SABER Y VERDAD EN LA NEUROSIS INFANTIL. Alba Flesler.

Tiempo de Lectura:16 min.

"El paraíso mismo no es más que la fantasía colectiva de la infancia del individuo". (Sigmund Freud) // "La neurosis es, como lo he dicho, redicho y repetido, una pregunta". (Jacques Lacan)

Una introducción.

A Rafael Gutiérrez lo conocí en Salta. Su trabajo de guía del Cabildo de la ciudad lo llevó a conducirnos pulcramente por los pasillos y diversas salas de la histórica edificación.

Alguien vino a avisarnos, que era la hora de cierre, la visita que debía durar una hora pasaba las dos, y el recorrido programado sólo se había realizado parcialmente.

Entre mi curiosidad incorregible y las preguntas que iban surgiendo, fue abandonando su hábito de guía impersonal y sus relatos fueron ampliando los datos de los libros académicos.

La sorpresa más grata la encontré al enterarme que sus estudios no versaban en la historia sino en letras, ya que según su parecer, la verdad no se hallaba en la fidelidad de los historiadores a lo documentado sino en la narrativa de los novelistas de la época.

Para acercarse a la historia, leía las letras. En la narración encontraba aquellas verdades que el novelista, desprovisto del apuro de la demostración y de la inquietud por la exactitud, había podido transmitir.

Poco recuerdo la amplia información recibida, pero aquello que les relato a su vez ahora a ustedes, convirtiéndolo en un suceso de mi historia, fue imborrable.

Es que el Otro sólo transmite la verdad si pone en juego la suya. Ante lo verosímil de su lugar de guía está la verdad que lo lleva a dejarse guiar por las letras.

De aquí un salto al texto freudiano, que espero que al final de este recorrido que les propongo, no deje por eso esta historia en el aire.

La neurosis infantil en Freud

Si hay una preocupación que va tejiendo las obras de Freud, es la cuestión del origen.

Origen de la neurosis, eso que la causa; origen de la sexualidad, eso que la despierta; origen de lo inconsciente, eso que lo produce. Pregunta por el origen y origen de las teorías en una trama que va cirniendo la verdad que está en su causa.

Freud la nombra el trauma. Su categorización conceptual va de lo efectivamente acontecido, a aquello que por no acontecer, produce su efectividad.

De la primera teoría de la seducción como verdad vivencial a la repetición de un real que no cesa de no escribirse, teorizado en "Más allá del Principio del Placer"; de una a otra posición sin embargo, una evidencia se perfila: un encuentro fallido está en el carozo que da fruto a toda producción.

Desde los primeros escritos freudianos, entre la satisfacción buscada y la hallada, hay un resto. Condición de la supervivencia. Nos dice en el proyecto; la descarga absoluta es la muerte del aparato.

En "Tres ensayos para una teoría sexual", el hallazgo del objeto sitúa al objeto como perdido, ahí donde lo que se encuentre difiere de lo buscado. A la acción específica le faltará algo, sentando el principio de repetición.

Las teorías sexuales infantiles, a su vez, hallan su condición también en la escena del desencuentro, pues las preguntas de los niños por el origen se inician justamente cuando hallan sustituto en el lugar donde descubren que ellos estaban.

Desengaño primitivo ante la fuente de todo saber que el niño otorga a sus padres, el Otro no responde. Más allá de la mentira o verosimilitud con la que vela la verdad que las produce, su consecuencia llama al sujeto: pierde la confianza en el saber todo del Otro, la que mas que impedirle lo reanima en la restitución de consistencia que les devuelve con las teorías que construye. El fantasma de respuesta en el sostenimiento de las teorías infantiles que suspenden el saber a la completud del Otro.

La premisa universal triunfa, no sin cerrar la vía de retorno al estado perdido. Una sustitución se ha producido: las teorías no cierran. En el mejor de los casos las preguntas por el origen mantendrán vivo el interés por la investigación o bien hallaran eficacia por la vía del síntoma.

Pero será en "Más allá del principio del Placer" donde ese real aparece en la escena de la infancia. Me refiero a la secuencia de los tres juegos allá descriptos: sustracción real de objeto al campo del Otro; recreación de la pérdida, que en la vía significante efectiviza la falta; y el niño restando su imagen al Otro del espejo al tiempo que anuncia "el nene se fue".

