de la mesa familiar. De la cual debía alejarse frecuentemente sin embargo: sus campos (y algunas otras cosas, mujeres probablemente, según se sospecha) lo llamaban, y su familia estaba instalada en un buen barrio de la Capital, donde las niñas iban a los consabidos buenos colegios y a los varones, curiosamente, los expulsaron de dos o tres de los consabidos buenos colegios. No estudiaban, no aprobaban, sumado a algún escándalo en relación a una amistad demasiado íntima de uno de ellos con otro compañero, y a las desapariciones de dinero de la dirección del colegio de las que el otro hermano resultó sospechado. Las vacaciones de la familia en buenos balnearios contaban fugazmente con la presencia del prócer, siempre muy ocupado en el campo. Esos campos que habían sido extensos, provenían de ambas familias, materna y paterna. Se fueron viniendo abajo, ella ignora los detalles, lentamente, sin pena ni gloria.

La madre, mujer muy católica, preocupada y escandalizada por sus dos varones que eran la vergüenza de la familia, se consolaba con sus dos niñas ejemplares, de las cuales nuestra sujeto era la menor, y (según todos coinciden) esta hija era tenida por la madre como la más bella, la más inteligente, la más amada, la que más la entendía y la consolaba, la que no iba a dejar de aportar a la familia el brillo, la gracia y el éxito que la dama y el prócer se merecían. Se ve que la madre necesitaba consuelo: desde una infancia desgraciada estudiando pupila en un buen colegio de monjas de Buenos Aires (incluyendo los fines de semana en los que no venían a buscarla y para entretenerse limpiaba el colegio junto con las criadas, dirigidas por monjas Esclavas del Sagrado Corazón), hasta su soledad y amargura en el muy precoz matrimonio, que la convertían, en el recuerdo de esta hija, en una sombra penosa y amenazante en el hogar, no menos cuando estaba deprimida muchas horas del día en la cama (nunca un cuento a la noche, ni plaza, ni acto del colegio, ni cine), que cuando pegaba palizas por cualquier cosa: mi paciente se recuerda refugiándose detrás de la hermana mayor, dentro de un ropero, debajo de una cama. El cinturón del prócer en manos de su esposa, era famoso entre los hijos.

Su terror a la madre se deja oir recubierto por un relato brillante que intentaba hacerlo aparecer como una comedia de travesuras y enredos de familia, pero puede sin embargo captar con breves intervenciones de mi parte en las entrevistas, que no soporta salir a la calle sin combinar minuciosamente los colores de la ropa, planchada y perfumada la noche anterior, se angustia si sus hijas no van impecables al colegio o si en una pared hay un poco de humedad, por lo mismo que se aliviaba y se avergonzaba ante el aspecto desprolijo y los dientes faltantes del gordo marido para el escándalo y decepción de la madre, hasta el límite de esta mugre generalizada que los tenía viviendo en dos ambientes prestados en una oscura calle del Once. La madre siempre estaba ahí para dar una mano, en ese sentido "es de fierro", y no dejaba de marcar con hiriente sarcasmo su desagrado ante ese hombre. Nadie la contradecía, nunca lo habían hecho.

Ella también nota, rápidamente, que seguramente se debe a la misma pelea con la madre, su empecinada negativa a intervenir quirúrgicamente la marcada desviación constitucional de un dedo meñique de la mano, sencillamente corregible, que según la madre (que ha insistido hasta el cansancio) es el único defecto en la bella apariencia de su espléndido y joven falo. Ella remarca sintomáticamente su pequeña reafirmación de ese defecto liberador con varios anillos y esmaltes de uñas de colores brillantes. Pero no es sólo por rebeldía por lo que no se ha operado: además, es por su miedo a las inyecciones. Como ha pasado al menos por dos partos y por una operación de apendicitis en su vida, no parece estar muy claro el asunto de no soportar inyecciones. En este punto, el enigma me lleva a insistir sobre partes del cuerpo.

Ocurre que no se trata de cualquier inyección: ni anestesia peridural, ni extracciones de sangre, ni tratamiento odontológico: se trata de inyecciones intramusculares, que por otra parte, no tienen relación aparente con una supuesta cirugía en un dedo de la mano. Tampoco con una rápidamente alegada fobia a que la penetre algo duro por ahí abajo, construcción que parece fabricada ex-profeso para complacer con una seductora cultura "psi", a una inquisidora supuestamente sensible a esos encantos. Lo que la aterra es mas bien tener que quedarse quieta mientras le hacen algo que duele, "en la cola". Era allí, subrayado por esa expresión infantil, donde recaía el golpe de la madre que se valía del instrumento largo y delgado (aunque convertido en duro y firme por su metáfora), instrumento que provenía siempre, para el caso, de los atributos pertenecientes al padre, un cinturón. Con esa cosa que viene de un hombre, la madre golpeaba a la mujercita, así como ésta sigue haciéndose golpear, hasta hoy. Mientras se habla de esto, ella juega distraídamente con los anillos de ese dedo, hasta que con el final de la interpretación ("así sigue haciéndose golpear hasta hoy"), se le caen y tiene que juntarlos del piso. Lo cual me parece suficiente para dar por comenzado el análisis. No es un comienzo muy diferente de otros: en el discurrir del fantasma parece haberse producido un impacto que ya no hace tan sencillo seguir dejándose guiar por esa configuración, desde luego inadvertida, que ha llegado por decirlo así, "demasiado lejos", y todo el logro de la intervención analítica que instala la transferencia consiste simplemente en remarcar su parte en el sufrimiento que le viene del mundo, si el analista logra oponer la menor resistencia posible a aquello que los síntomas indican.

