¿(DE) QUIEN SE TRATA EN EL ANALISIS DE UN NINO? Alba Flesler. Isabel Goldemberg de Barca.

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Sentar las bases del psicoanálisis de niños en la técnica que fue utilizada por las diferentes corrientes que avanzaron en esta práctica, nos lleva a una falsa dicotomía entre práctica y teoría. No es posible pensar la técnica en psicoanálisis sino como teoría de la técnica, ya que con sólo mencionarla ineludiblemente hacemos teoría. Así si no pretendemos reducir la práctica del psicoanálisis de niños a una técnica diferenciada respecto al trato con adultos, debemos replantear esta vieja cuestión.

Las orientaciones diversas se marcaron desde los orígenes del psicoanálisis, ya Freud señalaba distintos caminos que fueron retomados por lecturas diametralmente opuestas, por Ana Freud y Melanie Klein por ejemplo.

El creador del psicoanálisis en un tiempo creyó posible orientar su teoría hacia una función educativa y luego la desterró negando la posibilidad de una profilaxis de la neurosis.

¿Cómo podríamos interpretar no sólo estas diferencias teóricas y técnicas sino aquéllas que esencialmente sitúan al psicoanálisis de niños como una subespecialidad del psicoanálisis?

"Si tal situación es posible, es así porque la práctica psicoanalítica exclusiva de pacientes adultos existe, y el problema de la justificación de una especialización no podría ser sostenido para los niños: el uno no puede ser pensado sin el otro". (1).

Al plantear esta complejidad de posiciones, podríamos decir que justamente se trata de situar una posición..."¿La de quién? La posición del analista, quien desde su deseo se propone ocupar determinado lugar, lugar de educador, de ideal, de padre, de madre, o de analista.

Analista que se ve enfrentado a particularidades, y si afirmamos que estas particularidades hacen al campo del análisis, no es dable obviarlas en lo que atañe al psicoanálisis de un niño. Pero no podemos ignorar que aquí guarda cierta generalidad, aquella que hace que sean los padres quienes consultan por el niño que tienen a su cargo.

Reducir la consulta paterna a la preocupación por el síntoma del niño, pegándolo a su manifestación, es anclar la demanda y cerrar toda posibilidad a la emergencia del sujeto deseante.

Por eso, otorgando algunos niveles de diferencia a los términos que se nos proponen, como consulta por ejemplo, diremos que en primera instancia, nuestra tarea no es sino dar lugar al significante, que hace síntoma.

Dijimos también, que tienen a su cargo. Pues bien, el niño, significante en su discurso, les hace cargo. Síntoma que redimensiona la estructura edípica familiar, pues se trata de aquello que cada uno carga, en tanto niño.

Si nos preguntamos de quién se trata en el análisis de un niño, es por considerar que quienes hablan están implicados.

Por ello, nos preguntamos: Si alguien pide hora, ¿es desde nuestra indicación que se hará cita a una primera entrevista? Quienes concurran a ella dirán en su acto algo a ser escuchado.

¿Por qué citar primero a los padres? ¿Por creer en la ilusión de poder conocer algo de su hijo?

Sería interesante pensar algunas alternativas que nos fueron sugeridas desde una indicación técnica, pero que derivan en efectos diversos y no factibles de ser reducidos a un manejo simplemente formal de cada situación.

Así reflexionando sobre la implicancia de un llamado o pedido de consulta nos hemos preguntado si cuando alguien llama pidiendo una hora de consulta por un niño, debe indicarse que la primera entrevista será para los padres.

Esto desvía provisoriamente la cuestión hacia derivaciones aparentemente técnicas, pero que tal como dijimos al comienzo no pueden reducirse a tales. Por ende, decimos que estas cuestiones plantean consecuencias diferentes. Veamos; si alguien llama pidiendo la hora y citamos a los padres, les proponemos que concurran en tanto tales, pero ¿siempre es así? si no los invitamos a hablar como padres ¿qué los convocaría a una consulta? es decir, ¿cómo qué llama? Es el intento de estos interrogantes abrir un punto de reflexión allí donde la práctica parecería bastar para dar respuesta a nuestros actos cotidianos. Y justamente, es a partir de un después de la práctica que surgen los porqués.

Veamos algunos: ¿por qué citar primero a los padres? ¿Por qué sin el niño? ¿Por qué con él? ¿Por qué ofrecerle al niño juguetes? ¿Por qué no? ¿Por qué hacer una devolución? ¿Qué se les quitó?

No nos es posible articular otra respuesta que la que sugiere el apres-coup de cada particularidad. La de cada consulta, la de cada analista.

