El semblant y sus vicisitudes: Los tiempos del fantasma. Alba Flesler.

Tiempo de Lectura: 14 min.

Agradezco a la Comisión Directiva y a la Comisión de Jornadas la organización de este encuentro y la invitación a participar de este panel.

Cuando estaba enhebrando mis ideas para esta reunión, convocada bajo el título "Presencia del analista y semblant", no podía empezar a hablar del semblant sin decir algunas palabras de nuestro aniversario. Me refiero a que la Escuela cumplió en estos días treinta años. Y treinta años de vida incluyen, si fueron vividos, vicisitudes, venturas y desventuras, aciertos, tropiezos y fracasos, algunas permanencias y otras revisiones, unas cuantas tristezas y otras tantas alegrías.

No es este el momento de rememorar cada una de ellas, pero dado que en los últimos veinticinco años de mi vida la Escuela fue el referente principal en mi formación como psicoanalista, quisiera mencionar mi deuda y expresar mi agradecimiento por contribuir, junto a mi análisis personal, a mantener despierto el deseo del analista que guía mi práctica y también a desmodorrarlo cada vez que se infiltró alguna somnolencia.

Justamente, como el momento de estar despierto no coincide con el instante del despertar, fueron una serie de invitaciones provenientes de la Escuela, entre las cuales ésta se cuenta como una más, las que despertaron mi interés por investigar el lugar que el semblant ocupó en la enseñanza de Lacan, y también a hilvanar algunas ideas desde el año 1997 cuando propuse escribir el semblant como la cobertura imaginaria de un trozo de real recortado por lo simbólico (1):

Para comenzar a trazar las coordenadas que me propuse en esta oportunidad, diré que la noción de semblant va directamente al blanco de la posición del analista. Tal vez por eso le "da vértigo al analista", dice Lacan. Pero no sólo a él, en realidad, también agrega, no es "cómoda para nadie" (2).

Aquí se abren dos perspectivas para el semblant: una, referida a su función en la cura, la encuentra afiliada a dos conceptos: deseo del analista y presencia del analista, y la otra, se enlaza a su función para el sujeto de la estructura misma. Escogí subrayar, en esta ocasión, la segunda vertiente en los minutos que me fueron otorgados para hablar. De esta manera, me referiré a la ‘Presencia del Analista y el Semblant’ atendiendo a la dependencia radical que tal presencia guarda respecto a las vicisitudes del semblant en los tiempos de la infancia. Para ello mencionaré brevemente a qué me refiero con tiempos de la infancia.

Los tiempos de la infancia son tiempos que irremediablemente sobrepasan o desconocen toda cronología y sí reconocen tiempos de lo Real, de lo Simbólico y de lo Imaginario. Ellos permiten, con más precisión, afinar tiempos de efectuación del sujeto que no es infantil ni adulto, del sujeto que no es un a priori sino que se efectúa. También tiempos del objeto de deseo, de amor y de goce; objeto que no es en sí, sino que se engendra diferencialmente con localizaciones precisas en cada tiempo; pero también una lógica de los tiempos de construcción del fantasma.

Tiene su importancia clínica considerar que el fantasma, sostén de uno de sus rostros que es la realidad, se construye en tiempos subsidiarios del armado de la escena y de una de sus facetas: la realidad. Con ellos es posible ubicar la construcción de una ventana con bisagras diferenciales que enmarca la relación del sujeto con los objetos en el mundo orientando su deseo o anclándolo a la inmovilidad de un goce para cada tiempo de la infancia, con consecuencias permanentes en otros momentos de la vida.

Es que el objeto que escribimos en el nudo borromeo no registra tiempos. Sus aptitudes para funcionar como causal del deseo o como plus de goce no se muestran en el nudo, mucho menos su alternancia, su fijeza o su recreación. Por lo tanto, tal movilidad no se establece naturalmente ni se enhebra espontáneamente. Requiere de una condición: que haya juego, que las piezas que intervienen hagan juego y no se complementen en un encastre trágico, de manera tal que el entramado constituyente de la estructura del sujeto se vaya tejiendo, tiempo a tiempo, en una lógica de incompletud. En ella, cada tiempo del fantasma será un tiempo de la escena, el espacio no será una geografía sino una topología; y esto ocurrirá sólo si la escena lúdica, en los tiempos de la infancia, sitio preciso donde el niño juega su existencia de sujeto, halla lugar.

Esto se debe al hecho que el niño, como objeto a, pudiendo ser causal del deseo de los padres, puede ser también enclave de un plus de gozar más y más. Enclaustrado en el fantasma materno, si nada de él se expulsa en lo real, puede quedar impedida la construcción de la realidad. Es que el acceso a la realidad reclama una pérdida inexorable: perder un trozo de real para alcanzarlo como imposible. En esta dinámica, se viabilizará el pasaje de una escena a otra.