Es en el terreno del análisis en marcha, donde se presenta la situación que quería proponer a la discusión de hoy, luego de estos antecedentes. Ocurrió en el curso de la elaboración de su separación matrimonial. Desfilaron con el divorcio como resto diurno las fantasías de ser la dama del látigo, abandonando por cuestiones de plata a un marido pobre, enfermo y quebrado, de buenas a primeras, sin haber dicho nunca antes que ella podría tomar semejante medida, privando a dos hijas del padre, mal mirada por la comunidad del colegio de monjas de las nenas, etc. También la pérdida del amor de la dama y del prócer hacia una heroína (encarnada por ella), que acompaña y soporta en silencio, solidaria y abnegada, las desgracias y las privaciones, como debe ser. La familia, no tanto la presente como la ancestral, elogia con piadoso respeto tanta virtud, que la ha llevado a alimentar y promover la catástrofe del marido en procura sintomática de algún límite, con todo el empeño posible, incluyendo el patrimonio y la herencia familiar a su alcance.

Todo tipo de acusaciones parece que podrían caer sobre quien decidiera contradecir algunos de esos mandatos, que desfilan encarnados en el campo de los otros que sostienen a su gran Otro a través de recuerdos, escenas, frases dichas y no dichas, etc. Logra sin embargo cambiar de trabajo (con un significativo aumento de sus ingresos) poco antes de la separación matrimonial, cuando advierte que prefiere soportar cualquier desconsideración (también, laboral) antes que ser vista en alguna posición de insuficiencia, error o falta de mérito. El trabajo que abandona tenía precisamente esa denominación (al menos, inicial) de "meritoria".

Es en el ámbito del nuevo trabajo donde inicia un romance con un joven colega. Trabajan en oficinas contiguas, distantes apenas unos metros, pero el ardiente romance que le llena la vida de alegría y de ilusión después de tanto sufrimiento, transcurre en un comienzo bastante prolongado, vía E –mail. Que un día él le mandó uno desde su oficina, que ella se lo contestó, que se los encontraba a la mañana cuando abría la computadora, que se lo mandó después del almuerzo para que él lo descubra cuando vuelva, que alguno de los dos le escribió al otro después de una reunión de trabajo donde apenas cambiaron unas palabras, a la madrugada, el fin de semana. Son cuentos, poemas eróticos, mensajes apasionados, promesas, citas de novelas... a razón de cinco o seis por día.

Ella está fascinada. El romance parece por varios motivos, bastante conveniente para la meritoria: se trata de un hombre muy casado, según se sabe en la empresa donde todos lo conocen, con cierta circulación social en ese medio laboral conservador, con quien todo debe permanecer en la más estricta reserva. "Esos" mails, desde luego, circulan bajo clave de seguridad. La meritoria argumenta además que cualquier filtración (no se entiende cómo) del asunto hacia su lado le acarrearía los celos y la furia del ya ex – marido, que dejaría de aportarle toda ayuda para el sostén de las hijas. Es suficiente para indicar que lo que su fantasma la lleva a configurar es un padre furioso y una madre sin recursos. Pero esta trama ya reconocida, no parece (digo yo), causa suficiente para la ausencia absoluta, ante tanta pasión, de cualquier encuentro no electrónico.

Así las cosas, falta a una sesión. Para la siguiente, el susodicho encuentro no electrónico ya se ha producido. El encuentro fue un día antes de la sesión de su ausencia, y más o menos a la misma hora. Al día siguiente, una reunión de trabajo agotadora la retuvo en la empresa, y se olvidó de llamar. Que la culpa, el deber, los mandatos... Pero no es eso.

Ocurre que se encontró, en compañía de un amante solícito, apasionado y dispuesto, con la constatación de un episodio de completa frigidez sexual, absolutamente inesperado. No es que eso no hubiera aparecido nunca antes, sino que había quedado enteramente atribuido a la prácticamente incesante eyaculación precoz del marido: durante el noviazgo (ya iba a mejorar), y los casi ocho años de matrimonio. Alguna breve experiencia con otros novios no había sido para ella mucho mejor, pero nunca le dio importancia. El ex - marido sólo podía contener la eyaculación si la penetraba analmente, cosa a la que ella por lo general se negaba, porque la pasaba aún peor, hasta que se ofreció decididamente a través de los bienes familiares que multiplicaron la quiebra creciente, a que él "le rompa el culo". La interpretación ubica en la línea de su fantasma esa frase que suele usarse a veces entre varones para quien goza aprovechándose económicamente de otro, como el padre del marido abusaba del hijo, pero también como ocurrió en las expulsiones de sus dos hermanos varones de los colegios: una sospecha de robos de dinero, y un episodio homosexual con un compañero. Durante esos años, nueve o diez, ella se masturbaba en secreto, para no ofenderlo, en solidaridad fantasmática con el esposo.