Fue desde nuestra práctica y a partir de los interrogantes que ella nos planteaba que fuimos esbozando nuestras diferentes alternativas llamadas "técnicas"; léase caja de juguetes, cantidad de entrevistas, cita a los padres, etc.

Y así nos descubrimos no aplicando sistemáticamente ninguna regla, así una, la de reconocer a posteriori que cada sujeto había reubicado en su particularidad cada regla técnica, recordándonos que la única regla es aquélla que ha sido calificada de fundamental y es la que nos somete al reconocimiento de ser sujetos escindidos entre lo que decimos y lo que sabemos.

Si al comienzo del análisis de un niño, está el discurso familiar, éste se interpone si a través de él se intenta conocer algo de ese niño.

Conocimiento del orden de un saber pero que obturaría toso posible acceso a la verdad del deseo en tanto el analista se comprometa en ocupar este lugar tentador de ser el que sabe acerca de lo que acontece al niño. Los padres consultan en tanto el síntoma les señala un desconocimiento frente a su traducción. Lugar abierto para que a partir de la articulación de esta demanda de saber, en el discurso se posibilite el surgimiento de un sujeto posible del análisis. Cuál y cómo se jugaría en esta escena en la que intervienen distintos personajes en tanto de una u otra manera están implicados en el juego. Sólo puede emerger, aunque alienado en la demanda si se abre un interrogante en cuanto a su carencia.

Situación primera que atañe a una consulta, algo dicen los padres de su desconocimiento.

Pero detengámonos un instante, recortemos. Consultan...por el niño. Esto puede entenderse como que consultan en su lugar, o bien por lo que a el niño le pasa o sino gracias a él.

Analicemos pues lo que nos proponen estas disyunciones. Dijimos que consultan en su lugar. En el lugar del niño, puro significante del discurso parental, significante que circula y no representa a ningún sujeto padre, madre o hijo sino para otro significante. Lo cual requiere según nos indicaría el pronombre posesivo que nos detengamos en ese, su lugar por el cual nos preguntamos.

Si de lugar se trata, se habla de situar el significante en el discurso.

Si el inconsciente es estructurado como un lenguaje, la consulta de unos padres nos obliga a escuchar su discurso sólo desde sus leyes, es decir tratamos con diferentes personas, pero esa no es nuestra preocupación sino aquélla que permite situar el significante en el cual se aliena el sujeto en su incesante demanda pulsional.

Una mamá llama pidiendo una hora para consulta, al preguntarle el nombre da el de su hijo.

Concurren a la entrevista la madre y el niño, habla la madre, dice su preocupación por los tics del niño, dice que saca la lengua, que le apareció una llaga que ella le dice que trate de no mover la lengua. Cuenta también que el niño es introvertido, que no habla. A lo largo de la entrevista el niño intenta decir una sola palabra, la madre lo interrumpe y completa la frase. A la próxima entrevista es citado el niño solo.

En lo referente a esta forma particular de inicio, podemos marcar aquello que hace a la dificultad propia del análisis de un niño más que a una posible diferencia. ¿Qué lleva a la consulta a estos padres que creen saber que algo le está ocurriendo a su hijo? Una particularidad significante causa en ellos un efecto tal, que precipita la consulta y los presenta a los padres adultos como quienes sabrían que su hijo, no ellos, viven algo del orden del Edipo.

Esta presentación de un niño hace de este un significante incluído en el texto mismo de la demanda de saber de los padres, que les concierne. Demanda de saber lo que es, debido al deseo edípico reactivado por este niño que ha hecho viniendo al mundo de una madre, una madre y de un padre, un padre. En este punto cualquiera sea la cuestión en juego se diferencia lo que es demanda de saber, de decir la verdad.

Freud ya nos alertaba respecto a aquello que impulsa a los padres a consultar por el síntoma de su hijo y nos decía que los resultados obtenidos en el análisis de un niño no respondía generalmente a lo esperado por los progenitores, dispuestos a ver las modificaciones, centradas en expectativas de mayor docilidad o aceptación de las demandas que le eran realizadas. Dice Freud "los padres demandan que se cure a su niño nervioso e indócil. Para ellos un niño sano es aquel que no causa ningún trastorno y que les brinda total satisfacción. El médico puede curar un niño pero después de la curación este último sigue con una mayor toma de decisión en su vida propia, de tal manera que los padres están ahora más descontentos que antes de la cura". (2).

Es así como nos enfrentamos a la cuestión de diferenciar el pedido de los padres en cuanto a la resolución del síntoma, de la demanda que el mismo niño puede articular respecto a su singular deseo.

Recordemos aquello que Lacan nos dice en relación al deseo del niño. Este aparece mediado por la palabra de los padres y si bien en todo sujeto el deseo es deseo del Otro, ya de entrada en el niño se manifiesta con más peso, porque en su misma constitución se halla doblemente alienado. Por un lado, si él ocupa un lugar ya antes de su nacimiento, es sólo en el discurso parental, por otro sus necesidades sólo serán vehiculizadas a través del lenguaje desde donde se articulará toda demanda posible.

