LA TRANSFERENCIA EN SUS LÍMITES. Aurora Favre.

Tiempo de Lectura: 19 min.

El concepto de transferencia es uno de los cuatro conceptos que Lacan toma como fundamentales para abordar lo que acontece en la experiencia analítica. Me propongo a través de la clínica del autismo interrogarla en sus límites a fin de reflexionar sobre las condiciones que deben darse para el establecimiento en el niño analizante y la implementación de la misma como resorte en la cura por parte del analista.

Se me plantean múltiples interrogantes con el autismo en el niño. Sus movimientos, su palabra -cuando la hay-, sus gestos, ¿a quién se dirigen? Su cuerpo que se presenta ante mi mirada y que fuga de mi contacto, ¿qué lo anima? ¿Qué es mi cuerpo, mis gestos y mi palabra para él?

La clínica lacaniana considera el lugar del niño como nudo en la estructura (dirá Lacan que es el verdadero objeto "a") posibilitando la escucha y la intervención analítica desde distintos lugares: el lugar de los padres, el lugar del niño. El analista implementa intervenciones desde las intersecciones de los diferentes registros (real-simbólico-imaginario).

Las estructuras clínicas implican una respuesta (en el sentido del genitivo objetivo) a la pregunta por el deseo del Otro que conlleva a una elección con respecto al deseo y al goce del Otro, pero es recién en la pubertad que se definirá la modalidad del goce. El analista está en posición de semblante del objeto que el analizante le transfiere. El niño autista no cuenta con recursos ni simbólicos ni imaginarios para responder y no articula demanda alguna al analista.

Voy a tomar algunas viñetas clínicas del mismo niño que tome en un artículo llamado "Autismo y destinos de pulsión" (Reunión Lacanoamericano 1989).

Martín en los comienzos del análisis (seis años), no me dirige la mirada, camina constantemente, derriba todo a su paso y no permanece en el consultorio. Delimito su errancia al espacio de la terraza contigua al consultorio. Cuando quiere alcanzar algo toma mi mano como si fuera una prolongación de la suya, por ejemplo pone la suya sobre el picaporte para poder salir, o sea no me demanda nada. Esta es la característica fundamental del autismo, la no instalación de la demanda. En el tiempo de constitución de un sujeto, en el tiempo de la crianza, el grito es transformado en demanda, en llamado, en "quiere decir algo" a partir de la respuesta que el Otro Primordial da. Para esto el Otro en el lugar de la madre (mamá-papá) tiene que suponer del lado del grito un sujeto. O sea que la respuesta (S2) otorga al grito su valor (S1). En esta retroacción el grito adquiere la cualidad de erigirse en un significante que representa a un sujeto a advenir. En el niño autista el grito no pudo ser escuchado, por eso no tiene una referencia a partir de la cual localizarse. No está encerrado en un sí mismo sino que no tiene sí mismo, el niño autista no ha podido alienarse en el campo del Otro. En tanto no hay apoyatura en la mirada, en la audición del Otro no hay pantalla de proyección para verse, para sentirse, no hay superficie vista u oída y entonces el niño se transforma en una cosa como diría Melanie Klein.

En las entrevistas de padres Martín es presentado como una máquina de destruir, el padre comenta "a veces me da ganas de tirarlo por la ventana cuando rompe algo que es mío".

La madre dice que ellos estaban separados cuando se dio cuenta que estaba embarazada y que llamó al papá de Martín a raíz de que a ella se le había muerto su padre y Federico no sabía nada. Además -dice la mamá- yo creía que iba a nacer muerto porque tuvimos un accidente de auto durante el embarazo, conducía Federico y se quedo dormido al volante.

En el primer tiempo de su análisis como analista me ubico en la posición de acompañarlo para que su actividad tome para él una versión diferente de la de ser una máquina que todo lo destruye. En las entrevistas con los padres al escucharlos Martín deja de estar en el lugar de la palabra no dicha.