Ahora bien, esta rigurosidad en el intento de ubicar el desajuste radical para el parletre, entre la articulación de su deseo y las vías de su realización, parece hallar en el concepto de neurosis infantil, un punto de vacilación.

De la historia de una neurosis infantil a la actualidad de la neurosis en la infancia, se enrieda la conceptualización freudiana en afirmaciones diversas que permiten subsistir los efectos de un ideal: el del niño feliz.

Para Freud, la neurosis infantil es de la infancia y no lo es.

En las formulaciones más precisas, la neurosis infantil es la historia (deformada) que historizándose en el presente sitúa lo infantil en una amnesia que sólo el recuerdo en-cubre al revelarla como olvidada.

Pero en esa amnesia, que Freud reconoce en uno de sus últimos textos como el punto de insistencia de un enigma, también buscará vivencial, retrotrayendo su teoría del origen a una reconstrucción histórica de la emergencia de la religión monoteísta.

La estructura de la religión como equivalente a la de la neurosis en la relación a un Dios, permite sostener la ilusión de un real previo a la simbolización.

Lo cual lleva a positivizar lo que el mito sólo recrea como ordenador de lo que falta, la existencia del padre de la horda.

El fundamento de la verdad de la verdad material (perdida) del origen y una verdad histórica (deformada), los ideales de un psicoanálisis pedagógico de la infancia, que Freud nunca terminó de rechazar, ubican a contrapelo su conceptualización de la neurosis infantil, dando pie a una teoría del desarrollo, que encuentra allí la causa para su avance.

Dice Freud: "Las neurosis de la infancia son en general...episodios regulares del desarrollo. En NINGÚN neurótico adulto (1) se echan de menos los signos de la neurosis infantil, pero ni con mucho todos los niños que los presentan se vuelven neuróticos".

Para entonces preguntarse: ¿"Por qué no todas las neurosis se convierten en episodios del desarrollo, cerrados tan pronto se alcanza la fase siguiente?"(2).

Recordaba aquel obstáculo que nos enseñaba Lacan que se presenta en algunas preguntas, mas por lo que buscan que por lo que encuentran.

¿Qué es lo que buscaba Freud que cerrara?

Es dable encontrar en algunos textos sobre psicoanálisis de niños la insistencia de una ilusión en la que Freud, no por advertido, pudo evitar enredarse también: el paraíso de la infancia.

Ya sea en nombre de la madre suficientemente buena, de la finalización reparadora de la posición depresiva o de la eficiente intervención del padre, se concluye en la suposición de una infancia lograda por la vía de una normativización que aunque llamada neurótica conlleva la esperanza de una tranquilidad. Escuchamos hoy decir respecto al niño que lo que demanda es cursar su neurosis tranquilamente (3). ¿No se trata más bien -me pregunto- de buscar tranquilizar la inquietud que conlleva el ser partícipes o bien testigos de un real en la constitución de la neurosis?

Si el niño algo demanda -dirá Lacan- es que se le permita estructurar el juego de presencia-ausencia, y cualquier respuesta equivocada al estatuto de la demanda no deja al infante, aún sin recursos simbólicos, otra salida que la acción (4). Comer nada, por ejemplo si no se le permite jugar el primer juego original de destetarse, restableciendo la eficacia del objeto que sólo funciona si no está.

Si la perturbación nos permite la lectura de su causa, no es dable formular su equivalente inverso.

La estructura que se juega en la dialéctica del sujeto y el Otro por la eficacia del a, se presenta en un desajuste radical que siempre perturba el campo del Otro, dándole estatuto a la angustia.

El discurso del Otro promueve la aventura del lenguaje en una empresa donde el niño juega su vida.

Desde que toma la palabra, a su nacimiento como sujeto del discurso, la operatoria se producirá en el desajuste. Juegos de palabras en continuidad metonímica, puesta en marcha de la ruptura de los moldes lingüísticos, a medida que vaya hablando renovará con la palabra la pérdida de una voz que vuelve al remitente como diferencia.

Acuse de haber escuchado la verdad que el Otro no puede decir sino veladamente, la producción de un discurso tiene cercenada la franja de verdad que lo causa.