El enamoramiento encantador se ha convertido en un estado de angustia que no la deja vivir. Se interrumpieron los mails, no quiere ni verlo, para colmo en la oficina de al lado, y ella está insomne, despeinada, desprolija. Siempre pensó que es el hombre el que hace acabar a una mujer. No puede soportar lo que le pasó... agrego: "porque si su teoría fuera cierta, tendría que haber acabado. Una mujer ¿puede acabar con el culo roto sin que ella tenga nada que ver?". Seguramente el Inc. me debe haber hecho terminar la interpretación con "nada que ver". Yo venía notando por sus gestos en el diván que le lloraban los ojos, y no porque estuviera llorando. Ante mi pregunta, dice que en estos días los ojos le lloran constantemente.. No es un algo novedoso para ella, pero sí para mí: me entero de que usa lentes de contacto duras, con las que tiene problemas de intolerancia periódicos (nunca antes de esta magnitud), y también de que tiene un serio problema de visión para el cual las lentes blandas no sirven: un resecamiento progresivo de la córnea, mucho más grave en un ojo que en el otro, llamado queratocono. Le dificulta mucho la visión nocturna, casi no tiene visión lateral, y maneja el auto de noche con riesgo, ya que ve muy mal las distancias y las luces de los autos de la mano contraria.

"Cuando ella desaparece del campo visual (el romance por mail, la sesión), lo que le pasa en el cuerpo queda como un secreto impenetrable, pero ella parece no tomar en cuenta que su propio campo visual se le está estrechando cada vez más". El padre (dice ella entonces) murió repentinamente de una úlcera perforada sin tratar, de la que nadie sabía, él nunca lo dijo. Hace años que ella sabe que el tratamiento de su problema de visión es quirúrgico, y que debe consultar periódicamente al respecto porque eso avanza, pero como un ojo se compensaba más o menos con el otro, nunca volvió. El actual lagrimeo constante facilitado por las lentes ¿ocupa el lugar de esa frase aislada sobre la muerte del padre, que estaba suspendida en el rasgo (silencio, secreto) de su identificación sexual?.

Una consulta específica en ese momento del análisis le hace saber que la posibilidad de operarse no es infinita: pasado cierto límite en el estado de las córneas, la operación es impracticable, y ella se encuentra ya en ese límite. Algunas sesiones más tarde, ha ubicado a un cirujano, y está anotada en lista de espera en un banco de córneas, paso que precede a una operación inminente. Ella reclama (y parece técnicamente posible) ser operada bajo anestesia general. No soportaría ver todo eso. Hasta aquí, el relato.

Nos es conocida a partir de Freud, la presencia de una escena sexual en el marco de un problema de visión. Parecería que no tomaba a su cargo el problema de la visión mientras tampoco lo hacía con su cuestión sexual ("no tengo nada que ver en eso"). Pero entonces, según la orientación que le demos en el análisis a esa posición, que se ha transformado en: "no soportaría ver todo eso", ¿podríamos, sí o no, afirmar que se trata de "lo que se quiere no ver" pero podría verse (por ejemplo, el goce que circula en la escena del coito entre los padres)?. Si en cambio se tratara de "lo que no es posible ver", ¿pensaríamos que se mantiene a través del fantasma aquello de lo que el padre gozaba? (pero eso es algo en lo cual la ceguera es instituyente para la neurosis). ¿O que por la identificación de una hija en algún rasgo que la ubica como objeto de una demanda pulsional, se preserva a través del fantasma un goce tal, que la castración del padre queda oculta, y es ésta, su castración, la que no consigue algún lugarteniente cualquiera, un artificio verosímil, en el terreno de la representación Inc. (y entonces puede perderse una función)?. Y quizás, aún: el Edipo femenino ¿lleva al Sujeto a cegarse ante la constatación horrorosa del incesto consumado, o a cegarse para mantener una ficción del goce del Otro por tiempo indefinido?. ¿Cómo interpretamos aquello que Lacan llama, con un neologismo, la "hombresexualidad" de la histérica?

Finalmente, ¿podríamos llamar a ese punto de un fantasma neurótico en que el Sujeto está eclipsado como objeto de una demanda en el campo de la pulsión, un modo de relación en Acting – out en el campo del Otro?; ¿es ese punto el que el análisis está atravesando (pasando por, quebrando), cuando la mueve a sintomatizar esos mails tan placenteros para la meritoria impenetrable, es decir la que sostiene con religiosa abnegación un goce sin castración del padre? A lo cual podría contribuir el estrechamiento del campo de la visión materna, la mirada que sólo autoriza la figura encarnada de un falo para señalar siempre en su circuito, eso que no cierra. Llamando aquí "madre" al lugar en el cual se hace un cuerpo humano mediante la reiteración de la demanda por una falta.

María del Carmen Meroni. Buenos Aires; Abril 2001.