En una sesión Martín en su fuga, se trepa por el cerramiento de la terraza, levanta la piernita como para arrojarse, y en ese momento gira la cabeza como mirándome sin ver. Me aproximo e introduzco lo siguiente, tomo una pelotita de felpa y la arrojo por donde el quería irse y lo invito a ir a buscarla. La segunda vez da grititos cuando la encuentra, grititos que yo acompaño. Se trata de un grito que no es llamado. En los horarios de sesión es traído por su mamá pero el parece no registrar cambio alguno cuando se separa de ella. A partir del juego de la pelota comienza a hacer lo siguiente: cuando llega a sesión en lugar de entrar al consultorio, busca la pelotita y la tira por el mismo lugar por donde la mamá partió. La vamos a buscar (me toma de la mano y me arrastra para ir a buscarla) dando grititos y en un momento dado cuando encontramos la pelotita de los grititos recortó "acá está" a partir de una entonación, de una modalidad sonora que lo permite en el momento en que encontramos la pelota. Este es el único momento en que siento que me registra en ese placer de encontrar la pelota. Me encuentra, nos encontramos a nivel del objeto. A partir de ese momento circunscribo el estar en la terraza solo a ese momento. Cuando llega, luego de ese momento, entro al consultorio y me instalo. El al rato entra, pero se ubica en la ventana del consultorio que da a la terraza, dándome la espalda. Introduzco el mismo juego de la pelota pero entre la ventana y la terraza. A partir de este momento lo espero en la sala de espera con la pelota (el entraba prácticamente llevándome por delante), tomándola dice "acata" y sonríe. A partir de ese momento cuando Martín toma la pelota y dice "acata" introduzco en el espacio entre el niño y la madre "chau mamá", la madre le dice "chau Martín". En la sesión siguiente observo que cuando la madre dice "chau Martín" no lo mira, me mira a mi. No hay intercambio de miradas entre el niño y la madre cuando circula el significante. Esta situación la trabajo con los padres en una entrevista, la madre dice "cuando hablo con Martín tengo la impresión de que no existo para él". Entiendo que como consecuencia del valor de la palabra en transferencia, en la siguiente sesión en que se repite la misma secuencia aparentemente como siempre, en esta oportunidad Martín tomando la pelota va saltando y diciendo todo el tiempo "chau mamá". Llega al consultorio y esta vez se dirige al espejo y dice mirando su imagen, con la pelota en sus manos "chau mamá". Le digo "mamá se fue, vos decís chau mamá, Martín". Da vuelta la cabeza y esta vez por primer vez me mira, no me atraviesa con su mirada, mira nuevamente su imagen y dice "Martín" y me da la pelota en mis manos.

Entiendo que en un comienzo, el Otro para Martín, en su clausura autista, es algo a ser derribado como las sillas en un movimiento de fuga permanente. Mi intervención como analista con el objeto pelota introduce una alternancia (presencia-ausencia) que corta el continuo de su errancia de un cuerpo puro real. El movimiento continuo lo suspende cuando toma la pelota esperando que lo acompañe para ir a buscarla. Toma la diferencia que introduje con la pelota y hace de la diferencia llamado. En un principio el encuentro con la pelota no es un reencuentro aun. De sus soniditos recorto el "acata" que es un significante que nombra al objeto pelota, me nombra a mí como analista, lo nombra a él encontrándose con placer en el objeto. El Otro queda incluido en el objeto, y el significante que representa al objeto y el significante que representa al Otro están ahí en inclusión recíproca. Como analista en la transferencia introduje diferencias significantes: el "acata" en el lugar del ruidito, y esto permite un corrimiento. Corta el continuo de la motricidad para nombrar al sujeto y al Otro con un significante tomado del Otro. En la secuencia del espejo el "chau mamá" mirado por la madre y el "chau mamá" mirado por mí en la escena del espejo hace una diferencia que permite verse y nombrarse. La pelota es aquello que él segrega como no siendo todo en la imagen. Esa diferencia en la sesión de análisis la establece mi presencia como analista. El objeto pelota es un punto x que no es recubierto ni por la imagen ni por la palabra, que lo sostiene a él en la imagen libidinizandola y me ubica a mí en la escena analítica. Pero el sujeto del lenguaje se mueve entre las marcas del Otro pero también en su referencia al goce, al objeto. Es el campo de la pulsión que se constituye o no en demanda al alcanzar si o no al Otro en su recorrido.