Palabra que recreará la pérdida del objeto invocante en la creación metafórica o eternizará en la perpetuidad de lo idéntico, el retorno de la voz gozosa del Superyo.

Si todo anda bien -como decía Winnicott- el niño tendrá perturbadoras costumbres -como decía Freud, a quien parece que observar el juego infantil le gustaba, pero estar recogiendo y a veces buscando infructuosamente los pequeños objetos que su nietito arrojaba fuera del campo del Otro, no le placía tanto-.

Entre los objetos que se esconden, se rompen, se roban y se arrojan donde el Otro no puede hallarlos, seguramente estará el mismo respecto al fantasma que lo espera con amor. Y aún si es adoptado después de ser tenido, en esta diferencia de identidad, realizará un intrincado camino del cuerpo a los objetos y de los objetos al cuerpo, cuando en el reordenamiento de su goce en la pubertad, efectivice en abrochamiento fantasmático el cheque que ya portaba.

En preguntas insistentes y respuestas no encontradas requerirá del Otro un discurso que se ofrezca hasta su límite para que la verdad se deslice en el saber insuficiente de nombrarla.

La verdad al desnudo

Había una vez un rey (5) que gustaba lucir los mejores trajes. Enterados de esto, unos sastres bribones se presentaron en la corte y ofrecieron al monarca realizar el más bello atuendo que se hubiera visto jamás. Su tela se tejería con hilos de luna plateada con hebras de rayo de sol, materiales divinos.

La maravilla de esta tela era enaltecida por otra propiedad: era invisible a los tontos y a los pocos aptos en su oficio.

Entusiasmado el soberano, les entregó cuantos hilados de plata y oro estos le solicitaron: los que fueron guardados entre sus pertenencias mientras se abocaron a simular que tejían en un inmenso telar.

La ansiedad del rey por conocer los avances en la tarea le hizo enviar al más inteligente de su corte, el consejero real, para que le brindara su saber y entendimiento al respecto.

Al encontrarse frente al telar vacío, se preguntó si era tan sabio y apto para la función que cumplía, ya que ahí no veía nada. No obstante informó de las maravillas de la tela inexistente de su majestad.

Similar actitud fueron tomando todos y cada uno de los enviados del rey. Es un traje divino!, exclamaban exaltando sus virtudes, con más énfasis cuanto más dudaban de sí mismos.

Hasta que llegó el gran día en que los falsos sastres habiendo considerado suficientes las riquezas acumuladas, informaron que el traje estaba terminado.

Con gran cuidado simularon descolgarlo y ayudaron al rey a colocárselo, sin que este alarmado viera atuendo alguno. A su vez se preguntaba se sería él un tonto inepto para su función de rey, y también como los otros se mostró viendo lo que allí no había.

Así las cosas, llegó el momento del gran desfile. El rey se paseó orgulloso por las calles de la comarca, mientras todos aplaudían y alababan la vestimenta real.

Hasta que la voz de un niño dejó oír la verdad: el rey está desnudo!

Las distintas versiones que se han realizado del relato nos hacen conocer finales diversos: se cuenta que el rey siguió desfilando desnudo; que intentó buscar a los sastres para castigarlos pero estos ya habían huido con el botín; que quiso acallar al niño o también esconderse y no aparecer más en público.

Algunas conclusiones

Se dice que los niños, los locos y los borrachos dicen la verdad. Pues los chicos no la dicen en chiste, la dicen "de verdad".

Los niños pequeños no hacen chistes porque aún no han aprendido a velar la verdad. Es decir, no disponen de la metáfora que con su retórica pone una cosa en lugar de otra, sustitución que re-vela una verdad. Los efectos del significante, que se caracteriza por no significarse a si mismo, por su no identidad, por su diferencia respecto a lo que nombra, su imposibilidad para decir todo y su eficacia de marcar distintiva al saber.

En la repetición de esa imposibilidad se recorta un objeto que por efectos de su estructura deviene eficiente para que por su falta se posibilite el deseo.

Su éxito depende de un discurso que se ofrezca reconocedor de una deuda. Deuda simbólica al significante que nombra al sujeto sin significarlo, su precio será la castración, su pago una letra que en su contingencia cesa de no escribir el límite entre el saber y el goce.