Freud reconoce la característica de ese momento en que el niño dota a sus padres de la posibilidad de conocer sus pensamientos, ya que ellos se forman en la palabra del Otro. Si en el niño como en todo sujeto, la interrogación sobre su deseo es pregunta por el deseo del Otro, la respuesta posible remite a lo inarticulable del deseo.

Si esta alienación en el niño se ve facilitada por el lugar que le es propuesto por el deseo paterno, el riesgo para el analista de niños es proveer satisfacción allí donde su abstención posibilitaría al sujeto la emergencia de una vía de superación de lo engañoso de la demanda hacia el deseo.

Lo antedicho confluye para acentuar nuevamente la importancia de determinar en la consulta ¿quién demanda cuando de un niño se trata?

Si no resolvemos la problemática anteriormente expuesta aduciendo que el niño no es capaz de conciencia de enfermedad y que al iniciar un tratamiento por solicitud paterna, sólo nos proponemos crear artificialmente un padecimiento que permita sentar las bases de una dependencia terapéutica; si tampoco creemos que en todos los casos la transferencia esté instalada desde el vamos en cuanto el niño hace síntoma y los padece, debemos situar la particularidad y con ella las diversas alternativas en que nos ubica nuestra práctica.

Así quizá por el camino de nuestra experiencia que nos informa que no siempre una consulta de los padres por su hijo, concluye en una indicación de análisis para el niño, sino que abre la cuestión a diversas posibilidades; quizás, por ese camino, decíamos, podamos andar algunos pasos en el intento de tematizar la controvertida situación que se plantea al enfrentarnos con la consulta primera de unos padres. Como tales es que se sitúan en su llamado, digamos que hablan por alguien...¿en lugar de? o bien ¿por él? ¿por el niño? ¿el niño de sus padres que los convocaría al propio lugar de hijos? o ¿por su hijo?

Hablan, piden, consultan, entonces pues, primera cuestión: una particularidad del análisis de un niño, es otro quien solicita la hora.

En tanto es Otro el que habla en ellos, no se trata de otra persona o solo de eso, sino más bien de cada padre que en su discurso dice más de lo que viene a decir, preocupado por las vicisitudes que atraviesa su hijo.

Pensar el discurso de los padres más allá de lo dicho nos envía a considerar la importancia de no otorgar concesiones a la tentación narcisista que se ofrece al analista a ocupar un lugar ideal, no sólo para el paciente sino también para los padres. Estos reclaman en un registro, una pronta indicación, una receta que alivie su ignorancia frente al síntoma que los cuestiona en su lugar de padres.

Si el analista cree poseer ese remedio, obtura la posibilidad de reconocer la diferencia entre la demanda articulada en el enunciado de lo que de su deseo se articula en ella.

Si hasta aquí nuestro desarrollo estuvo centrado esencialmente en ese discurso parental interpuesto, creemos necesario rescatar el lugar del niño como sujeto posible de un análisis, que como todo sujeto se presenta soportando el peso de un significante que lo aliena (y que en el campo del análisis se posibilitará su emergencia).

Si bien el sujeto, el niño, deberá atravesar el momento propio de cualquier análisis no podemos desconocer que su discurso se inscribe en dibujos, juegos, actos y palabras. Ofrecidos a la escucha del analista. Ofrecidos como una estructuración significante, más allá de toda analogía posible a la que nos llevaría quedar encerrados en la interpretación de meros significados.

Aquello que el niño produce para ser escuchado sólo puede ser descifrado en ese intervalo propio entre un significante y otro allí donde destellará el sujeto por venir.

Alba Flesler. Isabel Goldemberg de Barca.

Suplemento de la Notas de la Escuela Freudiana. Nro 3. (Octubre 1984).

NOTAS:

(1) Silicet, 6/7. Pag. 157

(2) Freud, S. Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina. Obras completas. Ed. B. Nueva. T. II. Pag.2457.

BIBLIOGRAFÍA

Freud, S.

-Psicopatología de la vida cotidiana.

-Análisis de la fobia de un niño de 5 años (caso Juanito).

-La historia del movimiento psicoanalítico.

-Introducción al narcisismo.

Lacan, J.

-Las formaciones del inconsciente. Ed. Nueva Visión.

-El deseo y la interpretación. Ed. Nueva Visión.

-En memoria de Ernest Jones: sobre la teoría del simbolismo. Escritos. Ed. Siglo XXI.

-De un silabario a tiempo. Escritos. Ed. Siglo XXI