En tanto, el espacio creado en el juego, será una topología que irá engendrando un cambio esencial de tinte escópico, un cambio de punto de vista que conllevará, a su vez, una distribución del goce en la escena. Pues desde la escena lúdica, en la cual el niño no oculta sus juegos a la mirada del Otro, a la ensoñación diurna, que su vergüenza le impide relatar, un cambio de perspectiva irá pergreñando la Otra escena donde el sujeto se reproducirá como sujeto del inconsciente. Para ello el juego es condición necesaria como productor de un texto a reprimir. Él ha de jugarse para cada tiempo del sujeto, pues jugando el niño dinamiza, pone en movimiento lúdico la demanda del Otro y va dando ocasión a que opere un resto, promovedor, causal de deseo.

Pero ¿qué ha de operar en la escena lúdica para motorizar el pasaje y qué función realiza en ella el semblant?.

La escena lúdica parece resaltar como elemento relevante el movimiento, el pasaje de una representación estática, de estilo cuasi fotográfico, a la representación dramática que implica un desarrollo. Pero ese transcurrir ¿por qué se produce?. Hay chicos que no juegan y adultos a los que en la vida no les ocurre casi nada ¿Por qué?. Es que en el juego, la imagen especular i’ (a), precipitado jubilatorio que acentúa la cobertura imaginaria del objeto, se mueve; dando así posibilidad a un contrapunto temporal: el semblant. Es decir, estamos ante dos tiempos del ‘a’.

Si decimos que el instante de configuración de la imagen, tiempo de coagulación imaginaria, es jubilatorio, no es sólo por el júbilo que produce, sino por la jubilación en que nos sume. Tal precipitado contribuye a conformar la estructura, irremediablemente. Pero así como en el tiempo del estadio del espejo, el sujeto se aliena a la mirada del Otro identificándose a su imagen, en los tiempos de la escena lúdica el sujeto recrea su propia ausencia. Se recrea, dando lugar a constituir otro operador: el semblant. El semblant que funciona como cobertura imaginaria de un trozo de real anudado simbólicamente. Su ganancia respecto a la imagen es la de indicar en la escena lo real del objeto, ya sea por su ausencia como por su presencia. Si en el primero el sujeto se representa, en el segundo se presenta. Y si quiero resaltar este contrapunto temporal entre imagen especular y semblant, es porque hace posible ubicar dos tiempos igualmente necesarios respecto al engendramiento del objeto. El tiempo del i’ (a) con acento en el ocultamiento, en la cobertura, en el velamiento, y el tiempo del semblant, revelador, descubridor de un índice de real.

Si bien podemos encontrar tempranamente en la enseñanza de Jacques Lacan su preocupación por el semblant, al que dedica un seminario, será en los últimos años que subrayará, especialmente respecto al semblant, su afinidad con el objeto a. Desde esta vertiente se hace expreso que el semblant hace presencia del objeto en su doble función: como presencia de goce, o como aparición de la falta que llama al deseo; siendo, en este caso, su función prevalentemente agalmática dando lugar al señuelo, cumpliendo función de atracción.

Por otra parte, el objeto, al ser puesto en juego, contribuye al pasaje de una a Otra escena, encadenando una serie de eficacias. En principio, con el juego se tenderá a la producción de un texto renovador del acerbo simbólico con que el sujeto responde al Otro. A su vez, con esos recursos, él se efectuará, dará respuesta a la demanda, construirá su ventana fantasmática que como pantalla mediatizante, abrirá espacios para dimensionar su deseo. De tal manera, paso a paso, en progresión temporal, el juego irá variando por efecto de la renovada pulsación inconsciente. Pulsación cuya sincopada apertura podría permanecer en cierre. En ese caso, sin tal pulsación, que opera en discontinuidad metafórica, habrá pulsión constante. En lugar de epokhé, discontinuidad simbólica, la escena no se hará histórica, ella seguirá como un presente continuo, tomada o bien por la continuidad del goce o por la angustia que, en ocasiones, traspasa el umbral y desencadena los fenómenos llamados de pérdida de realidad.

Por el contrario, cuando el semblant se va hilando, con más y más recursos simbólicos, permite enlazar lo Real y lo Imaginario y recrear la Otra escena. También dá chance de recrearse en la escena.

Daré unos ejemplos del semblant y sus vicisitudes.

Rafaela, una nena de once años, vino a mi consultorio medicada con ritalina, pues decían que padecía de un déficit atencional. Su aspecto era desgreñado y poco atractivo, agravado por un estrabismo de su ojo derecho que afeaba su imagen en concordancia a los ojos con que su madre la había mirado. Ella hacía verdad aquello de "dime cómo te miraron y te diré cómo te ves". Rafaela era una nena desagradable pues ofrecía un cuadro poco estético a la mirada. También en la primera entrevista, escudriñando mi consultorio con gestos despectivos, observó con ojo crítico cada uno de mis objetos.