Recordemos que el objeto pelota se constituyó para el niño en ese "chispazo" del encuentro del sujeto y el Otro, objeto que reencuentra con una sonrisa al tomar la pelota y no necesitar ya, llevarme por delante. A partir de este objeto pelota pienso la libido, nombrada por Lacan como un órgano no imaginario, irreal pero que se encarna.

Entiendo que el autismo permite interrogarnos acerca del estatuto del Otro en psicoanálisis necesario para hablar de transferencia, también situar que es la cuestión del saber y del saber supuesto. Pero para esto es necesario interrogarnos acerca de donde surgen los significantes, de donde surgen los primeros nudos de significación constitutivos de la realidad. Para que se instale la transferencia es necesario que el analista ocupe el lugar del Otro, pero este lugar es en la transferencia acorde a la estructura de la que se trate. Para el niño autista el analista no ocupa el lugar de semblante en la medida en que no hay mutación de lo real en significante. El analista está en la transferencia en posición de objeto, de manera que este no semblante es el semblante para esta estructura.

Freud nos indica en "Dinámica de la transferencia" que en análisis nada puede ser captado o destruido in effigie in absentia.

Me voy a servir de una viñeta clínica que Lefort comenta respecto de Marie Francoise, niña autista, voy a tomar la sesión que concluye con la irrupción del primer significante "papá". ¿Qué ha posibilitado esa eficacia en el acto del análisis? Lefort comenta que ante el plato de arroz con leche Marie Francoise se paraliza y desarrolla una intervención: "lleno esa cuchara y la pongo a su disposición para hacerle comprender lo que le digo, que se dirige a suscitar su demanda... el único resultado es su perplejidad y se dirige a la ventana (nótese la insistencia de la ventana en esta estructura con anterioridad al espejo, a lo escópico) pero sin el grito de la víspera como si percibiera que su demanda podría formularse por el lado de la cuchara y ya no por el lado de la ventana (se escucha una analista palpitando en su deseo de ocupar un lugar para la niña analizante). En el silencio que sigue surge la voz del médico, de visita en la habitación contigua. Dice Lefort " Marie Francoise se aparta de la ventana de la ausencia y se vuelve a mí para decirme "papá". Y continua, "para Marie Francoise el Otro es el médico", y agrega, es cierto que esta presencia se manifiesta en otro registro que lo escópico donde se manifiesta la ausencia. La presencia del Otro induce la presencia de Marie Francoise., pero es a mí a quién manifiesta esta presencia, puesto que es a mí a quien lanza el significante "papá", como si yo me encontrara en el sitio del significante de la ausencia, y ella nombrara al Otro más allá de mí. Este es el sitio normativo del padre".

Lo anterior me permite reflexionar acerca de la Presencia del analista como lugar significante de la ausencia que sostiene momentos transferenciales que repiten en la escena analítica la forma del borramiento, del ausentamiento, previo a lo escópico no constituido aun, previo a la transferencia imaginaria. Es por el afuera como exterior, constituido en la voz del médico (en elisión de la mirada del médico sostenida en transferencia, por la mirada de su analista) lo que constituye para Marie Francoise una referencia respecto de la cual se puede localizar, un "en donde" a partir del cual ella siente su presencia, desde donde lanza a su analista el significante. Vemos que el hablar no es solo el decir significantes, sino decirlos desde un lugar que me representa no ya en el sentido de la marca sino del objeto de goce.