Nada causa más placer al niño -dice Freud- que ver descender al adulto a sus alturas, "que renuncie a su opresiva superioridad y juegue con él como su igual" (6).

La verdad que el niño dice es que la altura del Otro real; rey, padre o autoridad soberana, no es infinita, que recorriendo su estatura hallará su límite. Que sólo existe uno que diga no a la función fálica por requerimiento de una estructura en la que no cesa de no escribirse lo imposible de la verdad del goce. Porque se habla se reprime y se va produciendo un velo de verosimilitud que encubre y revela la verdad.

El Otro está castrado y es por eso que sólo puede estar más o menos a la altura de su función. Los niños lo bajan de un hondazo diciendo eso que no se dice, según nos encargamos de enseñarles.

El rey está desnudo, no es más que la metáfora donde una voz, no vuelve al remitente mas que en su diferencia.

Las coberturas en que el Otro asienta su autoridad, su "ser grande" para el niño, va revelando el desnudo que contiene hasta que caídas las vestimentas todo rey está desnudo.

Solo que el niño como cualquier sujeto no sabe lo que dice, pero tampoco se lo cuestiona. Recorriendo la estatura del Otro llegará a notar que no es grande hasta el cielo, que el papel que representa lo liga a la ley, que a Dios lo crea el hombre. Para entonces quizá sea grande y tonto como para creerse grande y sabio, o más aún, apto para realizar una tarea imposible: gobernar, educar o analizar.

Los finales del cuento del rey, nos proponen diversas alternativas. Con un real se puede andar caminos diversos: Seguir andando pero ya como rey desnudo, que soporta el juego de las coberturas que siempre visten más o menos mal lo real del cuerpo. Buscar a los culpables, para lo cual siempre es un poco tarde; acallar al niño, ese real; o esconder a la mirada lo que al cuerpo constituye por su falta.

La constitución de un sujeto reclama un juego, que se juega con Otro. Entre la creencia en lo argumentado que el niño produce y el soporte que el adulto ofrece en la relación lúdica (jugar a que juega y saberlo) se desliza la verdad más allá de lo verosímil del juego.

El adulto juega a que juega esa ficción que el niño propone y con ello juega de soporte al recorrido de una infancia que despliega en el escenario edípico la verdad de un fantasma que sólo más tarde hallará vía para un goce sexual, su puesta en acto.

Así como los niños buscan respuestas a las preguntas en las que se constituyen y las buscan en la "fuente de todo saber" que son los padres (cuestión de estructura), también un día desconfiaran de la verosimilitud de sus relatos para buscar la verdad de su discurso. Esto requiere que los padres jueguen al juego, como decía, que no hagan de su imposible función, impotencia.

Es en esta producción discursiva, donde el saber es impotente para decir del lugar de la verdad que está en la causa, que los padres consultan por un niño al analista, supuesto saber de niños.

Distinguir el punto de llamada del niño del apremio que lo cautiva en la demanda del Otro, es el inicio.

Y con el niño de qué se trata?

De jugar...sosteniendo la ficción de la ficción, la escena sobre la escena en la que se enmarca el juego fantasmático. Los goces y las sombras donde el objeto ya no sostiene su eficacia, pueden hallar en el juego transferencial un reordenamiento que, relance el movimiento "de verdad" en lo que luego será la neurosis infantil.

Ya que, como dijo el poeta de "Esos locos bajitos":

Nada ni nadie puede impedir que sufra

que las agujas avancen en el reloj

que decidan por ellos, que se equivoquen

que crezcan

y que un día nos digan adiós.

Pensar una infancia realizada no es renegatorio de aquello que la función paterna anticipa por su ley, y es que el padre verdadero es el padre muerto?.

ALBA FLESLER. Noviembre de 1991

NOTAS:

(1) La bastardilla es de Freud.

(2) Freud, S. : "Inhibición, síntoma y angustia". Obras Completas, Tomo XX, pag. 139-140, Amorrortu Editores.

(3) Silvestre, M.: "Manana el psicoanálisis" De. Manantial.

(4) Lacan, J.: Seminario de la angustia. Clase del 12/12/62

(5) Andersen: Los trajes del rey.

(6) Freud, s.: Obras completas. Tomo III. "El chiste y su relación con lo inconsciente".