Unos meses más tarde, en su juego escenificaba una escuela. Prefería jugar al juego de la maestra y una directora mala, que acusaba constantemente a la primera por sus encuentros clandestinos con el profesor de gimnasia, o también una alumna que, hiciera lo que hiciera, era perseguida por la directora que la tenía "entre ojos".

Un día, jugando, dijo:

  • "Me fue mal en la prueba".
  • "¿Qué pasó?" – le pregunté.
  • "No presté atención" – me respondió.
  • Pero "¿Dónde estaba prestada tu atención que no se prestaste a la prueba?"- le pregunté para su sorpresa.

Riéndose, francamente distendida, me respondió:

- "Estaba mirando a las chicas y a los chicos, hay muchos que están de novios en mi grado".

El mauvais oeil, mal ojo, comenzó a perder su Fixierung, su fijación, pues Rafaela halló legítimo cambiar su punto de vista. En lugar de mirarse fijo en el espejo deslucido que le ofrecía el Otro materno, empezó a mirar chicas y chicos que estaban de novios. Su aspecto cambió llamativamente, volviéndose atractiva a la mirada. Incluso corrigió su estrabismo para sorpresa de su oftalmólogo. No para nosotros, que diríamos que corrigió ‘su ojo desviado’.

En esta ocasión, en tanto el significante la extrajo del sentido coagulado de ser deficitaria a los ojos de su madre, el semblant comenzó a señalar su gema: el objeto a como causa de deseo agalmático a la mirada.

Pero en otras ocasiones, el semblant fracasa carente de contenido y sólo hay apariencia. La imagen, fruto sin semilla real, se impone rígida haciendo que la imagen misma, vacía de verdad, se realifique, tal como describe bellamente la novela de Bioy Casares "La invención de Morel’. Su forma más extrema se presenta en la radical exclusión que ofrece la cáscara sin contenido en la parafrenia, o también cuando el sujeto apresado en un narcisismo mal enlazado se encuentra identificado totalmente a un personaje no encontrando máscara para evadirse del personaje que habitualmente representa en su vida. Dicho de otro modo, pierde su capacidad de juego. Recuerdo una nenita pequeña que conocí en la Maison Vert, en París, comiendo como un perrito en el piso sin que el intento de hacerla jugar ‘a ser un perrito’ fuera posible.

En otras oportunidades, el velo imaginario desfallece ante lo Real dando ocasión a transparencias descarnadas. Entonces, se transparenta lo que la represión debiera ocultar, y al sujeto se le anuncia el ‘a’ desnudo, en tanto vé a qué lugar queda reducido en el Otro. Puede angustiarse, como Juanito, en el momento en que descubre que su lugar de falo metonímico de su madre no podía hacer juego con su lugar de falóforo, o quedarse paralizado como Martín, un nene que tenía nueve años cuando su mamá lo trajo al consultorio. Desde los siete años su cuerpo no había crecido más. Es que entonces fue testigo obligado de cómo su papá casi mata a golpes a su madre. Vino tapado íntegramente hasta su cabeza a mi consultorio, y sólo pudo confiar en mí y asomarse cuando constató en mi presencia la Versagung, mi abstinencia a gozarlo. Para ello debí sostener nuestro primer diálogo sin impedir que su campera funcionara de cobertura real ante la falla de la otra, la imaginaria.

Por último, cuando el semblant permite hacer presencia de lo Real sin denunciar el ocultamiento, con el velo imaginario se descubre lo Real. De ello se sirve el analista para soportar lo Real de la transferencia en la escena analítica, las variantes del objeto de goce. En esa temporalidad, el analista vale más que por lo que él representa, por lo que él presenta, pues "el goce sólo se interpela, se evoca, acosa o elabora a partir del semblant", dice Lacan en junio del 72, en su seminario Encore.

Pero interpelar, evocar, acosar o elaborar el goce a partir del semblant, ya que no se trata de serlo, requiere del analista maleabilidad, disponibilidad para descoagular sus propios enclaves jubilatorios en pro de un deseo más fuerte, el deseo del analista. Pues si es más fuerte es que no es puro.

Así, él, el analista, podrá ser "juguetón" como decía Winnicott, "faire semblant" que no es lo mismo que simular, o hacer impostura, término que en nuestra lengua tiene connotación de hipocresía. La presencia del analista se dirige a "S’embler" (3) (precipitar) la efectuación del sujeto. En ese sentido, él no es... sino oficiante del avance de la cura hasta su fin.

Alba Flesler.

Jornadas Aniversario "Treinta años de Escuela". Escuela Freudiana de Buenos Aires. Panel "Presencia del Analista y Semblant", 2004

NOTAS

(1) Flesler, Alba: "Semblante y Real", 1997, y "El deseo del analista", clase dictada en agosto de 2002, en el marco del Seminario de Escuela, EFBA.

(2) Lacan, Jacques: Seminario XIX, clase del 16/4/72.

(3) Lacan, Jacques: Seminario XXIV, clase del 8/3/77.