Leer un dibujo. Alba Flesler.

Tiempo de Lectura: 17 min.

El 28 de junio de 1974 fue fundada una Escuela con el nombre de Escuela Freudiana de Buenos Aires. Hoy conmemoramos, hacemos memoria. Han transcurrido 20 años y muchos acontecimientos han ocurrido. Del acorde inicial diversas partituras, de la Escuela aquella, avatares: escisiones, nuevos miembros, nuevos modos, nuevas producciones, novedades. Pero, qué es conmemorar?. Por qué hacerlo? Por qué los seres humanos contamos los años, aniversarios, hacemos memoria, conmemoramos e incluso por qué para hacerlo nos reunimos con otros seres humanos y entre ellos con aquellos que también conmemoran ese aniversario?

Pero además, por qué conmemorar un hecho que muchos de nosotros no hemos vivido? La mayoría de nosotros no participamos de esa fundación de la que estamos haciendo aniversario.

¿Qué decide en nuestro presente hoy, producir una marca que diga 20 años y hacerla propia?

Pues aquí estamos, apropiándonos de un hecho no vivido, haciendo del origen acontecimiento subjetivo.

Una fundación implica un real que reclamará inclusión en la estructura permitiendo integrar el cimbronazo que hace vibrar lo establecido. Un tajo se produce en el transcurrir, el tiempo se discontinua en un antes y un después.

Un viejo proverbio chino, dice que "lo único inmutable es el cambio". La vida en su continuo devenir no se detiene con la muerte que discontinúa nuestra existencia. Entonces ¿qué conmemoramos?, ¿qué contamos con los años y qué de esa cuenta invita a hacerla con otros, a compartirla?

Los semejantes, el otro con minúscula, como solemos aclararlo los lacanianos, no paraca tener un papel menor a la hora de las cuentas. Reunirnos con los otros seres humanos es necesario a nuestra existencia que deviene entre dos muertes, apenas inmixionando en lo real de la vida.

Si la vida transita tan rápidamente que, comprender la relación entre los acontecimientos es casi siempre un albur en el presente, ¿cuántas generaciones suelen ser necesarias a nuestros límites humanos, para asimilar un real? Para darle cabida en la estructura sin segregar sus horrores, sin perder en el afán de sobrevivir, los valores de la solidaridad?

Genocidio, migraciones, guerras y también fundaciones, suelen alcanzarnos con sus efectos aun transcurridos los años, las décadas y hasta los siglos.

Leer y escribir son recursos para darle sitio, asimilar, incorporar un inasible que no tiene cabida en el cuerpo del lenguaje pero solo desde allí se puede localizar, o peor...No tiene cabida pero sí localización, en la letra.

Una letra: Escuela Freudiana de Buenos Aires, los años pasan nosotros también, ella queda, haciendo ancla a nuestra deriva, a nuestra navegación, a las hojas de ruta que trazamos, a los puertos que alcancemos y también a los nuevos "literritorios" en que fundemos nuestro deseo, permitiendo que cada uno de nosotros recuente "su historia".

Tenerla en cuenta, no implica padecer su letra sino leerla y al decir 20 años también, hacer las cuentas.

Esto conlleva inevitablemente, aunque no exclusivamente un sesgo testimonial.

En el año `80 en las Jornadas de la Escuela presenté un texto titulado "Escuchar un dibujo". Fue leyendo las letras de entonces en sintonía con el título de estas Jornadas "20 años de Escuela en la Práctica del Psicoanálisis" que se desgajó un agradecimiento, es decir una deuda: la Escuela, el encuentro con otros cuyo deseo también halla en la práctica del psicoanálisis su causa, fue necesario, fue y es sostén de mi práctica como analista. Es que reinterrogando el sentido de las letras, descoagulándolo, renovándolo, propició nuevas escrituras.

Es así, que leyendo "Escuchar un dibujo", hoy es posible proponerles "Leer un Dibujo". Pues en esta Escuela, con ustedes también aprendí a escribir y a leer a la letra.

EL DIBUJO DE UNA LETRA

Cuando los padres de Sandro, vinieron a consultarme, el niño tenía 7 años.

Ellos se presentaron, con un informe de la directora de la escuela a la que el niño concurría desde el jardín.