Se trata de espacios que se constituyen en transferencia, en el acto analítico con niños pequeños en proceso de constitución subjetiva o en niños con patología severa durante el proceso de una cura.

Generalmente se hace hincapié en la necesidad de una pasividad por parte del analista debido a que una posición más activa frustraría los intentos del sujeto de separar el objeto del Otro e impondría la pasividad del sujeto cayendo en una bulimia mental u oral.

Considero que más que pasividad o silencio implica una posición del analista específica que implica una maniobra en la transferencia, en este tiempo anterior a la instalación de la demanda. Para que se instale la transferencia es necesario que el analista ocupe el lugar del Otro. En autismo como no hay mutación de lo real en significante, no hay semblante, el goce no tiene límite, es el poder del Otro que reina, el goce del otro, y el sujeto queda excluido del saber. Considero que el silencio o la no intervención alcanzaría si ya se hubiera constituido la mutación de lo real en significante, pero en este tiempo del análisis esto debe ser una operación a construir en transferencia tanto en relación a la marca como en la relación con el objeto. El analista en su función debe velar para que se arme el lugar vacío enmascarándose en el objeto, objeto que en su recorrido contornea un vacío. Se trata de una oferta que anticipa una demanda. Esta oferta es del orden del inanticipable, es por ejemplo la pelotita de felpa que arrojé en el lugar en que este niño analizante era arrojado en su arrojo (drang) es una diferencia pero que tiene una lógica en el movimiento del cuerpo del niño que en mi deseo de analista produjo una lectura que se hizo letra.

En Pulsiones y Destinos de Pulsión (trabajo presentado en la Reunión Lacanoamericana 1989) planteaba que en el autismo no se da la operación de alienación o división del sujeto, en tanto no están dadas las condiciones para el montaje de la pulsión por predominio de pulsión de muerte. Esto no permite que la pulsión se articule a la demanda. Para desarrollar esto me serví del ordenamiento que Lacán hace en los Cuatro Conceptos Fundamentales del P.A. respecto de la conceptualización freudiana de Pulsiones y Destinos de pulsión. Plantea que en la superficie del yo primitivo resulta lo que viene de afuera que se articula con el campo del Lust (placer) se desprende el Um-Lust (no-yo) esto es, aquello que es irreductible a la dimensión del placer. El funcionamiento homeostático no logra reabsorberlo. Lo que estructura el placer ofrece ya una incipiente articulación posible de la alienación. Pero el rasgo unario no es un objeto del lust. Al campo del lust pertenece el narcisismo y su término es la identificación. Es el reconocimiento de la pulsión lo que permite construir el funcionamiento de división del sujeto o alienación. En el autoerotismo se da el surgimiento de objetos que son buenos porque son buenos para mí. En el autismo no hay el reconocimiento de la pulsión, hay un forzamiento de la misma y no se da entonces la permutación entre lo que admite no fuga y lo odiado como exterior.

Esto permite situar el trabajo que realizó un niño que, como tantos otros, tomaba los significantes del Otro y se ubicaba en una relación de exterioridad. "Saluda a Silvina" le decía la madre y él entraba a sesión y decía "saluda a Silvina". En el comienzo de su análisis, durante muchas sesiones quedo fascinado por una gata que estaba en el consultorio de la analista. En su presencia hacía aleteos con su cuerpo, decía pica, pica, pero no la podía tocar, pedía de inmediato que la sacara, pero todas las sesiones volvía a pedir por ella. Luego -en otro tiempo de su análisis- no solo la tocaba sino que la hacía objeto de todo tipo de calamidades, pidiendo luego a su analista que la encerrara afuera. En una sesión cuando la analista la lleva afuera a la gata, él cierra el consultorio, la ventana y desde ahí, llama a su analista. Desde afuera la analista dice "¿quién me llama?" y por primera vez dice "yo, Agustín". Entiendo que este niño, gracias a su análisis pudo tramitar lo insoslayable, lo que no admite fuga permutándolo por lo odiado como exterior, antes de esta expulsión fundante y constitutiva, el niño se mantenida en una fortaleza vacía.