La observación escolar había sido realizada, desde entonces y describía en secuencia las manifestaciones de Sandro. Allí se leía que estando en preescolar, el niño tenía preferencia por las dramatizaciones femeninas, su juego era solitario y su conducta rebelde y despreciativa con sus maestras. En medio de sus rabietas con las que se negaba a realizar aquello que se le demandaba vociferaba: "¡Este trabajo es una mierda!".

"Felizmente" afirmaba el informe, estas conductas habían cedido, actualmente el niño se hacía querer por sus maestras, era dócil y solicito con ellas pero...sus modos femeninos se habían acentuado: gestos delicados, suaves y puntillosos lo acompañaban, se negaba a participar en competencias y juegos deportivos como el fútbol, juegos que le parecían bruscos y siempre prefería o miraba con avidez los objetos de las nenas.

Un rasgo dominante del discurso del padre de Sandro, era el titubeo. Sus afirmaciones, eran precedidas o finalizadas indefectiblemente por un "no sé, me parece, creo, pero no estoy seguro", en contrapunto con una expresión vertida respecto al informe de la directora: "no sé si cambiar a Sandro de escuela o qué mierda decirle a la directora!". Expresión firme, violenta de su impotencia.

Según relata, se separaron él y la mamá de Sandro cuando éste tenía dos años, porque "la pasión de la pareja desapareció", desde entonces cambia de casas y de parejas, sin lugar estable ni definido, habiendo pasado también una estadía breve en la cárcel por estafa: "no di la cara" -dice- "quise desaparecer y lo hice mal".

Su abuelo paterno había desaparecido de la casa "desapareció o se mató", "ni idea", solo "le parece" que se decía que "por culpa de los hijos que no se portaban bien". Un delito indefinido para una ausencia indefinida.

Cuando Sandro preguntó a sus padres por qué se separaban el padre le dijo: "porque no nos portábamos bien".

También al padre: "le parece pero no está seguro, haber visto a su hijo disfrazarse con un corpiño, como tampoco le parece, aunque no sabe, que esté bien que el niño duerma con la madre". Aún más cuando Sandro y su mamá van a visitar al amigo-novio de ella y en esa casa el hombre duerme en el living y Sandro con su madre en el dormitorio.

Dice: "Para lo que tuvo que bancarse en casa de su madre, Sandro, está bastante bien, me parece".

Le pregunto: "¿Qué es lo que tuvo que bancarse en casa de su madre?".

Responde por aquello que él mismo aguantó en casa de la suya, confundiendo su lugar con el de su hijo. Al insistir con la pregunta "¿qué tuvo que bancarse en casa de su madre?", responde por aquello que la madre del niño soportó de su madre. En fin, la confusión de madres y de hijos era tan notable en su discurso, como la ausencia de hombres.

La madre de Sandro a su vez, con voz contundente, ronca, casi masculina, reivindicó el decir de la directora, repitió sus frases, también manifestó su alto respeto por el decir de la pediatra "que sabe tanto!" y se despidió de mí en las entrevistas, con una mirada da fascinación al tiempo que me agradecía calurosamente todo cuanto yo haría.

El saber de las mujeres que tanto apreciaba la mamá, contrastaba caricaturescamente con las dubitaciones del padre.

De Sandro dice: "este año está mejor de conducta, conmigo él colaboró siempre mucho, es muy cariñoso, yo soy muy franelera con él".

El abuelo materno, ya fallecido, con el que Sandro vivió desde la separación de sus padres: "tenía mucho carácter" -dice la madre- "nadie podía decir nada, había que hacer lo que él decía". "Mi madre aguantaba, se alcoholizaba, era una mujer muy desdichada, una madraza y me decía todo el tiempo, mirá lo que me hace tu padre". Dueño de la ley y el poder absoluto traía a sus amantes a compartir la mesa familiar y "nadie podía decir nada", "era un hombre muy violento".

La madre de Sandro ya había estado casada y se había separado de un hombre "porque era enfermo, muy violento".

El niño concurrió algunas veces a la consulta. Cada vez, al abrir la puerta que comunica el consultorio con la sala de espera para hacer pasar a Sandro, encontraba allí a la madre. El niño estaba en el baño. Permanecía allí unos...diez minutos! ¿qué hacía? Por el olor, no cabía duda: Mierda!

Al conocerlo encontré un niño educado, con una dicción casi de adulto, sumamente delicado en sus modales, cuidadoso hasta la obsesividad para agarrar los objetos. Dijo que el humo de las tizas le hacía mal, que la suciedad le molestaba, no obstante lo cual después de un juego de letras donde escribió:

CUERPO

E

C

T

O

hizo un dibujo en el pizarrón (se los iré describiendo en dos secuencias) meticulosamente, en forma detallista va logrando bien la proporción y forma de cada objeto que va dibujando: casa, árbol, nube, sol, hasta llegar al hombre que es lo último que dibuja. Grande como una casa, su tamaño desarmoniza con lo demás. Comienza por dibujar la cabeza y al llegar al tronco borra y se queja: "No me sale!" "no puedo!", vuelve a dibujar el tronco, (allí se ve el doble intento) y al llegar a los pantalones, dos líneas los recorren, sin llegar hasta el suelo (que es lo primero que trazó).

Le pregunto: "¿qué tiene en el pantalón?"

Me responde: "Las piernas".

Le digo (con un tono no inocente, de decepción): "Ah! Las piernas!"

Se queda pensativo, unos segundos y...agrega en la mano del hombre un bastón de 7 ondas que entonces sí logra apoyo en el suelo, al tiempo que dice: "es un viejito!" "para que no se caiga!" -dice justificando el agregado.

[...]

Le digo: "Para que no se caiga el viejito un bastón de siete?".

Recordemos: la edad de Sandro era siete años, su cifra en el bastón.

Allí donde un viejito no tiene en los pantalones mas que las piernas, él como bastón lo sostiene, le da apoyo.

Ser bastón de un viejo que no sostiene su función fálica, lo deja en un lugar de mierda, pues lo retiene a él en la no le sale: un hombre.

La transparencia del dibujo da a leer la letra que retiene al sujeto en su lugar de deshecho, donde el recto en su cuerpo retiene un goce, que no pasa "adelante", que le impide ir al frente. Mierda, como significante de la impotencia de la función fálica del padre a la que se identifica Sandro, quien dice: "no puedo, no me sale".

Esta función no logra cumplimentar su don metafórico, brindando cifra al sujeto para su localización como faloforo, más allá de la demanda materna. Haciendo este padre, pivotear su lugar varonil entre la prepotencia y la impotencia, rebaja a la castración imaginaria su función simbólica que le permitiría a un padre saldar su deuda de castración con el hijo. Ser un hombre, en tanto él es uno entre otros castrado, él podrá entonces ser "unhomme" nominante.

INTERVENCIÓN DEL ANALISTA

La pregunta: "¿qué tiene en los pantalones?", apunta al sentido cristalizado del Otro, que no permite bordear simbólicamente un pantalón con una significación fálica. ¿Acaso no dice lalangue que nos habita "llevar los pantalones bien puestos", como metáfora de estar en posesión del falo?

El decir materno: "mirá lo que me hace tu padre" deja en el plano del desprecio lo masculino asimilado a lo violento .

La pregunta "¿qué tiene en los pantalones?", apunta al sentido como dije anteriormente y el tono decepcionante en que fue formulada, la expresión ¡ah, las piernas!, indica un estilo de intervención que privilegia la articulación entre real e imaginario: ya que pareciera proponer ante el sentido coagulado de desprecio por lo fálico, otro sentido: una "esperanza" de que hubiera algo más que piernas en los pantalones, pero...no lo dice: llama a la producción del sujeto.

En transferencia, el sujeto intenta escribir con su cifra, siete, la vertiente donde el agente de la castración no ha producido su marca, como así un sentido que rompe el destino silente que lo retiene: "es un viejito, para que no se caiga" (al dibujo el bastón).

Reducida la castración a su valía imaginaria, el falo deviene en la violencia de las hombres, signo de su impotencia.

Ineficaz para elevarse a la calidad de significante, el falo paterno no priva a esta madre de su falo-niño imaginario, dejando a Sandro en el circuito de una expulsión real del objeto (la mierda) en el intento de producir un clivaje entre objeto y significante. Su falla es expresión del objeto que no logra ser perdido.