En el año 1973 Lacan trabaja en Encore la transferencia como enamorodiación. La ambivalencia implica que el amor y el odio son sentimientos contrarios pero que apuntan a un mismo objeto. La enamorodiación implica que el verdadero amor desemboca en el odio. ¿De qué odio se trata? La transferencia para Freud es el lugar del saber que reúne el amor de transferencia. Etica del amo que domina las pasiones acorde al principio del placer. En "Más allá del Principio del Placer" Freud descubre que en nombre del buen uso de los pequeños placeres se cede cada vez más sobre el goce. Dice Philippe Julien "nos interese encontrar el límite a esta ética, aquel de la transferencia". Aparece cuando se lo franquea, y eso que lo franquea es el amor. El odio no es querer mal a otro (eso es agresividad), el odio no es lo contrario al amor, es el medio para de-suponer el saber supuesto de un saber sobre el Bien. El odio es negación, caída de un saber sobre el Bien. Más allá de la imagen, habito el goce del cuerpo del Otro. Pero eso es otro tiempo, implica otro posicionamiento en relación al Otro y al objeto, implica el poder armar una demanda. Implica la presencia de un Otro no intrusivo, que vela.

Un niño cuya cura en su dirección había seguido las trazas del objeto mirada, en un primer tiempo se ubicaba debajo del escritorio apilando objetos, no toleraba ni mi mirada ni mi voz. La madre era una catarata de palabras que cubría todos los espacios, y el padre me decía "¿no ve usted que tiene una cara de raro?" En un primer tiempo del análisis mi intervención consistía en dejar autos (con los que estaba todo el día haciéndole girar las ruedas) y entregarle la sustracción de mi mirada y de mi voz (me ponía a mirar otra cosa, que él, por ejemplo, hojeaba una revista). En un segundo momento, a raíz de que sacaba compulsivamente los faros de los autos, me enmascaro en el objeto autos sin faro que no lo ve. Presencia del analista, que implica velar, para que con un objeto ponga coto al goce del Otro, que le permite poner en activo lo que vive pasivamente, que arrase en tanto se siente arrasado, haciendo obra con un saber hacer. Traigo esta viñeta para comentarles que al cabo de un tiempo de análisis no solo aceptaba ser mirado, ser escuchado y escuchar, sino que instaló una pregunta que hace a su lugar en el Otro y al tema que estamos tratando. Con la misma especie de objeto que predominaba en su análisis, un día me pregunta: ¿tus hijos me están mirando? Intervengo en el mismo registro en que la pregunta se plantea y le digo que cuando estoy con él no estoy con mis hijos y cuando estoy con mis hijos no estoy con él. Un día llega a análisis y me dice "ahora sé porque vengo acá, porque cuando vi que llegaba tuve ganas de ver a tus hijos y tirarlos por la ventana". Mis hijos en la transferencia es el lugar que no ocupa y porque no ocupa lo lanza a desear apasionadamente.

Aurora Favre. Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis: Buenos Aires; 1995

BIBLIOGRAFIA

Díaz Romero

Transferencia y Discurso

Favre, Aurora

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Favre y Dimarco

"Dirección de la Cura en niños psicóticos". Revista Vertex Nº 5

Freud, Sigmund

"Dinámica de la Transferencia"

"Construcciones en el análisis"

Julien, Philippe

"Enamorodiación y realidad psíquica" Revista Litoral.

Lacan, Jacques

Seminario III Las Psicosis

Seminario VIII La Transferencia

Seminario XI Los Cuatro Conceptos

Fundamentales del P.A.

Seminario XX Aun

Vegh, Isidoro

Seminario "En los límites del Inconsciente"