A falta de localización discursiva que lo extraiga de la fijeza en que se encuentra retenido, la prohibición del incesto que instaura en la fase edípica para el varón el pasaje del ser al tener, se encuentra fallida, produciendo una inhibición del avance fálico del niño.

EL DIBUJO

Saint Exupery, en su libro El Principito, nos cuenta su decepción siendo niño, cuando al mostrar su dibujo de una boa que se come a un elefante a los adultos, estos le decían que era un sombrero.

[...]

"Los adultos no entienden" -se decía, ¿es que esperaba que el Otro lo viera todo sin reconocer lo que el dibujo resta a la mirada?

Decepcionado entonces, ofrecía su segundo dibujo lo que de virtualidad había ganado el primer dibujo era al precio de velar la transparencia de un real.

El dibujo como escritura de la imagen dice de un máximo velamiento, gracias a que lo simbólico ha inmixionado lo real, se logra cobertura imaginaria.

Si el dibujo es una representación, representa la representación que no hay, mostrando con lo que vela la eficacia de una pérdida. El dibujo, cuanto más realista, más se propone la pérdida de lo real, ofrece la buena forma hasta el límite que desborda el goce no castrado por falla en la represión fundante.

El dibujo es revelador de las operaciones irrealizadas en los tiempos de asunción de lo imaginario, lo malogrado de la consistencia y los desgarros o inacabamientos en la constitución del cuerpo como propio.

Los trazos iniciales que los niños realizan en el papel o las paredes para alarma de los padres, ya garabatean otra superficie para el sujeto. La marca inaugura una primer distancia del objeto, cuando el cuerpo aún, no otorga a la mano la firmeza del trazo o cuando la motricidad llamada fina, aún está ausente. El trazo ya busca un rasgo distintivo para el sujeto que así halla inicio a su ex-sistencia.

Tempranamente, el niño deja sus marcas en las superficies más inmaculadas del Otro. Paredes, pisos, mesas, no son lugares electivos sino más bien producto del no recorte del espacio. Aún no halla el marco de un pizarrón o el de una hoja ser límite para, rayando el vacío hacerlo propiciatorio, trazo del sujeto.

Perdiendo la amplitud de las extensiones del Otro, perdiendo parte del espacio, conjuntamente con las pérdidas al nivel del lenguaje, para comenzar a hablar, es que las paredes dejaran de se blanco de garabatos, marcas y manchas. Apartando un goce ilimitado: se adquirirá la forma, se comenzará a diagramar un marco para el despliegue del deseo, un escenario escritural que engrama lo pulsional a alguna ficción más placentera ante el más allá del principio del placer del actual pulsional.

Dibujar la buena forma, lograr la gestalt requiere de pérdidas sucesivas y reiteradas. Para dibujar algo reconocible a la evidencia, es necesaria una operación de ocultamiento, de producción de velo. El trazo simbólico es solidario de la función de la metáfora, es promotor también de un desconocimiento: "es un nene, o soy yo o es una casa", en el decir del niño ante el dibujo, no son sino formas expresivas que ocultan lo que el dibujo escribe del no: "no, es un nene; no, soy yo; no, es una casa" es el dibujo de cada uno de ellos. Pasaje al plano en su proyección, algo no pasó.

El dibujo en transferencia llama a una lectura productiva de un vacío que libere al sujeto. En el pasaje de una superficie a otra, escribir una diferencia.

Si en el avance el dibujo llega a un punto donde el traza se detiene, muestra el sitio de fracaso del sujeto. Leer será, reinterrogar el sentido que cierra al sujeto la posibilidad de apertura de una nueva significación.

En los tiempos instituyentes será con sus recursos escriturales que se dará a leer el sitio donde la letra en suspenso retiene al sujeto en la opacidad del goce. Leer un dibujo, ha de ser una de las vías posibles de liberación de la letra en los tiempos de la infancia.

Alba Flesler.

Presentado en las Jornadas Aniversario: 20 Años de Escuela en la Práctica del Psicoanálisis, organizadas por la Escuela Freudiana de Buenos Aires. 17 al 20 de agosto de 1994.)